El temor es una emoción que puede movilizar tanto a individuos como a sociedades enteras, impulsando reacciones políticas, sociales y personales. Sin embargo, no todos perciben las amenazas de la misma forma ni responden a ellas de igual manera. Estudios recientes sugieren que los liberales y los conservadores no solo tienen diferentes respuestas a las amenazas, sino que incluso valoran qué constituye una amenaza de manera distinta. Los liberales, en muchos casos, parecen ser más susceptibles al miedo que los conservadores, incluso frente a situaciones que tradicionalmente se asocian con preocupaciones conservadoras, como los ataques terroristas o el colapso económico.
Un análisis de una encuesta reciente muestra que, para 43 de los 49 ítems listados como amenazas, los liberales expresaron una mayor sensación de peligro que los conservadores. Esto incluye temas como los ciberataques, los ataques nucleares, el colapso económico y las catástrofes medioambientales, donde los liberales se muestran considerablemente más preocupados que los conservadores. Este patrón sugiere que los liberales tienden a ver más aspectos de la vida como amenazas, desde los ataques de tiburones hasta los accidentes con armas de fuego y desastres ecológicos. Si bien no sorprende que los liberales se preocupen más por el medio ambiente y los riesgos relacionados con las armas, la tendencia general se extiende incluso a amenazas menos tangibles, como las causadas por la presencia de payasos o animales peligrosos.
Los conservadores, en cambio, tienden a preocuparse menos por estos riesgos. En particular, muestran una sensibilidad especial hacia las amenazas percibidas como externas o impuestas por el gobierno. La amenaza de un juez, legislador o presidente que no defienda los valores patrióticos y los derechos de posesión de armas se percibe como una preocupación mucho más grave para los conservadores que un simple ataque de escorpión o una tormenta. Esto refleja un patrón de pensamiento que está enraizado en la necesidad de protección de un orden establecido y la preservación de valores fundamentales frente a lo que perciben como una injerencia externa.
Este contraste en la percepción del miedo no es solo un reflejo de la política actual, sino también de una profunda diferencia en la forma en que los dos grupos procesan las amenazas. Durante la pandemia de COVID-19, por ejemplo, los seguidores de Donald Trump no mostraron una preocupación exacerbada por el contagio en sí, sino que se centraron en los orígenes del brote, culpando a fuentes extranjeras. Este comportamiento resalta cómo, en tiempos de crisis, las preocupaciones sobre las amenazas se interpretan a través de un prisma ideológico, donde los factores externos a menudo se convierten en el principal foco de atención.
Si bien es evidente que los conservadores no son inherentemente más temerosos que los liberales, es posible que, en lugar de un miedo generalizado, experimenten una mayor ansiedad hacia ciertos tipos de amenazas, especialmente aquellas relacionadas con la inmigración ilegal, el crimen y la expansión del poder gubernamental. Aunque algunos estudios sugieren que los seguidores de Trump pueden estar más ansiosos por estas amenazas, no hay evidencia clara que indique que, en términos generales, los conservadores experimentan más ansiedad que los liberales en relación con otros problemas, como la violencia armada o las catástrofes ecológicas.
La ira, otro componente emocional asociado frecuentemente con los conservadores, tampoco muestra una prevalencia constante. Aunque es cierto que figuras como Donald Trump han expresado ira, no es cierto que este sentimiento esté siempre presente en los conservadores, ni que la ira sea la única emoción que impulsa a los votantes de derecha. De hecho, estudios previos han demostrado que tanto liberales como conservadores experimentan ira, pero a menudo dirigida hacia diferentes fuentes: los conservadores contra los movimientos progresistas y los liberales contra las políticas conservadoras.
Lo que parece ser común entre los votantes de Trump, y en general entre muchos conservadores, es un sentimiento de amargura o frustración, especialmente en regiones rurales y comunidades que han experimentado una pérdida de trabajos y oportunidades económicas. Esta amargura, como sugirió Barack Obama en 2008, se traduce en un apego a valores tradicionales como las armas, la religión y un fuerte rechazo a la inmigración y al comercio internacional. Sin embargo, la evidencia de que los conservadores son inherentemente personas amargadas sigue siendo insuficiente, ya que las investigaciones muestran que, en términos generales, los conservadores tienden a reportar mayores niveles de bienestar social y emociones positivas en comparación con los liberales.
Es importante destacar que las emociones de temor, ansiedad, ira y amargura no son inherentes a ninguna ideología en particular. Estas emociones responden a las circunstancias políticas y sociales, y cambian según el clima ideológico del momento. Durante los mandatos de los presidentes republicanos, como George W. Bush y Donald Trump, los liberales experimentaron un aumento notable en estas emociones. Similarmente, cuando los demócratas ocupan el poder, los conservadores tienden a sentirse igualmente amenazados y preocupados. Esto demuestra que la política, en lugar de ser un factor aislado, moldea las respuestas emocionales y las percepciones de amenaza.
Lo esencial para comprender estos fenómenos es que las percepciones de amenaza están profundamente influenciadas por las creencias ideológicas, las experiencias sociales y la interpretación que cada grupo hace de su contexto político. La tendencia de los liberales a sentirse más amenazados por una mayor gama de situaciones y su énfasis en la seguridad medioambiental y social contrasta con la preocupación conservadora por los valores tradicionales, la protección de los derechos y la defensa frente a lo que se percibe como amenazas externas. Así, la emocionalidad no es un monolito, sino que varía y responde a factores complejos que van más allá de una simple identificación ideológica.
¿Qué revelan los experimentos de Belyaev sobre la domesticación y la conducta?
El caso de Trofim Lysenko marca un capítulo oscuro en la historia de las ciencias biológicas soviéticas. En un momento de crisis alimentaria, Lysenko impuso su visión ideológica negando la genética y postulando que el ambiente era la única fuerza modeladora de los organismos vivos. Su enfoque, más que científico, fue un instrumento político: el rechazo a la genética era también rechazo a una ciencia considerada “reaccionaria” frente a la ideología marxista-leninista dominante. Este dogmatismo llevó al encarcelamiento y muerte de muchos científicos, y a la estigmatización de la genética como “pseudociencia”. Sin embargo, tras la muerte de Stalin y la llegada de Khrushchev, se abrió una ventana que permitió la emergencia de investigaciones más rigurosas, entre ellas las del genetista Dmitry Belyaev.
Belyaev, a pesar de las circunstancias adversas, decidió estudiar un fenómeno que hasta entonces se consideraba imposible observar en tiempos humanos: la domesticación. El paradigma científico sostenía que la transformación de un animal salvaje en doméstico tomaba miles de años y muchas generaciones. Sin embargo, él se planteó que la domesticación podía acelerarse y observarse en tiempos mucho más cortos, si se aplicaban métodos de selección artificial estricta. Su objeto de estudio fueron los zorros plateados criados en granjas de pieles en Siberia, un recurso económico importante para la Unión Soviética.
La estrategia fue sencilla pero revolucionaria: identificar a los individuos más dóciles frente a los humanos y cruzarlos, seleccionando en cada generación los descendientes que mostraban mayor mansedumbre. Los resultados fueron sorprendentes. Tras apenas ocho a diez generaciones, los zorros no solo cambiaron su comportamiento, mostrando afecto y sumisión hacia los humanos, sino también su fisiología: desarrollaron orejas más pequeñas y caídas, manchas blancas, cráneos más pequeños, y un comportamiento canino que contrastaba con su origen salvaje. Esto confirmó que los cambios genéticos vinculados a la domesticación afectan simultáneamente a aspectos morfológicos y conductuales.
Lo notable en este experimento no es solo la velocidad con la que se produjo la domesticación, sino la revelación de tres tipos de respuesta conductual entre los zorros: la mayoría reaccionaba con agresividad, un grupo pequeño se mostraba dócil y amistoso, y otro grupo evitaba el contacto, retirándose. La existencia de esta tercera categoría desafía la simplificación binaria de “domesticado” versus “salvaje” y sugiere que la respuesta a la interacción humana es más compleja, involucrando diferentes fenotipos conductuales que podrían tener bases genéticas diferenciadas.
Este hallazgo tiene profundas implicaciones para comprender no solo la domesticación animal sino también ciertos aspectos de la conducta humana. La selección artificial sobre rasgos conductuales revela que las modificaciones genéticas pueden producir cambios rápidos y profundos en la personalidad y el temperamento de una población, implicando que la adaptación conductual puede ir mucho más allá de la mera adaptación ambiental o cultural.
Importante también es considerar que la agresividad y la docilidad no son extremos opuestos en un único continuo sino que pueden coexistir como fenotipos distintos, con mecanismos subyacentes diferentes. Este matiz es esencial para entender fenómenos sociales y psicológicos humanos vinculados con la seguridad, la cooperación, la desconfianza o la violencia.
Finalmente, el trabajo de Belyaev y su equipo abre la puerta a investigaciones sobre cómo la selección genética puede influir en la socialización, el miedo, la agresión y otras conductas complejas, no solo en animales sino en humanos. En un contexto donde las ideologías han intentado imponer visiones rígidas y simplistas sobre la naturaleza humana, estos estudios recuerdan la importancia de la ciencia empírica y la flexibilidad para interpretar la diversidad del comportamiento.
La domesticación, entonces, no es solo un proceso biológico sino también un fenómeno que involucra dimensiones conductuales profundas y multifacéticas, vinculadas estrechamente con la genética y la evolución. La coexistencia de distintos fenotipos de comportamiento frente al contacto humano invita a reconsiderar las categorías tradicionales y a valorar la complejidad inherente a la personalidad y a las respuestas sociales.
¿Cómo varían las prioridades políticas entre los diferentes grupos ideológicos en Estados Unidos?
El análisis de las prioridades políticas revela diferencias sustanciales entre los diversos grupos ideológicos en los Estados Unidos. A través de un enfoque comparativo, podemos observar cómo los liberales, los conservadores y los seguidores de Trump abordan cuestiones clave como la justicia racial, los derechos de las mujeres, la atención sanitaria y la desigualdad económica.
Los liberales tienden a centrarse en cuestiones que afectan a los grupos marginados, como la justicia racial, la equidad económica, los derechos de las mujeres y el acceso a la atención sanitaria. Esta postura refleja un enfoque hacia los "exterioridades" o aquellos que han sido tradicionalmente oprimidos: las minorías raciales, las mujeres y las personas con vulnerabilidades económicas. Estos problemas no solo se consideran desde una perspectiva de justicia social, sino también como parte de un esfuerzo por equilibrar las desigualdades dentro de la sociedad. Por otro lado, los conservadores no seguidores de Trump, aunque coinciden en cuestiones económicas y de salud, priorizan temas relacionados con la seguridad nacional y la inmigración. Para ellos, la protección de la nación y la seguridad interna son fundamentales, desplazando las preocupaciones sobre la justicia racial o la igualdad de ingresos.
Los seguidores de Trump, en cambio, muestran una clara orientación hacia la preservación del orden interno y la protección frente a lo que perciben como amenazas externas. En lugar de centrarse en la justicia racial o los derechos de las mujeres, sus prioridades incluyen la inmigración, la defensa nacional, la protección de los derechos de armas y el orden público. Este grupo tiende a valorar menos la atención sanitaria y los derechos de las mujeres en comparación con los conservadores no seguidores de Trump, pero otorgan una importancia mucho mayor a la defensa del orden y la ley.
Al examinar cómo se posicionan estos grupos respecto a diversas políticas, se puede notar que los seguidores de Trump, en comparación con los conservadores no seguidores de Trump, se muestran más reticentes a que el gobierno juegue un papel en la provisión de atención sanitaria, son más favorables a reducir el gasto en bienestar y menos propensos a aceptar regulaciones gubernamentales sobre las empresas. Estas diferencias no solo reflejan una división ideológica en términos de la intervención del Estado en la economía, sino que también subrayan una perspectiva más acentuada del individualismo y la autonomía frente a la autoridad gubernamental.
En cuanto a los temas sociales, los seguidores de Trump no presentan diferencias significativas con los conservadores no seguidores de Trump. Ambos grupos se alinean en cuestiones como la oración en las escuelas, la educación sexual y el control de la natalidad. Sin embargo, la mayor discrepancia entre estos dos grupos se encuentra en los temas de seguridad, como la inmigración, los derechos de armas y la defensa nacional. Los seguidores de Trump tienden a estar más en favor de medidas restrictivas, como la reducción de la inmigración y el refuerzo de la seguridad interna, que los conservadores no seguidores de Trump, quienes aunque comparten algunas de estas prioridades, no lo hacen en la misma medida.
Lo que es particularmente revelador en esta comparación es cómo los valores ideológicos subyacentes influencian las percepciones y las respuestas políticas de los diferentes grupos. Mientras que los liberales buscan soluciones que promuevan la inclusión y la justicia para los grupos marginados, los seguidores de Trump se centran en defender la nación y mantener el control sobre las cuestiones de seguridad. Es esencial entender que estas diferencias no solo afectan las políticas que los individuos apoyan, sino también la forma en que perciben los problemas y las amenazas a la cohesión social.
Además, es importante destacar que las posturas frente a la inmigración y el control de armas, por ejemplo, no solo reflejan temores o preocupaciones sobre la seguridad, sino también una ideología más amplia sobre la autonomía, la identidad nacional y la protección de valores percibidos como fundamentales para la integridad del país. A medida que los grupos ideológicos continúan desarrollando y reforzando sus posturas políticas, estas diferencias en las prioridades y las soluciones propuestas seguirán marcando las divisiones dentro de la sociedad estadounidense.
¿Cómo las actitudes sociales y políticas de los seguidores de Trump influyen en sus creencias y comportamientos?
Las actitudes sociales y políticas de los seguidores de Trump son complejas y multifacéticas, abarcando una amplia gama de creencias y actitudes que van desde el securitarismo hasta la xenofobia, pasando por el conservadurismo en temas como el control de armas y la religión. Estas creencias, en su mayoría, están marcadas por una fuerte inclinación hacia la defensa de valores tradicionales, una resistencia al cambio y una desconfianza hacia lo que perciben como amenazas externas.
Uno de los aspectos más notables es el fuerte enfoque securitario de este grupo, que se manifiesta en su apoyo a políticas de inmigración estrictas, el respaldo a la militarización de la sociedad y el énfasis en la defensa personal. Este securitarismo, estrechamente relacionado con el autoritarismo, se traduce en una necesidad constante de protección frente a amenazas percibidas, ya sean externas o internas. La paranoia hacia el "otro", especialmente en términos de inmigrantes y opositores políticos, es una característica definitoria de los seguidores más fervientes de Trump, quienes tienden a ver al inmigrante como una amenaza a su identidad cultural y a la seguridad nacional.
Por otro lado, las actitudes hacia la raza también juegan un papel importante en este grupo. Muchos de estos individuos muestran actitudes racistas o, al menos, con una marcada preferencia por mantener la homogeneidad racial dentro de su nación. La xenofobia y el racismo, aunque a veces disfrazados de patriotismo, son actitudes prevalentes dentro de este grupo, reflejando una creencia en la supremacía racial o, al menos, en la primacía de ciertos grupos raciales en la sociedad.
La religión también es un componente crucial. Los seguidores de Trump, especialmente aquellos que se identifican como evangélicos, suelen ver la religión no solo como un sistema de creencias personales, sino como un pilar fundamental que debe sostener la estructura de la sociedad. Esta cosmovisión religiosa contribuye a su apoyo a políticas que promuevan la oración en las escuelas y la prohibición del aborto, entre otros temas. La religión se entrelaza con su visión del mundo, formando una capa más de su defensa del "orden tradicional".
En cuanto a la economía, los seguidores de Trump tienden a estar a favor de políticas que protejan el empleo nacional y fomenten el individualismo económico, a menudo en detrimento de políticas más progresistas que busquen una redistribución de la riqueza o la promoción de la igualdad social. Esto se observa claramente en su rechazo a los impuestos progresivos y su apoyo a la desregulación económica, los cuales consideran esenciales para la prosperidad y el libre mercado.
Uno de los puntos más controvertidos es la actitud frente a las políticas de derechos humanos y la igualdad social. Los seguidores de Trump, aunque no todos, tienden a mostrar resistencia frente a los avances en derechos civiles, especialmente en lo que respecta a los derechos de las mujeres, los derechos de la comunidad LGBTQ+ y las políticas que favorecen la inclusión y la diversidad. Esta actitud es alimentada por una combinación de creencias conservadoras sobre el papel de la mujer en la sociedad y un rechazo general a los movimientos progresistas que abogan por la igualdad de derechos.
En términos de la psicología social, varios estudios han demostrado que los seguidores de Trump tienden a tener una mayor sensibilidad a las amenazas, lo que podría explicar su respaldo a políticas agresivas y autoritarias. Este fenómeno también se conecta con lo que se conoce como "social dominance orientation", o la inclinación a preferir jerarquías sociales rígidas y la dominación de ciertos grupos sobre otros. La percepción de amenaza, en muchos casos, se traduce en actitudes más hostiles y divisivas hacia aquellos que se perciben como diferentes o como una amenaza a su forma de vida.
Es importante tener en cuenta que, aunque estos temas son prominentes en los seguidores más fervientes de Trump, no todos los republicanos o conservadores comparten estas mismas actitudes extremas. Existen variaciones dentro del grupo, y algunos adoptan posturas más moderadas en cuanto a la inmigración, los derechos humanos y la política exterior. Sin embargo, es innegable que la figura de Trump ha contribuido significativamente a moldear estas creencias y a amplificar la polarización política en los Estados Unidos.
El contexto socioeconómico también desempeña un papel crucial en la conformación de estas actitudes. Muchos de los seguidores de Trump provienen de áreas rurales, donde las preocupaciones económicas son diferentes a las de las zonas urbanas. La falta de oportunidades económicas, combinada con una creciente desconfianza hacia las élites políticas y económicas, alimenta una narrativa de resistencia al cambio y de búsqueda de un "restablecimiento" del orden social y económico.
Por lo tanto, es necesario comprender que las actitudes de los seguidores de Trump no son simplemente reacciones emocionales o irracionales, sino que están profundamente enraizadas en una serie de factores psicológicos, socioculturales y económicos. La polarización política que ha caracterizado a los Estados Unidos en las últimas décadas refleja, en muchos sentidos, una lucha por el poder, la identidad y la pertenencia, donde las creencias profundamente arraigadas juegan un papel fundamental en la configuración de las posiciones políticas y sociales.
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