La forma en que Donald Trump abordó la transición presidencial fue un reflejo claro de su estilo de liderazgo: impulsivo, desorganizado y, en muchos casos, fuera de las normas establecidas. En lugar de seguir los protocolos tradicionales de una transición ordenada, Trump optó por un enfoque que parecía más una extensión de sus operaciones comerciales, tratando el proceso como una mera extensión de la Trump Organization. Desde el inicio, la relación de Trump con sus colaboradores fue una mezcla de tácticas empresariales y decisiones erráticas que marcarían la gestión de su gobierno.

Una de las decisiones más notorias fue la manera en que eligió a su equipo. Trump no solo seleccionó a personas basándose en sus méritos o experiencia, sino que, en muchos casos, lo hizo impulsivamente, sin mucha reflexión sobre cómo encajarían en los puestos asignados. Esta forma de proceder fue ejemplificada en la conversación con Gary Cohn, a quien le ofreció varios puestos de alto nivel, incluido el de secretario adjunto de defensa, a pesar de que Cohn no tenía experiencia militar. Finalmente, Cohn aceptó el cargo de asesor económico, aunque no sin antes mostrar su frustración ante las constantes ofertas sin sentido.

Trump mostró una notable indiferencia hacia la lógica tradicional de contratación, buscando ante todo que las personas que elegía fueran de su confianza, sin considerar cómo sus roles podrían generar conflictos o duplicaciones de tareas. Esta actitud fue la que definiría la relación con su jefe de gabinete, quien a menudo se encontraba lidiando con el caos generado por las decisiones impredecibles del presidente.

El comportamiento de Trump no se limitaba solo a la contratación. La elección de cómo manejar su transición presidencial fue también errática. Rehusó trasladar el proceso de transición a Washington, como era habitual, y prefirió mantenerlo en sus oficinas de Trump Tower, actuando como si fuera una extensión de su negocio personal. No mostró el respeto debido a los rituales diplomáticos internacionales, como lo demostró en su recomendación pública de que el Reino Unido nombrara a Nigel Farage, su amigo y político nacionalista, como embajador en Estados Unidos. Esto fue una clara violación de las normas diplomáticas.

Además, su relación con los medios de comunicación, especialmente con CNN, estuvo marcada por la confrontación. En una reunión con ejecutivos de redes de televisión, Trump no dudó en atacar públicamente a los periodistas, acusándolos de ser injustos y criticando su cobertura. A pesar de estas confrontaciones, Trump continuó buscando la aprobación de los medios, tratando de cambiar la percepción pública mediante un enfoque inconsistente.

Otro aspecto relevante fue su relación con el sistema político estadounidense. En sus primeras interacciones con figuras políticas como Paul Ryan, presidente de la Cámara de Representantes, Trump demostró un profundo desconocimiento de cómo funciona el gobierno federal. Durante una reunión clave, interrumpió varias veces para hablar sobre temas irrelevantes, como su interés en la compra de un nuevo avión presidencial y una propuesta de impuestos a Amazon. Esta falta de atención a los detalles y su tendencia a centrarse en temas triviales se convirtió en una constante a lo largo de su presidencia.

El manejo de los nombramientos también estuvo influenciado por un deseo de controlar la narrativa mediática. Trump prefería seleccionar a personas cuya presencia en el cargo generara una cobertura mediática favorable. Un ejemplo de esto fue su decisión de mantener a Preet Bharara, el fiscal estadounidense para el distrito sur de Nueva York, a pesar de que había sido nombrado por Barack Obama. A pesar de las advertencias de que Bharara podría presentar un riesgo para él, Trump argumentó que su presencia era útil para generar noticias. Este enfoque en la cobertura mediática prevaleció incluso en decisiones clave como la selección de Rex Tillerson como secretario de Estado. La elección de Tillerson, un ejecutivo de ExxonMobil, se basó más en su presencia "imponente" que en sus credenciales diplomáticas.

Por otro lado, Trump también mostró una tendencia a mantener cercanas a figuras marginales o controvertidas, como lo ejemplifica su relación con figuras como Alex Jones, el teórico de la conspiración, o su apoyo a la teoría desacreditada de que las vacunas infantiles causan autismo, que llevó a Trump a reunirse con Robert F. Kennedy Jr.

Es importante tener en cuenta que las decisiones de Trump no solo fueron impulsivas, sino también marcadas por una falta de preparación y comprensión de los procesos gubernamentales. Esta carencia de conocimiento, junto con su tendencia a privilegiar la imagen y la lealtad personal sobre la competencia o la experiencia, generó un ambiente de caos y desconcierto en su administración.

Al leer sobre este enfoque tan poco convencional de Trump en su transición y en la selección de su equipo, es crucial entender cómo estos patrones influirían a lo largo de su presidencia. Los nombramientos arbitrarios y la falta de preparación para las exigencias del cargo fueron factores decisivos en la creación de un entorno político inestable y conflictivo.

¿Cómo Trump Redefinió la Presidencia desde su Propio Estilo Personal?

Trump era un hombre que, incluso cuando ocupaba el despacho más importante del mundo, no dejó de lado su propio estilo personal y la manera en que había manejado siempre su vida. Desde el primer día de su mandato, la Casa Blanca se transformó no solo en un centro de poder político, sino también en un reflejo de sus intereses, sus pasiones y, sobre todo, sus hábitos.

Pocos presidentes han tenido la capacidad de llevar consigo tanto de su vida personal a la Casa Blanca como lo hizo Donald Trump. En sus primeros días como presidente, uno de los primeros cambios visibles fue cómo reorganizó las oficinas presidenciales. En su propia residencia dentro del complejo presidencial, Trump no dudó en añadir toques que le eran familiares, como un televisor extra en su dormitorio o alfombra en el baño, similar a la de su jet privado. Cada rincón parecía estar diseñado para recordar sus días de magnate, desde las fotografías familiares hasta una inexplicable colección de recuerdos presidenciales, y un cinturón de lucha libre que se convirtió en un regalo personal del promotor Vince McMahon, exhibido como si fuera una pieza de museo.

La Casa Blanca se convirtió en un escenario en el que Trump no solo mostraba su poder político, sino también sus peculiaridades y manías. El "baño secreto", como él lo llamaba, se convirtió en un símbolo de la búsqueda constante de personalización y distanciamiento de lo que representaban sus predecesores. Aunque su afirmación de haber remodelado completamente el baño resultó ser falsa, este gesto reflejaba la necesidad constante de Trump de marcar diferencias y de adaptar todo, hasta el espacio más íntimo, a sus propias necesidades y visiones.

Pero no todo en su presidencia fue simplemente un acto de personalización de su entorno. Trump también utilizó la política de manera que a veces se sentía más como un espectáculo, más como un show mediático que como una acción de gobierno tradicional. Sus frecuentes viajes en Air Force One, sus desplazamientos por ciudades donde las protestas se generaban a su paso, y su capacidad para convertir cada pequeño detalle de su vida en un acto de protagonismo, fueron parte de la forma en que gestionaba su imagen. Incluso el uso del Twitter, tan característico en su mandato, era una extensión de su forma de pensar y de actuar: una conexión constante con su base de seguidores y, al mismo tiempo, una manera de desafiar las estructuras tradicionales de comunicación política.

En este contexto, su relación con personas cercanas a él también estaba marcada por la misma lógica de poder y control. La relación con su yerno, Jared Kushner, fue un claro ejemplo de cómo Trump prefería manejar los asuntos familiares en la política, colocando a sus familiares en posiciones clave mientras gestionaba las crisis con respuestas inmediatas, impulsivas, aunque a veces desconcertantes. Kushner, Ivanka y otros miembros de la familia Trump jugaban roles importantes, no solo dentro de la Casa Blanca, sino también como una especie de red que gestionaba el flujo de información y el control de narrativas en un entorno repleto de escándalos e investigaciones.

Un ejemplo claro de la forma en que las dinámicas familiares se entrelazaban con el poder político fue cuando la familia Trump se vio envuelta en las investigaciones sobre los contactos de su equipo con Rusia. Kushner, quien había sido un miembro central en la transición, pasó a ser una figura clave en el centro de estos escándalos. Su encuentro con los investigadores del Congreso y su posterior declaración pública reflejaron la frágil línea entre la administración presidencial y las acciones de los familiares que ocupaban cargos clave. La figura de Trump, más que un líder político tradicional, se mostraba como alguien que no solo gestionaba el país desde una perspectiva de poder, sino también de relaciones personales y familiares.

Es fundamental entender que la forma en que Trump interactuó con su entorno no solo fue una cuestión de estilo personal, sino que representó un cambio significativo en la política estadounidense. Mientras otros presidentes trabajaban dentro de las estructuras preexistentes de la política y la diplomacia, Trump desafió esas convenciones con una mirada centrada en la figura personal. Esto afectó no solo la política interna, sino también la manera en que el país se relacionaba con el mundo exterior, ya que su estilo de comunicación directa y su enfoque en los medios de comunicación cambiaron la percepción de la política y la comunicación pública.

El gobierno de Trump también nos deja una lección sobre la importancia de la personalización en el ejercicio del poder. En lugar de seguir los protocolos tradicionales, Trump mostró cómo la gestión del poder puede ser vista como un reflejo de la personalidad del líder. Sin embargo, este estilo de gobierno también plantea cuestiones importantes sobre la separación de la política y los intereses personales, así como sobre el papel de los medios de comunicación y las redes sociales en la construcción de la imagen pública de un presidente.