La enseñanza del inglés como lengua extranjera en la infancia temprana se apoya en un principio esencial: la inmersión multisensorial. El objetivo inicial no es la comprensión gramatical profunda, sino la formación de patrones fonológicos, semánticos y sintácticos mediante repeticiones constantes, asociación visual y participación activa del niño en tareas concretas. Los ejercicios que combinan imagen, sonido y escritura, como se observa en actividades de “look at the pictures and write”, no tienen una función simplemente lúdica. Su propósito es consolidar la conexión entre el significado y la forma lingüística mediante rutas sensoriales paralelas.
La estrategia de “Now listen and repeat” subraya la importancia de la imitación auditiva como mecanismo de adquisición fonética. En esta etapa, el oído se entrena para captar no solo el léxico, sino también la entonación, el ritmo y la prosodia del inglés. La repetición, que para un observador externo puede parecer redundante, constituye en realidad un modelo neurocognitivo fundamental: al repetir, el niño no solo reproduce, sino que activa estructuras internas de retención y producción del lenguaje.
Las unidades temáticas están cuidadosamente organizadas alrededor de contextos cotidianos y afectivamente significativos: pasatiempos, fiestas, la playa, la comida, el parque. Cada uno de estos entornos no solo es familiar, sino que permite la introducción natural de campos léxicos coherentes. Por ejemplo, al hablar de ropa en el contexto de una fiesta (“trousers, shorts, dress”), el niño aprende no sólo palabras sueltas, sino cómo estas se insertan en situaciones comunicativas específicas (“I’m wearing trousers”). Este enfoque contextualizado favorece la memorización significativa frente a la memorización mecánica.
Asimismo, las actividades de emparejar (“match the pictures to the correct sentences”), completar espacios en blanco (“write the correct words in the spaces”) o identificar imágenes correctas (“tick the correct sentences”) desarrollan una habilidad crítica en el aprendizaje lingüístico: la discriminación semántica. No se trata únicamente de saber lo que significa una palabra, sino de saber cuándo y cómo se usa correctamente. Esta competencia semántico-pragmática se forma desde los primeros ejercicios estructurados.
Es también notable el uso sistemático de preguntas sencillas y respuestas estandarizadas (“Do you like watching football?”, “Yes, I have”, “Would you like some chips?”). Este patrón refuerza las estructuras comunicativas básicas del idioma, lo que permite al niño establecer una primera competencia comunicativa elemental. Más que el contenido en sí, es la forma repetitiva y estructurada la que se graba como base para futuras producciones lingüísticas espontáneas.
Otro aspecto central es la introducción de acciones (“play football”, “run on the beach”, “listen to music”) que conectan el lenguaje con el cuerpo. Esta dimensión kinestésica es especialmente eficaz en edades tempranas, donde el aprendizaje ocurre a través del movimiento y la acción. El verbo en inglés no se aprende como una abstracción gramatical, sino como una función en el mundo.
Por último, la integración de dibujos y colores, especialmente en actividades como “listen and colour in the pictures”, estimula la atención sostenida y vincula la experiencia emocional positiva con el proceso de aprendizaje. Esta asociación afectiva refuerza el deseo de interactuar con la lengua extranjera, lo cual es un factor motivacional clave en la continuidad del aprendizaje.
Aparte de la práctica repetitiva y del uso de imágenes, es esencial introducir al niño en una variedad de voces, acentos y entonaciones desde el inicio. Escuchar grabaciones con diferentes hablantes nativos expone al oído infantil a la diversidad real del idioma, evitando una percepción restringida del inglés. Además, es importante ofrecer oportunidades para que el niño produzca lenguaje de manera activa y creativa, más allá de repetir frases modelo. Ejercicios como escribir sobre los propios gustos (“I enjoy... but I don’t like...”) permiten conectar el aprendizaje con la identidad, lo cual fortalece la apropiación del idioma. También se recomienda fomentar interacciones reales o simuladas en inglés, incluso en entornos no escolares, para que la lengua se convierta en herramienta comunicativa viva, no solo en objeto de estudio.
¿Cómo hablamos sobre nuestra familia, nuestras emociones y nuestro entorno desde la infancia?
Desde los primeros años de vida, el lenguaje se convierte en la herramienta que da forma al pensamiento. Aprendemos a identificar nuestro entorno inmediato nombrando lo más cercano: mamá, papá, hermano, hermana. Las relaciones familiares estructuran el mundo emocional del niño y, a la vez, el léxico inicial con el que se orienta en él. Decir “She’s my mother” o “He’s my brother” no es solo identificar a una persona, sino afirmar pertenencia, afecto, identidad.
El entorno doméstico también se convierte en un escenario lingüístico primario. “This is my toy box” o “That’s my ball” no son simples oraciones, sino actos de afirmación de lo propio. Los objetos, sean juguetes, herramientas tecnológicas o muebles, son parte del primer mapa del mundo. Conocer palabras como “poster”, “computer”, “mouse” o “keyboard” permite al niño crear un inventario emocional y práctico de su realidad. Esta relación con el espacio y los objetos da seguridad y estructura.
En paralelo, se va construyendo la capacidad de expresar estados emocionales y físicos. Se aprende a decir “I’m tired”, “I’m happy”, “I’m scared”, y así se empieza a reconocer y verbalizar el mundo interno. Estas expresiones no son neutras: configuran la conciencia del yo. Nombrar el cansancio o la alegría es el primer paso para la autorregulación emocional.
El lenguaje permite también la interacción social desde lo lúdico. Frases como “We’re at the fair” o “These are my toys” marcan momentos compartidos, espacios de juego y disfrute. Se construye así un nosotros, una idea de grupo, de pertenencia más allá de lo familiar. El niño aprende que puede hablar de sí mismo, pero también de los demás: “They’re tired”, “They’re hot”, “We’re excited”. Esta capacidad de observar y nombrar las emociones ajenas es la base de la empatía.
Los animales domésticos ocupan un lugar especial en este aprendizaje. Decir “I’ve got a cat” o “Maria’s got a tortoise” no es solo hablar de mascotas. Es una forma de explorar lo viviente, de observar comportamientos, formas, colores, y atribuir cualidades: “She’s black and small”, “He’s old and green”. Así se desarrolla una sensibilidad hacia lo otro, y también una riqueza descriptiva que afina el pensamiento.
El cuerpo también es nombrado con precisión: “mouth”, “nose”, “long hair”, “teeth”, “fingers”. La consciencia corporal pasa por el lenguaje. Nombrar las partes del cuerpo no es un ejercicio mecánico, sino una forma de construir la imagen de uno mismo, de diferenciarse y reconocerse. A partir de allí, se extiende la acción: “clap”, “touch”, “move”, “point”. El cuerpo se vuelve instrumento de expresión, de juego, de aprendizaje.
El entorno físico —la ciudad, la casa, el campo— se va incorporando con frases como “This is my town”, “There’s a park and a zoo”, “It’s behind the hospital”, “The cat is on the mat”. Aprender preposiciones, ubicaciones, nombres de lugares, permite al niño ubicarse en el espacio, anticipar acciones, imaginar trayectorias. El espacio se convierte en narración.
La vida rural aparece con la misma fuerza que la urbana: “The ducks are on the pond”, “The cows are in the barn”. Los animales, el paisaje, las construcciones del campo forman parte de una geografía afectiva y léxica que amplía la visión del mundo.
El deporte y la actividad física no solo son prácticas, también son lenguaje: “I can play football”, “I can’t play ice hockey”, “She can run”, “He can’t swim”. La afirmación de capacidades y limitaciones permite al niño comprender su lugar en el grupo, desarrollar autoestima y sentido del logro. A través del verbo modal “can”, se abre un campo de posibilidades, de deseos, de proyección hacia lo que se puede y se quiere aprender.
Finalmente, los gustos alimenticios también se verbalizan. “I like tomatoes and carrots”, “I don’t like potatoes or onions”. Nombrar lo que agrada o desagrada forma parte de la identidad, y vincula el lenguaje con la experiencia sensorial. Las frutas, verduras, carnes y pescados se convierten en parte del vocabulario cotidiano, conectando el lenguaje con la salud, la cultura y los hábitos del hogar.
Este tipo de lenguaje —estructurado, repetitivo, cotidiano— no solo sirve para comunicarse. Es una matriz cognitiva. A través de estas oraciones simples, el niño no solo aprende un idioma, sino que forma categorías mentales, desarrolla pensamiento lógico, construye relaciones afectivas y sociales, y traza las fronteras de su mundo.
Es importante que el lector entienda que estas estructuras básicas del lenguaje no son simplemente un peldaño hacia algo más complejo, sino el fundamento profundo de la forma en que el ser humano organiza la realidad desde la infancia. Cada frase que nombra una emoción, una relación, un objeto, un lugar o una acción es una pieza esencial en el desarrollo de la conciencia, la memoria y la identidad.

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