El tamaño de los mercados y la difusión del cambio tecnológico son elementos que, en teoría, benefician a las economías al expandir las oportunidades comerciales. Sin embargo, este fenómeno también expone a los trabajadores nacionales y a los productores locales a una mayor competencia. En el corto plazo, esto puede generar tanto ganadores como perdedores, y son precisamente estos perdedores los que fueron el objetivo principal de la campaña de Donald Trump. Las administraciones previas asumían que el beneficio de los ganadores superaba la pérdida de los perdedores, lo que favorecía una mayor libertad en el movimiento de bienes y capitales. George H. W. Bush firmó el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN) en 1992 y Bill Clinton facilitó su aprobación en el Congreso en 1993 con el apoyo bipartidista. Clinton también negoció las condiciones para la entrada de China en la Organización Mundial del Comercio (OMC), lo que ocurrió formalmente en 2001 bajo la presidencia de George W. Bush. Ambos presidentes veían a China como un mercado potencial de grandes dimensiones para los productos y servicios estadounidenses.

Sin embargo, Trump observaba el comercio mundial de manera diferente. Según su visión, el comercio era un juego de suma cero, y Estados Unidos estaba perdiendo. Al anunciar su intención de postularse para la presidencia republicana el 16 de junio de 2015, Trump prometió ser el "mejor presidente para los trabajos que Dios haya creado", asegurando que traería de vuelta los empleos de China, México, Japón y otros países. Aseguró que Estados Unidos debía dejar de endeudarse con países como China y Japón, ya que estos tomaban empleos y dinero y luego prestaban ese mismo dinero a los Estados Unidos con intereses, mejorando aún más su situación económica.

En 2016, Trump presentó una crítica más elaborada de la globalización en un discurso en Monessen, Pennsylvania, donde acusó a los políticos de haber perseguido una política agresiva de globalización, que había movido empleos, fábricas y riqueza de Estados Unidos hacia México y otros países. Para Trump, la globalización solo había enriquecido a una élite financiera, mientras que millones de trabajadores estadounidenses se veían sumidos en la pobreza. El cierre de fábricas debido a la competencia de productos extranjeros subsidiados, como el acero, fue otro de los puntos clave en su discurso, señalando que los políticos no habían hecho nada para proteger a los trabajadores locales. Para Trump, la globalización había destruido a la clase media estadounidense, y él estaba decidido a revertir este proceso.

Como parte de su propuesta económica, Trump propuso retirarse del Acuerdo Transpacífico de Cooperación Económica (TTP) y renegociar o retirarse del TLCAN, un tratado que calificó como "el peor acuerdo comercial tal vez jamás firmado en cualquier parte del mundo". También planeó imponer aranceles del 45% a las exportaciones chinas por dumping de productos subsidiados y por el robo de propiedad intelectual estadounidense, además de un 35% de aranceles a las importaciones de compañías estadounidenses que subcontrataran su producción en el extranjero. Trump utilizó esta narrativa para contrastarse con Hillary Clinton, a quien acusaba de ser la candidata del "establecimiento" que apoyaba acuerdos comerciales perjudiciales para los trabajadores. Clinton, por su parte, fue retratada como una figura de la élite política, incluso tras recibir pagos millonarios por sus discursos en Wall Street, lo que le restaba credibilidad ante muchos votantes.

La estrategia de Trump fue muy efectiva en las zonas de la "cintura oxidada" de Estados Unidos, donde las pequeñas y medianas ciudades sufrían económicamente. A pesar de tener menos dinero para su campaña, Trump supo dirigir sus recursos a estos estados clave, ganando una gran parte del apoyo de la clase trabajadora blanca. En estas regiones, el Partido Demócrata, representado por Hillary Clinton, fue visto como desconectado de las preocupaciones de los trabajadores, lo que llevó a muchos de estos votantes a inclinarse por Trump. Esto fue particularmente evidente en estados industriales como Pennsylvania, Michigan y Wisconsin, que tradicionalmente habían sido demócratas desde 1992, pero que votaron por Trump en 2016. Este cambio en el voto, especialmente en el cinturón industrial, fue fundamental para la victoria electoral de Trump.

Además de su enfoque económico, Trump utilizó una retórica populista que apelaba a los votantes más descontentos con la globalización, la inmigración y las políticas de élite. Su mensaje estaba dirigido a aquellos que sentían que el sistema político y económico no les favorecía, y muchos de estos votantes vieron en él una oportunidad para recuperar lo que sentían perdido debido a los cambios globales. Esto no solo reflejó un cambio en la dinámica electoral, sino también en la forma en que los votantes se percibían a sí mismos en relación con las políticas económicas y comerciales.

El impacto de estas políticas y su éxito electoral muestra cómo la globalización, lejos de ser un fenómeno neutral, puede tener efectos dispares sobre diferentes segmentos de la población. Mientras que algunos se benefician enormemente de los mercados globales, otros ven cómo sus empleos y condiciones de vida empeoran. Es importante que, al analizar estos procesos, se reconozca que los efectos de la globalización y las políticas comerciales son complejos y afectan a diversos grupos de manera diferente. Para entender realmente los resultados electorales y las reacciones políticas, es esencial tener en cuenta estos matices.

¿Cómo la relación entre Trump, los medios y el público definió su presidencia?

La relación entre Donald Trump y los medios de comunicación se ha caracterizado por una dinámica de confrontación, con implicaciones significativas para su presidencia. Desde el primer día de su mandato, Trump asumió una postura antagonista hacia los medios, especialmente aquellos que percibía como críticos de su gobierno. En sus primeros tuits como presidente, expresó su desdén hacia lo que denominó “fake news”, señalando a organizaciones como The New York Times, CNN y NBC como enemigas del pueblo estadounidense. Al calificar a los periodistas como “horribles” y sufriendo de lo que él denominó “Trump Derangement Syndrome”, Trump no solo deslegitimó a los medios tradicionales, sino que los pintó como actores nocivos en el desarrollo democrático. Su agresiva retórica contra los medios reflejó su intento de erosionar su credibilidad, un esfuerzo que apuntaba a reducir su influencia en el debate público y político.

A pesar de su constante crítica y rechazo hacia la prensa, Trump comprendía que necesitaba de los medios para comunicar sus ideas a la sociedad. La mayoría de los estadounidenses no seguían sus tuits ni veían sus intervenciones en cadenas como Fox News. Aunque en varias ocasiones la cobertura de Fox News fue positiva hacia él, los medios tradicionales fueron más críticos, especialmente durante sus primeros días en el cargo, cuando un presidente suele recibir cobertura más favorable. De acuerdo con un estudio de Pew Research, solo un 5% de las historias sobre Trump fueron positivas durante sus primeros 60 días, en contraste con presidentes previos como Barack Obama, que disfrutó de un 42% de cobertura positiva en el mismo período.

Además, la cobertura mediática de Trump se caracterizó por un enfoque desmesuradamente negativo. Según un análisis realizado por Harvard, el 80% de la cobertura sobre Trump fue negativa, con una cantidad significativa de reportajes centrados en su carácter y liderazgo en lugar de en sus propuestas políticas. Esta estrategia mediática fue, en gran parte, la respuesta de los periodistas a lo que percibían como un presidente que se desentendía de las normas tradicionales de gobierno y desafiaba los valores democráticos. Aunque Trump insistió en que manejaba la narrativa mediática, la realidad era que su capacidad para controlar la cobertura era limitada.

El enfoque de Trump hacia los medios no fue solo una cuestión de ataques verbales; también tuvo implicaciones políticas concretas. La cobertura negativa desencadenó una serie de investigaciones sobre su administración, centrándose en temas como la colusión con Rusia, corrupción, nepotismo y fallos en políticas clave como la reforma de la salud. Estas investigaciones no solo influyeron en la percepción pública, sino que también afectaron su capacidad de gobernar. En lugar de concentrarse en su agenda legislativa, Trump se vio atrapado en una competencia por definir la narrativa de su presidencia. Su enfoque de comunicación, que se movía rápidamente de un tema a otro sin una estrategia coherente, dificultaba la consolidación de una agenda política clara.

Por otro lado, es importante destacar cómo la relación entre Trump y los medios contribuyó a la polarización política en Estados Unidos. La hostilidad hacia los medios fue, en muchos casos, un reflejo de la creciente división en el país, donde los ciudadanos comenzaron a alinearse más intensamente con los medios que apoyaban sus opiniones políticas. Este fenómeno no solo afectó la relación de Trump con la prensa, sino que también consolidó una brecha más amplia entre los diferentes sectores de la sociedad estadounidense.

Además, es fundamental comprender que la figura del presidente, como cualquier otra figura pública, depende en gran medida de cómo se construye su imagen en los medios de comunicación. En el caso de Trump, su imagen fue moldeada tanto por su propia retórica como por las narrativas que los medios de comunicación eligieron promover. Las coberturas negativas no solo afectaron su reputación, sino que también contribuyeron a una mayor fragmentación del público, en la que los seguidores de Trump veían las críticas como ataques injustos, mientras que sus detractores consideraban que los medios no hacían más que exponer la verdad.

Por lo tanto, aunque Trump trató de manipular la narrativa a su favor, la relación con los medios y el modo en que estos influenciaron la opinión pública marcaron de manera significativa los primeros años de su presidencia. La constante confrontación con los medios reflejaba no solo su estilo personal, sino también su estrategia política para movilizar a sus bases, aunque esto no garantizaba una gobernabilidad efectiva. La lucha por definir su legado y la percepción pública dependía en gran medida de cómo la prensa y el pueblo interpretaran sus acciones y decisiones. En este contexto, el papel de los medios como un “cuarto poder” resultó fundamental, no solo para criticar y cuestionar al presidente, sino también para influir en la historia de su mandato.

¿Cómo la actitud de Trump ante la diplomacia mundial cambió las relaciones internacionales?

Desde su llegada al poder en 2017, el presidente Donald Trump ha demostrado una actitud peculiar y disruptiva hacia la diplomacia global. Su estilo, a menudo considerado despectivo e impredecible, ha generado tanto admiración como desaprobación en el ámbito internacional. Su enfoque, en contraste con las prácticas diplomáticas tradicionales, se ha caracterizado por un estilo de comunicación agresivo y un aparente desdén por los protocolos establecidos. Esta conducta no solo ha afectado las relaciones con países rivales, sino también con aliados tradicionales de los Estados Unidos.

Trump ha desafiado constantemente las convenciones diplomáticas, dejando de lado el tradicional manual de relaciones exteriores. Esto es particularmente evidente en sus interacciones con líderes mundiales, a quienes frecuentemente se refería con términos que denigraban su figura. Un claro ejemplo de ello fue su relación con el presidente norcoreano, Kim Jong Un, a quien llamó en 2017 "pequeño hombre cohete", un término despectivo que dejó claro su desprecio por el líder norcoreano. Sin embargo, este desdén no se limitó a los enemigos de Estados Unidos, sino que también se extendió a sus aliados. Durante la cumbre del G7 en 2018 en Quebec, Trump calificó al primer ministro canadiense, Justin Trudeau, como "deshonesto y débil", evidenciando una falta de respeto hacia un aliado cercano.

Otro episodio que ilustró esta actitud ocurrió en su visita al Reino Unido, donde, a pesar de estar allí para reforzar la relación transatlántica, criticó abiertamente a la primera ministra británica, Theresa May, por su manejo de las negociaciones del Brexit. En una entrevista con el periódico The Sun, Trump expresó que el exministro Boris Johnson, quien había dimitido poco antes, sería un "gran primer ministro", minando la figura de May en un momento crítico.

Además de sus comentarios insultantes y su comportamiento impetuoso, Trump ha sido objeto de críticas por su falta de interés en algunas regiones del mundo, particularmente África. Durante su primer año en el cargo, Trump fue criticado por su comportamiento durante la cumbre del G7 en mayo de 2017, cuando se quitó los audífonos de traducción mientras el presidente de Níger hablaba. Más tarde, durante la cumbre del G20 en 2017, abandonó una sesión sobre migración africana y problemas de salud, dejando a su hija Ivanka Trump para representarlo. Su tendencia a confundir países africanos y sus frecuentes deslices geográficos, como llamar a Namibia "Nambia", también levantaron críticas.

Sin embargo, una de las facetas más controvertidas de su política exterior fue su relación con Rusia, particularmente con el presidente Vladimir Putin. Aunque Trump había expresado su admiración por Putin durante su campaña presidencial, lo que parecía ser una relación amistosa se volvió aún más controversial a raíz de las acusaciones de interferencia rusa en las elecciones de 2016. A pesar de los informes de inteligencia que implicaban a Rusia en un extenso esfuerzo de ciberespionaje para dañar la campaña de Hillary Clinton, Trump mantuvo una actitud sorprendentemente positiva hacia Putin. Esto generó sospechas sobre posibles vínculos entre la campaña de Trump y el gobierno ruso, sospechas que se profundizaron cuando figuras clave de su administración, como su exasesor de seguridad nacional, Michael Flynn, fueron investigados por sus contactos con funcionarios rusos.

El punto culminante de esta relación ocurrió en la cumbre de Helsinki en 2018, donde Trump, en una rueda de prensa conjunta con Putin, se negó a confrontar al líder ruso sobre las acusaciones de interferencia electoral, a pesar de las pruebas presentadas por las agencias de inteligencia estadounidenses. Su actitud fue vista como una vergüenza tanto en Estados Unidos como en el resto del mundo. El exdirector de la CIA, John Brennan, calificó sus comentarios de "traición", y el senador republicano John McCain señaló que nunca antes un presidente estadounidense se había humillado tanto ante un "tirano".

El enfoque de Trump sobre la política exterior, en su mayoría unilateral y con un fuerte sesgo hacia la confrontación directa, contrastó de manera radical con el enfoque más diplomático de sus predecesores. A pesar de que muchos miembros del Partido Republicano habían expresado su preocupación por la idoneidad de Trump para ser presidente, su administración mostró un enfoque único, marcado por su desdén hacia los consejeros de seguridad nacional y su firme creencia de que sus propios instintos eran la mejor guía en el ámbito de la política exterior.

Al final, Trump dejó claro que su manera de abordar los temas internacionales sería marcada por su personalidad disruptiva, la cual no temía desafiar las normas tradicionales de la diplomacia. Este estilo de liderazgo, aunque polarizador, ha tenido un impacto profundo en las relaciones de Estados Unidos con el resto del mundo, modificando los paradigmas de interacción diplomática y generando una revaluación global de las prioridades y las estrategias en la política internacional.

¿Cómo la política de Trump rompió con los convencionalismos republicanos?

La figura de Donald Trump en la política estadounidense representa una ruptura radical con las estructuras tradicionales del Partido Republicano. Su ascenso a la presidencia fue impulsado por una combinación única de controversia, provocación y desobediencia a las normas establecidas, lo que le permitió capturar la atención y el apoyo de una parte significativa del electorado, especialmente entre los votantes más conservadores. Sin embargo, detrás de su estilo disruptivo, Trump desafiaba no solo las formas tradicionales de política, sino también los valores y narrativas nacionales aceptadas por la élite política y económica estadounidense.

Uno de los aspectos más destacados de la campaña de Trump fue su capacidad para transformar temas políticos considerados previamente tabú o demasiado polarizantes. Un ejemplo claro de esto fue su enfoque hacia la inmigración ilegal. Mientras que otros candidatos se limitaban a discutir la necesidad de reformar el sistema inmigratorio sin una postura clara, Trump abordó la cuestión de manera directa y contundente, prometiendo construir un muro en la frontera con México y cerrar la frontera de manera tajante. A medida que avanzaba la campaña, sus rivales comenzaron a adoptar una postura más dura sobre el tema, motivados por el éxito y la creciente popularidad de Trump. Esto revelaba no solo su habilidad para moldear el debate político, sino también su capacidad para presionar a sus oponentes a cambiar sus posiciones.

Además de la inmigración, Trump tocó una fibra sensible al desafiar lo que él percibía como la corrección política que había dominado el discurso político estadounidense durante décadas. En particular, sus declaraciones sobre la inmigración musulmana y la necesidad de pausar su entrada a los Estados Unidos “hasta que sepamos qué está pasando” fueron vistas como una respuesta pragmática ante los riesgos de seguridad nacional, especialmente en la era del terrorismo global. Aunque sus propuestas podían parecer extremas o alarmantes para algunos, su enfoque fue percibido por muchos como una llamada de atención frente a la pasividad de los políticos tradicionales.

Sin embargo, la política de Trump no siempre encajaba dentro de los márgenes ideológicos del Partido Republicano. Si bien criticaba la globalización y el libre comercio, sus propios posicionamientos en temas como los derechos de las personas LGBTQ+ o su apoyo anterior a la prohibición de las armas de asalto lo colocaban en un terreno ambiguo, más cercano a una postura liberal que conservadora. De hecho, su apoyo al gobierno federal como financiador de la atención médica universal y sus actitudes contradictorias hacia la Segunda Enmienda generaron una gran incertidumbre dentro de su base de votantes, muchos de los cuales esperaban de él un compromiso firme con los valores conservadores tradicionales.

El cuestionamiento de Trump a la guerra en Irak, su postura ambigua sobre el aborto, o sus políticas económicas centradas en la crítica al libre comercio y la globalización, lo colocaban como un candidato impredecible, alejado de la ortodoxia republicana. Sin embargo, esta misma imprevisibilidad fue vista como una de sus mayores fortalezas. Trump se presentó ante el electorado como un hombre de negocios pragmático, dispuesto a tomar decisiones basadas en resultados, más que en una ideología preestablecida. Esto le permitió conectar con un amplio espectro de votantes, especialmente aquellos que se sentían frustrados con la política tradicional y las promesas incumplidas de los políticos de carrera.

Trump también se destacó por su enfoque nacionalista, que se convirtió en uno de los pilares de su mensaje. En lugar de abrazar la política exterior internacionalista que había caracterizado a la mayoría de los presidentes republicanos en décadas pasadas, Trump adoptó una postura “America First” que ponía en primer plano los intereses de los Estados Unidos y sus ciudadanos. En este sentido, su crítica al multilateralismo y su desconfianza hacia las alianzas internacionales fueron un tema recurrente en su discurso. Según Trump, Estados Unidos había sido humillado en el ámbito global y sus aliados se aprovechaban de su debilidad. Para él, el país se encontraba en una crisis interna y externa, acosado por la violencia, la inseguridad y la inestabilidad económica.

En el ámbito interno, Trump pintó una imagen de una nación dividida y en peligro. Según su narrativa, los estadounidenses se enfrentaban a una creciente inseguridad debido al crimen, el narcotráfico y la violencia de las pandillas. A nivel económico, destacó la falta de empleos, la baja en los salarios y el declive de la manufactura en el país. Estos problemas, a su juicio, se habían intensificado debido a políticas erradas implementadas por la clase dirigente, quienes ignoraban las necesidades de la clase trabajadora. Para Trump, las élites políticas y económicas habían traicionado a la gente común, y él era el único capaz de restaurar el orden y la prosperidad en el país.

La narrativa de Trump, aunque profundamente divisiva, tocó una fibra sensible entre los votantes que sentían que sus preocupaciones y problemas eran ignorados por la política tradicional. A través de sus discursos y propuestas, Trump ofreció una visión radicalmente diferente del futuro de Estados Unidos, una visión que desafiaba las convenciones políticas y proponía un retorno a los principios de soberanía y nacionalismo.

Este enfoque populista y nacionalista no solo cambió la dinámica interna del Partido Republicano, sino que también alteró el paisaje político de Estados Unidos en su conjunto. Trump no solo se presentó como un candidato de cambio, sino como un líder dispuesto a cuestionar los pilares sobre los cuales se había construido la política estadounidense, desafiando tanto a los liberales como a los conservadores a replantearse su visión del país y del mundo.