En la actualidad, la forma en que se construye la opinión pública ha cambiado radicalmente debido a la expansión y diversificación de las sociedades modernas. La comunidad de ciudadanos, donde la opinión pública se coagula, es ahora mucho más amplia y diversa en comparación con el pasado. Esto ha dado lugar a una evolución en el lenguaje, las referencias culturales y los mensajes utilizados para construir una argumentación convincente. Las tradicionales normas de reciprocidad, cortesía y deliberación, pilares de la democracia liberal, parecen haber dado paso a nuevas características en el discurso público que son fácilmente identificables en los debates políticos contemporáneos: el uso desenfrenado de las emociones, la espontaneidad, la simplicidad y el rechazo a la corrección política.

La cuestión de cómo se forma la opinión pública es crucial porque, en una democracia, la opinión pública es la que sustenta el consenso político necesario para que los actores puedan acceder al poder político. En este "mercado de opiniones" democrático, es esencial identificar qué opiniones son las más atractivas para el público, rastrear los actores que respaldan esas opiniones y comprender los mecanismos sociales que favorecen su difusión. La comunicación, como mecanismo fundamental para la formación de las opiniones individuales y colectivas, merece una atención especial. Ya hace casi un siglo, John Dewey destacaba la importancia de este tema al reflexionar sobre el reto de la democracia en su época: la necesidad de un público informado y participativo.

Dewey, al igual que otros teóricos contemporáneos de la democracia deliberativa y participativa, otorgaba una centralidad fundamental al diálogo, la consulta, la persuasión y el debate para la toma de decisiones democráticas. En su visión, la educación de calidad y la disponibilidad de información imparcial son prerrequisitos esenciales para el funcionamiento de una comunidad democrática. Sin embargo, en la práctica, el acceso desigual a la información y la existencia de narrativas sesgadas socavan la accesibilidad y la equidad en la esfera pública. Los actores más poderosos, aquellos que poseen los recursos y el conocimiento necesario para influir en la opinión pública, utilizan este poder para propagar informaciones sesgadas que beneficien sus propios intereses, ya sea para ganar o preservar el poder político, o para mantener el statu quo social.

Los nuevos medios de comunicación, especialmente Internet y las redes sociales, son herramientas útiles en este contexto, ya que con sus mensajes emocionales permiten reemplazar la racionalidad del debate por una información segmentada que se ajusta a los intereses de cada individuo según su estatus social y sus conexiones. Esto da lugar a lo que se podría denominar una "democracia de burbujas", en la que los ciudadanos sólo acceden a opiniones e informaciones que coinciden con sus creencias preexistentes. La esfera pública, en consecuencia, se fragmenta y polariza, y la productividad epistemológica del debate dentro de cada burbuja se anula. Las ideas circulan dentro de estas burbujas de forma homogénea, sin transformación ni evolución con el tiempo, lo que contribuye a la radicalización y al empobrecimiento del discurso democrático.

Este fenómeno tiene serias implicaciones para la democracia, ya que impide la posibilidad de un intercambio genuino de ideas y opiniones. En la actualidad, muchos ciudadanos carecen de la capacidad de recolectar información de diversas fuentes, entender sus propios intereses y movilizarse efectivamente. En consecuencia, la mayoría de la población está gobernada por una élite restringida que puede gestionar estos procesos de forma efectiva.

Un paso crucial para que los grupos marginados y oprimidos puedan participar activamente en el debate público podría ser el desarrollo de una "solidaridad epistémica", es decir, la estrategia de compartir información con otros seleccionados. Esto permitiría a los ciudadanos superar dos problemas paradójicos que caracterizan la comunicación contemporánea: las "burbujas epistémicas", donde se excluye la información alternativa por omisión, y las "cámaras de eco", donde se excluye activamente la información manipulando la confianza y la credibilidad. Ambos fenómenos sociales facilitan la propagación de noticias falsas, mensajes post-verdad y narrativas políticas engañosas. Estos son problemas especialmente preocupantes porque no solo obstaculizan el debate sobre el bien común, sino que también explotan y exacerban las tensiones sociales, reforzando la discriminación y la marginalización.

En este contexto, los conceptos de "injusticia epistémica" y "discriminación estructural" cobran relevancia. La epistemología social, subdisciplina que examina cómo las creencias y opiniones se forman y se mantienen dentro de los grupos y las instituciones, ofrece una perspectiva crítica sobre los procesos de exclusión y manipulación de la información. En este sentido, los individuos tienden a conformarse con las opiniones mayoritarias en su entorno social para evitar el aislamiento. Este fenómeno está en la base de lo que se denomina la "espiral del silencio", teoría que explica cómo las opiniones disidentes se ocultan por miedo al rechazo social. Este fenómeno tiene importantes consecuencias en las democracias, ya que puede llevar a la aparición de opiniones políticas ocultas en elecciones que producen resultados inesperados, mostrando que las opiniones divergentes nunca desaparecen completamente; simplemente permanecen latentes hasta que las condiciones permiten su resurgimiento.

Finalmente, cabe resaltar que, aunque la opinión pública moderna enfrenta grandes desafíos debido a la manipulación de la información y la segmentación de las audiencias, es fundamental que los ciudadanos desarrollen una mayor conciencia crítica y habilidades para navegar en un entorno informativo cada vez más polarizado y fragmentado. La recuperación de una esfera pública saludable, que permita el intercambio de ideas y el debate constructivo, dependerá de la capacidad de las democracias para garantizar un acceso equitativo a la información y promover una educación cívica sólida que fomente el pensamiento crítico en todos los ciudadanos.

¿Cómo afectan las ciberamenazas y el dinero oscuro a los procesos electorales?

El impacto de las ciberamenazas en los procesos electorales se ha convertido en un tema de creciente preocupación a nivel mundial. Las elecciones, como procesos fundamentales para la democracia, requieren una infraestructura robusta para garantizar su integridad. Sin embargo, la exposición a ataques cibernéticos sigue siendo una de las mayores vulnerabilidades. A medida que los métodos de votación se digitalizan, las amenazas se diversifican, y la necesidad de garantizar estándares de ciberseguridad adecuados se hace aún más urgente.

Un área clave de preocupación es la protección de las infraestructuras utilizadas en las elecciones. Aquí, la principal medida es asegurar que los sistemas y plataformas tecnológicas empleadas en todo el proceso electoral estén protegidos contra posibles ataques. Esto involucra la implementación de prácticas de seguridad cibernética bien establecidas, como aquellas recomendadas por la ENISA (Agencia de Ciberseguridad de la Unión Europea). Es fundamental que las instituciones responsables de la organización de elecciones cuenten con los recursos y el conocimiento técnico adecuado para prevenir brechas en los sistemas de votación.

El segundo riesgo significativo se refiere a los sistemas informáticos internos de los partidos políticos y las campañas electorales. Aunque estos sistemas son objetivos de alto valor para actores tanto nacionales como extranjeros, muchas organizaciones políticas no le otorgan la suficiente atención a la ciberseguridad. Esto no se debe necesariamente a una falta de voluntad, sino a las limitaciones de los recursos. A diferencia de las grandes corporaciones, las organizaciones políticas suelen operar con presupuestos ajustados, lo que les obliga a priorizar otras áreas, como la publicidad electoral, sobre la inversión en medidas de seguridad cibernética. En este contexto, es crucial que se establezcan normas obligatorias de ciberseguridad para los partidos políticos y las campañas, con el apoyo de expertos para implementar estas medidas de forma efectiva.

El apoyo institucional también debe extenderse más allá de los partidos, cubriendo otras áreas clave que juegan un papel fundamental en el proceso electoral, como las fundaciones y los grupos de reflexión. Estos actores, a menudo con una influencia considerable en la política nacional, deben estar sujetos a los mismos estándares de transparencia y seguridad.

Otro factor relevante en la actual dinámica electoral es el uso del "dinero oscuro" en las campañas políticas. Aunque las teorías sobre la influencia rusa en los procesos electorales europeos y estadounidenses son bien conocidas, el uso de fondos ilícitos para financiar campañas políticas es un fenómeno mucho más amplio. En Europa, se han documentado casos en los que políticos de diferentes países han recibido financiación de entidades vinculadas al Kremlin, lo que genera serias dudas sobre la independencia de las campañas y la integridad de los procesos electorales. Este tipo de financiamiento no solo es problemático por sus implicaciones legales, sino también por el potencial que tiene para socavar la confianza pública en la política. En este sentido, es esencial reforzar las normativas sobre transparencia en el financiamiento de campañas para evitar la interferencia de actores externos.

El uso de tecnologías avanzadas, como las herramientas de ciberespionaje y la desinformación en línea, ha puesto de relieve cómo los actores extranjeros pueden manipular la opinión pública de manera efectiva. Sin embargo, los ataques cibernéticos y las tácticas de manipulación de la información no siempre son orquestadas por actores externos. Los "spoilers domésticos", motivados tanto por intereses políticos como económicos, pueden también jugar un papel importante en la alteración de los procesos democráticos. Esto se observa en el contexto de las campañas electorales, donde los actores internos pueden aprovechar las debilidades del sistema para su propio beneficio.

La vulnerabilidad de las democracias a la injerencia extranjera no es únicamente una cuestión de protegerse de actores específicos como Rusia. Es un desafío estructural que afecta a muchos países y que requiere una respuesta multifacética. Las soluciones deben incluir un fortalecimiento de las capacidades nacionales en ciberseguridad, una mayor cooperación internacional y un mayor control sobre las fuentes de financiamiento en las campañas electorales. A medida que el debate sobre la intervención extranjera en las elecciones continúa, es importante recordar que las amenazas a la democracia provienen de múltiples frentes, no solo de potencias extranjeras, sino también de actores internos que pueden manipular el sistema para obtener ventajas indebidas.

Además de las medidas ya mencionadas, es necesario que los ciudadanos y los actores políticos comprendan la magnitud de las amenazas que enfrentan las democracias en el siglo XXI. La ciberseguridad no debe ser vista únicamente como una cuestión técnica, sino como un aspecto fundamental de la soberanía política y de la protección de los procesos democráticos. La confianza pública en los sistemas electorales debe ser restaurada y mantenida a través de una gestión eficiente de la información y la implementación de políticas que garanticen la transparencia en todos los aspectos del proceso electoral.