Dentro de sus primeros ocho meses en la presidencia, Donald Trump redujo el número de empleados federales permanentes en 16,000, lo que, aunque modesto en comparación con los casi dos millones de trabajadores del gobierno, significó una reversión de una tendencia bajo la administración de Obama. En términos generales, Trump adoptó un enfoque claramente republicano en sus acciones, con temas recurrentes como la desregulación y la reducción del tamaño y el gasto del gobierno. Estos fueron temas comunes en las administraciones de Reagan y ambos presidentes Bush, quienes compartían el deseo de liberar el mercado reduciendo la intervención del gobierno. Aunque se podría argumentar que Trump fue más efectivo que sus predecesores en implementar estas políticas, todos ellos hicieron compromisos similares en sus primeros años de mandato.

Sin embargo, el aspecto más singular de la agenda dereguladora de Trump fue su presentación pública. Si bien las políticas mismas eran típicas del Partido Republicano, Trump las presentó bajo el lema de "drenar el pantano". Esta frase fue utilizada por primera vez en un mitin de campaña el 17 de octubre de 2016, y aunque inicialmente no impresionó al propio Trump cuando un asistente la sugirió, cambió de opinión cuando el público respondió con entusiasmo. Pronto se convirtió en un hashtag popular en Twitter y un meme, parte del repertorio retórico de Trump junto a otros lemas como "enciérrenla" y "construyan el muro". La frase encajó perfectamente en su estilo, pues era a la vez teatral y vaga, pero al mismo tiempo, decididamente populista y disruptiva.

Durante la campaña de 2016, Trump articuló un rechazo inusual a las normas democráticas básicas. A diferencia de los políticos estadounidenses desde los inicios del país, quienes hablaban con respeto por el sistema político y la legitimidad del mismo, Trump cuestionó esa legitimidad, argumentando que el sistema estaba "amañado" en contra de la gente y en favor de una élite política. Su crítica abarcaba a las instituciones gubernamentales, a los políticos, los grupos de interés, los medios de comunicación, los tribunales y otros actores, con una condena especialmente feroz hacia el papel del dinero en la política. En este sentido, Trump se presentó como el campeón de un pueblo que luchaba contra un sistema corrupto y elitista, y su promesa de "drenar el pantano" reflejaba ese deseo de una transformación radical.

La contradicción entre este discurso populista y el estatus de Trump como miembro de la élite fue evidente, pero rara vez se abordó. A pesar de sus promesas de erradicar la corrupción y la influencia del dinero en la política, Trump mismo había sido un benefactor de las contribuciones de campaña de diversos políticos, incluso antes de postularse. Como empresario, donaba dinero a políticos para proteger sus intereses y asegurarse de que, cuando necesitara algo, sus llamados serían atendidos. Por ejemplo, en un intento por evitar investigaciones por fraude en relación con Trump University, donó $25,000 a la campaña de reelección de la fiscal general de Florida, Pam Bondi, usando su fundación caritativa para hacerlo.

El discurso de "drenar el pantano" también se transformó en una promesa de reforma del sistema, con implicaciones de gran alcance como la reforma del financiamiento de campañas, la regulación del lobby y la lucha contra la manipulación electoral. No obstante, la respuesta real de Trump a estos problemas fue mucho más limitada y estuvo marcada por intereses personales. Un ejemplo claro de esto fue la creación de la Comisión Presidencial sobre la Integridad Electoral en mayo de 2017, cuyo objetivo era investigar su infundada afirmación de que había ganado el voto popular en las elecciones de 2016 si se descontaran los votos "ilegales". La comisión resultó ser un fracaso, sumida en el caos, sin más que controversia política y mala publicidad.

La verdadera naturaleza del compromiso de Trump con la lucha contra el "pantano" se evidenció cuando su administración comenzó a operar bajo las mismas reglas que criticaba. Por ejemplo, Mick Mulvaney, su elección como director interino de la Oficina de Gestión y Presupuesto, admitió abiertamente que el lobbying era parte fundamental de la democracia representativa. A pesar de ser un crítico del Bureau de Protección Financiera del Consumidor, Mulvaney recordó cómo, cuando era miembro del Congreso, si un lobbista no contribuía económicamente a su campaña, simplemente no hablaba con él. Esta perspectiva resalta la ironía de la lucha de Trump contra el "pantano", dado que él mismo se vio involucrado en prácticas similares de cabildeo y financiamiento político.

El "pantano" del que Trump prometió deshacerse nunca desapareció, y su agenda dereguladora, aunque efectiva en ciertos aspectos, nunca alcanzó los niveles de transformación radical que muchos de sus seguidores esperaban. En cambio, el presidente continuó operando dentro de un sistema en el que los intereses especiales y el dinero en la política seguían jugando un papel fundamental.

Es esencial entender que el concepto de "drenar el pantano" no solo se refiere a un deseo de reducción del tamaño del gobierno o la eliminación de la burocracia, sino a una crítica directa a un sistema percibido como corrupto y desequilibrado. Sin embargo, también es importante reconocer que las promesas de cambio radical pueden entrar en contradicción con los intereses personales de los mismos actores que las promueven. A pesar de los esfuerzos de Trump para presentarse como un outsider que luchaba contra el sistema, sus propios vínculos con la élite política y financiera revelaron la complejidad del panorama y las dificultades para realizar transformaciones profundas en un sistema tan arraigado.

¿Por qué la presidencia de Trump es ordinaria en sus resultados políticos?

La presidencia de Donald Trump se caracteriza por ser extraordinaria en muchos aspectos, pero a nivel de sus logros políticos, es, paradójicamente, bastante ordinaria. En términos de políticas y resultados, lo que se observa es una serie de promesas incumplidas y un número limitado de logros significativos. En un principio, Trump afirmó que su administración sería la más productiva de la historia, prometiendo reformas rápidas y efectivas. Sin embargo, al observar el resultado concreto de su tiempo en el poder, lo que queda es una presidencia cuyos logros parecen mínimos en comparación con sus propias afirmaciones y, más aún, cuando se contrastan con las de otras presidencias históricas como las de Washington, Jefferson o Roosevelt.

Una de las razones por las que se puede calificar la presidencia de Trump como ordinaria es la limitación en la cantidad y el alcance de sus logros. Durante los primeros dos años de su mandato, Trump contó con un Congreso de mayoría republicana, lo que le daba la oportunidad de avanzar en su agenda. Sin embargo, sus esfuerzos legislativos no fueron tan efectivos como esperaba. Sus intentos de modificar la política a través de órdenes ejecutivas, aunque icónicas en su forma, no tuvieron mucho éxito: muchos de estos decretos fueron bloqueados por los tribunales federales, evidenciando la falta de impacto real de sus acciones.

En segundo lugar, las pocas políticas que realmente consiguió implementar no fueron tan radicales como su campaña había prometido. El populista que irrumpió en el Partido Republicano en las primarias, terminó siguiendo una agenda política mayormente alineada con los intereses tradicionales de su partido. Aunque Trump se presentó como un outsider dispuesto a desafiar las normas, muchas de sus propuestas se vieron rápidamente moderadas o bloqueadas, ya fuera por el Congreso o por la propia administración.

Uno de los ejemplos más representativos de esta "normalidad" en la presidencia de Trump es la reforma fiscal de 2017, que, aunque se presentó como una de sus mayores victorias, resultó ser una reforma mucho menos ambiciosa de lo que había prometido. El recorte fiscal no fue el más grande en la historia de Estados Unidos, como él mismo había afirmado, y favoreció principalmente a las grandes corporaciones y a las familias más ricas, como la suya propia. Esto dista mucho de la imagen de un Trump defensor de los trabajadores comunes que había mostrado durante la campaña. Además, el público estadounidense mostró una clara desaprobación hacia la reforma fiscal, lo que resalta aún más la desconexión entre lo prometido y lo logrado.

Un tema similar es el de la inmigración, que fue central en la campaña de Trump. Aunque intentó implementar políticas más duras en este ámbito, como la construcción del muro fronterizo o la revocación de las protecciones para los "Dreamers", no logró avances significativos en el Congreso, que estaba dominado por una corriente pro-inmigración y pro-negocios. A pesar de la prominencia de la inmigración en su discurso, Trump no pudo imponer una agenda nacionalista radical dentro de su propio partido.

En cuanto a la política exterior, Trump también se alineó con la tradición republicana de buscar "paz a través de la fuerza". Aunque sus declaraciones y estilo eran inusuales, sus políticas no se distanciaron significativamente de las administraciones anteriores. A pesar de sus enfrentamientos verbales con aliados como la OTAN, Trump no tomó acciones drásticas que alteraran sustancialmente la arquitectura de la seguridad internacional. En este sentido, su política exterior fue igualmente modesta, y aunque su retórica fue a menudo beligerante, sus logros no fueron más allá de lo que se espera de cualquier administración estadounidense promedio post Segunda Guerra Mundial.

Finalmente, incluso la elección de Trump a la Casa Blanca, aunque ciertamente extraordinaria en muchos aspectos, fue, en términos estrictamente electorales, un reflejo de una política estadounidense común. Su victoria en las primarias republicanas fue sorprendente y rompió muchas convenciones políticas, pero el voto que lo llevó a la presidencia no fue inusualmente radical. Su campaña fue innovadora, pero el proceso electoral en sí, la lucha por la presidencia, no se desvió de los patrones políticos estadounidenses habituales.

Es fundamental comprender que, aunque Trump rompió moldes en muchos aspectos, la falta de resultados contundentes en áreas clave demuestra cómo, en última instancia, su presidencia estuvo marcada por la incapacidad de concretar sus promesas de cambio radical. Su presidencia se desarrolló dentro de los límites establecidos por las estructuras políticas, sociales y económicas que, a pesar de sus afirmaciones de cambio disruptivo, siguieron siendo las mismas que existían antes de su llegada al poder. Esta realidad subraya la dificultad que enfrentan los presidentes, incluso aquellos que buscan cambiar el sistema, para operar fuera de las restricciones impuestas por la política estadounidense y la naturaleza de sus instituciones.

¿Cómo la falta de coherencia y experiencia de Trump afectó su capacidad de negociar con el Congreso?

La política estadounidense experimentó una división significativa dentro del Partido Republicano con la llegada de Donald Trump. No solo a nivel congresional, sino también en el seno mismo del partido, donde grupos como el Tea Party impulsaron una serie de movimientos de base que abogaban por la elección de funcionarios ideológicos profundamente antagónicos al gobierno. Esta división se tradujo en una situación extremadamente difícil para Trump al momento de negociar con el Congreso. Si bien Trump se veía a sí mismo como el líder de una rebelión popular, también tuvo que lidiar con la necesidad de conseguir apoyo legislativo para reformas impulsadas por la cúpula del Partido Republicano.

Trump heredó un partido caracterizado por la oposición constante, incluso dentro de su propia estructura política. Para mantener el apoyo en la Cámara de Representantes, era necesario que Trump se aliara con el Caucus de la Libertad, un bloque de entre 30 y 40 congresistas que defendían posiciones radicales en la derecha. En el Senado, la situación no era menos complicada, ya que Trump debía buscar apoyo demócrata para conseguir que las reformas fueran aprobadas en ambas cámaras. Este escenario evidenció las dificultades inherentes de Trump para construir coaliciones efectivas, ya que su estilo de negociación no siempre se alineaba con los intereses de los legisladores de su propio partido.

La habilidad de negociar de un presidente depende en gran medida de su capacidad para construir una reputación sólida de juicio político. Como sostienen Neustadt (1990) y otros expertos, la reputación presidencial actúa como un recurso crucial en la construcción de coaliciones y en las negociaciones. Un presidente exitoso debe ser capaz de mostrar que sus decisiones también benefician a sus aliados, garantizando que sus promesas sean respetadas a lo largo del tiempo. Sin embargo, Trump careció de esta capacidad. Su estilo de negociación, lejos de ser el de un "gran negociador", le restó credibilidad dentro del Partido Republicano y complicó aún más sus intentos de conseguir avances legislativos. Su falta de respeto hacia los legisladores, su falta de comprensión sobre política y política pública, y su insistencia en la lealtad incondicional de sus seguidores dañaron gravemente su capacidad para ganar el respeto necesario para las negociaciones.

Trump, lejos de mostrar una consistencia clara, se movía de una posición a otra, lo que generaba confusión entre los legisladores. Un ejemplo claro de esto ocurrió durante una reunión en enero de 2018, cuando Trump discutió con legisladores de ambos partidos sobre la reforma migratoria. Su falta de claridad sobre lo que realmente quería logró desconcertar a todos los presentes. Desde defender una solución integral hasta aceptar solo una reforma limitada, sus posiciones cambiaban con rapidez, lo que socavaba el proceso de negociación. Este comportamiento también se repitió en temas como la reforma sanitaria, donde sus intervenciones solo servían para sabotar o reiniciar las negociaciones.

El hecho de que Trump no tuviera una postura firme sobre cuestiones clave como la inmigración, la sanidad o el muro fronterizo fue otro obstáculo significativo. Los legisladores no sabían qué esperar de él, ya que sus propuestas variaban constantemente, lo que hacía imposible prever los resultados de las negociaciones. Esta falta de dirección generaba un ambiente de incertidumbre, haciendo que los aliados no pudieran comprometerse de manera firme sin correr el riesgo de que Trump cambiara de opinión más tarde.

Aunque Trump se veía a sí mismo como un disruptor, un hombre que podía cambiar las reglas del juego político, su estilo de negociación resultó ser profundamente ineficaz en un entorno institucional como el Congreso. Su falta de conocimiento sobre política pública y su inconstancia en las posiciones políticas crearon un ambiente volátil que dificultaba la colaboración. Para un presidente, la habilidad para negociar no solo depende de la capacidad de cambiar las reglas, sino también de la capacidad de garantizar que sus posiciones sean entendidas y respetadas por los demás actores políticos.

En última instancia, la falta de coherencia y la carencia de experiencia política fueron dos de los principales factores que contribuyeron al fracaso de Trump en la construcción de coaliciones legislativas efectivas. Su estilo negociador, que se basaba en la imprevisibilidad y la volatilidad, resultó ser más un obstáculo que una ventaja en la política institucionalizada de Washington.

Además de los puntos mencionados, es importante considerar que, en un sistema político como el de Estados Unidos, la habilidad para negociar no solo depende de la voluntad de un presidente, sino también de la capacidad de reconocer las dinámicas y las alianzas dentro del sistema. Los presidentes que han tenido éxito en la construcción de coaliciones han sido aquellos que no solo tenían una visión clara, sino que también sabían cómo manejar las relaciones dentro de los diferentes actores políticos, logrando establecer un marco de confianza mutua que facilitara las negociaciones. Trump, al carecer de esta habilidad y de un enfoque coherente, no pudo superar las barreras impuestas por la estructura del sistema político estadounidense.