Durante el sistema feudal de Sicilia, los nobles ausentes necesitaban hombres fuertes con poder e influencia local para gestionar sus propiedades mientras ellos estaban lejos. Estos hombres no solo debían proteger sus tierras, sino también garantizar que los habitantes no causaran destrozos ni se dedicaran al robo. Los matones fueron contratados como guardianes personales y sheriffs de las fincas. Con el tiempo, a medida que el feudalismo comenzó a desvanecerse, estos guardianes no desaparecieron, sino que se convirtieron en una fuerza independiente, consolidándose como un grupo poderoso. Dado que las autoridades eran negligentes y los procedimientos legales eran corruptos, confusos y burocráticos, estos matones ganaron la confianza de la gente común, aunque los explotaran mediante chantajes y extorsiones. La corrupción estaba tan arraigada que los jueces compraban sus cargos, los abogados negociaban honorarios de manera ilícita y los policías a menudo eran deshonestos e impredecibles. Ante la falta de fe en el sistema judicial, las personas comunes comenzaron a buscar protección de esos "guardianes". La delincuencia se transformó en un negocio de protección.
A medida que avanzaba el siglo XIX, este fenómeno se extendió por toda la sociedad siciliana. Durante la rebelión de 1848 contra los gobernantes borbones de Sicilia, los matones-guardianes se unieron a la insurrección, aliándose con Giuseppe Garibaldi, el patriota y líder militar de la unificación de Italia en 1860. Tras la unificación, su poder y legitimidad crecieron aún más, ya que las autoridades nuevamente sucumbieron a la corrupción. Como señala el historiador del crimen Paul Lunde, fue la "desconfianza tradicional de los sicilianos hacia las instituciones estatales la que creó las condiciones para que la Mafia se desarrollara". Y nada ha cambiado desde entonces.
De forma conveniente, la Mafia ha fabricado sus propios orígenes, trazándolos hasta dos códices medievales: la Breve Cronaca di un anonimo cassinese (1185) y la Cronaca di Fossa Nova (1186), que describen a una organización secreta de "Vengadores", cuyos miembros fueron severamente castigados, incluso colgados, por el rey de Sicilia por diversos crímenes. Sin embargo, la verdadera razón de la persecución de esta organización no fue la delincuencia en sí, sino que amenazaba el poder del rey, quien temía que se tratara de una "hermandad" de matones callejeros que los nobles adversarios podían contratar para oponerse a él. En 1784, durante una visita a Sicilia, el autor Federico Münter escribió sobre una de estas confraternidades, conocida como la confraternidad de San Pablo, fundada en el siglo XVI durante el reinado de Carlos V. Sus miembros afirmaban proteger a huérfanos y oprimidos, pero en realidad ofrecían protección a quien estuviera dispuesto a pagar.
Esta historia dio origen a la leyenda de los Beati Paoli, un grupo de justicieros que, según algunos relatos de la Mafia, serían los predecesores de la organización criminal. La leyenda se convirtió en una convenientísima confabulación, ya que le permitió a la Mafia proyectarse como una organización con una misión principal: combatir la opresión. Incluso una novela publicada entre 1909 y 1910 en forma de serie en un periódico de Palermo reforzó esta leyenda, haciendo que se consolidara más profundamente en el imaginario colectivo. La novela, escrita por Luigi Natoli, se convirtió en un referente para justificar los orígenes de la Mafia. En ella, el protagonista noble, Coriolano della Floresta, crea un sistema alternativo de justicia al cual los oprimidos pueden recurrir, aquellos que desconfían de las autoridades.
Este tipo de relatos, elaborados por bandas criminales, tiene la finalidad de presentar a sus miembros como descendientes de fraternidades caballerescas o hermandades. A través de estas historias fabricadas, se diferencian de los simples matones callejeros y se presentan como héroes populares. Tal como observa el analista criminal John Reynolds: "Al igual que los forajidos de Sherwood, los bandidos sicilianos crearon sus propios héroes populares, ensalzando su valentía y hazañas como ejemplos de galantería". El más celebrado de ellos, un hombre llamado Saponara, fue capturado y encarcelado en 1578. Según la leyenda siciliana, Saponara fue torturado por sus captores españoles en un intento por obtener los nombres de sus compañeros, pero él eligió morir en agonía en lugar de traicionar a otros. Su valentía se convirtió en un símbolo para todos los sicilianos que creían que su salvación solo podría lograrse a través de la lealtad.
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¿Cómo funciona la estrategia retórica de la defensa verbal y la desviación en el discurso político?
La estrategia retórica conocida como apología —arte antiguo de la defensa verbal— sigue siendo una herramienta fundamental en la comunicación política contemporánea. Este método consiste en una defensa elaborada que no busca tanto negar o desmentir directamente una acusación, sino transformar la percepción pública de la misma, desplazando la atención hacia otro foco, generando confusión y debilitando la crítica original. Un ejemplo paradigmático es la estrategia 3D, que incluye negar, desviar y desacreditar, empleada para evitar consecuencias políticas o legales.
Uno de los mecanismos más efectivos dentro de esta estrategia es la desviación o whataboutism, que consiste en responder a una acusación señalando defectos o comportamientos similares en los críticos. Este recurso no se ocupa de refutar el argumento inicial, sino que convierte la defensa en ataque, sumergiendo el debate en una dinámica interminable donde las acusaciones se neutralizan mutuamente sin resolución. Esta táctica tiene raíces históricas profundas, siendo Machiavelli uno de sus primeros teóricos, quien señaló que los líderes hábiles en la manipulación saben cómo explotar la predisposición humana a creer en lo que desean, sin importar la veracidad.
Los líderes que dominan esta técnica, como ciertos personajes políticos contemporáneos, han desarrollado un repertorio de frases evasivas que introducen la duda y la confusión, posponen las respuestas o las diluyen en generalizaciones, evitando así la confrontación directa. Estas expresiones repetitivas actúan como escudos verbales, construidos para proteger al emisor y desorientar a sus interlocutores, creando una atmósfera en la que la verdad queda oculta tras un manto de ambigüedad y escepticismo.
El uso del doublespeak —lenguaje deliberadamente ambiguo o contradictorio— es otro componente crucial en esta dinámica. Su función es erosionar la claridad, hacer que las afirmaciones verdaderas parezcan dudosas y las falsas parezcan plausibles, generando un clima de incertidumbre donde se hace difícil establecer hechos. Este tipo de lenguaje tiene un efecto psicológico profundo: desestabiliza la tranquilidad mental del receptor y dificulta la capacidad crítica, atrapándolo en un “nido de locos” donde el sentido común se ve erosionado.
Es importante reconocer que las palabras no son meros vehículos neutros de información; poseen un poder performativo que influye en la percepción, la emoción y la acción. Estudios en psicología clínica demuestran cómo el lenguaje metafórico en contextos terapéuticos puede facilitar la comprensión, el afrontamiento y la recuperación emocional. Por ejemplo, metáforas como “la vida es un viaje” o “la enfermedad es una batalla” estructuran cognitivamente la experiencia y permiten al paciente crear narrativas coherentes y funcionales para su bienestar.
En contraste, cuando el lenguaje se utiliza para manipular, desinformar o proteger intereses personales mediante estrategias retóricas tortuosas, se convierte en una forma de violencia verbal que daña la salud mental colectiva y socava el tejido social. La comprensión de estas técnicas retóricas, sus efectos y sus orígenes históricos resulta esencial para desentrañar los discursos manipulativos y proteger la integridad cognitiva y emocional de quienes los reciben.
Además de entender las estrategias de defensa verbal y desviación, es vital para el lector reconocer la importancia del contexto sociocultural y psicológico en el que estos discursos se inscriben. La predisposición a creer en ciertas narrativas, la fragmentación de los medios de comunicación y la polarización social amplifican el impacto de estas técnicas, dificultando la construcción de consensos basados en la verdad. Por tanto, la alfabetización crítica en el uso del lenguaje y la retórica es indispensable para desarrollar resistencia frente a la manipulación y promover un diálogo público más sano y honesto.
¿Cómo la mentira se convierte en arte en la era post-verdad?
En la actualidad, la mentira se ha transformado en una herramienta de manipulación hábilmente empleada por aquellos que buscan evitar el reconocimiento de sus errores o culpas. Esta mentira no es una mera falsedad, sino una actuación astuta, una interpretación convincente que desafía cualquier intento de contradicción. La habilidad para hacer pasar una falsedad como verdad, reforzada por un tono de autoridad y sin la necesidad de validación alguna, es lo que define a los grandes manipuladores. Es lo que observamos con frecuencia en las figuras políticas contemporáneas, donde la falsa narrativa se sostiene con frases como "ya lo verás" o "la gente me lo dice", construyendo una aparente credibilidad que resiste los embates de la verdad.
El ejemplo más paradigmático de este tipo de estrategia fue el discurso de Donald Trump en 2017, cuando sin ofrecer prueba alguna, afirmó que en Europa se estaba llevando a cabo una ola de ataques terroristas que no eran reportados por los medios de comunicación. La afirmación, completamente infundada, persiste en la memoria colectiva, no por su veracidad, sino por la forma en que fue presentada: con tal aplomo y descaro que se convierte en casi imposible de desafiar, especialmente cuando se apoya en un argumento de "conocimiento superior" que se da por sentado. La manipulación de la verdad mediante la distorsión o la omisión se ha convertido en una táctica común, capaz de eludir el escrutinio público por medio de la arrogancia y la agresión verbal.
El acto de engañar con tal destreza, al igual que un niño que intimida a sus compañeros en el patio de recreo, se apoya en un juego de poder: el mentiroso se presenta como alguien incuestionable, cuya autoridad parece tan sólida que cualquier intento de refutarlo se ve como una amenaza social o personal. Este tipo de comportamiento, según el filósofo Harry Frankfurt en su influyente ensayo On Bullshit, no se trata de mentir, sino de ignorar por completo la autoridad de la verdad. El mentiroso busca manipular los hechos de acuerdo con su conveniencia, mientras que el "bullshitter" (embaucador) ni siquiera se preocupa por los hechos; su objetivo es crear una realidad que le beneficie sin importar si es verdadera o no.
Lo fascinante de este fenómeno es que, aunque sabemos que las afirmaciones realizadas por estos individuos son falsas, su persistencia en el discurso colectivo crea un espacio en el que las mentiras pueden tener un impacto real. El "bullshitter" se aprovecha de la psicología humana, sabiendo que las confrontaciones directas son socialmente incómodas y a menudo se perciben como groseras. Sabe que, al hacer uso de su presunta experiencia o conocimiento en áreas en las que, en realidad, carece de base, está apelando al deseo de las personas de ser vistas como respetuosas o informadas. La forma en que este tipo de manipulación se lleva a cabo no es solo una táctica política; es una estrategia social profundamente arraigada en nuestras interacciones cotidianas.
En este sentido, la era post-verdad no es solo una era de desinformación, sino un momento en el que la verdad misma se ha vuelto secundaria, relegada al ámbito de lo opcional. La historia de la política y la sociedad humana ha estado marcada por una lucha constante entre la apariencia de la verdad y la verdad misma, especialmente desde la Revolución Científica y el Renacimiento. En el pensamiento de Maquiavelo, por ejemplo, lo importante no era decir la verdad, sino mantener una apariencia de veracidad que permitiera el control. La filosofía de la Ilustración, que aspiraba a restituir la primacía de la verdad racional y empírica, fue un intento de erradicar las estrategias de manipulación mediante el uso de la razón. No obstante, en la sociedad actual, parece que hemos regresado a una época anterior a la Ilustración, una en la que la habilidad de manipular la verdad con destreza se ha convertido en una forma de arte socialmente aceptada.
Este giro hacia la era post-verdad refleja una transformación en la forma en que entendemos la verdad y la mentira. Ya no se trata solo de una disputa sobre hechos verificables, sino de una cuestión profundamente humana: la necesidad de pertenecer, de ser vistos como personas competentes y de tener poder. En un mundo saturado de información, las "verdades" objetivas pierden terreno frente a relatos que parecen más accesibles, comprensibles o convenientes para una mayoría que ha perdido la capacidad o el deseo de cuestionar.
Por último, el concepto de bullshitting no es exclusivo de la política, sino que permea todas las esferas de la sociedad. Desde el ámbito académico hasta las interacciones cotidianas, la habilidad para manipular o distorsionar la verdad se convierte en una estrategia más para navegar por la vida social. Es una habilidad que, si bien históricamente fue rechazada, hoy parece gozar de una especie de aceptación tácita, incluso admiración. En este contexto, los individuos que se mantienen firmes en su adhesión a la verdad objetiva pueden llegar a ser vistos como ingenuos o incluso desconectados de la realidad. La postura crítica ante esta dinámica se ha vuelto cada vez más rara, y en muchos casos, el embaucador se lleva la delantera.
¿Cómo las metáforas en la política contemporánea refuerzan las creencias y el control social?
La habilidad para manipular las percepciones a través del lenguaje es una de las armas más poderosas en la política moderna. El uso de metáforas y eslóganes por parte de figuras políticas, como Donald Trump, demuestra cómo un simple término puede ser capaz de movilizar a una masa y consolidar creencias profundamente arraigadas. Al repetir frases como “la ciénaga”, “el enemigo del pueblo” y “noticias falsas”, Trump ha logrado construir una narrativa que transforma conceptos abstractos en una realidad palpable y emocional para sus seguidores. Estas metáforas no solo funcionan como herramientas de comunicación, sino como vehículos para la creación de una percepción compartida de la realidad, que es difícil de cuestionar debido a su constante repetición y la forma en que se anclan en la psique colectiva.
El concepto de “la ciénaga” o “el pantano” es una de estas construcciones lingüísticas. Al referirse al sistema político como una “ciénaga” infestada por la élite liberal y los medios de comunicación, Trump ha logrado establecer un enemigo común que debe ser “drenado” para restaurar la grandeza perdida de América. Este es un claro ejemplo de cómo la política se convierte en un juego de imágenes mentales. La frase, al ser repetida, genera una representación mental concreta, tan clara que dificulta ver la metáfora detrás de ella. La ciénaga ya no es solo una figura retórica, sino que se convierte en una amenaza real que se asocia con la corrupción y la decadencia, algo que debe eliminarse.
El arte de la mentira en la política, tal como lo describió Maquiavelo, no solo radica en la creación de una falsa narrativa, sino en cómo esa narrativa se convierte en una parte integral de la identidad de un grupo. Los seguidores de Trump no solo aceptan sus mentiras como parte de la batalla cultural, sino que las perciben como una estrategia necesaria para recuperar lo que consideran la “América verdadera”. Esta percepción les permite seguir a su líder, sin importar las consecuencias, en un acto de fidelidad que va más allá de lo racional. De este modo, las mentiras se convierten en un mecanismo de cohesión social, donde el rechazo de la verdad se justifica por el bien mayor del proyecto político.
Una de las herramientas más efectivas en este proceso es la creación de un "despiste mental" o una "niebla" que oscurece la realidad. Oscar Wilde, en su crítica al arte y la vida, sugería que la vida imita al arte, ya que la realidad es percibida y moldeada a través de las representaciones que de ella tenemos. En este sentido, Trump no solo manipula la percepción de los hechos, sino que crea un espacio donde las emociones y las imágenes se entrelazan de tal manera que su base política no distingue entre la metáfora y la realidad. Este "despiste" es intencional, y sus seguidores viven en él, guiados por una interpretación de la política que distorsiona la verdad en favor de una narrativa que los une.
En este contexto, el lenguaje se convierte en un medio de control, no solo para comunicar una ideología, sino para darle forma y sustancia a un mundo donde las percepciones individuales se alinean con un propósito común. Trump ha entendido que la repetición de ciertas frases no solo crea una atmósfera emocional, sino que también ancla en la conciencia colectiva una visión del mundo que, aunque distorsionada, se siente más real que la realidad misma. El discurso político se convierte así en una herramienta para construir realidades paralelas, en las que las creencias, aunque falseadas, se convierten en un refugio emocional y colectivo.
El caso de la transmisión radial de 1938 sobre la invasión de Marte, que causó pánico masivo entre los oyentes, es un ejemplo de cómo las percepciones erróneas pueden tomar fuerza, especialmente cuando se presentan a través de los medios de comunicación. Aunque la emisión estaba claramente identificada como una dramatización, muchos la tomaron como un hecho real, desencadenando una respuesta emocional que fue en gran parte impulsada por el contexto social y la falta de educación en los oyentes. Este fenómeno muestra cómo las personas, especialmente las menos informadas, son más susceptibles a las influencias externas que refuerzan sus creencias preexistentes, incluso si esas creencias son claramente erróneas.
El discurso político actual no solo se basa en la manipulación de hechos, sino en la creación de una realidad construida que resuena emocionalmente con las personas. Así, figuras como Trump utilizan un lenguaje cargado de imágenes y metáforas que apelan directamente a las emociones y temores de su audiencia. Estos elementos retóricos no solo informan, sino que movilizan a las personas hacia una acción, basándose en la creación de enemigos externos e internos, en la identificación de una lucha épica y en la promesa de restaurar un pasado glorioso.
Este proceso de manipulación lingüística es un claro ejemplo de lo que el antropólogo Claude Lévi-Strauss denominó “bricolaje”. Según Lévi-Strauss, el lenguaje ritualizado funciona de manera simbólica dentro de una comunidad, uniendo a los individuos a través de un sistema de creencias compartidas. En el caso de Trump, sus seguidores son los “insiders” que comprenden el lenguaje y lo interpretan en un contexto que refuerza su sentido de pertenencia a una causa mayor. Las metáforas y los eslóganes, aunque aparentemente vacíos de contenido en un análisis superficial, cobran un profundo sentido cuando se internalizan en el discurso colectivo.
Es importante señalar que el fenómeno de la manipulación mediante metáforas no es un recurso exclusivo de Trump. A lo largo de la historia, líderes políticos han utilizado el lenguaje para estructurar realidades alternativas, creando mundos paralelos en los que la verdad y la mentira se entrelazan, dificultando la capacidad de las personas para discernir entre ambos. Este tipo de discurso no solo persigue la manipulación de la opinión pública, sino también la construcción de un sistema de creencias que, al ser aceptado, da forma a la identidad colectiva de un grupo.
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