La cultura popular, a menudo vista como una expresión cotidiana y accesible de la política, juega un papel crucial en la construcción de hegemonías en las sociedades modernas. Esta noción no es nueva, y muchos teóricos, desde Antonio Gramsci hasta Michel Foucault, han analizado cómo las formas de cultura masiva contribuyen a la formación y consolidación del poder, incluso en sistemas que pretenden representar intereses que parecen ajenos a sus verdaderos propósitos. Gramsci, por ejemplo, desarrolló la idea de la hegemonía, en la que los grupos dominantes no solo imponen su poder a través de la fuerza económica o militar, sino también mediante la creación de un consenso cultural que hace aceptar a las clases subordinadas sus propias condiciones de alienación.

La relevancia de la cultura popular en la política no se limita solo a la creación de consensos, sino que también proporciona una vía para que los partidos políticos se conecten con diferentes sectores sociales. Un ejemplo claro de esta dinámica en la política estadounidense es el cambio ocurrido desde la década de 1980, cuando el Partido Republicano logró redirigir el debate político, alejándose de la lucha de clases hacia temas como el nacionalismo, la inmigración y los derechos civiles. De esta manera, las disputas culturales, que inicialmente parecían ser periféricas, se convirtieron en herramientas fundamentales para movilizar a una base electoral diversa, fusionando intereses económicos aparentemente incompatibles, como los de los conservadores sociales y los fiscalmente conservadores.

A nivel global, la Guerra Fría representó una manifestación de este tipo de estrategia hegemónica, donde los intereses económicos del Tercer Mundo fueron diluidos mediante la introducción de un conflicto ideológico que dividió al mundo en dos bloques: el este y el oeste. De este modo, las luchas económicas y sociales internas de los países en desarrollo fueron silenciadas en favor de una narrativa global centrada en la rivalidad entre superpotencias. Este enfoque permitió a las élites gobernantes de ambos bloques reforzar su control interno, al mismo tiempo que mantenían la cohesión social a través del nacionalismo.

En el contexto de los estados de bienestar en Europa y los Estados Unidos, la redistribución de la riqueza, aunque moderada, permitió la expansión del consumismo, fenómeno que ha sido crucial en la consolidación de la cultura popular. El bienestar social en sus distintas formas, ya sea en Europa o en Estados Unidos, sirvió para mitigar las tensiones sociales y hacer que las clases trabajadoras aceptaran, al menos en parte, el sistema capitalista. De este modo, el consumismo masivo, como producto de esa redistribución, se transformó en una piedra angular de la cultura popular, reafirmando los valores de la clase dominante mientras se ofrecía una ilusión de progreso y bienestar a los sectores más desfavorecidos.

Por otro lado, Michel Foucault, aunque influenciado por Gramsci, propuso una visión diferente sobre la forma en que se construye la hegemonía. Foucault, en su análisis postestructuralista, rechazó la idea de que las estructuras económicas fueran el factor principal detrás de la construcción de la realidad social. A diferencia de Gramsci, quien consideraba que la cultura popular era un medio para disimular las relaciones de poder y explotación, Foucault veía los discursos (y las luchas por su hegemonía) como el centro de la creación de realidades sociales. Según Foucault, no hay una “verdad” objetiva, sino que las verdades son efectos de poder, y son el resultado de las luchas entre diferentes grupos que intentan imponer sus interpretaciones del mundo.

En términos de cultura popular, esto implica que los discursos dominantes no solo reflejan una realidad social, sino que participan activamente en su construcción. De ahí que debates como el de la enseñanza de la evolución o el diseño inteligente en las escuelas no sean simplemente una disputa sobre qué es “verdadero”, sino una lucha entre dos visiones del mundo que intentan imponer sus propios “regímenes de verdad”. En este sentido, Foucault proporciona una herramienta poderosa para entender cómo los medios de comunicación y las políticas culturales sirven no solo para representar el mundo, sino para constituirlo.

Finalmente, la teoría de Michel de Certeau sobre la práctica de la vida cotidiana amplía esta perspectiva al enfocar la atención en cómo las personas, a través de sus acciones cotidianas, negocian y resisten las estrategias hegemónicas impuestas por las instituciones. Para de Certeau, las “estrategias” son las prácticas dominantes y centralizadas de los grupos de poder, mientras que las “tácticas” son las formas en que los individuos y las comunidades subalternas se apropian y reinterpretan esas estrategias a través de su vida diaria. Este enfoque revela cómo, en la cultura popular, las acciones más triviales y cotidianas pueden ser formas de resistencia contra las estructuras de poder establecidas.

Lo que estos enfoques comparten es la idea de que la cultura popular no es solo un reflejo de la política, sino una herramienta activa en la creación y mantenimiento de las hegemonías. La forma en que consumimos cultura, ya sea a través de los medios de comunicación, el entretenimiento o incluso nuestras prácticas diarias, contribuye a la construcción de los discursos dominantes. Es fundamental reconocer que la política no solo se libra en los parlamentos o en las calles, sino también en los espacios más cotidianos, donde las ideas y valores se negocian y se perpetúan de manera continua.

¿Cómo la Cultura Popular Configura la Identidad y el Deseo?

La génesis de los deseos humanos y su sublimación hacia el inconsciente se originan en la infancia, un período en el que la sexualidad aún está en estado primitivo, pero donde el placer ya se cristaliza alrededor de ciertas partes del cuerpo. Este proceso ocurre antes de que el niño haya formado una identidad clara, un momento en el que el sentido de sí mismo aún no está estructurado. A medida que la identidad de género y la percepción de uno mismo comienzan a tener relevancia, los niños son educados para reprimir estos placeres, ya sea por códigos morales, religiosos o por las normas sociales imperantes. Sin embargo, este deseo no desaparece, ya que el placer es una necesidad fundamental del ser humano, lo que da origen al inconsciente, un depósito de deseos no reconocidos y energías potencialmente autodestructivas.

Este conflicto interno se desarrolla en el momento crucial en el que la identidad y el género se tornan significativos, como lo expuso Lacan en su estudio del psicoanálisis. Lacan se centró en el momento en que, a través del lenguaje, el inconsciente es producido, un proceso clave en la formación de la identidad. Uno de los elementos fundamentales de su teoría es el concepto de la "fase del espejo", en la que los niños comienzan a reconocer su imagen reflejada en el espejo, no como su verdadero ser, sino como una imagen ajena que, sin embargo, les permite construir una subjetividad coherente de sí mismos, donde previamente existía una sensación prelingüística de unidad con el mundo. Este cambio del mundo prelingüístico (lo imaginario) al mundo lingüístico (lo simbólico) es esencial para la formación de la identidad, pero también deja una brecha entre el nuevo sujeto y el viejo sentido de unidad, destrozado por la introducción del lenguaje y la identidad. Esa alienación que experimentamos se sublimará en un deseo subconsciente de regresar a un yo prelingüístico, unido al mundo.

La importancia de la capacidad de reconocerse en el espejo es esencial para la construcción de la identidad subjetiva, pero no necesariamente debe entenderse en un sentido literal. El espejo puede ser otras personas, o, en el contexto de los estudios de la cultura popular, personajes en películas. El cine, en particular, ha sido muy influyente en este aspecto, ya que la pantalla cinematográfica actúa metafóricamente como un espejo, y la oscuridad de la sala fomenta una conexión emocional con la película, permitiendo que la audiencia se olvide de sí misma y experimente un retorno placentero a un estado pre-subjetivo. Es común escuchar a alguien describir una película tan cautivadora que "olvidó dónde estaba". Este fenómeno demuestra cómo el cine puede funcionar como un espejo que refleja y construye la subjetividad del espectador.

Aunque Lacan podría parecer alejado del ámbito de la geopolítica, su trabajo sobre la identidad es fundamental para comprender cómo se construyen los discursos geopolíticos. En la actualidad, los estudios de geopolítica popular y de medios de comunicación se benefician de los enfoques psicoanalíticos, especialmente en el análisis del papel central de la identidad en la construcción de narrativas políticas. En este sentido, los estudios de la visualidad y la sexualidad, que Lacan aborda desde la psicoanálisis, se entrelazan con la geopolítica contemporánea, donde las representaciones visuales y la subjetividad de género juegan un rol determinante en las discusiones sobre poder, territorio y sociedad.

Por otro lado, la cultura popular en la era actual también refleja cambios importantes en la forma en que interactuamos con los medios y cómo estos influencian la cultura. Henry Jenkins, en su concepto de "cultura de convergencia", describe cómo el flujo de contenidos a través de múltiples plataformas de medios ha cambiado nuestra manera de consumir y generar cultura. La convergencia cultural no es simplemente un fenómeno tecnológico, sino que surge de la interacción entre procesos de arriba hacia abajo, controlados por las industrias mediáticas, y los procesos de abajo hacia arriba, impulsados por culturas participativas en las que los consumidores no solo consumen contenido, sino que también lo crean y transforman.

Este fenómeno permite la aparición de lo que Jenkins llama "narrativas transmedia", en las que las historias de la cultura popular se expanden a través de múltiples formatos, como es el caso del universo de Pokémon, que abarca videojuegos, series de televisión, películas, cómics, juegos de cartas y juguetes. Este tipo de narrativas ofrece a las audiencias diversas formas de interactuar con el contenido, generando significados y conocimientos dentro de ese universo. Lo interesante aquí es que este proceso no es exclusivamente dirigido por las grandes corporaciones mediáticas; los fanáticos también participan activamente creando sus propios textos y significados sobre el fenómeno.

Además de las narrativas transmedia, la convergencia de medios genera una nueva forma de "hibridación" cultural, donde las fronteras entre los consumidores y los productores de contenidos se difuminan. Esto permite que surjan nuevas prácticas, interacciones y formas de consumo de la cultura popular, lo que fortalece el papel de los medios de comunicación como agentes clave en la construcción de la identidad y la subjetividad contemporánea.

El análisis de la cultura popular, particularmente a través de lentes psicoanalíticas y de convergencia cultural, se ha vuelto imprescindible para comprender los procesos de construcción de identidad, tanto a nivel individual como colectivo. La cultura popular, lejos de ser un fenómeno superficial, se convierte en un campo en el que se entrelazan deseos, identidades y luchas sociales, y donde las narrativas creadas por los medios de comunicación tienen un impacto profundo en la conformación de nuestras subjetividades y percepciones del mundo.

¿Cómo se investiga la geopolítica popular a través de la cultura visual?

El diseño de la investigación debe ser concebido como un proceso iterativo, en constante referencia y ajuste. Este enfoque, que se centra en la adaptabilidad y la revisión continua, es clave para abordar el estudio de la cultura popular. Gillian Rose (2016) proporciona un marco útil para comprender cómo se pueden investigar los diferentes sitios y características en los que se manifiesta la cultura popular. Su propuesta, centrada en la cultura visual, puede ser ampliada y adaptada para abarcar otros aspectos de la cultura popular más amplia. Aunque su esquema está principalmente enraizado en el paradigma de los estudios culturales, también se puede aplicar a otros campos, como la geopolítica popular.

Rose identifica cuatro sitios principales en los que se negocia el significado de las imágenes y objetos culturales. Estos sitios son fundamentales para el análisis de la geopolítica popular, ya que permiten un estudio más profundo de cómo se producen, interpretan y circulan los elementos culturales. El primer sitio es el de la producción, donde la cultura popular toma forma. Este sitio puede variar desde un estudio en un estudio de Hollywood hasta una emisora de radio universitaria o incluso un blog en el sótano de una casa. Aquí es donde se origina el objeto de estudio, y el trabajo del productor se materializa en un producto o práctica específica.

El segundo sitio es el de la imagen o el objeto en sí mismo, donde se define el significado de la imagen. Este sitio es crucial, ya que cada imagen o artefacto cultural contiene múltiples capas de interpretación que deben ser desentrañadas. A través de este sitio, se analiza el contenido visual y cómo ese contenido comunica ideas, emociones y significados específicos.

El tercer sitio es el de la audiencia, que es donde se observa cómo los individuos y los consumidores interactúan, interpretan y experimentan la cultura popular. Este sitio implica un enfoque sobre las respuestas subjetivas del público, sus interpretaciones y los significados que atribuyen a los objetos culturales, muchas veces distantes de la intención original del productor. Por ejemplo, una canción que inicialmente se presenta como una obra sobre el amor puede adquirir un nuevo significado dependiendo del contexto social en el que sea escuchada. Este sitio es particularmente relevante para la geopolítica popular, ya que las audiencias no solo consumen cultura, sino que también la recontextualizan según sus realidades sociopolíticas.

El cuarto sitio, la circulación, se refiere a la movilidad de los artefactos culturales. La circulación se ha visto transformada por el auge de las redes sociales y las plataformas digitales, que permiten que los productos culturales viajen instantáneamente a través de vastas distancias geográficas. Sin embargo, la circulación también está limitada por condiciones sociales, económicas y políticas. Un ejemplo claro de esto ocurrió durante la Guerra del Golfo, cuando en el Reino Unido se prohibieron ciertas canciones en las emisoras de radio por considerarlas inapropiadas en el contexto del conflicto.

Cada uno de estos sitios se puede analizar a través de tres modalidades: tecnológica, composicional y social. La modalidad tecnológica se refiere a los procesos técnicos mediante los cuales los artefactos culturales se producen, viajan y se muestran. El análisis de esta modalidad implica entender el medio a través del cual se experimenta la cultura popular, desde lo más general (por ejemplo, ¿es un objeto impreso, televisivo o auditivo?) hasta lo más específico (¿una canción se escucha en vinilo o en formato MP3?). Este enfoque permite desentrañar cómo la tecnología moldea la experiencia cultural.

La modalidad composicional se centra en las características formales del objeto cultural, como sus cualidades materiales y las técnicas utilizadas en su creación. Un ejemplo de esto en el cine podría ser el análisis del encuadre de las tomas, que puede influir profundamente en la forma en que el espectador percibe la narrativa y el mensaje. En este sentido, películas como Birdman (2014), que simulan un único plano secuencia, ofrecen una experiencia visual que busca sumergir al espectador en la realidad de la película, creando un sentido de inmediatez y continuidad.

Finalmente, la modalidad social se refiere al contexto en el que la cultura popular está incrustada y cómo este contexto cambia a lo largo del tiempo y el espacio. La cultura popular, por su propia naturaleza, es efímera y su vida útil es corta; por ejemplo, las revistas de moda se centran en ciclos de seis meses. Sin embargo, lo que puede parecer obsoleto o pasajero puede convertirse en algo "retro-chic" con el tiempo. Así, el lugar y el momento en los que se produce y consume la cultura popular son elementos clave en la creación de significados.

Para los investigadores de la geopolítica popular, esta combinación de sitios y modalidades ofrece múltiples puntos de entrada. Se pueden utilizar métodos diversos para analizar cada sitio, dependiendo de los objetivos del estudio. A pesar de las amplias posibilidades que ofrecen estos sitios y modalidades, los estudios en geopolítica popular a menudo se han mantenido dentro de límites conservadores, utilizando métodos tradicionales. Sin embargo, la investigación contemporánea está comenzando a salir de estos confines y a explorar métodos más innovadores, más allá de las prácticas descritas por Rose y otros textos sobre metodologías.

Es fundamental destacar que los métodos utilizados en un sitio pueden aplicarse a otros. Por ejemplo, las entrevistas pueden ser útiles para estudiar el sitio de la producción, mientras que el análisis discursivo puede emplearse para estudiar las transcripciones de entrevistas. Aunque es raro que los estudios de geopolítica popular aborden más de un sitio en profundidad, una comprensión holística de todos los sitios involucrados en la producción y circulación de la cultura puede proporcionar una perspectiva más completa.

¿Cómo la atmósfera afectiva y la geopolítica de las emociones afectan las decisiones globales?

El impacto de la atmósfera afectiva en el contexto colectivo, como en el ambiente de un estadio deportivo, puede influir profundamente en la percepción de pertenencia e identidad. Como lo demostró Closs Stephens en los Juegos Olímpicos de Londres 2012, los momentos de alegría compartida pueden reforzar una identidad colectiva. Durante tales eventos, cuando el equipo de una nación gana, la atmósfera de alegría se expande por todo el espacio, creando una sensación palpable de unidad, que puede ir más allá de la simple emoción del momento y convertirse en un motor de identidad colectiva nacional. Este fenómeno revela cómo los estados de ánimo generados por una multitud pueden afectar profundamente el sentido de pertenencia y cohesión social, convirtiéndose en un vehículo para la expresión de una identidad nacional compartida.

Sin embargo, este fenómeno de la atmósfera afectiva no siempre se traduce en alegría colectiva; también puede existir una inmersión ambiental que se vuelve abrumadora cuando un equipo pierde. La atmósfera de un estadio puede volverse densa y emocionalmente cargada, lo que afecta el ánimo de los espectadores. De la misma manera, los estados de ánimo colectivos pueden ser manipulados por actores políticos en el ámbito geopolítico. La forma en que las emociones son modeladas y gestionadas por gobiernos y actores políticos se ha convertido en un campo crucial en la investigación sobre geopolítica.

La influencia de los afectos sobre las decisiones geopolíticas se vio ampliada especialmente después de los atentados del 11 de septiembre de 2001. Sean Carter y Derek McCormack argumentan que ese evento cataclísmico intensificó nuestra conciencia sobre la afectividad y su relación con el pensamiento geopolítico. Los ataques revelaron cómo la emocionalidad vinculada al terror puede ser utilizada como un motor para justificar acciones políticas y militares a nivel global, estableciendo una justificación de la "Guerra contra el Terror". En este contexto, la afectividad no solo afecta las decisiones de los gobiernos, sino también las decisiones individuales de los ciudadanos a través de los medios de comunicación.

Ó Tuathail (2003) introduce el concepto de los "marcadores somáticos", que son recuerdos y sensaciones que afectan la toma de decisiones de manera inmediata, incluso antes de que la reflexión consciente entre en juego. Estos marcadores pueden ser tan poderosos que transforman experiencias emocionales complejas, como los ataques del 9/11, en decisiones rápidas y casi instintivas. Los medios de comunicación, desde la televisión hasta el cine, contribuyeron a consolidar una imagen colectiva de la tragedia, marcando profundamente el subconsciente de los ciudadanos, especialmente en Estados Unidos, como lo analizó Ó Tuathail.

El análisis de la violencia mediada por los medios de comunicación también ha revelado un cambio en la forma en que la violencia es experimentada globalmente. No se trata solo de un acto violento en un lugar específico, sino de una violencia cuya representación a través de los medios actúa como un vehículo para generar reacciones emocionales a gran distancia. Las tácticas de choque y terror utilizadas en guerras modernas, como el bombardeo de Bagdad en 2003, funcionan precisamente para crear una respuesta emocional inmediata que es absorbida por el espectador global. A medida que los medios de comunicación se convierten en los principales mediadores de estos eventos, las fronteras entre lo real y lo representado se desdibujan, haciendo que los conflictos lejanos se sientan de manera visceral a nivel global.

Los estudios críticos sobre seguridad han identificado una paradoja esencial: las medidas para garantizar la seguridad global a menudo generan sentimientos de inseguridad aún mayores. La "Guerra contra el Terror" no solo crea brechas en la seguridad, sino que también fomenta una sensación de vulnerabilidad continua, lo que genera, paradójicamente, un aumento en la inestabilidad emocional. Los esfuerzos para proteger a los ciudadanos pueden generar temores más profundos, creando un círculo vicioso en el que la seguridad, lejos de ser un estado alcanzado, se convierte en una fuente constante de ansiedad.

Finalmente, el impacto de los afectos sobre la toma de decisiones geopolíticas es crucial. Las decisiones no se toman solo en base a la lógica o la razón; las emociones subyacentes que definen el campo de lo posible y lo deseable son fundamentales en la política global. En este sentido, la toma de decisiones geopolíticas está impregnada de emociones que operan en un nivel subconsciente. Las estrategias militares y políticas no son únicamente el resultado de decisiones racionales, sino que están profundamente influenciadas por las sensaciones colectivas de miedo, esperanza, o incluso nostalgia.

En cuanto a la relación entre la afectividad y la geopolítica, los debates actuales sobre teoría no representacional surgen para cuestionar cómo representamos y entendemos la realidad global. El desafío radica en cómo estudiar fenómenos que están más allá de la cognición consciente, como las emociones inmediatas que se experimentan al jugar videojuegos de guerra o al ser testigos de un conflicto global a través de una pantalla. Este tipo de fenómenos, aunque no representados directamente por los medios, constituyen la nueva frontera del estudio de la geopolítica, donde las emociones y las sensaciones corporales desempeñan un papel fundamental en la construcción de significados políticos y sociales.

Es esencial que, al estudiar la geopolítica de las emociones, se entienda que estas no solo son reacciones individuales, sino también fenómenos colectivos que operan a una escala global. La afectividad, tanto en su forma directa como en su mediación a través de los medios de comunicación, configura el panorama de las relaciones internacionales contemporáneas, donde las decisiones políticas se encuentran enraizadas en una red de emociones y percepciones compartidas. El estudio de la geopolítica debe incluir, por lo tanto, la comprensión de estas dinámicas afectivas que van más allá de las fronteras nacionales y que configuran el sentido de pertenencia y la identidad colectiva en un mundo cada vez más interconectado.