La campaña presidencial de 1828, en la que Andrew Jackson se enfrentó a John Quincy Adams, estuvo marcada por una guerra sucia sin precedentes, en la que la figura de Rachel Jackson, la esposa de Jackson, jugó un papel central. Sus enemigos políticos hicieron de ella un blanco constante, empleando su vida personal para cuestionar la moralidad de su esposo y, por ende, su idoneidad para el cargo de presidente. La historia de Rachel, una mujer que había sido acusada de adulterio y cuya relación con Jackson comenzó de manera irregular, fue amplificada hasta convertirse en un ataque directo a la moralidad del candidato. La acusación de que ella era una “adúltera condenada” se convirtió en uno de los principales puntos de ataque, y a través de folletos y panfletos, los detractores de Jackson pintaban a Rachel como un modelo negativo de esposa americana. Según sus opositores, ¿cómo podría una mujer como ella ser la primera dama y liderar a las mujeres americanas? Para ellos, Rachel no era más que una víctima de sus pasiones desenfrenadas, una mujer caída cuya moralidad estaba más que cuestionada.
Pero el ataque no se limitó a la figura de Rachel. Los enemigos de Jackson, especialmente los aliados de Adams, también utilizaron su origen familiar para dañar su imagen ante el electorado del sur. En un esfuerzo por sembrar dudas sobre sus lealtades, se vertieron rumores sobre su madre, acusándola de ser una prostituta y propagando la idea de que Jackson no era más que el hijo ilegítimo de una relación con un hombre mestizo. Estas calumnias buscaban no solo cuestionar el carácter de Jackson, sino también sembrar miedo en los votantes del sur, quienes temían que Jackson apoyara la emancipación de los esclavos.
El ataque a la moralidad de Jackson y su vínculo con Rachel se sumaba a una serie de otras controversias que marcaron su campaña, desde su posesión de esclavos hasta su reputación como duelista. Sin embargo, ninguno de estos ataques fue tan efectivo como el relacionado con su vida matrimonial. La irregularidad de su relación con Rachel se convirtió en un tema de debate central, alimentando la narrativa de que Jackson, como hombre de acción y pasión, no podía ser considerado un líder moralmente adecuado para la nación.
Además de la difamación personal, las campañas anti-Jackson también usaron sus decisiones como comandante militar durante la Guerra de 1812 para manchar su reputación. Uno de los episodios más controversiales fue la ejecución de seis soldados que, según Jackson, habían desertado. Esta historia, conocida como el "panfleto de los ataúdes", presentó a Jackson como un hombre despiadado que no dudaba en castigar a sus propios hombres. La ilustración mostraba seis ataúdes, simbolizando a los soldados ejecutados, y los ataques no solo lo describían como un cruel dictador, sino también como un hombre sediento de sangre, cuya crueldad parecía no tener límites.
En paralelo a estos ataques, se comenzó a construir la figura de Jackson como un héroe nacional. Su papel en la derrota de los británicos en la Batalla de Nueva Orleans, su lucha contra los pueblos indígenas y su capacidad para presentarse como el líder más destacado de la nación desde George Washington, le dieron un aura de invencibilidad. Sin embargo, la campaña de 1828 no solo estuvo marcada por la exaltación de su figura heroica, sino también por la distorsión de los hechos y la creación de mitos alrededor de su persona, lo que desvió la atención de los problemas reales que enfrentaba el país.
La táctica de sus enemigos, por lo tanto, no solo se centró en la desinformación y la difamación, sino que también contribuyó a la creación de una narrativa populista que, a pesar de ser efímera y basada en ataques personales, terminó por darle a Jackson la presidencia. En este proceso, el uso de la información —tanto negativa como positiva— tuvo un papel crucial en el moldeamiento de la opinión pública, haciendo que cuestiones sustantivas de política y gobernanza quedaran eclipsadas por la retórica. Este fenómeno se ha interpretado como un ejemplo temprano de cómo la política de la demagogia y el oportunismo comenzó a dominar las elecciones presidenciales de los Estados Unidos.
Es importante entender que, además de los ataques directos y las calumnias, la polarización de la opinión pública durante la campaña de 1828 también respondió a la creciente tensión en la política estadounidense sobre temas como la esclavitud, los derechos de los pueblos indígenas y la expansión del territorio. Estos temas, aunque no siempre abordados directamente, fueron influidos por las campañas de desprestigio y heroificación. La victoria de Jackson no solo refleja el triunfo de un hombre, sino también la consolidación de un tipo de política que, más tarde, sería característico de su mandato y de los que le seguirían en el cargo.
¿Cómo se construyó el mito de John F. Kennedy tras su asesinato?
El fin de semana del asesinato de Kennedy marcó el comienzo de la construcción de una mitología en torno a su figura como presidente. Su familia, muy consciente de la importancia de este momento, trabajó activamente para erigir la imagen de un líder caído, un mártir cuya vida había sido truncada en su mejor momento. La organización de su funeral estatal, cuidadosamente orquestado para imitar pero a la vez superar el de Abraham Lincoln, desempeñó un papel crucial en el lanzamiento de esta mitología. Durante los días siguientes, los estadounidenses fueron testigos de un emotivo homenaje: el cuerpo del presidente fue expuesto en la Casa Blanca y el Capitolio, hubo un desfile por la Avenida Pensilvania y se pronunciaron numerosos elogios.
Mike Mansfield, líder de la mayoría del Senado de Estados Unidos, resumió el tono de la ocasión: "Era un hombre marcado por las cicatrices de su amor a la patria, un cuerpo activo con el impulso de la vida que, en un momento, ya no estaba". En un acto de catarsis colectiva, muchos sentían que una parte de ellos mismos había muerto con Kennedy, pero también creían que el presidente les había dejado lo mejor de sí. "Nos dio un buen corazón del cual brotaba la risa, nos dio un humor profundo que originó un gran liderazgo, nos dio amabilidad y fuerza fusionadas en un coraje humano para buscar la paz sin temor", continuó Mansfield.
El presidente de la Corte Suprema, Earl Warren, quien presidió la Comisión Warren sobre el asesinato, aseguró que "el mundo entero es más pobre por su pérdida. Pero todos podemos ser mejores estadounidenses porque John Fitzgerald Kennedy pasó por nuestro camino". El presidente de la Cámara de Representantes, John W. McCormack, en un giro similar al de Lincoln tras su asesinato, afirmó en las primeras 48 horas tras la muerte de Kennedy: "El presidente Kennedy poseía todas las cualidades de la grandeza". De esta manera, se comenzó a consolidar una imagen del presidente como un líder histórico arrebatado por una muerte cruel, y su figura pasó a formar parte de la élite de la historia mundial.
Sin embargo, antes de su asesinato, Kennedy no gozaba de la admiración que los elogios sugerían. No logró convencer al Congreso para que aprobara sus iniciativas legislativas más importantes, los texanos conservadores lo odiaban por su postura liberal, la Mafia resentía la postura de su administración en relación con su actividad criminal, sufrió una gran derrota con la invasión de Bahía de Cochinos, y sus relaciones con Fidel Castro y la Unión Soviética eran tensas. Sin embargo, como ocurrió con Lincoln, todo eso fue olvidado con el disparo de un balazo.
Larry J. Sabato, destacado politólogo de la Universidad de Virginia y autor de un libro sobre el asesinato de Kennedy, destacó, en el aniversario número 50 de la muerte del presidente, que gran parte de lo que el público pensaba sobre Kennedy seguía siendo incorrecto, a pesar de estar en consonancia con su leyenda. Sabato cuestionó, entre otros puntos, la creencia de que los debates televisivos de Kennedy contra Nixon fueron decisivos para su victoria en las elecciones de 1960, que Kennedy era un presidente liberal, que él estaba determinado a llevar a los humanos a la luna, y que el presidente Johnson implementó con devoción la agenda de derechos civiles de Kennedy. En cuanto al asesinato, Sabato también expresó dudas, argumentando que, incluso medio siglo después, aún no se tenía la historia completa, ya que muchos documentos del gobierno seguían clasificados.
La leyenda de Kennedy creció con el paso de los años, en parte gracias a su poderoso discurso y al carisma que mostraba en sus apariciones públicas. Sus discursos, que en muchos casos se compararon con los de Winston Churchill durante la Segunda Guerra Mundial, su actitud optimista de "sí se puede", como la famosa declaración sobre la llegada del hombre a la luna, y las imágenes de una joven y vibrante familia presidencial, todo contribuyó a crear un mito alrededor de su figura. La "Camelot" de Jackie Kennedy, aunque ficticia, se fue consolidando como un componente esencial de este relato. Incluso se llegó a refutar la creencia de que Kennedy había eliminado la tradición de los sombreros para los hombres, debido a que no llevaba uno en su propia inauguración, cuando las evidencias fotográficas demostraron lo contrario.
En los años posteriores a su muerte, las teorías de conspiración y los mitos sobre su asesinato tomaron fuerza. La disponibilidad inmediata de información a través de la televisión, y más tarde de Internet, cambió la dinámica de cómo el público consumía noticias, especialmente en eventos históricos de gran relevancia. Mientras que con el asesinato de Lincoln las noticias llegaban con retraso, el asesinato de Kennedy fue transmitido en tiempo real: desde el momento del tiroteo, la captura de Oswald, el funeral hasta las audiencias de la Comisión Warren. Esta cobertura inmediata hizo que el público se sintiera parte del evento, y esa sensación de participación se mantuvo presente en la sociedad estadounidense.
El caso de Kennedy también marcó un punto de inflexión en la relación entre los medios de comunicación y la política. Desde su muerte, la forma en que los oficiales gubernamentales respondían a las crisis se vio influenciada por la necesidad de transmitir sus puntos de vista rápidamente, a través de los medios, como ocurrió con la esposa del presidente, Jackie Kennedy, quien comenzó el proceso de mitificación desde el mismo día de la muerte de su esposo, insistiendo en que la prensa viera cómo se subía al Air Force One con el vestido manchado de sangre.
Es importante tener en cuenta que la figura de Kennedy, como muchas otras figuras públicas, fue moldeada en gran medida por quienes estaban a su alrededor, desde su familia hasta sus asesores. Esto no es exclusivo de Kennedy, sino que es un fenómeno recurrente en la política y en la cultura mediática. La mitificación de líderes, a través de la manipulación de la información y la creación de imágenes potentes, sigue siendo una herramienta utilizada para consolidar la narrativa de un legado.
¿Cómo influyó el lenguaje de la campaña electoral en la política estadounidense?
El desarrollo de las campañas electorales en los Estados Unidos ha sido, históricamente, una danza compleja entre la imagen pública, la retórica política y las emociones de los votantes. Desde los primeros días de la República, los candidatos y sus asesores han reconocido la importancia del discurso como herramienta para movilizar a la ciudadanía. Sin embargo, el poder del lenguaje no se limita únicamente a su uso para presentar propuestas políticas; también ha sido esencial para crear narrativas que configuran la percepción pública de los candidatos y las elecciones mismas.
En las elecciones de 1828, por ejemplo, la campaña de Andrew Jackson se caracterizó por ataques personales, utilizando la figura de la esposa de Jackson, Rachel, para atacar su moralidad. Este episodio destaca una de las primeras muestras de cómo los ataques personales pueden ser utilizados para desacreditar a un oponente. La acusación de adulterio, aunque falsa, fue explotada para dar forma a una narrativa negativa sobre Jackson y su carácter. La respuesta de Jackson fue igualmente violenta y personal: a través de su campaña, defendió la integridad de su esposa y atacó directamente la moralidad de su oponente, John Quincy Adams.
Este tipo de confrontaciones no desaparecieron con el paso de los años. En la campaña presidencial de 1960, se observó otra instancia en la que el lenguaje de la campaña desempeñó un papel crucial. La lucha entre John F. Kennedy y Richard Nixon fue definida por los debates televisivos, donde el uso de la imagen y el discurso se entrelazaron. La habilidad de Kennedy para proyectar una imagen de juventud, vitalidad y dominio de la televisión contrastó con la presencia más rígida de Nixon. Esta diferencia visual fue tan importante como las propuestas políticas que ambos candidatos presentaban. En este sentido, las campañas no solo se libraban en los mítines, sino en el ámbito visual y emocional de los votantes, donde el lenguaje desempeñaba un papel crucial en la construcción de las imágenes de los candidatos.
Un aspecto particularmente interesante en las campañas de la época fue el uso de las noticias falsas y la desinformación. En 2016, por ejemplo, durante la candidatura de Donald Trump, las redes sociales se convirtieron en un vehículo para la propagación de fake news. Estas noticias, aunque a menudo sin fundamento, lograron influir en la percepción de la realidad de muchos votantes, mostrando cómo el lenguaje puede ser utilizado para crear una versión alternativa de los hechos. Este fenómeno, aunque no nuevo en su existencia, se intensificó con el avance de las tecnologías de la comunicación, creando nuevos desafíos para la política democrática.
Además de las tácticas de campaña, también es crucial comprender el contexto de la época en la que se desarrollan estas estrategias. Las campañas políticas no son solo una respuesta a las circunstancias actuales, sino que se alimentan de las tradiciones y precedentes históricos de la política estadounidense. Las lecciones aprendidas de campañas pasadas, como las de 1828 o 1960, muestran cómo la retórica y las estrategias evolucionan, adaptándose a los medios disponibles, pero manteniendo en el fondo los mismos mecanismos de manipulación emocional, creación de imagen y, a veces, desinformación.
Es importante reconocer que el poder del lenguaje en la política no se limita a los discursos o las declaraciones públicas. También se encuentra en los detalles más pequeños de las campañas: en las imágenes que se proyectan, en los eslóganes, en los ataques velados y en las promesas explícitas. Todos estos elementos, aunque parecen triviales, tienen un impacto duradero en la forma en que los votantes se relacionan con los candidatos y cómo toman decisiones en las urnas.
Al considerar el impacto del lenguaje en la política estadounidense, se debe recordar que el mensaje no siempre es una cuestión de verdad o de contenido puro. En cambio, a menudo se trata de cómo se construye una narrativa, de cómo se manipulan los símbolos, y de cómo se apelan a las emociones y creencias profundas de los votantes. La historia de las campañas presidenciales en los Estados Unidos demuestra que, más allá de las propuestas políticas, lo que realmente mueve a los votantes es la habilidad de un candidato para conectarse emocionalmente con su audiencia y proyectar una imagen que resuene con las preocupaciones, deseos y temores del electorado.

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