La terapia EMDR, o Desensibilización y Reprocesamiento por los Movimientos Oculares, es una herramienta poderosa para ayudar a las personas a superar el dolor emocional no resuelto y las experiencias traumáticas. Este proceso terapéutico se lleva a cabo en ocho fases que buscan integrar las experiencias traumáticas y reducir el impacto negativo que estas continúan teniendo sobre la vida de una persona. La fase final, conocida como reevaluación, tiene lugar en la siguiente sesión, donde el terapeuta y el paciente revisan los avances, las nuevas percepciones y los pensamientos generados durante el proceso. De esta forma, EMDR permite continuar el procesamiento de experiencias difíciles mientras se disminuye el poder que estas ejercen sobre la persona.

El dolor emocional no resuelto puede generar un estado de disfunción en la persona, dificultando la regulación de las emociones y, como resultado, provocando reacciones y comportamientos no deseados. Esto ocurre porque el trauma queda atrapado en el cerebro y el cuerpo, funcionando como un bucle repetitivo que revive constantemente las emociones, pensamientos y recuerdos asociados con la experiencia traumática. El almacenamiento inadecuado de estos recuerdos en el cerebro crea un archivo desordenado, comparado con un archivador que tiene papeles esparcidos por todas partes, lo cual genera confusión y angustia. Este tipo de almacenamiento "maladaptativo" es contraproducente, ya que interfiere con la capacidad del cerebro para procesar y gestionar la información de manera adecuada.

El objetivo de EMDR es reconfigurar la manera en que los recuerdos traumáticos se almacenan en el cerebro, promoviendo su procesamiento y finalmente integrándolos de manera saludable. Este proceso de integración no solo facilita la aceptación de la experiencia, sino que también permite reducir las emociones negativas que estas experiencias generan.

A menudo, las personas que sufren de trauma emocional viven desconectadas de su cuerpo y de sus emociones, ya que el trauma puede llevar a la persona a alejarse de sí misma y a no confiar en sus propios instintos. El trabajo de reconectar con el mundo interno de uno mismo es crucial para la recuperación, y en EMDR esto se logra mediante la práctica constante de habilidades de conciencia y autocuidado. Al aprender a escuchar las sensaciones y emociones dentro de nosotros, los pacientes comienzan a restablecer una relación más saludable con su propio ser, lo que facilita la relajación y la disminución del estado de alerta constante que el trauma puede haber generado.

Un ejercicio fundamental en este proceso es el “escaneo corporal”, el cual permite a las personas volver a conectar con las sensaciones físicas de su cuerpo. Este ejercicio ayuda a identificar las áreas donde el cuerpo retiene tensiones y emociones, y facilita el proceso de liberación emocional. Al enfocarse en las sensaciones físicas de cada parte del cuerpo, las personas empiezan a percatarse de cómo estas se relacionan con los sentimientos internos, como el miedo, la ansiedad o la paz. Esta conciencia corporal es clave para la recuperación, ya que permite a los individuos reconectar con su cuerpo de manera consciente, reduciendo la disociación y promoviendo la integración del trauma en su experiencia personal.

El cambio es posible, aunque muchas personas creen que sus emociones o comportamientos son inmutables. Sin embargo, al activar el proceso de sanación natural del cuerpo y la mente, los resultados de EMDR pueden ser transformadores. El cerebro y el cuerpo son altamente adaptables, y aunque el proceso de cambio requiere trabajo constante y repetido, los resultados pueden ser duraderos. Al igual que el ejercicio físico fortalece el cuerpo, el proceso de EMDR fortalece el sistema nervioso y el cerebro, desarrollando resiliencia y una fuerza interna renovada. El trabajo constante en la terapia puede traer una transformación real y profunda, pero es importante recordar que el proceso requiere paciencia y dedicación.

Una de las características más destacadas de EMDR es su capacidad para desensibilizar los disparadores emocionales que reviven experiencias traumáticas. Para romper verdaderamente con estos disparadores, es esencial ser capaz de identificarlos y reconocerlos. Un disparador puede ser un sonido, una imagen o incluso un aroma, y puede activar una reacción emocional o física que hace que la persona reviva el trauma. Estos disparadores pueden ser sutiles, como una sensación física como un malestar estomacal, o manifestarse en pensamientos o emociones. La identificación de estos disparadores es el primer paso para trabajar en ellos y reducir su impacto.

En este proceso, la clave es calmar los sentidos y restaurar la armonía entre el cerebro y el cuerpo. Cuando se experimenta un disparador, uno de los pasos más importantes es regular el sistema para devolverlo a un estado de calma y equilibrio, lejos de la sensación de amenaza. Solo cuando el sistema está calmado es posible avanzar en la terapia de manera efectiva. De ahí la importancia de las habilidades de regulación emocional y los recursos de afrontamiento, que se abordan en mayor detalle en los siguientes capítulos de este libro.

Además, es fundamental comprender que la recuperación no es un proceso lineal. El camino hacia la sanación puede presentar altibajos, y lo que se necesita es un compromiso con el proceso terapéutico y la disposición a trabajar continuamente en uno mismo. La terapia EMDR no es un proceso que se resuelva de inmediato, pero los cambios que trae pueden ser transformadores y duraderos, si se sigue el camino adecuado y se aplica la práctica constante.

¿Cómo la experiencia del trauma cambia tu cerebro y cómo EMDR puede ayudarte?

El trauma no solo afecta nuestras emociones y pensamientos, sino que también tiene un profundo impacto en la estructura y funcionamiento de nuestro cerebro. Este impacto puede modificar nuestra manera de percibir el mundo, reaccionar ante las amenazas y formar recuerdos. Para comprender cómo el trauma influye en nuestra vida cotidiana y cómo las terapias como el EMDR pueden restaurar el equilibrio, es esencial conocer algunos aspectos básicos de cómo nuestro cerebro responde ante el trauma.

Cuando una persona experimenta un trauma, su cerebro reacciona químicamente para intentar protegerla. La secreción de hormonas como la adrenalina y el cortisol aumenta la energía y prepara al cuerpo para enfrentar una amenaza inminente, generando una respuesta que comúnmente conocemos como "lucha o huida". Sin embargo, cuando el trauma es prolongado o no se resuelve, estos mecanismos de protección pueden volverse crónicos, lo que significa que el cuerpo y la mente permanecen en un estado constante de alerta. Esto interrumpe el funcionamiento normal del cerebro y puede llevar a una serie de síntomas como ansiedad, depresión, cambios de humor, irritabilidad y dificultades de concentración.

El proceso de adaptación a una amenaza percibida puede alterar significativamente la forma en que la persona ve el mundo. Las personas con antecedentes de trauma suelen ver el mundo a través de un lente distorsionado, donde perciben amenazas en situaciones cotidianas, incluso si estas no son reales. La experiencia del trauma no solo afecta la percepción de la seguridad, sino que también modifica cómo una persona reacciona ante los eventos cotidianos. Si no se ha tenido la oportunidad de sentirse seguro física o emocionalmente, las respuestas emocionales pueden volverse reactivas o desproporcionadas, ya que el cerebro sigue priorizando la supervivencia sobre el procesamiento normal de las experiencias.

El proceso de memoria también se ve alterado por el estrés y el trauma. Cuando estamos bajo una gran tensión, el cerebro se enfoca en la supervivencia inmediata, y la capacidad de formar recuerdos a largo plazo se ve comprometida. En lugar de almacenar los recuerdos en el sistema de memoria a largo plazo, los detalles del trauma tienden a quedar grabados en los sentidos: un sonido, un olor o una imagen específica pueden disparar reacciones emocionales y físicas, como si el trauma estuviera ocurriendo de nuevo en ese momento. Por ejemplo, una persona que haya experimentado un accidente de tráfico puede sentirse tensa o ansiosa al escuchar un sonido similar al de un choque o ver una situación parecida, aunque no haya ningún peligro real presente.

El EMDR (Desensibilización y Reprocesamiento por Movimiento Ocular) se ha demostrado como una terapia eficaz para ayudar a las personas a procesar y superar los efectos del trauma. A través de técnicas específicas, EMDR permite que el cerebro reinterprete las experiencias traumáticas, desensibilizándolas y reduciendo la carga emocional que estas tienen sobre la persona. A través de movimientos oculares y otras técnicas de estimulación bilateral, el cerebro puede reorganizar los recuerdos traumáticos, permitiendo que estos se integren de manera más saludable en la vida de la persona.

Es importante que los profesionales que realizan EMDR estén bien capacitados y cuenten con experiencia en el manejo de estos procesos. La formación para ser un terapeuta certificado en EMDR incluye varios días de entrenamiento, práctica supervisada y consulta continua. Sin una comprensión profunda de cómo se manifiestan los traumas en el cerebro, cualquier intento de aplicar técnicas sin la debida preparación puede ser contraproducente. De hecho, se debe preguntar directamente a los profesionales si tienen experiencia utilizando técnicas de "recursos", ya que estas son fundamentales para el éxito de EMDR. Las habilidades de recursos ayudan a la persona a desarrollar herramientas de auto-regulación que son esenciales para la terapia.

Además de entender cómo el trauma altera la función cerebral, es crucial reconocer que las respuestas del cuerpo al estrés son naturales y parte de un sistema de protección diseñado para la supervivencia. Sin embargo, cuando estos mecanismos se activan de manera constante, como ocurre con el trauma no procesado, pueden generar un estado de alerta perpetuo, alterando el equilibrio emocional y físico. Reconocer que estas reacciones son respuestas a circunstancias anormales puede ser un primer paso crucial en el proceso de sanación.

El EMDR ofrece un camino hacia la recuperación al permitir que el cerebro reorganice y reinterprete los recuerdos traumáticos, reduciendo el poder de las respuestas automáticas y devolviendo el equilibrio al sistema nervioso. Al combinar este enfoque con una mayor comprensión del funcionamiento del cerebro en situaciones de trauma, es posible lograr una recuperación más profunda y duradera.