La clasificación de los niveles de automatización en vehículos ha sido estandarizada por la SAE International, diferenciando con precisión el grado de intervención humana requerido durante la conducción. Desde los sistemas que solo controlan una dimensión del movimiento del vehículo (lateral o longitudinal), hasta aquellos que ejecutan de forma continua y sin limitaciones toda la tarea dinámica de conducción (DDT), el progreso tecnológico se ha desarrollado en fases claramente definidas.

El Nivel 2 de automatización implica que el sistema puede controlar simultáneamente tanto la aceleración como el frenado y la dirección, pero aún se espera que el conductor supervise activamente el entorno y esté listo para intervenir en cualquier momento. Es una automatización limitada, dependiente de un dominio operativo específico (ODD), donde el conductor mantiene la responsabilidad de interpretar el entorno y tomar decisiones críticas.

Con el Nivel 3, el sistema asume el control total de la conducción bajo condiciones específicas, incluido el monitoreo del entorno. Sin embargo, requiere que el usuario esté “listo para responder”, preparado para retomar el control si el sistema así lo solicita. Este concepto introduce la figura del "usuario preparado para la intervención", que ya no actúa como conductor activo, pero tampoco puede desentenderse completamente.

El Nivel 4 representa un salto cualitativo. Aquí, el sistema puede desempeñar toda la DDT y ejecutar procedimientos de recuperación ante fallos sin intervención humana, pero aún se limita a contextos o condiciones particulares. No se espera que el usuario responda ante fallos, ya que el sistema está diseñado para gestionarlos por completo dentro de su ODD.

El Nivel 5 es la automatización total y sin condiciones: el sistema es capaz de operar el vehículo en cualquier entorno y situación sin necesidad de supervisión ni intervención humana. Es el ideal final de la conducción autónoma, donde el concepto mismo de “conductor” se desvanece por completo.

Sin embargo, el despliegue generalizado de vehículos totalmente autónomos enfrenta obstáculos complejos. La formación de los conductores en el uso de funciones parcialmente autónomas es esencial; muchos se acostumbran al control adaptativo de velocidad o al guiado de carril sin comprender sus límites. Esta falta de comprensión puede resultar peligrosa en situaciones que requieren una respuesta humana inmediata.

Las responsabilidades legales en caso de accidente aún no están claramente definidas. La toma de decisiones del software —por ejemplo, si proteger a los ocupantes del vehículo o a los peatones en una situación crítica— plantea dilemas éticos que requieren soluciones normativas y sociales, no solo técnicas.

Además, el comportamiento humano impredecible representa un desafío. Algunas personas podrían “jugar” con los vehículos autónomos, confiando en que estos siempre se detendrán, lo que modifica las dinámicas del tránsito. Los animales, aunque no participan en estas estrategias humanas, generan reacciones inesperadas en los sistemas, como frenadas bruscas.

La interacción social implícita en la conducción humana, como gestos, señales de luces o miradas, es difícil de replicar en los vehículos autónomos. En un entorno mixto de autos autónomos y convencionales, estas dinámicas no están resueltas. Tampoco lo están las condiciones climáticas adversas: la nieve, la niebla o la lluvia intensa afectan la percepción y la toma de decisiones del vehículo.

En cuanto a la infraestructura legal, Estados Unidos ha avanzado con leyes estatales que permiten los autos sin conductor desde 2012. En Europa, la Comisión Europea ha impulsado reformas regulatorias significativas, como la revisión del Reglamento General de Seguridad. Sin embargo, la armonización normativa entre países sigue siendo una tarea pendiente, así como la adaptación de las infraestructuras viales y la aceptación social.

BMW, por ejemplo, ha adoptado una estrategia progresiva. Aunque antes mostraba escepticismo, actualmente ofrece automatización de Nivel 3 en algunos modelos como la Serie 7, y apunta al Nivel 4 para 2026. Sin embargo, mantiene una filosofía centrada en el conductor, permitiendo que este retome el control cuando lo desee, subrayando el valor de la experiencia de conducción humana. La compañía reconoce que el avance tecnológico debe estar acompañado de marcos regulatorios sólidos y la posibilidad de elección del usuario.

Tesla, por su parte, ha promovido una evolución más agresiva. Su sistema Full Self-Driving (FSD), en su versión 13.2.1, introduce mejoras sustanciales como redes de autopistas de extremo a extremo y decisiones optimizadas de cambio de carril. Aun así, su FSD sigue clasificado como Nivel 2: requiere supervisión activa del conductor. La expectativa de un robotaxi autónomo —el “Cybercab”— persiste, pero aún no se ha concretado.

Es fundamental comprender que el progreso hacia vehículos totalmente autónomos no solo depende de la sofisticación tecnológica. También requiere consenso ético, madurez legal, preparación social y adaptación del entorno urbano. A pesar de las predicciones optimistas iniciales, hoy se estima que la presencia habitual de vehículos autónomos en las calles podría demorarse hasta 2035 o más allá.

¿Cuáles son los desafíos y enfoques clave en el desarrollo y la implementación de vehículos autónomos?

La industria automotriz se encuentra en una fase crítica de desarrollo de vehículos autónomos, enfrentando numerosos desafíos técnicos, regulatorios y de aceptación pública que condicionan el ritmo y la forma en que esta tecnología se integrará en la sociedad. Aunque compañías como Tesla apuntan a lanzar servicios de robotaxi con conducción totalmente supervisada a precios accesibles para 2027, la consecución de vehículos que operen sin intervención humana en todas las condiciones sigue siendo un objetivo incierto y complejo. Las dificultades van desde la superación de barreras regulatorias hasta la resolución de problemas de seguridad y la complejidad tecnológica inherente a la autonomía total.

Volvo representa un enfoque opuesto, basado en la precaución y la seguridad como prioridades absolutas. El compromiso de la marca escandinava se traduce no solo en la aceptación plena de responsabilidad ante accidentes en modo autónomo, sino también en su histórica iniciativa Vision 2020, cuyo propósito era eliminar las muertes y lesiones graves en sus vehículos nuevos para ese año. La prudencia de Volvo destaca la importancia de la confianza pública y la necesidad de desplegar tecnologías solo cuando estén suficientemente maduras y seguras, evitando riesgos que puedan desacreditar el avance hacia la movilidad autónoma.

Por su parte, Honda ha desarrollado un enfoque diversificado que abarca tanto vehículos de consumo con capacidades autónomas avanzadas como aplicaciones especializadas en entornos industriales. Su Vehículo de Trabajo Autónomo (AWV) ejemplifica una solución robusta y versátil para tareas repetitivas en sitios de construcción, equipado con sensores complejos para operar de manera autónoma o remota, contribuyendo a mejorar la eficiencia y seguridad laboral. En el segmento de vehículos de consumo, Honda ha logrado implementar tecnología de conducción autónoma nivel 3, aprobada por las autoridades japonesas, que permite cierta autonomía bajo condiciones específicas, aunque manteniendo al conductor listo para intervenir cuando sea necesario. Sistemas avanzados como Honda SENSING Elite combinan mapas 3D, datos GNSS y sensores múltiples para optimizar la asistencia al conductor, con funciones que incluyen el control de aceleración, frenado, dirección, y asistencias específicas para tráfico denso.

La seguridad sigue siendo un eje fundamental en la integración de vehículos autónomos, tanto para los ocupantes como para los usuarios externos y el entorno. Los sistemas de seguridad activos, como el control electrónico de estabilidad, frenado antibloqueo y asistentes de frenado de emergencia, funcionan de manera autónoma para prevenir accidentes o reducir su gravedad cuando se detecta una situación peligrosa. Paralelamente, los sistemas pasivos, diseñados para proteger a los ocupantes en caso de colisión, incluyen zonas de deformación, cinturones de seguridad, airbags y reposacabezas, que minimizan las lesiones manteniendo a las personas aseguradas dentro del espacio del vehículo.

Es esencial comprender que la transición hacia la conducción autónoma implica no solo avances técnicos, sino también una transformación profunda en las normativas, la responsabilidad legal y la cultura social respecto a la seguridad vial. Los vehículos autónomos, que generalmente serán eléctricos, requieren que tanto los operadores como los técnicos reciban capacitación específica para evitar riesgos durante la manipulación y el mantenimiento. Además, aseguradoras, cuerpos de seguridad y legisladores deberán adaptarse a un nuevo paradigma donde el riesgo y la responsabilidad se redistribuyen entre humanos y máquinas.

En definitiva, la evolución hacia la movilidad autónoma exige un equilibrio delicado entre innovación tecnológica y una sólida base de seguridad y confianza pública. Solo con un desarrollo riguroso y responsable será posible que los vehículos autónomos se conviertan en una realidad cotidiana, asegurando beneficios sustanciales en eficiencia, reducción de accidentes y accesibilidad.