La influencia de los medios de comunicación en la política internacional ha sido, a lo largo de la historia, un factor fundamental para la configuración de las relaciones entre naciones. Los medios no solo sirven como canales de información, sino que también actúan como agentes de poder que pueden modelar la percepción pública sobre eventos y políticas clave. El contexto contemporáneo, marcado por fenómenos como la globalización, las tecnologías digitales y las dinámicas políticas cambiantes, ha transformado esta relación, convirtiéndola en un terreno cada vez más complejo y multidimensional.
La interacción entre los medios y los gobiernos a menudo define el curso de los acontecimientos internacionales. Tomemos como ejemplo la cobertura mediática de las políticas de inmigración. En Estados Unidos, bajo la administración de Donald Trump, los medios jugaron un papel crucial en la configuración del discurso en torno a la inmigración, la seguridad nacional y la identidad nacional. Los medios no solo informaban sobre las políticas, sino que en muchos casos amplificaban o deslegitimaban las acciones gubernamentales, influyendo directamente en la opinión pública. Este fenómeno no es exclusivo de Estados Unidos. En Europa, por ejemplo, la crisis de los refugiados fue amplificada por los medios, creando una narrativa de "invasión" que alimentó el surgimiento de políticas más restrictivas en países como Hungría, Polonia y otros miembros de la Unión Europea.
Por otro lado, los medios no solo responden a los cambios políticos internos de los países, sino también a la dinámica internacional. Las intervenciones militares de Estados Unidos en el Medio Oriente tras los atentados del 11 de septiembre de 2001 fueron cubiertas de manera que resaltaron no solo la lucha contra el terrorismo, sino también la redefinición de las relaciones entre Occidente y el mundo árabe. La retórica de "guerra contra el terrorismo" se convirtió en un marco dominante, que también tuvo su reflejo en la cobertura de los medios. Los mismos medios que reportaban sobre las víctimas del terrorismo en Occidente, a menudo no daban la misma visibilidad a las víctimas en el otro lado del conflicto, lo que creaba una disparidad en la representación de los diferentes actores involucrados.
La relación entre los medios de comunicación y los gobiernos no se limita a las democracias occidentales. En lugares como China, donde el control estatal de los medios es una característica central, la información está fuertemente mediada por la ideología oficial. La narrativa política es cuidadosamente diseñada para alinear a la población con los intereses del Partido Comunista Chino. Sin embargo, en el contexto global, la influencia de los medios chinos ha crecido significativamente. En los últimos años, China ha intensificado sus esfuerzos para expandir su presencia mediática en África, América Latina y otras regiones, ofreciendo una alternativa a los medios dominados por Occidente. Esto plantea un desafío adicional para las democracias, que deben lidiar con una competencia de narrativas que no siempre se alinean con sus valores o intereses.
En el ámbito de América Latina, los medios juegan un papel clave en la configuración de las relaciones regionales e internacionales. La cobertura de los conflictos en Venezuela, la situación política en Cuba o las relaciones entre los países del MERCOSUR son, a menudo, guiadas por la agenda de poderosos actores internacionales. Los medios de comunicación en países como Brasil o Argentina han sido fundamentales para el entendimiento de cómo se perciben y gestionan las crisis políticas y económicas, tanto a nivel local como global. En este sentido, los medios se convierten en actores de poder que no solo informan, sino que también influyen en la toma de decisiones políticas y en la formación de alianzas internacionales.
Otro aspecto importante es la cobertura mediática de los conflictos relacionados con el Islam y las tensiones entre Occidente y los países musulmanes. El fenómeno de la islamofobia, exacerbado en parte por los medios de comunicación, ha tenido implicaciones directas en las políticas internacionales, incluyendo el tratamiento de las poblaciones musulmanas en Europa y la política exterior de Estados Unidos hacia países como Irán o Arabia Saudita. Los medios no solo amplifican las tensiones, sino que también tienen el poder de suavizarlas o de amplificar la radicalización. La representación del Islam en los medios ha sido objeto de una crítica profunda, no solo por los estereotipos que perpetúan, sino también por la falta de un enfoque equilibrado y matizado.
Es crucial comprender cómo estos medios, tanto tradicionales como digitales, tienen la capacidad de moldear las políticas exteriores de los gobiernos y de redefinir las relaciones internacionales. Las narrativas que los medios construyen no son solo una cuestión de información, sino de poder: poder para influir en la opinión pública, poder para dar forma a la agenda política y poder para definir quién es el "otro" en el contexto global. La cobertura mediática puede actuar como un reflejo de las tensiones políticas internas de un país, pero también como una herramienta de manipulación que puede ser utilizada por los gobiernos para alcanzar sus objetivos políticos y económicos.
Además, es fundamental que los lectores comprendan cómo los medios internacionales, especialmente en el contexto de un mundo globalizado, desempeñan un papel crucial en la creación de alianzas y en la promoción de intereses nacionales. En este sentido, los medios no solo informan, sino que son una extensión de la política exterior. Las narrativas construidas en los medios no solo se limitan a los problemas nacionales; tienen ramificaciones que afectan la diplomacia y las relaciones internacionales, desde los intercambios comerciales hasta los acuerdos de paz. Este poder de los medios es cada vez más importante en un mundo interconectado, donde las fronteras entre lo local y lo global se desdibujan constantemente.
¿Por qué Corea del Sur mantiene una fuerte proamericanismo, pero desconfía de Trump?
Corea del Sur representa un caso particular en el análisis de las relaciones internacionales con Estados Unidos, pues a pesar de ser uno de sus aliados más firmes y favorables, la percepción de sus ciudadanos hacia los presidentes estadounidenses ha variado considerablemente. Este fenómeno es especialmente visible durante la administración de Donald Trump, donde se observa una ruptura inédita entre la valoración positiva hacia Estados Unidos como país y la confianza en su liderazgo presidencial.
Históricamente, el sentimiento proamericano en Corea del Sur ha sido estable y fuerte desde su independencia en 1945, cimentado por la alianza estratégica que ambos países mantienen frente a la amenaza norcoreana y como consecuencia directa de la división de la península coreana producto de la Guerra Fría. La percepción del pueblo surcoreano hacia Estados Unidos no solo refleja una alianza militar y económica, sino que se encuentra profundamente arraigada en su memoria histórica y en la configuración política interna. En este contexto, la imagen de Estados Unidos y la de sus presidentes solían ir de la mano, formándose una opinión congruente y conjunta sobre el país y su liderazgo.
Sin embargo, con la llegada de Trump, esta relación se alteró notablemente. Mientras que la aprobación general de Estados Unidos se mantiene alta, la confianza en Trump como presidente descendió a niveles incluso inferiores a los observados durante la era de George W. Bush. Este fenómeno puede explicarse por la percepción surcoreana del estilo y las políticas de Trump, especialmente en cuanto a la gestión de la alianza militar y las discusiones sobre los costos de defensa. Aunque el apoyo al pacto de defensa bilateral sigue siendo sólido —con un 92% de la población expresando respaldo a la alianza—, existe un rechazo masivo a las demandas estadounidenses respecto al financiamiento de las tropas estacionadas en Corea y en la región del Pacífico.
La política de Trump, percibida como un cambio radical hacia un enfoque más mercantilista y menos comprometido políticamente, rompió con la tradición de la relación política profunda que Corea del Sur había construido con Estados Unidos. Esto generó una desconexión entre la valoración del país y la confianza en su líder, evidenciando una capacidad crítica independiente por parte de la sociedad coreana hacia las figuras políticas extranjeras.
Asimismo, la polarización ideológica interna de Corea del Sur, reflejada en sus medios de comunicación y partidos políticos, influye significativamente en la construcción de estas percepciones. El espectro político surcoreano se encuentra marcado por una división entre conservadores, firmemente proamericanos y anticomunistas, y progresistas que, aunque no rechazan la alianza, manifiestan una postura más crítica y a veces escéptica hacia la hegemonía estadounidense y su política exterior. Esta división se remonta a la historia misma de la península, en donde la Guerra Fría y la influencia de las superpotencias crearon dos polos ideológicos que todavía hoy moldean la opinión pública y los discursos mediáticos.
Los medios conservadores tienden a presentar una imagen positiva y alineada con las políticas estadounidenses tradicionales, mientras que los medios progresistas muestran un enfoque más crítico y atento a los riesgos de subordinación excesiva o conflictos derivados de la dependencia. La llegada de Trump intensificó estas tensiones, ya que su estilo disruptivo y algunas políticas específicas, como el rechazo a ciertos acuerdos multilaterales y las presiones sobre Corea del Sur para aumentar sus contribuciones militares, fueron ampliamente cuestionadas y generaron debates intensos en el espacio público surcoreano.
Además, la singularidad de esta dinámica nos recuerda que las alianzas internacionales no solo se sostienen en intereses estratégicos, sino que también dependen de la legitimidad percibida de sus líderes y de las narrativas que se construyen en torno a ellos. La sociedad surcoreana ha demostrado una capacidad de discernimiento al separar la figura del presidente estadounidense del país que representa, un fenómeno poco común en las relaciones bilaterales y que indica una madurez política y social.
Es crucial comprender que la opinión pública surcoreana no es homogénea ni estática. Está sujeta a transformaciones producto de factores internos y externos, y depende en gran medida de la comunicación mediática y del contexto político. La confianza en Estados Unidos se construye a partir de una historia compartida, pero también puede verse afectada por las actitudes y decisiones de sus líderes. En consecuencia, la percepción sobre Trump refleja no solo un descontento con su persona y políticas, sino también una reacción ante cambios abruptos en la naturaleza de la alianza y las expectativas que Corea del Sur tiene respecto a su relación con Estados Unidos.
Finalmente, para una comprensión profunda de esta realidad, es fundamental considerar las dimensiones culturales, históricas y políticas que moldean las percepciones surcoreanas. La influencia de la Guerra Fría, la experiencia colonial, la división de la península y las tensiones ideológicas internas siguen siendo factores decisivos que explican la compleja relación entre Corea del Sur y Estados Unidos, y por qué, pese a un fuerte proamericanismo, la figura de Trump generó una disociación notable entre la valoración del país y la confianza en su presidente.
¿Cómo ha cambiado la política internacional con el ascenso de China y la salida de Pakistán del dominio estadounidense?
Durante el mandato del presidente Xi Jinping, se han producido una serie de desarrollos clave que han cambiado el panorama internacional, particularmente en Asia. Uno de los eventos más destacados ha sido el número récord de estudiantes pakistaníes que obtienen becas para estudiar en China, lo cual refleja un acercamiento cada vez más estrecho entre ambos países. Esta cooperación ha ido más allá de la educación, extendiéndose al comercio, la política y la seguridad. El aumento de los pakistaníes en China, al igual que el número de chinos en Pakistán, es un claro indicio de cómo la relación entre ambas naciones ha alcanzado nuevas alturas bajo la influencia de Xi Jinping.
Estos avances han generado una popularidad notable del presidente chino entre las masas pakistaníes, incluso entre aquellos que antes se mantenían críticos de la relación con China. Sin embargo, a pesar de estos avances, existen ciertos elementos dentro de China que se muestran escépticos respecto a la iniciativa "Una Franja, Una Ruta" (OBOR, por sus siglas en inglés) y el Corredor Económico China-Pakistán (CPEC). Algunos influyentes dentro del Partido Comunista Chino sostienen que China debería reconsiderar su postura agresiva hacia el Oeste y evitar un enfrentamiento con las potencias occidentales, adoptando una actitud más similar a la de Japón o Corea del Sur, evitando así posibles conflictos. Estos elementos, aunque minoritarios, podrían tener una influencia considerable en la política interna china, particularmente si reciben apoyo de actores externos interesados en desacelerar la expansión de OBOR y CPEC. Tal desviación podría desviar a China de su actual trayectoria de crecimiento y expansión, lo que pondría en peligro los esfuerzos de integración regional.
La perspectiva occidental, particularmente a través de los medios de comunicación y las narrativas políticas, ha sido en gran parte negativa hacia países como China, Pakistán, Irán y Rusia. Estos países ofrecen una resistencia discursiva a la injusticia global y a las políticas de guerra que muchos países occidentales promueven. En particular, no se puede esperar una cobertura mediática positiva de la región asiática, ya que, en términos geopolíticos, estos países no se alinean con los intereses de Occidente.
Por otro lado, las reformas en Pakistán han tenido un impacto significativo en la política interna del país. Durante las últimas dos décadas, Pakistán vivió bajo el dominio de una élite liberal que llevó al país por el camino de la corrupción y el desmantelamiento de sus instituciones estatales. Los gobiernos de Pervez Musharraf, Asif Ali Zardari y Nawaz Sharif, todos ellos con vínculos estrechos con las potencias occidentales, fueron responsables de gran parte del empobrecimiento y desestabilización de Pakistán. Estos líderes, en su mayoría corruptos, trabajaron activamente para facilitar las estrategias de guerra híbrida orquestadas por agencias estadounidenses, lo que socavó las instituciones pakistaníes mediante prácticas corruptas y políticas de extorsión.
Sin embargo, la situación cambió radicalmente en agosto de 2018 cuando Imran Khan asumió el cargo de Primer Ministro. Tras una larga lucha contra el sistema de corrupción establecido por sus predecesores, Khan logró iniciar un proceso de rendición de cuentas. Este cambio fue respaldado por el ejército pakistaní, que apoyó el esfuerzo de limpiar las instituciones y castigar a los responsables de la corrupción. La victoria de Khan se produjo en un contexto de gran incertidumbre, con la amenaza de intervención por parte de potencias extranjeras como los Estados Unidos y la presión del Fondo Monetario Internacional. A pesar de los desafíos, Pakistán logró recibir apoyo externo de Arabia Saudita, que otorgó un préstamo de 6 mil millones de dólares, y también estableció una relación aún más estrecha con China.
En su segundo viaje a China, Khan tomó una decisión que podría tener repercusiones globales: Pakistán optó por abandonar el dólar estadounidense y estableció la convertibilidad directa con el renminbi chino. Esta decisión, en línea con las tendencias globales hacia la desdolarización, fue un paso significativo que podría cambiar las dinámicas económicas regionales. Países como Turquía, Irán, Rusia y ahora Pakistán están moviéndose hacia un sistema de intercambio que bypassa el dólar, desafiando de esta forma el dominio económico estadounidense en la región.
Este proceso de desdolarización tiene implicaciones profundas no solo para Pakistán y China, sino para toda la región. A medida que más naciones se alejan del dólar, el equilibrio de poder económico global podría verse alterado, favoreciendo un mundo multipolar en el que las grandes potencias de Asia, como China y Rusia, juegan un papel más preeminente. Este cambio también representa un desafío a la hegemonía de Estados Unidos y sus aliados occidentales.
En cuanto a la relación entre China y el mundo musulmán, es importante destacar que ambos comparten una historia de sufrimiento y opresión por parte de las potencias occidentales. China, durante lo que denomina el "siglo de la humillación", y el mundo musulmán, que ha sufrido por más de dos siglos, se encuentran ahora en una situación similar. China ha logrado superar esta humillación y se ha convertido en una potencia global. Por ello, muchos en el mundo musulmán ven en China un modelo de éxito y resiliencia, algo que no encuentran en el Occidente moderno, que a menudo promueve políticas de subordinación y dependencia.
Mientras tanto, Estados Unidos, bajo la administración de Donald Trump, ha mostrado señales de declive. El "síndrome del tigre herido" que afecta a la potencia norteamericana pone a todo el mundo en alerta. Con un sistema económico y político cada vez más frágil, la política exterior de Trump refleja la inseguridad de una nación que ya no puede imponer sus intereses sin enfrentar una fuerte resistencia internacional. Este contexto de incertidumbre también ha favorecido el ascenso de potencias alternativas, como China y Rusia, que buscan redefinir las reglas del juego global.

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