La crítica institucional a las estructuras sociales está profundamente ligada al estudio de las ciencias sociales y económicas. Este tipo de crítica no solo busca desafiar las instituciones vigentes, sino también subvertirlas, proponer cambios sustanciales y reflexionar sobre los paradigmas que sostienen el orden establecido. En este sentido, el conocimiento sobre el cambio climático se presenta como una crítica implícita y directa a las ideas dominantes sobre las economías basadas en los combustibles fósiles y a quienes promueven estas formas de extracción de recursos como algo benigno o puramente beneficioso. La ciencia climática muestra cómo los científicos naturales no siempre pueden separar su objeto de estudio de las implicaciones sociales y de valor que involucran una crítica profunda de las ideas y organizaciones existentes.
Aceptar abiertamente esta crítica explicativa convierte a la economía ecológica social en un campo mucho más radical que la economía ortodoxa. La economía clásica se presenta como una ciencia objetiva que pretende ofrecer consejos libres de valores, pero, en realidad, apoya las estructuras institucionales capitalistas existentes, perpetuando la creencia de que las relaciones sociales y económicas pueden mantenerse indiferentes a los efectos sociales y ecológicos de las decisiones humanas. En contraste, la economía ecológica pone de manifiesto que el conocimiento científico no puede ser neutral cuando se enfrenta a problemas sociales y ambientales. En esta disciplina, la ciencia no solo describe la realidad, sino que también implica un compromiso ético y un imperativo moral para actuar ante las conclusiones que emergen de la investigación.
Söderbaum (2011) señala que la economía neoclásica no es solo ciencia, sino también ideología. Esta ideología se alinea estrechamente con los intereses del sistema capitalista actual, y por eso mismo, se requiere repensar las estructuras económicas y las relaciones de poder si realmente se desea abordar los problemas ambientales y sociales de manera efectiva. Los economistas ecológicos, en su búsqueda por transformar la economía, enfrentan la tarea de desmantelar las ideologías dominantes que subyacen a las políticas económicas actuales y, a través de un enfoque más integrado y realista, replantear el papel de los mercados, la eficiencia y el crecimiento.
Es fundamental entender que la economía ecológica social no se limita a rechazar el crecimiento ilimitado, sino que también cuestiona la misma naturaleza de los mercados. En muchos países, especialmente fuera de América del Norte, la crítica a los mercados no se limita a una visión anticapitalista superficial, sino que profundiza en las estructuras de explotación social y en los daños ambientales que estos mercados, con su lógica de maximización de beneficios, perpetúan. Aquí, la investigación científica se convierte en una herramienta crítica, no solo para el diagnóstico de los problemas, sino para la transformación activa de las estructuras que los producen.
La economía ecológica social también destaca la necesidad de redefinir las metas de la ciencia económica. En lugar de centrarse en la eficiencia y el crecimiento perpetuo, debería orientarse hacia la provisión social: es decir, hacia un modelo económico que tenga en cuenta el bienestar de las personas y del planeta como una totalidad interconectada. Este enfoque se despliega en varias áreas interdisciplinares, que incluyen el comportamiento humano, la ética y los valores, la naturaleza no humana y las instituciones. Así, la economía ecológica social no solo aborda los problemas estructurales de las economías capitalistas, sino que también propone un cambio radical en la forma en que entendemos la economía, el bienestar y la justicia social.
Además, es crucial que los investigadores y activistas vinculados a este campo reconozcan que la crítica a la economía convencional no es solo un ejercicio académico, sino una acción política. Las ciencias sociales y ecológicas deben ir más allá de la investigación descriptiva y promover el cambio. La ciencia, cuando se enfrenta a problemas globales como el cambio climático, la pobreza o la inequidad, debe actuar con la conciencia de que sus resultados no son neutros: tienen implicaciones sociales y éticas profundas. Esta comprensión de la ciencia como un motor de transformación social es lo que distingue a la economía ecológica social de las corrientes económicas tradicionales.
La conexión entre los sistemas ecológicos y los sistemas sociales y económicos nos ofrece una visión compleja y matizada de las relaciones de poder y las instituciones que modelan la sociedad. Esta visión de la economía como parte integral del entorno natural plantea desafíos tanto conceptuales como prácticos. No se trata simplemente de un cuestionamiento teórico de los sistemas existentes, sino de una propuesta para reconfigurar el papel de las instituciones en una sociedad que valore la justicia social, la equidad y la sostenibilidad ambiental. A través de una crítica informada y fundamentada, la economía ecológica social tiene el potencial de contribuir a la creación de un sistema económico y político que no solo sea más justo, sino también más responsable frente a los límites ecológicos del planeta.
¿Por qué la economía ambiental sigue sin enfrentar los desafíos ecológicos con eficacia?
La teoría económica ortodoxa ha mantenido una visión tecnocéntrica y un optimismo ciego en cuanto a la autorregulación de los mercados, que obstaculiza una respuesta efectiva a los problemas ambientales. A lo largo de los años, se ha intentado aplicar este marco tradicional a los temas ecológicos, pero el resultado ha sido una integración superficial, que no ha dado lugar a cambios estructurales necesarios ni a la adaptación del pensamiento económico hacia una comprensión más amplia y profunda de la crisis ambiental.
En el contexto de la economía ambiental, el modelo de equilibrio general de la economía neoclásica ha sido una herramienta dominante. A pesar de las preocupaciones por los daños ambientales y la creciente presión sobre los recursos naturales, el marco neoclásico ha preferido no cuestionar sus fundamentos. Se han intentado integrar las cuestiones ambientales, como la contaminación y la sobreexplotación de los recursos, dentro de este modelo sin alterar su estructura básica. La idea de que los mercados pueden corregir por sí mismos los fallos del mercado, como la contaminación, ha dominado la disciplina, mientras que los problemas globales, como el cambio climático, han sido tratados solo como externalidades que pueden ser solucionadas mediante la intervención mínima del gobierno y ajustes en los precios de mercado.
Uno de los avances más significativos en la economía ambiental fue la teoría del balance material, que intentó integrar las leyes de la termodinámica dentro de la estructura económica convencional. Sin embargo, incluso estos intentos se limitaron a encajar en el marco de equilibrio general, que dejaba intactos los principios de competencia perfecta y eficiencia de mercado. A pesar de que la contaminación es un fenómeno global y a menudo transversal, los economistas ambientales persistieron en tratarla como un problema local que puede ser solucionado por el mercado a través de ajustes en el precio o la regulación mínima. La idea de que los mercados podrían resolver la crisis ambiental fue llevada al extremo con la internalización de las externalidades, donde los precios de mercado se ajustan para reflejar el costo social de la contaminación. Sin embargo, esto se ha demostrado insuficiente, ya que el alcance de los daños ambientales requiere de una acción mucho más profunda y urgente.
La introducción de métodos de valoración ambiental, como el método de coste de viaje o la valoración contingente, ha abierto nuevas avenidas de investigación. Estos enfoques intentaron valorar los bienes ambientales en términos monetarios, pero se encontraron con la crítica de que los modelos tradicionales no eran suficientes para explicar la motivación humana y las emociones involucradas en la protección del medio ambiente. Los avances en la psicología del comportamiento, especialmente los de psicólogos como Kahneman, que argumentaron que la disposición a pagar no siempre refleja un valor real, pusieron en evidencia las limitaciones de los modelos económicos tradicionales. La reacción de los economistas ortodoxos ante estas críticas fue generalmente de indiferencia o incluso hostilidad, ya que estos enfoques desafiaban las premisas fundamentales de la economía neoclásica.
A medida que las preocupaciones ambientales se intensificaban, también lo hacía el debate sobre el valor que se le otorga a los recursos naturales. Los valores ambientales, que inicialmente se entendían solo en términos de uso, empezaron a ser considerados también en términos de opción, existencia y legado, lo que abrió la puerta a un debate ético más profundo sobre el papel de la economía en la protección del medio ambiente. Sin embargo, los modelos tradicionales seguían limitándose a intentar valorar estos aspectos dentro de marcos de análisis de coste-beneficio que no podían capturar la complejidad de los valores ecológicos y las implicaciones intergeneracionales, como se evidenció en los debates sobre el cambio climático.
En este contexto, la aparición de la economía ecológica representó un reto directo a la ortodoxia de la economía ambiental convencional. Mientras que la economía neoclásica defendía la capacidad autorreguladora de los mercados y el papel secundario de la intervención estatal, la economía ecológica postulaba la necesidad de un enfoque más holístico y profundo que reconociera los límites ecológicos del crecimiento y la necesidad de una transformación en los valores y comportamientos económicos. A lo largo de los años 80 y 90, la economía ecológica comenzó a desafiar las premisas fundamentales de la economía ortodoxa, que consideraba la escasez de recursos como un problema de oferta que podía resolverse con avances tecnológicos y la creación de mercados.
El foco de la economía ambiental neoclásica en el mercado y la eficiencia ha limitado la capacidad de la economía para abordar de manera efectiva los problemas ambientales globales. A pesar de los intentos de integrar la valoración ambiental en los modelos tradicionales, las críticas al sistema siguen siendo fuertes. El cambio hacia un sistema de valores más ético y sostenible, que vaya más allá de la simple valoración monetaria de los recursos naturales, es esencial para lograr una respuesta adecuada a los desafíos ecológicos. Sin este cambio fundamental, la economía continuará siendo incapaz de abordar los problemas ambientales de manera efectiva, y la crisis ecológica solo se profundizará.
¿Cómo puede lograrse una verdadera integración interdisciplinaria en las ciencias sociales y económicas?
Kapp cuestionó de manera contundente la dependencia excesiva del formalismo y la lógica reduccionista en las ciencias sociales. En su lugar, propuso una aproximación empírica y crítica, centrada en los problemas reales del comportamiento humano, las necesidades sociales y los procesos culturales. Rechazó la obsesión por los medios-fines y la elección racional como marcos únicos de análisis, y en su lugar sugirió dirigir el foco hacia las interacciones entre los seres humanos y las estructuras tanto naturales como culturales de las que dependen.
Esta visión implica una ruptura con el enfoque disciplinario estrecho, sin por ello desechar el valor de la especialización. Lo que se propone es una especialización orientada por el problema, en la que los conocimientos específicos se articulan según la naturaleza del fenómeno investigado. En este sentido, disciplinas como la antropología cultural, la psicología social y la sociología son valoradas por su capacidad para estudiar las estructuras sociales y las interdependencias institucionales. El investigador social, según Kapp, debe estar dispuesto a traspasar todas las fronteras disciplinares si desea comprender profundamente un área problemática, y adoptar los conceptos y métodos que resulten más pertinentes, sin importar su procedencia.
Esto exige una transformación en la formación académica, en la que la integración no se trate como una aspiración secundaria, sino como una forma legítima y necesaria de especialización. Sin embargo, Kapp ya advertía sobre la resistencia que esta postura encontraría entre las disciplinas tradicionales, aferradas a sus territorios conceptuales. Esta resistencia configura un fenómeno de imperialismo académico que continúa presente. Para contrarrestarlo, se requiere una base filosófica sólida que permita articular las distintas formas del saber en una estructura coherente.
El reto es aún más complejo cuando se consideran las diferencias conceptuales entre disciplinas, especialmente en fenómenos como la negativa a realizar intercambios de valores o trade-offs. Este tipo de comportamiento, considerado irracional por la economía neoclásica, en realidad puede ser interpretado como éticamente motivado y racional dentro de otras disciplinas. Así, lo que en economía se denomina "preferencias lexicográficas", en teología se reconoce como "valores sagrados", en psicología como "valores protegidos", en ecología como "valores profundos", en filosofía como "valor intrínseco", en antropología como "tabúes" y en derecho como "derechos inviolables". La existencia de estos términos en distintas áreas del saber indica una experiencia humana común que ha sido interpretada desde diferentes lentes. La integración científica, entonces, no es un acto de unificación superficial, sino una búsqueda de denominadores comunes que se correspondan fielmente con la estructura del objeto de estudio.
Este enfoque encuentra una segunda expresión significativa en el concepto de social provisioning. Esta noción, presente en diversas corrientes de la economía heterodoxa, ofrece un punto de partida para una redefinición de la economía no centrada en la maximización individual, sino en la forma en que las sociedades satisfacen sus necesidades dentro de contextos históricos y culturales específicos. En la economía institucional, se ha definido como la ciencia de los procesos económicos dinámicos de provisión social. Economistas feministas lo han propuesto como fundamento alternativo a la teoría económica dominante, y los economistas ecológicos han comenzado a integrarlo en su comprensión de la satisfacción de necesidades dentro de los límites planetarios.
Lo relevante de este concepto es que ya posee una cierta unidad terminológica entre escuelas diversas, lo cual lo hace especialmente fértil como eje de integración. Sin embargo, el desafío radica en articular una definición común que abarque las diferentes interpretaciones sin diluir su riqueza conceptual.
La integración entre disciplinas requiere más que acumulación de conocimientos; exige superar el reduccionismo cuantitativo que domina gran parte de la investigación científica actual. La dialéctica, como método, puede ofrecer una alternativa al pensamiento aritmomórfico, permitiendo una comprensión cualitativa de los fenómenos complejos. En este contexto, el razonamiento por analogía y metáfora no solo se vuelve legítimo, sino necesario para explorar lo desconocido.
Pero la interdisciplinariedad, por sí sola, no basta. Es preciso avanzar hacia la transdisciplinariedad, donde el conocimiento experto dialogue con saberes no académicos, incluyendo conocimientos tradicionales e indígenas. Solo así se puede construir una ciencia verdaderamente integradora, que no sacrifique la profundidad por la síntesis, ni la diversidad por la coherencia.
El fracaso de la integración hasta ahora se debe, en parte, a una oposición entre dos extremos epistemológicos igualmente estériles: el objetivismo ingenuo que postula una verdad empírica absoluta, y el relativismo radical que reduce todo conocimiento a opiniones inconmensurables. Ambos extremos impiden la reconciliación entre teorías y saberes diversos. La posibilidad de integración aparece entonces como una tarea pendiente no por su imposibilidad, sino por el escaso esfuerzo invertido en ella.
Es crucial entender que la ciencia no puede avanzar si no se enfrenta al problema de la traducción conceptual entre disciplinas. La existencia de valores, conceptos y fenómenos compartidos, pero nombrados de forma distinta, exige una operación filosófica rigurosa para construir sentidos comunes sin perder complejidad. Sin esta base común, no hay integración posible ni comunicación efectiva entre campos del saber.
¿Cómo transformar el trabajo y la economía a través de la cooperación y la justicia social?
La reintegración del arte y la artesanía al trabajo tiene el potencial de dar un nuevo significado a las prácticas diarias, conectando de nuevo las actividades rutinarias con los actos de creación. Al mismo tiempo, tareas más cotidianas pero esenciales, como las reproductivas, deben ser compartidas y organizadas de manera cooperativa. Este enfoque implica una revalorización de la comunidad y de las relaciones de cooperación, contrastando con la lógica productivista industrial actual que, a través de la división del trabajo, excluye estas potencialidades de consideración y previene su materialización.
En el desarrollo de economías alternativas, se debe abordar el papel del dinero y el trabajo no remunerado, tanto en sus formas actuales como en términos de cómo diferentes tipos de economías y relaciones económicas pueden operar. Esto se enfrenta a la imposición del paradigma del mercado, donde el dinero debe abarcar todo, y cada acción debe ser tratada como trabajo remunerado. Este enfoque representa una imposición de un tipo único de economía sobre todas las demás, lo que Polanyi denominó la falacia economicista, y cuya concepción problemática del trabajo y la vida sigue prevaleciendo.
Es esencial recordar que la economía no se limita al dinero. Esta perspectiva es frecuentemente olvidada, en especial por la preocupación predominante de ver al capitalismo como el único sistema económico posible. En este contexto, la investigación sobre la vida y los medios de subsistencia no monetarios debe ser una parte central de la economía ecológica social. La variedad de relaciones sociales debe incluir el papel del regalo y la reciprocidad, como lo ha explorado la antropología social. De acuerdo con Mauss y Sahlins, estos elementos son relevantes para todas las economías, no solo para aquellas pre-capitalistas.
Las relaciones sociales también implican la necesidad de una teoría social que, en la economía convencional, suele estar ausente debido a su dependencia del individualismo metodológico. Este vacío en la teoría económica demanda la investigación sobre las distintas formas de poder político y las instituciones asociadas, algo que requiere una comprensión profunda de la participación en las decisiones sociales, especialmente en cómo los diferentes niveles de gobierno operan e interactúan.
La participación pública en los procedimientos formales de gobernanza es altamente variable, débil o incluso inexistente, incluso en democracias supuestamente consolidadas. Este problema es evidente en países como el Reino Unido o Estados Unidos, donde los sistemas democráticos representativos han fallado en garantizar una representación proporcional, dejando a grandes sectores de la población sin voz en el proceso político. Ejemplos como las elecciones europeas de 1989 en el Reino Unido, donde el Partido Verde obtuvo un 15% de los votos pero no logró ni un solo escaño, ilustran este déficit de representación.
Esta deficiencia en la democracia representativa tiene una importancia particular en la formación de políticas ambientales y transformaciones sociales ecológicas, donde los partidos directamente implicados son pequeños y carecen de representación en las instituciones establecidas. Frente a esta ausencia de representación política, surgen protestas civiles y movimientos sociales que dan voz a los que han sido silenciados: los niños, las futuras generaciones, los no-humanos y las minorías que de otro modo serían excluidas del debate político.
Al mismo tiempo, la desconexión entre el gobierno y la ciudadanía, exacerbada por los vínculos corporativos con el poder político, fomenta una desconfianza generalizada. Sin embargo, muchos siguen esperando que el Estado actúe como protector del medio ambiente y garante de la justicia a través de los sistemas legales. Esta frustración con el gobierno central ha impulsado iniciativas locales como el bioregionalismo, los pueblos en transición y las ecoaldeas, que permiten una forma de democracia más directa y participativa.
La búsqueda de formas alternativas de provisión social, fuera del capitalismo corporativo o estatal, no es necesariamente una actividad a pequeña escala, aunque se lleve a cabo en niveles locales. Ejemplos concretos ya son visibles, como en Chiapas, donde aproximadamente 500,000 personas participan en los Caracoles asociados con el Ejército Zapatista de Liberación Nacional, o en la organización internacional Vía Campesina, que cuenta con 200 millones de miembros en 73 países. Estas iniciativas, conocidas como “sociedades de solidaridad social”, fomentan relaciones sociales mutuamente apoyadas mientras resisten los impactos destructivos del capitalismo en la producción.
El concepto de que la sociedad puede organizarse de diferentes maneras desafía el discurso hegemónico que presenta el capitalismo de mercado como la única opción viable. Este desafío obliga a los economistas a reconsiderar cómo operan las economías alternativas. Si la economía ha de ser relevante como ciencia del siglo XXI, los economistas deben aceptar el reto de comprender y promover estas alternativas, ya que las economías alternativas son lo que el futuro necesita.
En cuanto a los problemas estructurales del sistema económico dominante, su impacto negativo sobre el medio ambiente y la sociedad ha sido reconocido durante más de cincuenta años: aumento de la inequidad, exclusión, explotación de los "otros", pérdida de biodiversidad, extinción masiva de especies, contaminación y guerras por los recursos. La respuesta tradicional ha sido el paradigma de la innovación, el crecimiento y la centralidad de las nuevas ciencias y tecnologías. Sin embargo, incluso dentro de movimientos como el decrecimiento o la teoría del estado estacionario, persisten contradicciones y un apoyo implícito al paradigma dominante.
La economía ecológica representa un cuerpo teórico alternativo que conecta la comprensión ecológica, la estructura social y una redefinición de la economía. Entre sus principales aportes está la dependencia de las estructuras sociales y económicas en la realidad biofísica, la imposibilidad de teorías de equilibrio, y la conexión entre economía, ética y poder político. Esto marca un giro paradigmático que desafía las nociones aceptadas por la economía ortodoxa y establece una nueva base para pensar las relaciones sociales y económicas en el futuro.
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