La crisis actual de la pandemia ha puesto al descubierto el impacto devastador de un sistema neoliberal que no solo desprecia la vida humana en favor del capital, sino que también perpetúa la desigualdad social a través de la exclusión y el desmantelamiento de servicios públicos esenciales. Durante la administración de Donald Trump, el enfoque de la política neoliberal no solo favoreció a los poderosos, sino que adoptó un estilo de gobernanza conocido como "necropolítica", en el cual la muerte, la avaricia y el miedo prevalecen sobre las necesidades humanas y la justicia social. Las decisiones políticas durante la pandemia evidencian esta inclinación, cuando se defendió la idea de racionar la atención médica esencial según la edad o la discapacidad, con el argumento de evitar colapsos en el sistema hospitalario y la economía.
Trump, que había hecho campaña en contra del poder de la élite en 2016, rápidamente se alineó con los intereses de los grupos dominantes, promoviendo una agenda que consistía en despojar a la sociedad de sus activos públicos para beneficiarse los intereses privados. El deterioro de la infraestructura pública, como las carreteras y los puentes, se convirtió en una consecuencia directa de sus políticas fiscales, que favorecían recortes de impuestos para los ricos, mientras que dejaban a los ciudadanos sin recursos suficientes para sus necesidades básicas. La precariedad del sistema público de salud, educación y seguridad social es el resultado de un proceso sistemático que despoja al pueblo de los medios necesarios para sobrevivir y prosperar.
La pandemia de Covid-19 no solo reveló estas fallas inherentes del neoliberalismo, sino que mostró cómo estas políticas afectan de manera desproporcionada a los más vulnerables. Si bien la enfermedad no discriminó a nadie, las comunidades negras, morenas y pobres fueron las más afectadas, exacerbando la brecha entre los ricos y el resto de la población. El rescate económico que se aprobó durante la crisis fue, en su mayoría, un alivio para los ricos, mientras que la mayoría de la población quedó con pocas ayudas para enfrentar la crisis sanitaria y económica. Este panorama fue una clara manifestación de cómo los intereses de la clase dominante se protegen a expensas de las vidas y el bienestar de la gente común.
Dentro de esta crisis, emergió también lo que podría llamarse una “pedagogía de la pandemia”, una forma de manipulación ideológica que circuló principalmente a través de medios de comunicación de derecha como Fox News, Sinclair Broadcast Group y Breitbart. Esta pedagogía no solo negó la ciencia y ridiculizó a los expertos en salud pública, sino que fomentó la ignorancia activa al difundir teorías conspirativas que asociaban el origen del virus con un complot del "estado profundo" para frenar la reelección de Trump. Estos medios, al negar la gravedad de la pandemia, promovieron un discurso que minimizaba los riesgos y alentaba a la gente a seguir con sus vidas como si nada ocurriera, lo cual contribuyó a una mayor propagación del virus y a una falta de conciencia pública sobre la importancia de las medidas preventivas.
Lo más alarmante es que esta pedagogía no se limitó a distorsionar hechos, sino que también fue una herramienta para fomentar la xenofobia y el racismo, culpando a grupos específicos por la propagación del virus. Al mismo tiempo, se utilizó para despolitizar a la sociedad, haciéndola indiferente a las responsabilidades colectivas frente a la crisis. La narrativa de que los problemas sociales son una cuestión de responsabilidad individual, y no el resultado de un sistema estructuralmente desigual, contribuyó a deslegitimar cualquier intento de movilización social que exigiera justicia económica y equidad en el acceso a la salud y otros derechos.
La proliferación de estas ideas conspirativas y el tratamiento de la pandemia como una "hoax" o "broma" política también fomentaron un clima de desconfianza generalizada en las autoridades sanitarias y científicas. Esto resultó en una fractura aún mayor dentro de la sociedad estadounidense, donde la verdad se convirtió en un bien relativo y los hechos científicos fueron puestos en duda por un sector de la población que prefería adherirse a explicaciones simplistas y peligrosas.
Es fundamental que el lector comprenda que esta pedagogía de la ignorancia no es algo incidental, sino parte de un esfuerzo mucho más amplio por transformar la política en un campo dominado por el populismo autoritario y la manipulación mediática. La pandemia ha demostrado que los regímenes autoritarios, al negar la evidencia y promover teorías conspirativas, no solo representan un peligro inmediato para la salud pública, sino que también socavan los cimientos mismos de la democracia y la justicia social. En este contexto, el combate contra el neoliberalismo no solo pasa por la crítica a sus políticas económicas, sino por una lucha por la verdad, la equidad y el derecho colectivo a una vida digna.
¿Cómo se manifiestan los principios del fascismo en la política estadounidense contemporánea?
La desigualdad económica desbordante en Estados Unidos ha permitido que resurjan con fuerza principios autoritarios en el corazón del poder político. Lo que se evidencia no es simplemente una crisis de gobernabilidad o una polarización pasajera, sino la consolidación de una forma actualizada de fascismo, que articula el capitalismo depredador con una política letalmente antidemocrática. Esta fusión alcanzó una visibilidad inusitada bajo la administración de Donald Trump, donde el desprecio por los derechos humanos, la exaltación del nacionalismo blanco, el culto a la figura del líder y la protección a ultranza del poder corporativo se convirtieron en pilares discursivos y materiales de su mandato.
El lenguaje fue instrumentalizado como arma: se colonizaron los medios de comunicación, se amplificaron retóricas incendiarias, y se emplearon recursos simbólicos para profundizar el miedo, la división y la demonización del otro. La emocionalidad reemplazó al razonamiento, el populismo sustituyó al debate y la propaganda se impuso sobre el pensamiento crítico. La administración se rodeó de figuras obsesionadas con la violencia y construyó un aparato represivo dispuesto a militarizar la respuesta estatal frente a cualquier forma de disidencia.
En este contexto, el nacionalismo blanco no fue una periferia ideológica sino una columna vertebral del poder. Trump no solo se negó a condenar la violencia de los supremacistas blancos, sino que defendió abiertamente los monumentos confederados y ordenó restaurar estatuas que glorifican la esclavitud, en una operación simbólica de reinscripción del racismo en el espacio público. De manera paralela, desmanteló unidades del Departamento de Seguridad Nacional dedicadas a combatir el terrorismo doméstico y los grupos extremistas blancos, mientras catalogaba a manifestantes pacíficos como terroristas internos.
Esta reconfiguración del Estado bajo parámetros fascistas se tradujo también en políticas económicas y sociales que desmantelaron lo que quedaba del estado de bienestar. Se promovieron recortes fiscales masivos para las élites, se eliminaron regulaciones ambientales, y se redujeron los fondos destinados a bienes públicos. Las consecuencias fueron devastadoras para las clases más vulnerables, especialmente durante la pandemia, cuando se priorizó la reapertura económica por encima de la salud pública. Se intentó obligar a los estados a reabrir las escuelas, incluso en comunidades con altas tasas de contagio, sin proveer los recursos mínimos necesarios para garantizar condiciones sanitarias seguras. La administración no sólo ignoró las advertencias de los expertos, sino que despreció abiertamente la ciencia, con declaraciones como la de la portavoz presidencial que afirmó que “la ciencia no debe interponerse” en la reapertura escolar.
La retórica de guerra fue empleada como dispositivo para justificar la represión: Trump amenazó con desplegar el ejército contra manifestantes y alentó una política de “dominación” de las calles. Esta militarización del espacio urbano no fue una reacción desmedida, sino una estrategia deliberada para aplastar el descontento social. La violen

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