Roger Ailes remodeló tanto la política como los medios de comunicación estadounidenses. Más que nadie de su generación, Ailes ayudó a transformar la política en un espectáculo de masas, monetizando la política mientras convertía el entretenimiento en una poderosa fuerza organizativa. A través de Fox News, Ailes contribuyó a polarizar al electorado estadounidense, trazando líneas claras de “con nosotros o contra nosotros”, demonizando a los opositores y predicando contra el compromiso. Ailes también comprendió el poder de lo sensacional. Supo que la televisión, incluida la televisión políticamente orientada, se construye sobre el buen drama y la abundancia de culpables. La política se convirtió en un espectáculo repleto de emociones, y las divisiones bien financiadas, convertidas en ataques personales y exposición de vidas privadas, alimentaron este drama constantemente. La red Fox cimentó su fama cubriendo el escándalo sexual de Bill Clinton y su juicio político en la década de los 90.

Para 2002, Fox News se había convertido en la principal cadena de noticias por cable. Su audiencia pronto superó el doble de la de CNN y MSNBC, y ha mantenido este liderazgo en gran parte de las dos últimas décadas. Otros medios de comunicación, incluyendo algunos de los más prestigiosos, comenzaron a adoptar el estilo agresivo de Fox. Durante la administración de Obama, la editora gerente del New York Times, Jill Abramson, admitió que Fox había tomado un papel de líder de pensamiento en los medios nacionales, y reconoció que el estilo de reportaje del Times tendría que acercarse más al de Fox en el futuro.

Roger Ailes se convirtió en un líder cultural sin siquiera estar en un cargo político. Su estilo promovió una cobertura de la política que apelaba directamente a las emociones de los votantes, creando héroes y villanos, tramas de triunfo y derrota, y convirtiendo a los propios espectadores en protagonistas de una batalla épica, en la que ellos, desde su sofá, se sentían parte de un ejército movilizado. Esta dramatización constante ofrecía una visión polarizada de la realidad, en la que la política se veía como un campo de batalla en el que solo uno podía ganar.

Este enfoque emocional no se limitó solo a Fox. A lo largo de los años, otros medios de comunicación han comenzado a adoptar el mismo enfoque negativo y sensacionalista para captar la atención de las audiencias. Los medios globales, incluyendo el New York Times, se volvieron progresivamente más sombríos, transmitiendo una sensación de crisis constante, cuando en realidad los datos objetivos muestran que el mundo ha mejorado en todos los aspectos medibles del bienestar humano. Pese a estos avances, los medios contribuyen a una narrativa de caos y desesperación. Como resultado, muchos estadounidenses ahora perciben la política como un juego de suma cero, donde una parte siempre pierde y la otra gana, reforzando la idea de que el mundo está en constante declive, aunque la realidad es diferente.

La crisis narrativa también se ha intensificado por el auge de las redes sociales y la televisión por cable. Los ciudadanos, cada vez más aislados en sus fuentes de información, han caído en la trampa de la repetición emocional constante, con muy poco acceso a puntos de vista diversos. Este fenómeno se convierte en un caldo de cultivo para el liderazgo adversarial: una forma de gobernar que recurre a la demonización del oponente y a la creación de figuras de héroes y villanos, en lugar de promover soluciones colaborativas y basadas en hechos.

La política de hoy, influenciada por los medios emocionales, recuerda a tiempos antiguos donde los reyes gobernaban por derecho divino, con sus caprichos y decretos, sin la mediación de leyes y reglas escritas. Lo que antes era un proceso colaborativo y basado en la investigación y el análisis, ahora se ha transformado en una lucha constante donde la fuerza emocional y la guerra verbal ocupan el centro de la escena.

El impacto de este tipo de liderazgo en la política es significativo. Las decisiones ya no se toman con base en el razonamiento y la colaboración, sino que se impulsan por la narrativa de una lucha constante, de un drama interminable entre el bien y el mal. Este enfoque ha simplificado las complejidades del liderazgo en una serie de soluciones absolutas, donde la única salida a los problemas es la eliminación del "enemigo" o el cambio radical.

Es fundamental que los votantes comprendan que este tipo de narrativa emocional, aunque poderosa, puede ser extremadamente peligrosa. La política se ha convertido en un espectáculo, un juego de emociones intensas, y es cada vez más difícil distinguir la verdad objetiva en medio de tantas distorsiones. En este contexto, la capacidad para tomar decisiones informadas y racionales se ha visto mermada, ya que la política se ha convertido en un juego de poder más que en una herramienta de gobernanza eficaz.

¿Cómo las Crisis Ficticias y los Medios Emocionales Modelan la Política Actual?

En la actualidad, los políticos que buscan el poder absoluto a menudo recurren a tácticas emocionales para ganar apoyo. Tal como lo demostró Newt Gingrich en los años noventa con los candidatos republicanos, la clave no está solo en las ideas políticas o las propuestas de cambio, sino en cómo se presentan esos mensajes a través de una narrativa emocionalmente cargada. Aunque Gingrich no lo dijera explícitamente, su estrategia se basaba en asociar a los opositores con etiquetas emocionales negativas, algo que los cerebros humanos no pueden evitar procesar, incluso de manera inconsciente. Este enfoque simple y efectivo, aprendido por los anunciantes hace décadas, es a menudo demasiado directo para los políticos tradicionales, quienes prefieren evadir este tipo de manipulación emocional.

En la política contemporánea, como ocurrió en las elecciones de 2016 en los Estados Unidos, los grupos de votantes reaccionan emocionalmente a los mensajes que reciben. Por ejemplo, los leales a un candidato sienten alegría, los resistentes sienten ira, los moderados experimentan miedo y frustración, mientras que los desertores se sienten impotentes y evitan el conflicto. Este juego emocional no solo crea división, sino que intensifica la percepción negativa entre los distintos grupos, cada uno preguntándose cómo pueden los demás ser tan "tontos" o "indiferentes".

Un aspecto fundamental de esta estrategia emocional es el aislamiento informativo. Los seguidores de figuras como Donald Trump consumían principalmente medios que favorecían su punto de vista, como Fox News. Un análisis de la campaña electoral de Trump reveló que aquellos que obtenían su información de la televisión eran más susceptibles a los mensajes emocionales y, en muchos casos, falsos. En contraste, las personas que obtenían sus noticias de fuentes impresas eran más capaces de contrastar la información y, por lo tanto, eran menos influenciables. Este fenómeno fue especialmente notable en las áreas con bajas tasas de suscripción a medios locales, lo que contribuyó significativamente a su éxito electoral en 2016.

La lucha contra los medios de comunicación también fue una de las estrategias clave de Trump. Desde el inicio de su campaña, atacó a los medios tradicionales, instando a sus seguidores a descalificar sus reportes. Al colocar a los periodistas en una posición vulnerable durante sus mítines, donde los animaba a que la multitud los abucheara, Trump desacreditaba cualquier reporte que no coincidiera con su narrativa, creando así un entorno donde la desinformación se convertía en un elemento habitual. Utilizando su cuenta de Twitter, podía comunicarse directamente con sus seguidores, pero fue la repetición de sus mensajes en la televisión, no solo en internet, lo que consolidó su influencia.

Aunque las redes sociales como Twitter jugaron un papel importante en su éxito, los estudios sugieren que la televisión sigue siendo la fuente primaria de noticias para los votantes de mayor edad, particularmente aquellos sin acceso regular a internet. La difusión continua de sus mensajes a través de los medios de comunicación tradicionales amplificó enormemente su impacto. De hecho, el éxito de Trump se debió menos al uso de internet y más al modo en que los medios de comunicación amplificaron sus mensajes emocionales y polémicos.

El poder de los medios emocionales no se limita solo a la política estadounidense, sino que también se observa en otros contextos internacionales. En un análisis reciente, se concluyó que las elecciones de 2016 no fueron tanto una respuesta a la ira económica de los votantes, sino más bien a la personalidad del candidato. A pesar de que la economía estaba mejorando, las emociones generadas por los mensajes de los candidatos, y su enfoque en temas como la raza, jugaron un papel crucial en movilizar a ciertos sectores de la población. Trump, al destacar y amplificar cuestiones raciales, activó prejuicios latentes en una porción significativa de la población, ayudándole a ganar apoyo en lugares clave.

De esta forma, la elección de 2016 no solo fue una lucha entre dos visiones políticas, sino una competencia entre estilos de comunicación. Mientras que el presidente Obama eligió no hacer de la raza un tema central durante su presidencia, Trump utilizó esa misma línea divisoria para ganar adeptos. Esto muestra cómo la política contemporánea ha dejado de centrarse en los hechos o en las propuestas políticas y se ha convertido en una batalla por controlar la narrativa emocional que influye en las decisiones de los votantes.

Es importante comprender que la política actual se encuentra moldeada por esta dinámica emocional, donde los políticos no solo buscan resolver problemas, sino crear "crisis ficticias" que permitan justificar su agenda. En este sentido, las figuras políticas con personalidades conflictivas, como Trump, se benefician enormemente de un entorno mediático que favorece la polarización y la emoción por encima de la racionalidad.

La forma en que los medios de comunicación repiten estos mensajes emocionales tiene un poder inmenso para definir el panorama político. Los votantes, muchas veces sin saberlo, son conducidos por una narrativa que apela más a sus emociones que a su lógica, y esta es una estrategia que los "wannabe kings" de la política saben explotar con precisión.