A lo largo de la década de 1980, la industria de los ahorros y préstamos (S&L por sus siglas en inglés) experimentó una rápida expansión, alimentada por un entorno económico que favorecía un crecimiento masivo del crédito. En la competencia por atraer clientes, los prestamistas comenzaron a relajar sus estándares de crédito, buscando ofrecer préstamos con condiciones más atractivas y, por lo tanto, mayor volumen de negocio. Esta práctica, sin embargo, resultó ser una receta segura para el desastre. En lugar de priorizar la estabilidad y la prudencia financiera, los directores de estas instituciones asumieron que una economía fuerte podría cubrir las fallas y errores cometidos en el proceso de préstamo. Sin embargo, la realidad pronto alcanzó a la industria de los ahorros y préstamos de manera contundente.

Primero, las consecuencias directas de la mala gestión crediticia comenzaron a manifestarse con un aumento en los incumplimientos de pagos. A esto se sumó una caída abrupta en los precios del petróleo, que pasó de casi 40 dólares por barril en 1980 a menos de 10 dólares en 1986, lo que afectó gravemente a las inversiones relacionadas con la energía. En el mismo periodo, el Congreso aprobó un nuevo proyecto fiscal que eliminaba los beneficios fiscales excesivos para las inversiones en bienes raíces comerciales, que se habían establecido solo cinco años antes. Estas medidas crearon una tormenta perfecta que afectó a los ahorros y préstamos, sumiéndolos en una crisis que se acentuó con el paso del tiempo.

Un factor clave en esta crisis fue la caída de las tasas de interés a niveles más normales, un fenómeno que, en parte, solucionó los problemas de aquellos S&L que se habían mantenido fieles a sus modelos tradicionales de negocio. Sin embargo, las entidades más grandes y expansivas, que se aventuraron en áreas de préstamos no tradicionales, fueron las más afectadas. Estas instituciones, a menudo con menos experiencia en riesgos elevados, cometieron errores costosos que llevaron al colapso de muchas de ellas. La expansión hacia nuevos mercados sin el conocimiento adecuado resultó ser una jugada peligrosa, y los reguladores no pudieron anticipar los efectos de esta falta de experiencia.

A este fenómeno se añadió el problema del "riesgo moral" relacionado con el seguro federal de depósitos. Los depositantes estaban cubiertos hasta un límite de 100,000 dólares por el gobierno federal, lo que reducía su preocupación ante el fracaso de estas instituciones. Esto generó un comportamiento de mayor riesgo por parte de los directores, quienes, sabiendo que los fondos de los contribuyentes respaldaban a los depositantes, se arriesgaron más de lo debido.

Sin embargo, uno de los aspectos menos discutidos de la crisis fue el fraude de control, un término utilizado para describir el engaño perpetrado por los propios directores y gerentes de las instituciones. Según el ex regulador federal William Black, este fraude fue un factor esencial en el colapso de muchas de las entidades de ahorros y préstamos más grandes. Los gerentes de estas instituciones manipularon las finanzas para generar ganancias ficticias que les permitieron obtener bonificaciones, incluso cuando su gestión estaba debilitando las bases financieras de la empresa. En total, más de 1,000 individuos fueron procesados por delitos financieros relacionados con el colapso de estas entidades.

La crisis se profundizó cuando el Sistema Federal de Seguro de Depósitos de Ahorros (FSLIC) no pudo hacer frente a la cantidad de instituciones que ya habían fracasado, y el gobierno decidió no cerrar más S&L insolventes, lo que resultó en la proliferación de las llamadas "zombis". Estas instituciones continuaron operando, aunque perdían dinero cada día, lo que generaba pérdidas aún mayores para el sistema financiero. El problema se agravó por los intereses contrapuestos entre algunos reguladores y las instituciones que estaban encargados de supervisar.

Una de las razones por las que los reguladores no tomaron medidas más drásticas fue la influencia política de los ahorros y préstamos, que gozaban de un fuerte apoyo en Washington. Estaban vistos como instituciones que ayudaban a los ciudadanos comunes a lograr el sueño de la propiedad de la vivienda, lo que dificultaba el trabajo de los reguladores para aplicar sanciones estrictas. Esta situación llevó a que los ahorros y préstamos gozaran de un poder considerable en la política estadounidense, influyendo en el diseño de leyes y políticas que, en lugar de evitar el colapso, contribuyeron a su expansión.

El primer rescate del Congreso, que llegó en 1987, permitió que el Sistema Federal de Préstamos Hipotecarios empezara a cerrar las entidades "zombis". Sin embargo, la insuficiencia de los recursos disponibles no permitió una solución rápida ni completa. En 1989, el Congreso creó la Corporación de Resolución de Conflictos (RTC) para vender los activos de las instituciones fallidas, lo que permitió recuperar algo de dinero, pero el coste total de la crisis para los contribuyentes superó los 160 mil millones de dólares. Este es un ejemplo de lo que puede ocurrir cuando el gobierno no regula adecuadamente las instituciones financieras, y opta por medidas de forbearance que, en última instancia, agravan los problemas en lugar de resolverlos.

La lección más importante de la crisis de los ahorros y préstamos es que la tolerancia a los fallos financieros, en lugar de remediarlos, rara vez resulta beneficiosa. Los intentos de posponer las soluciones inmediatas y esperar que los problemas se resuelvan por sí mismos tienden a empeorar la situación. La intervención temprana y la aplicación estricta de regulaciones adecuadas son esenciales para evitar que las crisis financieras escalen a niveles insostenibles.

¿Qué tan segura es la criptomoneda y el futuro de las crisis financieras?

La criptomoneda ha logrado captar la atención de miles de inversores, y en especial el Bitcoin ha sido el principal protagonista de este fenómeno. Sin embargo, más allá del fenómeno mediático, existen preocupaciones relacionadas con su estabilidad y seguridad. A lo largo de los años, las criptomonedas han ganado terreno principalmente gracias a la tecnología detrás de ellas: el blockchain. Este sistema permite que cada computadora dentro de una red distribuida mantenga una copia del libro de registro de transacciones, lo que facilita que todas las operaciones sean verificadas y validadas por una red sin necesidad de intermediarios, como los bancos. Sin embargo, aunque esta tecnología ha sido vista como revolucionaria, los riesgos que conlleva su uso no deben subestimarse.

Bitcoin no fue la primera moneda electrónica, pero sí la más exitosa hasta la fecha. Durante los años 90, en plena burbuja de las punto com, hubo intentos fallidos de crear monedas virtuales, como Beenz y Flooz. En esos casos, el principal obstáculo fue la falta de confianza y la dificultad de que estas monedas fueran tomadas en serio por los usuarios. A pesar de los intentos anteriores, fue necesario esperar hasta la creación del Bitcoin en 2008 para ver cómo una moneda electrónica lograba operar de forma descentralizada y segura, independiente del sistema bancario tradicional.

La seguridad de una criptomoneda radica, en gran medida, en el hecho de que las transacciones son verificadas por miles de computadoras en la red. Este proceso, denominado minería, asegura que las operaciones sean transparentes y de difícil manipulación. Además, a través de la criptografía, las criptomonedas pueden operar de manera anónima, lo que las hace atractivas para diversos usuarios, incluidos aquellos involucrados en actividades ilícitas en lo que se denomina la "dark web".

Sin embargo, la descentralización de las criptomonedas también ha generado preocupaciones. A pesar de la promesa de independencia del sistema bancario, las criptomonedas no son inmunes a los riesgos. A medida que estas monedas ganan popularidad, los ciberdelincuentes se interesan cada vez más en hackear los intercambios y plataformas donde se compran y venden. Históricamente, intercambios como Mt. Gox y Youbit han sido víctimas de robos masivos, lo que ha llevado a la quiebra de las plataformas y ha afectado a millones de usuarios que confiaron sus ahorros a la moneda digital.

Por otro lado, las ICOs (ofertas iniciales de monedas) han emergido como un nuevo modelo de financiamiento. A través de estas ofertas, las empresas emiten tokens digitales que representan una participación en su futuro crecimiento, similar a la compra de acciones en una empresa tradicional. Sin embargo, a menudo estas monedas digitales no son más que una promesa de valor, y muchos proyectos han resultado ser fraudes o han fracasado estrepitosamente, dejando a los inversores sin los recursos que habían depositado.

Además de los problemas de seguridad y fraudes, la especulación masiva es otro de los riesgos inherentes a las criptomonedas. Dado que el valor de estas monedas puede fluctuar considerablemente en cortos períodos de tiempo, los inversores a menudo compran y venden en un ciclo de "compre barato, venda caro", lo que genera burbujas especulativas. Este comportamiento no es nuevo: ya lo vimos en la burbuja de las punto com, cuando empresas tecnológicas que no generaban ingresos reales vieron sus valores inflarse sin justificación, solo para caer estrepitosamente cuando la burbuja explotó. En 2017, por ejemplo, Bitcoin alcanzó un precio superior a los 20.000 dólares, solo para desplomarse poco después, lo que reflejó una volatilidad extrema y una falta de certeza sobre el valor real de la moneda.

A pesar de estos riesgos, las criptomonedas siguen siendo atractivas por su capacidad de ofrecer un sistema de pagos independiente de los bancos y gobiernos. No dependen de una entidad central para su funcionamiento y, por lo tanto, su valor no está sujeto a las decisiones de los bancos centrales ni a las políticas monetarias que afectan a las monedas tradicionales. Sin embargo, esto también implica una falta de regulación y un mayor riesgo de manipulación del mercado, lo que contribuye a la inestabilidad de estas monedas.

El futuro de las criptomonedas y la tecnología blockchain es incierto. Si bien es probable que continúen evolucionando y aparezcan nuevas criptomonedas con aplicaciones más específicas, también es muy probable que el mercado se vea afectado por burbujas especulativas y caídas abruptas de valor. En este contexto, es fundamental que los inversores y usuarios comprendan los riesgos y no caigan en la tentación de invertir sin una comprensión clara de lo que están comprando.

Es esencial también entender que, al igual que con cualquier activo especulativo, las criptomonedas deben ser tratadas con cautela. A pesar de su potencial para cambiar la forma en que realizamos transacciones y almacenamos valor, la falta de una regulación adecuada, la volatilidad extrema y la creciente amenaza de ciberataques son factores que podrían dar lugar a futuras crisis financieras. La historia nos ha mostrado que cuando un nuevo mercado o tecnología alcanza la popularidad rápidamente, las burbujas son casi inevitables, y los efectos de su estallido pueden ser devastadores.