En los primeros meses de 1965, Ronald Reagan, ya una figura emergente dentro del Partido Republicano de California, se encontraba en medio de una encrucijada política. Aunque no había dado el salto definitivo a la política electoral, las voces conservadoras más influyentes en el estado lo instaban a postularse para gobernador. En este contexto, las relaciones de Reagan con los grupos de extrema derecha, en particular con la Sociedad John Birch, se volvieron un tema crucial. La respuesta de Reagan a la pregunta sobre su relación con dicha organización reflejó el dilema de muchos políticos de la época, que buscaban equilibrar su apoyo a la base conservadora sin alienar a la mayoría moderada.

La Sociedad John Birch, una agrupación de derecha radical fundada en 1958, había sido considerada por muchos como una organización extremista. Su retórica conspirativa, que acusaba a figuras prominentes del gobierno de ser agentes comunistas, había hecho que varios de sus miembros fueran vistos como fanáticos paranoicos. Sin embargo, en el marco de las tensiones internas del Partido Republicano en la California de los años 60, muchos republicanos de línea dura veían en la Sociedad un aliado natural. La pregunta para Reagan era cómo manejar su relación con este grupo sin ser etiquetado como un extremista.

Durante su campaña para gobernador en 1965, Reagan evitó confrontar directamente a la Sociedad, a pesar de las presiones. En una conferencia de republicanos conservadores, fue interrogado sobre su postura hacia los Bircher, y su respuesta fue vacilante. Aunque trató de deslindarse de la figura de Robert Welch, fundador de la Sociedad, Reagan también subrayó que, según el FBI, la organización no era “subversiva”. Esta declaración, aunque suavizada, dejaba entrever un deseo de no alienarse con una base de votantes que en gran parte apoyaba a los Bircher.

A lo largo de su carrera, Reagan trató de presentarse como un líder de derecha moderado, consciente de que su vinculación con los extremistas podía costarle el apoyo de votantes más centrados. En una entrevista con Newsweek en 1965, sus asesores intentaron posicionarlo como un hombre sensato, razonable, que se inclinaba hacia la derecha pero que no compartía las ideas más radicales de ciertos grupos conservadores. Para contrarrestar la imagen de un "extremista de derecha", Reagan negó ser un miembro de la Sociedad John Birch y condenó las teorías de conspiración de Welch, aunque sin rechazar completamente a los miembros del grupo.

Reagan había comprendido que un rechazo total a la Sociedad no solo sería políticamente costoso, sino que podría alienar a un sector importante del electorado republicano. A pesar de las críticas, su estrategia fue adoptar una postura ambigua, condenando los excesos de los Bircher sin repudiar su apoyo. De este modo, pudo mantener a los votantes conservadores en su lado sin darles razones para alejarse. Este enfoque fue habilidoso, pero también mostró una falta de valentía al confrontar de manera firme la radicalización del Partido Republicano.

Lo que sigue siendo importante para entender esta fase de la política estadounidense de mediados de los años 60 es la manera en que Reagan, sin romper con los principios más radicales, manejó las tensiones internas del partido. La estrategia de Reagan no fue una negación completa de la extrema derecha, sino más bien un esfuerzo por neutralizarla, para que no se convirtiera en el eje de su campaña, pero tampoco en un enemigo abiertamente declarado. Este comportamiento político refleja cómo los líderes conservadores de la época, a pesar de su rechazo a las políticas comunistas y sus posturas anticomunistas, no fueron siempre capaces de mantener una distancia clara con los movimientos más radicales dentro de su propio partido.

Reagan, al igual que otros políticos de su tiempo, entendió que el extremismo, aunque en una postura marginal, podía ser un motor de movilización. La radicalización de ciertos sectores del Partido Republicano, como se ve en su relación con los Bircher, mostró una división que sería característica de los años posteriores en la política estadounidense, donde las líneas entre la derecha moderada y los movimientos extremistas seguirían difusas.

¿Cómo el extremismo religioso marcó la política republicana en los años 80?

La frase “Sed sabios como serpientes e inocentes como palomas” refleja una visión pragmática de la política, una que no excluye ni el uso de la astucia ni la pureza de ideales. Este principio se convirtió en el núcleo de una estrategia adoptada por un grupo dentro del Partido Republicano de Estados Unidos en los años 80. Su misión era infiltrarse en la estructura del partido para impulsar a Pat Robertson, un televangelista que aspiraba a la presidencia de la nación. A pesar de la competencia feroz entre George Bush, vicepresidente en funciones, y Bob Dole, veterano senador de Kansas, Robertson logró captar la atención de la política nacional, al obtener un segundo lugar en el caucus de Iowa, sólo por detrás de Dole. A pesar de que no logró vencer, su éxito inesperado y su cercanía a la cabeza de las encuestas generaron una crisis interna en el Partido Republicano.

El impacto de Robertson fue tan significativo que logró poner en evidencia la creciente influencia de la derecha religiosa dentro del GOP. Su enfoque en el extremismo religioso y su discurso polarizador resonaron con un porcentaje considerable de votantes republicanos, lo que mostró el poder emergente de este grupo dentro de las filas del partido. Mientras que Bush logró una victoria en New Hampshire, la atmósfera se tornaba cada vez más complicada debido a las implicaciones ideológicas de esta nueva facción.

Robertson no fue simplemente un personaje excéntrico, sino un fenómeno que reflejaba los temores y divisiones dentro del partido. A lo largo de su campaña, no solo promovió teorías conspirativas, sino que también alimentó un ambiente de paranoia, acusando al gobierno de conspiraciones internacionales y haciendo referencia a elementos como los "banquero internacionales". Esta retórica alimentaba un clima en el que se veía a la política tradicional como una lucha contra enemigos internos y externos, perpetuando la idea de una guerra cultural.

La reacción de figuras como George Bush frente a la creciente influencia de Robertson fue mixta. Por un lado, Bush, quien había sido un crítico de los extremismos de la derecha, entendía que el voto de los seguidores de Robertson era crucial para su campaña. A pesar de sus reservas, sabía que no podía alejarse demasiado de ellos si quería asegurar la nominación presidencial. Sin embargo, dentro del Partido Republicano se mantenía una lucha subterránea entre los viejos guardias y los nuevos elementos radicalizados. Las comparaciones de los seguidores de Robertson con los miembros de grupos como los Birchers o incluso los Guardias Revolucionarios iraníes ilustraban la magnitud del temor que el extremismo provocaba en los miembros más tradicionales del partido.

El contraste entre la "política de la normalidad" representada por Bush y el discurso incendiario de Robertson dejó en evidencia una de las grandes tensiones dentro de la política estadounidense de esa época: el enfrentamiento entre la moderación y el extremismo. No obstante, incluso con el crecimiento del extremismo dentro del GOP, las campañas políticas de esa era siguieron alimentándose del enfrentamiento entre estos dos polos. A medida que Robertson se retiró de la contienda presidencial, su influencia siguió siendo palpable, pues sus seguidores se habían insertado en las estructuras locales del partido. En estados como Nevada, Washington y Texas, los adeptos de Robertson tomaron el control de las máquinas del partido, lo que permitió que su influencia permaneciera dentro del GOP mucho después de que él abandonara la carrera.

Este fenómeno no fue aislado ni mucho menos. La política estadounidense de finales del siglo XX comenzó a reflejar la polarización interna que en muchos casos se mantenía oculta bajo una fachada de unidad. Las luchas internas dentro del Partido Republicano se convirtieron en un reflejo de la división más amplia de la sociedad estadounidense, una división que encontraría su punto culminante en las décadas siguientes, con el ascenso de movimientos como el Tea Party y la elección de Donald Trump como presidente.

El impacto de figuras como Robertson es importante no solo en términos de los resultados electorales inmediatos, sino también porque puso de manifiesto cómo el extremismo religioso y la política pueden entrelazarse de formas inesperadas. Aunque Robertson no logró su objetivo presidencial, su legado permanece en la manera en que moldeó la política interna del Partido Republicano. Hoy, el partido sigue lidiando con las secuelas de esa infiltración ideológica, mientras que el activismo religioso continúa jugando un papel crucial en las elecciones y decisiones políticas.

Es fundamental entender que el ascenso de figuras como Robertson no fue un hecho aislado, sino parte de un proceso más amplio de politización de la religión en los Estados Unidos. Los eventos de esa época y las tensiones que surgieron dentro del Partido Republicano sentaron las bases para las luchas políticas y culturales que caracterizarían a las décadas siguientes. La lección que podemos extraer es que el extremismo, en cualquier forma, tiende a erosionar las estructuras tradicionales, creando nuevos frentes de confrontación que afectan tanto a los partidos como a la sociedad en su conjunto.