El año 2017 marcó un punto de inflexión en la visibilidad del fascismo en Estados Unidos, un momento que será recordado por la presencia masiva y pública de la alt-right en Charlottesville. Esta movilización fue, irónicamente, tanto un auge como el inicio de su declive. Aunque los líderes de la alt-right pensaban que habían alcanzado un nivel de influencia suficiente para conducir un movimiento de masas en las calles, tuvieron que recurrir a nacionalistas blancos más tradicionales para completar sus filas, quienes probablemente no se identificaban como alt-right en ese momento. Desde entonces, la presencia callejera de la alt-right ha disminuido, evidenciado en manifestaciones posteriores donde fueron superados ampliamente por contra-protestas de grupos antifa, socialistas, comunistas, y activistas por derechos LGBT, entre otros.
Esta dinámica subraya la importancia de una pedagogía pública activa contra el fascismo. La educación pública contra estas ideologías no debe limitarse a la mera transmisión de conocimiento histórico, como la enseñanza del Holocausto, sino también debe involucrar estrategias políticas y sociales claras para limitar el espacio público de los fascistas. Una de las acciones fundamentales es la política de “no plataforma” para fascistas, que significa negarles el acceso a medios de comunicación, espacios políticos y cualquier tipo de legitimidad pública que los haga parecer aceptables. La razón es simple: otorgarles una plataforma contribuye a normalizar el odio y la exclusión, que se manifiestan en campañas de terror, internamientos, deportaciones y asesinatos contra grupos específicos como judíos, musulmanes, personas de color, comunidades romaníes, y personas LGBT.
Esta postura va más allá del debate liberal sobre la libertad de expresión, pues la prioridad debe ser la protección de quienes sufren la intimidación verbal y física generada por la ideología fascista. La experiencia histórica demuestra que la tolerancia hacia el fascismo solo conduce a la destrucción de la democracia, la erosión de los derechos humanos y, en casos extremos, a genocidios. Así, negar plataforma a los fascistas no es un acto arbitrario sino un mecanismo de defensa democrática frente a un enemigo que busca destruir los principios básicos de la convivencia y la igualdad.
El argumento recurrente contra la política de “no plataforma” es la llamada pendiente resbaladiza: si se excluye a los fascistas, pronto se censurará a grupos progresistas. Sin embargo, esta crítica ignora el contexto histórico de lucha por la supervivencia de movimientos que han enfrentado amenazas reales de exterminio y represión por parte del fascismo. Desde una perspectiva antifascista revolucionaria, la cuestión no es sobre la neutralidad o el pluralismo absoluto, sino sobre quién prevalecerá en la lucha política por definir el futuro social.
Finalmente, comprender la amenaza fascista implica también reconocer que no se trata solo de ideologías extremas aisladas, sino de una expresión de contradicciones más profundas en la estructura del capitalismo global. La lucha contra el fascismo, por tanto, está intrínsecamente vinculada a la lucha contra las desigualdades económicas y sociales que el sistema capitalista reproduce. Por ello, la pedagogía pública contra el fascismo debe articularse con una crítica y resistencia amplia al sistema capitalista, promoviendo una visión socialista que defienda una democracia auténtica, participativa y bajo el control de los trabajadores y las comunidades.
Es indispensable que los lectores comprendan que la educación pública contra el fascismo no es solo una cuestión académica o histórica, sino un compromiso activo con la defensa de la dignidad humana y la construcción de una sociedad inclusiva. La prevención del fascismo requiere tanto de una memoria histórica crítica como de una acción política consciente, que reconozca que el fascismo no es un fenómeno aislado sino la expresión de dinámicas sociales y económicas que pueden ser transformadas.
¿Cómo ha evolucionado el movimiento alt-right y su impacto en la política estadounidense?
El movimiento alt-right, o "derecha alternativa", ha ganado notoriedad en los últimos años, especialmente en los Estados Unidos, debido a su relación con figuras políticas de alto perfil, como Donald Trump. Esta corriente ideológica se caracteriza por una combinación de nacionalismo blanco, rechazo al multiculturalismo y una fuerte oposición a las políticas progresistas. A pesar de su origen en internet y las redes sociales, el alt-right ha logrado salir de las sombras virtuales y convertirse en un fenómeno real con implicaciones tangibles en la política y la cultura estadounidense.
Uno de los principales objetivos del movimiento alt-right es la creación de un "estado etno-blanco". Este concepto, aunque radical, se ha convertido en un punto central en las discusiones sobre la identidad nacional en el contexto de los Estados Unidos. De acuerdo con algunos de sus líderes más destacados, el alt-right busca preservar lo que consideran los valores fundamentales de la civilización occidental, a menudo a través de la promoción de la supremacía blanca y la exclusión de minorías raciales y étnicas.
El fenómeno ha cobrado relevancia en diversos eventos, como las protestas de Charlottesville en 2017, donde los manifestantes, en su mayoría asociados con el alt-right, marcharon bajo eslóganes abiertamente fascistas, como "sangre y suelo". Estos incidentes pusieron en evidencia la conexión entre el movimiento y la extrema derecha más radical, y también revelaron la creciente polarización en la sociedad estadounidense.
A lo largo de los años, el alt-right ha utilizado plataformas digitales como 4chan, 8chan y Twitter para difundir su ideología. A través de memes y contenido provocativo, los miembros del alt-right buscan normalizar sus opiniones extremas y movilizar a personas, especialmente a jóvenes, que se sienten desilusionadas con el status quo político. A menudo, sus mensajes se envuelven en humor negro y sarcasmo, lo que hace que sus propuestas extremistas sean más accesibles a un público más amplio.
Un aspecto clave del alt-right es su oposición a lo que perciben como el "marxismo cultural". Este término, aunque ambiguo, se refiere a la idea de que las élites progresistas han infiltrado las instituciones educativas, los medios de comunicación y la cultura en general, con el objetivo de socavar los valores tradicionales y promover la diversidad, la igualdad y la justicia social. Para el alt-right, este fenómeno es una amenaza existencial que debe ser combatida mediante la creación de una contrarrevolución conservadora.
Si bien muchos dentro del alt-right se han distanciado de las etiquetas de "neonazis" o "fascistas", las raíces del movimiento están claramente relacionadas con ideologías de extrema derecha que rechazan la democracia liberal y promueven una visión autoritaria del gobierno. Esta conexión ha sido evidente en el apoyo que muchos miembros del alt-right han mostrado hacia líderes autoritarios, tanto en los Estados Unidos como en Europa.
La influencia del alt-right no se limita a la esfera política. También ha tenido un impacto significativo en la cultura popular, especialmente en los medios de comunicación y en la industria del entretenimiento. Los miembros del movimiento han utilizado plataformas como YouTube, podcasts y redes sociales para difundir sus ideas y atraer a una audiencia más joven. Al mismo tiempo, han sido muy efectivos en movilizar a sus seguidores en la lucha contra lo que consideran una "agenda progresista" que amenaza la cultura y los valores tradicionales.
A pesar de la controversia que rodea al alt-right, el movimiento no debe ser subestimado. Aunque sus números no sean masivos, su influencia en la política estadounidense ha sido indiscutible. La elección de Donald Trump en 2016 fue un punto de inflexión, ya que muchos en el alt-right vieron en él a un aliado que compartía sus puntos de vista sobre la inmigración, el multiculturalismo y la identidad nacional. Desde entonces, el alt-right ha tenido un papel central en la conformación de las políticas de la administración Trump, especialmente en lo que respecta a la inmigración, los derechos de las minorías y la lucha contra el "progresismo".
Además de sus influencias políticas y culturales, el alt-right ha logrado capitalizar en la creación de una identidad colectiva que se alimenta de la victimización. Muchos de sus seguidores se sienten marginados por lo que perciben como una élite globalista que impone su agenda a través de instituciones internacionales y políticas de inmigración. Esta sensación de ser una "minoría oprimida" ha sido clave para movilizar a un amplio espectro de personas que se sienten desconectadas del sistema político tradicional.
Es fundamental entender que el alt-right no es un movimiento homogéneo. Si bien comparte ciertos puntos de vista y objetivos, sus miembros varían significativamente en términos de ideología, estrategia y tácticas. Algunos se enfocan más en la política electoral, mientras que otros prefieren métodos más confrontacionales y radicales. Sin embargo, todos comparten la creencia de que el cambio es necesario y que la lucha contra el "progresismo" debe ser una prioridad.
En este contexto, es crucial no solo observar el impacto del alt-right en la política y la sociedad, sino también examinar las respuestas que ha generado. El ascenso de movimientos antifascistas, como Antifa, y la creciente resistencia a las políticas del alt-right han sido parte de una dinámica más amplia de polarización política en los Estados Unidos y en otras partes del mundo. La lucha entre el alt-right y sus opositores es, en muchos sentidos, un reflejo de las tensiones más profundas en las sociedades contemporáneas: la lucha por el control de la identidad, los valores y el futuro de las naciones.
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