La construcción de Estados Unidos como nación estuvo profundamente marcada por los ideales de la Ilustración, un movimiento filosófico que valoraba la razón, la ciencia y los derechos humanos universales. Desde sus orígenes, el país se fundó sobre principios liberales que priorizaban los derechos de todos los individuos, un enfoque hacia la clase media más que hacia la élite aristocrática, y la idea de que el poder gubernamental no es absoluto, sino que depende del consentimiento de los gobernados. Este enfoque democrático quedó plasmado en documentos fundamentales como la Declaración de Independencia y la Carta de Derechos de Estados Unidos, que reflejan un idealismo liberal inspirado en pensadores ilustrados.

El republicanismo, entendido como la organización de una nación mediante la elección general de sus altos funcionarios, y no por herencia o designios religiosos, fue una de las ideas centrales que estructuraron la nueva república. Sin embargo, hacia el final de la Ilustración, el conservadurismo emergió como una reacción que defendía la necesidad de limitar ciertas libertades para evitar la inestabilidad política, tema que se mantuvo vigente en el debate político estadounidense. James Madison, por ejemplo, promovió la idea de revisar la Constitución para adaptarla a las necesidades futuras, subrayando la importancia de un gobierno equilibrado y prudente.

El liberalismo ilustrado también promovió la tolerancia, entendida como un pluralismo que permitía la existencia de instituciones seculares y religiosas organizadas democráticamente. Este enfoque se tradujo en la creación de una educación secular y en una libertad religiosa que protegía a inmigrantes perseguidos por sus creencias, como Thomas Paine, amigo de Benjamin Franklin. La fe en el progreso científico y en la experimentación empírica fue otro pilar fundamental, ejemplificado en la figura de Franklin, cuyo trabajo con la electricidad y sus inventos prácticos marcaron un modelo de pensamiento basado en la razón y la experiencia.

Benjamin Franklin, autodidacta y profundamente influenciado por los filósofos europeos, separó la moralidad de la religión organizada, defendió la ciencia, la clase media y la libertad religiosa, y buscó expandir los principios de la Ilustración en América. John Adams, formado en el derecho y lector de la Ilustración escocesa, defendió el republicanismo con énfasis en la separación de poderes y un sistema de frenos y contrapesos que protegiera la libertad contra el abuso aristocrático. Thomas Paine, por su parte, defendió con vehemencia la independencia y los derechos humanos desde una perspectiva pragmática, abogando contra la esclavitud y el impuesto sin representación. Su obra “Sentido común” fue clave para galvanizar el movimiento revolucionario.

Thomas Jefferson articuló la idea de los derechos naturales —vida, libertad y búsqueda de la felicidad— como base para rechazar la autoridad tiránica, afirmando que el gobierno es un contrato entre gobernantes y gobernados, y que su incumplimiento legitima la resistencia. Esta concepción rompió con el orden político tradicional y la justificación religiosa del poder. Madison, conocido como el “Padre de la Constitución”, perfeccionó estas ideas con un sistema robusto de controles y equilibrios para evitar la dominación de minorías poderosas a costa de la mayoría.

Finalmente, aunque no tan conocido en este contexto, Benjamin Henry Day aportó a la difusión de ideas ilustradas a través del periodismo popular. Su creación, el periódico New York Sun, introdujo un enfoque humano en las noticias, combinando sensacionalismo con elementos de compasión y humor, democratizando el acceso a la información y contribuyendo al desarrollo de una sociedad más informada.

Además de lo expuesto, es crucial entender que la Ilustración no solo aportó ideas abstractas, sino que transformó la manera en que se concebía la relación entre individuo y Estado, instaurando un nuevo modelo político que valoraba la participación activa del ciudadano y la necesidad constante de revisar y mejorar las estructuras de poder. Este legado enfatiza que la libertad y la igualdad son procesos dinámicos, sujetos a debate y ajustes, y que la ciencia y la razón deben guiar tanto el conocimiento como la organización social para evitar caer en dogmatismos o autoritarismos. La historia de Estados Unidos es un testimonio de cómo estos ideales pueden moldear una nación, aunque siempre en tensión con las realidades sociales y políticas.

¿Cómo la Ilustración y el pensamiento crítico enfrentan la desinformación y el retroceso democrático?

Durante la época de la Ilustración, se promovieron formas tradicionales y basadas en la fe del pensamiento, impulsadas por los principales intelectuales y científicos de la era con la intención de mejorar la vida de toda la humanidad, y no solo de las clases dominantes. La idea unificadora de este periodo radicaba en la creencia generalizada de que el progreso era alcanzable porque el ser humano posee la capacidad de razonar. Educar a los pobres y a las masas era un aspecto fundamental para ayudar a las personas a pensar de manera racional y científica.

Pensadores europeos como Montesquieu, Voltaire, Rousseau, Hume, Reid, Smith, Kant y Beccaria, junto con figuras del pensamiento ilustrado americano como Benjamin Franklin, John Adams, Thomas Paine, Thomas Jefferson, James Madison y Benjamin Henry Day, defendieron la razón y la crítica como motores del cambio social y del avance humano. La Ilustración, conocida como la “Edad de la Razón”, se caracterizó por el cuestionamiento de las estructuras sociales existentes y la defensa del conocimiento científico como base para la mejora colectiva.

Sin embargo, este avance no estuvo exento de resistencia. Sectores conservadores, reacios a los desafíos intelectuales que proponía la Ilustración, defendieron un regreso a jerarquías rígidas, con estatus fijos, religión establecida y una aceptación resignada de la miseria popular. Estos grupos cuestionaban la legitimidad de las libertades y derechos individuales, incluida la búsqueda de la felicidad.

El papel del pensamiento crítico y la educación superior fue esencial dentro del pensamiento ilustrado. La universidad no solo debía proporcionar conocimiento general y especializado, sino también enseñar a pensar críticamente, habilitando a los individuos para evaluar la realidad con lógica y discernimiento.

A pesar de los logros de la razón y el pensamiento ilustrado que prepararon el terreno para un siglo XXI más esclarecido, la realidad contemporánea presenta múltiples amenazas. La democracia y los derechos humanos están en deterioro, y una de las manifestaciones más claras de esta crisis es la proliferación de la desinformación. Términos como “fake news”, “hechos alternativos” y expresiones como “la verdad no es verdad” han irrumpido en el discurso público, minando la confianza en la información objetiva y socavando el consenso social basado en hechos verificables.

El uso constante y deliberado de “fake news” por líderes políticos ha popularizado la desconfianza hacia los medios de comunicación y el periodismo riguroso, fomentando un ambiente donde la verdad se convierte en un campo de batalla político y social. La introducción de conceptos como “hechos alternativos” no solo es una contradicción en términos, sino una estrategia que desdibuja la línea entre realidad y ficción, dificultando la tarea de discernir información verdadera.

Esta tendencia ha sido acompañada por ataques directos a periodistas y académicos, que son cuestionados o desacreditados simplemente por ejercer su labor de crítica y verificación. Además, declaraciones como “la verdad no es verdad” reflejan un relativismo extremo que destruye la noción misma de un conocimiento común y verificable, esencial para la convivencia democrática.

En este contexto, es imprescindible reconocer que la defensa de la razón y el pensamiento crítico no es solo un legado histórico, sino una necesidad urgente. La educación debe reafirmar su doble propósito: transmitir conocimientos y fomentar la capacidad de análisis riguroso y la búsqueda de la verdad. Sin este compromiso, la sociedad corre el riesgo de caer en la manipulación, el autoritarismo y la regresión social.

Además, es fundamental entender que la verdad no es una construcción subjetiva o negociable. Existen hechos objetivos que pueden ser comprobados y validados mediante métodos científicos y razonamientos lógicos. El rechazo de esta base común amenaza no solo el progreso social, sino también la propia estructura democrática, que depende de ciudadanos informados y críticos.

El pensamiento ilustrado nos enseña que la libertad y los derechos humanos se sustentan en la capacidad de los individuos para razonar y cuestionar. Por ello, la educación crítica y la promoción de la racionalidad deben ser pilares inquebrantables frente a la actual ola de desinformación y conservadurismo reaccionario. La sociedad debe estar alerta y comprometida con la defensa de la verdad, la ciencia y los derechos humanos para preservar el avance hacia un mundo más justo y esclarecido.

¿Por qué ganó Trump sin mayoría popular y qué revela su populismo sobre la democracia estadounidense?

Donald Trump no ganó el voto popular en las elecciones presidenciales de 2016; su victoria se debió al sistema del Colegio Electoral, un mecanismo que desde 1860 ha otorgado la presidencia a un candidato republicano cuatro veces, pese a que el demócrata obtuvo una mayoría en votos populares. Este sistema, diseñado en la Convención Constitucional de 1787 con el propósito de separar los poderes y evitar la corrupción extranjera, fue pensado por algunos fundadores para casi nunca elegir un presidente directamente, confiando en una élite que evitaría los impulsos de la masa. Sin embargo, la interpretación moderna sostiene que el Colegio Electoral fue creado precisamente para impedir una elección puramente democrática, por temor a la tiranía de un líder populista influenciado por la opinión pública.

El hecho de que Trump no obtuviera la mayoría popular evidencia que su movimiento populista no es verdaderamente mayoritario en la sociedad estadounidense. Sin embargo, logró conectar con un sector significativo de la población insatisfecha con el sistema pluralista y las políticas de igualdad que caracterizan la democracia estadounidense. Paradójicamente, muchos de sus seguidores provienen de comunidades afectadas por las acciones de la élite socioeconómica que él representa, lo que puede interpretarse como un caso de "falsa conciencia" descrito por Karl Marx, donde las personas no perciben claramente sus verdaderos intereses. Estos seguidores se sienten representados por Trump porque creen que comparte su visión para América, aunque él difunde mentiras, ataques a la prensa y discursos cargados de racismo, sexismo y xenofobia, acusaciones que él y sus partidarios niegan vehementemente.

Durante su mandato, Trump reforzó este discurso, atacando verbalmente a cuatro congresistas demócratas de color —conocidas como "The Squad"— con un lenguaje racista y xenófobo, sugiriendo que deberían "volver" a sus países de origen, a pesar de que algunas de ellas son ciudadanas estadounidenses de nacimiento o naturalizadas desde la infancia. Estos ataques generaron un fuerte rechazo entre la mayoría de los estadounidenses, quienes calificaron su comportamiento como racista y sexista, aunque una parte importante de los republicanos lo apoyó. La agresión de Trump hacia estas mujeres no solo intentaba fracturar al Partido Demócrata, sino que alimentaba un discurso de odio que resonaba con su base electoral, reviviendo tácticas propias de la era McCarthy y legitimando el chantaje político mediante acusaciones infundadas de socialismo o comunismo.

Los cánticos de "¡Devuélvanla!" en un mitin en Carolina del Norte, que Trump permitió sin condena, evocan un racismo estructural y una tradición histórica de exclusión que ha marcado a Estados Unidos durante siglos. A pesar de la ofensiva de Trump, "The Squad" se mantiene firme, defendiendo a los sectores marginados y olvidados, posicionándose como una contraparte populista que representa a los oprimidos frente a un sistema que sigue privilegiando a las élites.

Es crucial comprender que el ascenso de Trump y su estilo populista revelan tensiones profundas en la democracia estadounidense, donde mecanismos como el Colegio Electoral pueden distorsionar la voluntad popular y donde discursos identitarios y excluyentes encuentran terreno fértil en sectores socialmente vulnerables. La dinámica entre elite y masa, y la manipulación de sentimientos de frustración y temor, configuran un paisaje político donde la democracia y los derechos humanos enfrentan desafíos constantes. Además, la persistencia de discursos racistas y xenófobos en el centro del debate político evidencia que la igualdad formal no implica la superación de las divisiones históricas y estructurales en la sociedad.

Es fundamental también reflexionar sobre el papel de la información y la desinformación en la política contemporánea. La difusión de falsedades y ataques a la prensa socava el tejido democrático, dificultando la formación de una opinión pública informada y crítica. La protección de los derechos humanos y el fortalecimiento de las instituciones democráticas requieren no solo medidas legales y políticas, sino un compromiso cultural con la verdad, la inclusión y el respeto a la diversidad.

¿Cómo impacta el Big Data y las prácticas de la industria farmacéutica en la sociedad y los negocios?

El Big Data ha transformado la manera en que las organizaciones recopilan, analizan y utilizan la información proveniente de diversas fuentes, tanto tradicionales como digitales. No es simplemente la cantidad de datos lo que importa, sino la capacidad de convertir esos datos en conocimientos prácticos que guíen decisiones estratégicas. Las empresas y sectores industriales recolectan datos estructurados y no estructurados, que incluyen desde bases de datos numéricas hasta documentos, correos electrónicos, videos, audios y transacciones financieras. Estas fuentes se extienden a interacciones comerciales, redes sociales, sensores y comunicaciones máquina a máquina, generando un caudal de información que, bien gestionado, puede significar una ventaja competitiva decisiva.

El impacto del Big Data se observa en sectores tan diversos como la banca, la educación, la administración pública, la salud, la manufactura y el comercio minorista. Cada uno de estos ámbitos aprovecha la inteligencia derivada de los datos para mejorar sus procesos, optimizar recursos y anticipar necesidades. Por ejemplo, en educación se busca identificar estudiantes en riesgo y perfeccionar los sistemas de evaluación, mientras que en salud se diseñan planes de tratamiento personalizados y en manufactura se mejora la calidad y productividad minimizando desperdicios. Sin embargo, el aprovechamiento de esta información masiva también plantea retos éticos y de privacidad, dado que gran parte de los datos recogidos pueden incluir información personal sin el consentimiento explícito de los individuos. La vulnerabilidad ante ciberataques y el uso indebido de datos privados generan una creciente preocupación tanto en consumidores como en gobiernos.

El sector farmacéutico, conocido como “Big Pharma”, representa un caso emblemático de esta compleja intersección entre innovación, negocios y ética. Esta industria, compuesta por los mayores conglomerados globales, tiene una responsabilidad fundamental en el desarrollo y comercialización de medicamentos esenciales para la salud pública, pero al mismo tiempo ha sido foco de numerosas controversias y escándalos relacionados con prácticas fraudulentas y éticamente cuestionables. Ejemplos notorios incluyen sobornos a médicos para promover fármacos, promoción de medicamentos para usos no aprobados, ocultamiento de efectos adversos y marketing engañoso que minimiza riesgos, como fue el caso de Purdue Pharma y la crisis de opioides en Estados Unidos.

Estas situaciones revelan una dimensión oscura de la industria, donde la búsqueda de ganancias puede prevalecer sobre la seguridad y el bienestar de los pacientes. Los acuerdos millonarios por multas y compensaciones, así como la pérdida de confianza pública, evidencian la magnitud de estos problemas. A pesar de los avances tecnológicos y científicos que hacen posible el desarrollo de tratamientos innovadores, la ética y la transparencia deben ser pilares fundamentales para evitar que la corrupción y la desinformación perjudiquen a la sociedad.

Es crucial comprender que el manejo responsable de la información y la regulación estricta de las industrias, en particular la farmacéutica, son indispensables para asegurar que el progreso no se vea empañado por conductas abusivas. El equilibrio entre innovación tecnológica, protección de datos y responsabilidad corporativa define el futuro de la relación entre empresas, gobiernos y ciudadanos. La tecnología y el Big Data son herramientas poderosas, pero sin una supervisión adecuada, pueden alimentar un “pantano” donde los intereses económicos eclipsan el bien común y la ética profesional.

Además de lo expuesto, es importante tener en cuenta que la velocidad con la que se generan datos y la complejidad de los sistemas de información requieren no solo una infraestructura tecnológica robusta, sino también profesionales altamente capacitados que interpreten correctamente los datos y tomen decisiones basadas en evidencia sólida. El desarrollo de marcos legales que protejan la privacidad y eviten abusos, junto con la educación sobre el uso responsable de datos, es fundamental para que la sociedad aproveche el potencial del Big Data sin sacrificar derechos individuales ni seguridad. La vigilancia ciudadana y el compromiso ético de las corporaciones deben ir de la mano para construir un entorno más transparente y justo en el que el avance científico y tecnológico sirva verdaderamente al bienestar colectivo.

¿Cómo contribuyeron las grandes farmacéuticas y bancos a las crisis de opioides y financieras en Estados Unidos?

La crisis de los opioides en Estados Unidos se ha convertido en un desastre de salud pública de magnitudes inimaginables, con más de 400,000 muertes relacionadas desde el año 2000. Aunque las grandes farmacéuticas son frecuentemente señaladas como las principales culpables, el fenómeno resulta mucho más complejo. Empresas como Purdue Pharma promovieron agresivamente medicamentos altamente adictivos como OxyContin, respaldando su seguridad ante médicos y pacientes. Sin embargo, no solo los fabricantes son responsables: la prescripción desmedida en clínicas conocidas como “pill mills” y el tráfico ilegal que incluía robos en farmacias también fueron elementos clave para el desarrollo del problema.

Un dato revelador es que aproximadamente el 80% de quienes abusan de opioides obtienen estos fármacos por vías ilícitas, como robos, redes de distribución o incluso de medicinas ajenas, y no directamente de recetas médicas. Muchos consumidores también tienen antecedentes de consumo de otras drogas recreativas, como cocaína o crack, lo que representa un factor de riesgo mayor para la adicción a opioides que la mera exposición médica. No obstante, la responsabilidad de las farmacéuticas es innegable, dado que su mercadotecnia convenció a los médicos para emitir prescripciones masivas, contribuyendo así a la epidemia.

La respuesta legal contra las grandes farmacéuticas ha sido significativa, con demandas millonarias y acuerdos multimillonarios. Por ejemplo, Johnson & Johnson fue multada con 572 millones de dólares en Oklahoma por minimizar los riesgos de sus medicamentos opioides. Asimismo, las principales distribuidoras y fabricantes como AmerisourceBergen, Cardinal Health, McKesson y Teva acordaron pagar cientos de millones para evitar juicios federales. Sin embargo, muchas de estas negociaciones no implican admisión de culpa, lo que añade complejidad a la búsqueda de justicia y rendición de cuentas.

Paralelamente, el sistema financiero estadounidense también ha sido sacudido por prácticas que revelan la influencia y el poder desmedido de los llamados “Big Banks”. El concepto “demasiado grandes para quebrar” describe a entidades financieras cuya caída podría desencadenar una crisis económica devastadora. Durante la crisis financiera de 2008, la quiebra de Lehman Brothers evidenció esta interconexión, obligando al gobierno a intervenir con el programa TARP, destinado a rescatar bancos con más de 10 billones de dólares en activos combinados. Este rescate, financiado con fondos públicos, provocó indignación en la población, ya que muchas pequeñas empresas y hogares no recibieron el mismo apoyo.

Los intentos de regulación durante la administración Obama intentaron contener el crecimiento descontrolado de estas entidades mediante la supervisión y limitación de fusiones y expansiones, procurando evitar otra crisis. Sin embargo, con la llegada de la administración Trump, estas medidas se relajaron, permitiendo a los bancos recuperar cierto margen de maniobra y debilitando la vigilancia que había sido instaurada para prevenir una nueva catástrofe financiera.

En suma, tanto la crisis de opioides como la crisis financiera reflejan un entramado complejo donde la responsabilidad se extiende más allá de actores individuales. El papel de las grandes farmacéuticas y bancos, la acción del Estado y las dinámicas sociales y económicas interactúan para crear situaciones que afectan a millones. Es fundamental comprender que, aunque las corporaciones ejercen un poder inmenso, el fenómeno no puede explicarse exclusivamente por sus acciones; factores como el comportamiento individual, la regulación gubernamental, la cultura médica y el contexto socioeconómico también juegan roles decisivos.

Además, entender estas crisis exige reconocer cómo los intereses económicos moldean las políticas públicas y el acceso a medicamentos o crédito, influyendo directamente en la salud y bienestar de la población. También es crucial evaluar el impacto a largo plazo de estas intervenciones legales y regulatorias, y cómo se puede construir un sistema más justo y responsable que priorice la salud pública y la estabilidad económica por encima del lucro corporativo.