Durante su presidencia, Donald Trump adoptó un enfoque contradictorio y, en muchos casos, impredecible en relación con la política exterior de Estados Unidos. A pesar de su lenguaje belicoso y sus constantes amenazas de intervención militar, la prudencia y el temor a las consecuencias de sus decisiones fueron factores que marcaron muchas de sus respuestas. Un ejemplo claro de esta dualidad se presentó cuando Irán derribó un dron de vigilancia estadounidense en junio de 2019. Trump autorizó un ataque en represalia contra varios objetivos iraníes, un plan apoyado por varios de sus funcionarios, pero en el último momento decidió suspenderlo. Cuando los aviones ya estaban en camino, el abogado del Consejo de Seguridad Nacional, John Eisenberg, irrumpió en la Oficina Oval para advertirle que la acción podría causar la muerte de 150 personas. Tras hablar con el asesor de seguridad nacional, John Bolton, Trump decidió frenar el ataque, alegando que no quería ver los cuerpos de los muertos en la televisión. Este episodio reveló las tensiones internas dentro de la administración, donde, a pesar de los discursos agresivos, la imagen personal de Trump y su deseo de evitar la culpa prevalecieron.

El uso de las redes sociales como una herramienta para comunicar sus decisiones y giros de política exterior también fue una constante durante su presidencia. En este caso, Trump recurrió a Twitter para compartir su versión de los hechos, afirmando que "estábamos listos para atacar" pero que la preocupación por las víctimas humanas había detenido el ataque. Este estilo de comunicación directa no solo influyó en su relación con la opinión pública, sino también en la forma en que sus decisiones eran percibidas por los aliados y adversarios de Estados Unidos.

A pesar de esta aparente cautela, Trump también buscó generar gestos grandiosos en su política exterior. Uno de los momentos más destacados fue su histórica visita a Corea del Norte en junio de 2019, convirtiéndose en el primer presidente estadounidense en pisar suelo norcoreano. Además, en ese mismo año, un proyecto ambicioso que generó controversia fue la idea de comprar Groenlandia, territorio estratégico por sus recursos naturales y su ubicación geopolítica. La propuesta fue acogida inicialmente en la Casa Blanca, pero tras hacerse pública, provocó un torrente de críticas que finalmente llevó al presidente a abandonar la idea.

Uno de los desafíos más complejos que enfrentó Trump fue la guerra en Afganistán. Con el objetivo de cumplir su promesa de retirar las tropas estadounidenses, Trump buscó un acuerdo de paz con los talibanes, algo que fue rotundamente rechazado por su asesor de seguridad nacional, John Bolton. Sin embargo, la idea de organizar una cumbre histórica con los talibanes en Camp David comenzó a ganar terreno. A pesar de la indignación de varios de sus funcionarios, incluido el mismo Bolton, Trump parecía dispuesto a seguir adelante con el plan, sin importarle que el evento coincidiera con el aniversario de los ataques del 11 de septiembre. La presión interna, así como la reciente muerte de un soldado estadounidense en Afganistán, finalmente obligaron a cancelar la cumbre.

En paralelo a estos desarrollos en la política exterior, la política interna también estuvo marcada por una creciente polarización. En 2019, una denuncia anónima de un funcionario de la CIA sobre una conversación telefónica entre Trump y el presidente ucraniano Volodymyr Zelensky dio inicio a una serie de eventos que culminaron en el proceso de impeachment. El contenido de la llamada, en la que Trump pidió a Zelensky que investigara a su rival político Joe Biden, se consideró como un abuso de poder. A pesar de los intentos de Trump y sus aliados por minimizar el asunto, la filtración del contenido de la llamada fue un punto de inflexión que desató una intensa investigación en el Congreso.

El impeachment, sin embargo, no fue el único desafío al que se enfrentó Trump en su relación con el Congreso. A medida que avanzaba el año, la oposición demócrata se fue volviendo más firme, y aunque en ocasiones hubo intentos de diálogo, como los esfuerzos de su director de asuntos legislativos, Eric Ueland, para mejorar las relaciones con los líderes demócratas, la posibilidad de un entendimiento entre ambas partes se fue desmoronando. A medida que el proceso de impeachment se intensificaba, Trump adoptó una postura más defensiva, utilizando sus redes sociales y sus discursos para criticar a los opositores y consolidar su base de apoyo.

Lo que distingue la política exterior y las decisiones de Trump no es solo su estilo provocador, sino también cómo las presiones internas, los intereses personales y las percepciones públicas afectaron su capacidad para tomar decisiones de largo plazo. El contraste entre su retórica y las acciones concretas que tomó demuestra la tensión constante entre su deseo de proyectar fuerza y su necesidad de evitar consecuencias adversas para su imagen y su presidencia.

A lo largo de su mandato, Trump demostró que la política exterior de Estados Unidos no solo depende de sus relaciones con aliados y enemigos, sino también de los complejos equilibrios internos dentro de la Casa Blanca. El impulso hacia soluciones rápidas, grandiosas y mediáticamente efectivas a menudo chocó con la realidad de las consecuencias a largo plazo de sus decisiones. En muchos casos, el miedo a la responsabilidad, a la pérdida de apoyo interno y a la reacción de la opinión pública terminaron influyendo de manera decisiva en su política exterior.

¿Cómo la política interna y las dinámicas de poder afectaron la reelección de Trump en 2020?

El verano comenzó con un tono más optimista para Trump. Durante semanas, tanto él como sus colaboradores habían promocionado el mitin que celebraría en Orlando, Florida, como el inicio oficial de su campaña de reelección. Desde un punto de vista legal, Trump ya estaba en campaña desde el momento en que asumió el cargo, y su equipo había estado organizándose en torno a sus posiciones dentro de la estructura de campaña casi desde el inicio. Trump confió la dirección de la campaña a Jared Kushner, quien, aunque permaneció en el gobierno, supervisaba la operación con un papel similar al que habían tenido otros estrategas políticos en la Casa Blanca, como Karl Rove (para George W. Bush) o David Plouffe (para Barack Obama). Trump elogió públicamente a Kushner, haciéndolo parecer como alguien digno de su hija, un tipo de actuación que el propio padre de Trump había desempeñado con él. Sin embargo, en privado, Trump a menudo disminuía a Kushner, burlándose de él, y se deleitaba en ridiculizarlo frente a los demás.

A lo largo de su primer mandato, el entorno político interno de la Casa Blanca de Trump estuvo marcado por luchas de poder y alianzas frágiles. A pesar de que Kushner había instalado a Brad Parscale como el gerente de la campaña de reelección, y de que existía una fachada de unidad, las dinámicas de poder y la ambición personal pronto comenzaron a ser un tema recurrente. La influencia de Kushner sobre la campaña se puso en cuestión cuando sugirió que Nick Ayers, quien había sido considerado para el puesto de jefe de gabinete en diciembre de 2018, asumiera el mando de la campaña en lugar de Parscale. Esta movida evidenció la constante manipulación de fichas por parte de los colaboradores cercanos a Trump, algo que los observadores internos veían como una táctica poco ética.

En el caso de la operativa de Florida, Susie Wiles, quien había sido clave en la victoria de Trump en ese estado, fue rápidamente desplazada por la presión de Ron DeSantis, gobernador de Florida. DeSantis, con ambiciones nacionales, comenzó a demandar la expulsión de Wiles del círculo cercano de Trump, lo que provocó la ira de varios colaboradores que consideraban un error tal decisión. Trump, al parecer, se mostró indiferente a la situación, y su actitud hacia las tensiones dentro de su equipo reflejaba su falta de interés en ciertos detalles, siempre que no le afectaran directamente. Este comportamiento evidenció cómo las dinámicas de poder dentro de la Casa Blanca se movían más por intereses personales y manipulaciones internas que por una estrategia política coherente.

Al llegar la fecha del mitin de Orlando, Trump intentó activar la energía de su base, aprovechando la oportunidad para atacar a los demócratas y a los medios de comunicación, a quienes acusó de querer destruir el país. Sin embargo, lo que se hizo evidente durante este evento fue que Trump no tenía un mensaje nuevo que ofrecer. Su campaña, en lugar de centrarse en propuestas para un segundo mandato, se basaba en retomar las injusticias percibidas del pasado, en particular la supuesta manipulación de las elecciones de 2016. A pesar de sus logros durante su mandato, el mitin de Orlando dejó claro que Trump carecía de una visión renovada para el futuro. No era solo que sus discursos eran repetitivos; más bien, los electores veían que Trump seguía mirando hacia atrás, sin ofrecer un plan para lo que vendría en su segundo mandato.

El comportamiento errático y la falta de un enfoque claro en temas clave marcaron la gestión interna de Trump. Su Casa Blanca experimentó una rotación sin precedentes de miembros clave, con más de la mitad de su gabinete original abandonando sus puestos antes de 2019. Esta rotación constante reflejaba una falta de estabilidad y una constante búsqueda de nuevas caras que pudieran agradar a Trump o que simplemente tuvieran la capacidad de gestionar las crisis del momento. Durante el primer año de su mandato, Trump tuvo tres secretarios de prensa, tres jefes de gabinete y seis directores de comunicaciones. Este ritmo de cambios constantes en su equipo reflejaba la naturaleza impulsiva y a menudo desorganizada de la administración de Trump.

La falta de un interés genuino por la gestión del gobierno y el enfoque en cuestiones que solo le interesaban personalmente complicaban aún más la situación. Por ejemplo, en 2019, Trump mostró su frustración cuando se enteró de que ya había firmado una orden ejecutiva sobre la elegibilidad en los deportes profesionales, algo que él pensaba que firmaría en un evento público junto a las banderas y secretarios de servicio. Este tipo de reacciones impulsivas y desconexión de los procesos administrativos subraya la forma en que su administración operaba: a menudo descoordinada y reactiva, en lugar de planificada y estratégica.

Este caos interno y la falta de dirección clara no solo afectaron la efectividad de la campaña de reelección de Trump, sino también la administración en general. Aunque algunos de los miembros de su equipo intentaron imponer orden y coherencia, el entorno político de la Casa Blanca se convirtió en un espacio donde las ambiciones personales y las lealtades cambiaban rápidamente, y donde la gestión de la imagen de Trump parecía ser la prioridad. La paradoja de su campaña fue que, mientras él trataba de recuperar los elementos que le habían dado éxito en 2016, como los grandes mitines y el dominio de los medios de comunicación, en realidad estaba atrapado en un ciclo de luchas internas que debilitaron su imagen y su estrategia política.