El acuerdo de paz de 1713 entre Gran Bretaña y España permitió que el país obtuviera una concesión clave: el asiento, un monopolio sobre el comercio de esclavos en las colonias españolas en el Nuevo Mundo. Este acuerdo se convirtió en una pieza central de la Compañía del Mar del Sur, que se encargó de gestionar el comercio con América Latina. La compañía no solo pudo comercializar mercancías en el Nuevo Mundo, sino que también obtuvo el derecho de establecer fábricas y otros puestos comerciales. Además, su capacidad para operar tanto legalmente como a través del contrabando, junto con la posibilidad de usar la flota británica para asegurar sus intereses, la colocaba en una posición privilegiada en caso de que la hegemonía de España en las colonias se debilitara.

Para obtener su carta de constitución, la Compañía del Mar del Sur tuvo que ofrecer un incentivo al gobierno británico: la conversión de parte de la deuda pública del gobierno en acciones especulativas de la compañía. Este cambio resultó en un acuerdo beneficioso para ambas partes: el gobierno pudo reducir su deuda a corto plazo y la compañía adquirió una significativa cantidad de bonos gubernamentales, lo que le permitió negociar de manera más favorable y, además, obtener una tasa de interés más baja que la que pagaba anteriormente a los prestatarios individuales.

Este modelo de intercambio entre deuda gubernamental y acciones de la Compañía resultó atractivo para los inversionistas. Aunque en el siglo XVIII las deudas gubernamentales no eran tan seguras como las actuales, el hecho de que existiera un mercado activo para las acciones de empresas privadas, especialmente en las casas de cambio de Londres, hizo que los bonos fueran menos atractivos en comparación con las oportunidades que ofrecían las compañías como la del Mar del Sur. Además, la compañía no solo ganaba intereses por la deuda, sino que también recibía comisiones por la gestión de la conversión de dicha deuda.

A pesar de los elevados impuestos y la competencia de la corona británica, el comercio con el Nuevo Mundo no era del todo rentable en los primeros años. Sin embargo, a partir de 1717, el panorama comenzó a cambiar: el comercio con América Latina mejoró y el gobierno pudo mantener los pagos de los intereses. Este fue el momento perfecto para que John Blunt, un astuto hombre de negocios que representaba a la Compañía Sword Blade, comenzara a influir en la dirección de la Compañía del Mar del Sur. Blunt había trabajado anteriormente con la creación de loterías para financiar al gobierno y, en 1711, junto con varios miembros de la Compañía Sword Blade, estuvo involucrado en la formación de la Compañía del Mar del Sur.

Aunque inicialmente Blunt no tenía una gran influencia en la compañía, en 1718, tras la muerte de dos directores clave, ascendió a la cabeza de una de las facciones más poderosas de la Compañía. Aprovechando esta posición, Blunt comenzó a diseñar un plan audaz: convertir toda la deuda pública del gobierno británico no adquirida aún por la Compañía del Mar del Sur en acciones de la compañía.

Este plan no solo pretendía hacer de Blunt un hombre extremadamente rico, sino también reducir el poder de la Casa de la Moneda, representada por el Banco de Inglaterra. La estrategia de convertir deuda pública en acciones solo funcionaría si las acciones de la compañía se mantenían por encima de su valor nominal. El atractivo de las acciones del Mar del Sur radicaba en su conexión con el gobierno y su aparente potencial de generar grandes ganancias debido a las oportunidades comerciales en América Latina. Además, el mercado de acciones estaba muy activo, y había un gran interés público en invertir en compañías de capital conjunto.

En este contexto, la Compañía del Mar del Sur comenzó a operar de manera aún más agresiva. La compañía podía emitir nuevas acciones a un precio superior al valor nominal, lo que generaba grandes ganancias a medida que los inversores competían por hacerse con ellas. Esto alimentaba una especulación sin freno que llevó a una inflación artificial de los valores de las acciones, sin que realmente existiera una base económica sólida detrás de ellas.

Los efectos de esta especulación excesiva fueron devastadores. Las expectativas de ganancias rápidas atrajeron a un número creciente de inversores, que compraron acciones de la compañía sin tener una comprensión clara de los riesgos. Eventualmente, la burbuja estalló, lo que causó una de las crisis financieras más grandes de la historia de Gran Bretaña, dejando a miles de personas arruinadas.

El caso de la burbuja del Mar del Sur es una lección temprana sobre los peligros de la especulación financiera sin una base sólida. La promesa de grandes ganancias, alimentada por la influencia política y la manipulación de la deuda pública, creó una burbuja que, cuando explotó, tuvo consecuencias desastrosas para los inversores y para la economía en general. La historia de la Compañía del Mar del Sur resalta la importancia de una regulación financiera prudente y de no dejarse llevar por las promesas de ganancias rápidas, que a menudo esconden riesgos ocultos.

La burbuja del Mar del Sur no solo representa un episodio clave en la historia financiera, sino también un recordatorio de cómo la interacción entre el poder político, la especulación financiera y la economía puede generar consecuencias impredecibles. Los inversores deben ser conscientes de la volatilidad de los mercados y de los riesgos inherentes a la especulación, especialmente cuando las expectativas de ganancias no están respaldadas por una base económica sólida. También es esencial que los gobiernos ejerzan una supervisión adecuada para evitar que las instituciones financieras manipulen el sistema en su propio beneficio, sin considerar las implicaciones para la estabilidad económica general.

¿Por qué los desastres financieros son parte normal de la actividad económica?

Los desastres financieros, desde colapsos de mercados hasta crisis económicas devastadoras, han sido una constante a lo largo de la historia. A pesar de la aversión generalizada hacia estos eventos, resulta que son parte intrínseca de los mercados financieros y de la evolución económica mundial. Este patrón, aunque parece cíclico, es una consecuencia directa de la interacción entre la innovación financiera, los comportamientos humanos y, en no pocas ocasiones, la intervención o inacción de los gobiernos. Las crisis, lejos de ser anomalías, son más bien el reflejo de un sistema económico en constante experimentación, con la avidez humana como motor principal.

Desde los primeros colapsos bursátiles, como el de los tulipanes en los Países Bajos o la burbuja del Mississippi en Francia, hasta los más recientes, como la crisis hipotecaria subprime o los escándalos como el "London Whale", la historia demuestra que el ser humano está predispuesto a tomar riesgos financieros enormes, tanto en la búsqueda de ganancias desmesuradas como en la esperanza de que las reglas del mercado cambiarán a su favor. Sin embargo, cada uno de estos eventos no es más que una manifestación de una constante en los mercados: la sobreexposición a los riesgos, el exceso de confianza y la falta de una regulación adecuada.

El "London Whale" es un ejemplo reciente de cómo la innovación financiera y las apuestas imprudentes pueden desencadenar catástrofes. En este caso, un solo operador en JPMorgan Chase, Bruno Iksil, acumuló una posición de riesgo gigantesca, utilizando derivados financieros, que resultó en pérdidas de miles de millones de dólares para la entidad. Este episodio se suma a una larga lista de "traders rogue", que, al operar fuera de los límites de la regulación y sin una supervisión adecuada, provocaron quiebras y crisis. Este fenómeno no es aislado; es solo una parte más del patrón histórico de la avaricia y la falta de prudencia en los mercados financieros.

La influencia del gobierno en las crisis también es crucial. Si bien las intervenciones de los gobiernos suelen buscar soluciones a las crisis, no siempre tienen el efecto esperado. De hecho, en muchas ocasiones, las políticas gubernamentales, como el gasto excesivo, contribuyen directamente a la creación de crisis financieras. La hiperinflación en Alemania en la década de 1920 y en Zimbabue en los 2000s, por ejemplo, fueron el resultado de una política fiscal desmesurada. En otras ocasiones, las regulaciones creadas para prevenir el colapso del sistema bancario han tenido efectos contraproducentes, como ocurrió en Japón durante los años 90, cuando un sistema bancario paternalista contribuyó a la creación de una burbuja económica que colapsó en una crisis bancaria de larga duración.

Además, no debemos pasar por alto el papel fundamental que desempeñan las innovaciones tecnológicas en la génesis de las crisis. A lo largo de la historia, cada "nueva era" de innovación financiera, como la llegada de los mercados bursátiles electrónicos o la comercialización de internet en los años 90, ha venido acompañada de una burbuja especulativa. La tecnología, si bien puede ofrecer soluciones y mejorar la transparencia en los mercados, también facilita el exceso de confianza en los modelos de negocio, conduciendo a comportamientos de riesgo excesivo. El crash bursátil de 1987, que fue impulsado en gran parte por los avances en la informática y los seguros de cartera automatizados, ilustra cómo la tecnología puede ser tanto una bendición como una maldición.

El caso de la crisis hipotecaria subprime a finales de los años 2000 es un recordatorio de cómo todos estos factores se pueden combinar para generar un desastre de magnitudes globales. La irracionalidad humana, la búsqueda de rendimientos rápidos, la especulación sin control, la falta de una regulación efectiva y la innovación financiera desmedida fueron los ingredientes principales de esta crisis. Bancos que otorgaron préstamos hipotecarios a personas con poca capacidad de pago, combinados con la creación de productos financieros complejos como los CDO (obligaciones de deuda colateralizadas), resultaron en una caída en los precios de la vivienda que arrastró consigo a instituciones financieras de todo el mundo.

A pesar de estos eventos trágicos, es necesario reconocer que los desastres financieros son en parte una consecuencia de la misma dinámica económica que impulsa la innovación. Sin embargo, esto no significa que no haya lecciones que aprender. Los desastres, aunque dolorosos, sirven como recordatorio de los riesgos inherentes al sistema financiero global y de la importancia de una regulación adecuada y un enfoque equilibrado entre innovación y prudencia.

Hoy, la pregunta más pertinente para el futuro es cómo la tecnología, en particular las criptomonedas y el trading de alta frecuencia, influirán en la economía global. Aunque las criptomonedas ofrecen nuevas formas de transacciones, también representan un riesgo debido a su volatilidad extrema y la falta de regulación. Además, el uso de algoritmos avanzados en el trading de alta frecuencia ha sido señalado como una posible fuente de inestabilidad en los mercados, lo que sugiere que la próxima crisis podría tener una base tecnológica.

Los desastres financieros son inevitables. La clave está en aprender de ellos para reducir su impacto y regular de manera efectiva los mercados, sin sofocar la innovación que también ha generado avances significativos en la economía mundial. La historia nos ha mostrado que, aunque las crisis son parte del sistema, su magnitud y frecuencia pueden ser mitigadas si se toman las lecciones del pasado de manera seria y responsable.

¿Cómo entender las crisis de divisas y su impacto en las economías nacionales?

Las crisis de divisas son eventos que impactan drásticamente la economía de un país. Se producen cuando el valor de una moneda cae significativamente en un corto período de tiempo, lo que genera una serie de efectos adversos. Uno de los principales es el aumento en los precios de los bienes y servicios importados, lo cual puede causar una inflación elevada y obligar a las familias a reducir su consumo. Las empresas que dependen de insumos importados pueden verse forzadas a cesar sus actividades, lo que provoca una caída en la demanda agregada, llevando a una recesión económica. Esta recesión suele ser profunda y rápida, y puede paralizar el sistema financiero del país afectado.

Sin embargo, aunque en el corto plazo los efectos son devastadores, a largo plazo las crisis de divisas pueden tener un componente positivo: la devaluación de la moneda hace que las exportaciones de ese país sean más competitivas en los mercados internacionales, lo que podría impulsar la recuperación económica. A pesar de ello, la balanza entre los beneficios y costos es negativa, y la mayoría de los países prefieren evitar una crisis de divisa a toda costa. Pero evitarlo no siempre es sencillo, ya que diversos factores pueden desencadenar este tipo de eventos.

En este contexto, la comprensión de las tasas de cambio es crucial. Las tasas de cambio se refieren al precio de una moneda en términos de otra, y se pueden entender de manera similar a los precios de productos en el mercado. Por ejemplo, se pueden ver como el precio de un producto, donde el valor de una moneda se expresa en términos de otra, generalmente en dólares. Cuando este precio en dólares aumenta, significa que la moneda se está apreciando; cuando disminuye, significa que la moneda se devalúa. Es decir, un aumento en el precio de una moneda en términos de dólares indica que su valor ha crecido, mientras que una caída indica lo contrario.

Para ilustrar este fenómeno, podemos tomar el caso de la moneda tailandesa, el baht, durante la crisis financiera de 1997. A mediados de la década de 1990, el tipo de cambio del baht se mantenía relativamente estable en torno a los 25 baht por dólar. Sin embargo, durante la crisis de 1997, el valor de la moneda se desplomó a cerca de 2¢ por baht. Para que esto ocurriera, se debió dar un cambio dramático tanto en la demanda como en la oferta de baht. La caída en la demanda de la moneda tailandesa fue impulsada por factores como la disminución de la demanda de productos tailandeses, la fuga de capitales y la pérdida de confianza por parte de los inversores internacionales.

En este tipo de crisis, la oferta y demanda juegan un papel fundamental. La demanda de una moneda está impulsada por tres factores principales: la necesidad de adquirir productos nacionales, la compra de activos del país, o la especulación de inversionistas que esperan que el valor de la moneda aumente. En el caso del baht, la caída en la demanda fue, en gran medida, consecuencia de un cambio en el comportamiento de los inversores internacionales. Estos, que inicialmente habían visto a Tailandia como un destino atractivo para sus inversiones, comenzaron a vender sus activos y a convertir sus baht en dólares, lo que incrementó la oferta de la moneda en el mercado.

La oferta de la moneda también está influenciada por otros actores, como empresas que necesitan comprar productos en dólares o inversionistas que desean mover su capital a otros mercados, especialmente en momentos de incertidumbre económica. Cuando la demanda disminuye y la oferta aumenta, el valor de la moneda se desploma rápidamente, como ocurrió con el baht durante la crisis asiática.

El cambio en la actitud de los inversores, que modifica tanto la demanda como la oferta de una moneda, es uno de los factores más poderosos detrás de las crisis de divisas. En el caso de Tailandia, la caída de la demanda de activos tailandeses y la salida masiva de capitales fueron factores determinantes para el colapso de la moneda.

Lo que se debe entender es que las crisis de divisas no son eventos aislados. Son el resultado de una interacción compleja entre factores internos y externos, entre ellos las políticas económicas nacionales, la confianza de los inversores, y los movimientos especulativos en los mercados financieros globales. Si bien las devaluaciones de las monedas pueden tener efectos positivos a largo plazo, como el fomento de las exportaciones, los costos inmediatos para la economía son generalmente elevados y dolorosos. Además, la magnitud de la crisis depende en gran medida de la rapidez con que los agentes económicos reaccionan ante los cambios en el mercado de divisas.

Las lecciones que se extraen de estos eventos son claras: la volatilidad en los mercados de divisas puede tener efectos devastadores sobre la estabilidad económica, y los países deben estar preparados para manejar estas fluctuaciones de manera efectiva. Las políticas económicas, la supervisión financiera adecuada y la transparencia en la toma de decisiones son elementos clave para prevenir o mitigar los efectos de una crisis de divisas.

¿Cómo afecta el sistema bancario en la sombra al crecimiento económico de China?

El sistema bancario en la sombra, al contrario del sistema bancario tradicional, se caracteriza por operar fuera del marco regulatorio habitual que rige a los bancos comerciales. Aunque se encuentra en gran medida fuera de control o regulado de forma ligera, cumple una función clave en la financiación de proyectos de alto riesgo que los bancos tradicionales suelen evitar. Esto puede ser muy atractivo para los inversores que buscan obtener rendimientos más elevados, pero también introduce una serie de riesgos y problemas para la estabilidad financiera del país.

En el caso de China, un ejemplo claro de la aparición del sistema bancario en la sombra se dio durante la crisis financiera global de 2008. Aunque el colapso de los mercados hipotecarios de Estados Unidos no afectó directamente a China, sí lo hizo la recesión que le siguió, que redujo significativamente la demanda de productos chinos en mercados clave como Estados Unidos y Europa. En una economía cuya principal fuente de crecimiento es la exportación, esta caída de la demanda internacional amenazaba con disminuir el ritmo de crecimiento económico, que es vital para la estabilidad política interna del país. El gobierno chino tiene como objetivo asegurar un crecimiento económico constante de al menos un 7.5% anual, ya que esto permite absorber a los nuevos trabajadores que se incorporan cada año al mercado laboral, mejorando los estándares de vida e incrementando el optimismo general hacia el régimen.

Para mantener este crecimiento, el gobierno chino implementó un gigantesco paquete de estímulo económico, que consistió en una inyección directa de más de 500 mil millones de dólares, casi el 20% del Producto Interno Bruto (PIB) de China en ese año. A esto se sumó un estímulo monetario que resultó en un drástico aumento en el volumen de préstamos bancarios, que casi se duplicaron en 2009. Sin embargo, el rápido aumento de los préstamos fue visto con preocupación, pues podría generar problemas de morosidad en los bancos. Ante este riesgo, el gobierno optó por poner límites a los préstamos bancarios y explorar otras fuentes de financiación para asegurar que el crecimiento no se desacelerara.

Fue entonces cuando el sistema bancario en la sombra empezó a jugar un papel más prominente. Las empresas de fideicomiso, un tipo de institución financiera similar a lo que en Occidente se conoce como bancos de inversión, comenzaron a expandirse rápidamente. Estas empresas ofrecían una alternativa a los bancos tradicionales al financiar proyectos demasiado arriesgados para las entidades financieras oficiales. De este modo, el sistema bancario en la sombra llenaba el vacío dejado por los bancos estatales, que se centraban principalmente en los préstamos a grandes empresas estatales, mientras que las pequeñas empresas privadas quedaban excluidas.

El sistema bancario en la sombra en China creció enormemente entre 2010 y 2012, con un aumento de los préstamos que duplicó su volumen hasta alcanzar cerca de 6 billones de dólares, lo que representaba casi la mitad de los préstamos realizados por los bancos tradicionales. A pesar de los intentos del gobierno por frenar este crecimiento, los préstamos fuera del sistema bancario convencional continuaron expandiéndose a una tasa anual cercana al 30% entre 2014 y 2016.

Las empresas de fideicomiso en China no solo ofrecían productos financieros de alto rendimiento, como los productos de gestión de riqueza (WMP), sino que también atraían a inversores interesados en obtener rendimientos mucho mayores que los ofrecidos por los depósitos bancarios tradicionales, que se mantenían artificialmente bajos. Los WMP prometían rendimientos del 8 al 10%, lo que resultaba en una atracción considerable para quienes querían maximizar sus ahorros. Aunque estos productos no estaban garantizados explícitamente, la práctica de las empresas de fideicomiso era asumir los riesgos y cubrir las pérdidas de los inversores si ocurría algún problema, lo que generaba una sensación de seguridad en los ahorradores, a pesar de las advertencias oficiales.

El panorama de crecimiento rápido del crédito en China es un doble filo. Por un lado, brinda oportunidades de inversión atractivas para los ciudadanos, pero por otro lado, introduce vulnerabilidades que pueden afectar la estabilidad del sistema financiero. El problema no radica únicamente en el hecho de que estos productos no estén garantizados, sino en las relaciones opacas entre los bancos y las empresas de fideicomiso, que podrían hacer que estos productos se consideren de facto como préstamos bancarios no registrados. Esto podría generar una distorsión del mercado, ya que las entidades bancarias pueden estar favoreciendo ciertos proyectos, lo que se convierte en una operación que, aunque legal en apariencia, podría poner en riesgo a los inversores y a la economía en general si las entidades vinculadas enfrentan dificultades financieras.

Para los inversores y economistas, comprender el funcionamiento del sistema bancario en la sombra en China no solo es crucial para evaluar el riesgo de los productos financieros disponibles, sino también para entender las dinámicas económicas más amplias que pueden afectar la estabilidad del país. Además de la creciente dependencia de estas entidades financieras informales, es fundamental tener en cuenta que la política gubernamental china sigue jugando un papel importante en la gestión de la estabilidad financiera, y que los incentivos del gobierno para evitar que los bancos caigan en crisis pueden enmascarar riesgos subyacentes que podrían salir a la luz en el futuro si no se gestionan adecuadamente.