La diferencia entre la velocidad y el alcance de propagación de las noticias falsas en comparación con las verdaderas se destaca de manera especial en el contexto de las noticias políticas. Algunos estudios sugieren que la novedad, generalmente mayor en las noticias falsas, y la carga emocional, también más alta en las noticias falsas, son factores que explican por qué los usuarios de Twitter tienden a retuitear más las noticias falsas. Este fenómeno se explica en parte por un efecto de "cámara de eco", donde las personas que ya comparten ciertos puntos de vista políticos tienden a consumir y difundir más contenido que refuerza sus creencias preexistentes. Así, las noticias falsas se propagan con mayor facilidad en redes sociales donde este efecto está presente.

En un estudio relacionado, Törnberg (2018) modela las noticias falsas como una contagión compleja, usando una metáfora que compara su propagación con un incendio forestal. En este sentido, una cámara de eco funciona como un montón de leña seca en un bosque, proporcionando el combustible para que una pequeña chispa se convierta en un fuego que se propaga rápidamente, alcanzando incluso los árboles más grandes. En otras palabras, las noticias falsas tienen más probabilidades de extenderse en redes donde el efecto de la cámara de eco está presente, lo que también ayuda a entender quiénes son los lectores de este tipo de noticias.

Un estudio realizado por Grinberg et al. (2019) se centró en la exposición de los usuarios de Twitter a las noticias falsas durante las elecciones presidenciales de EE. UU. de 2016. Se encontró que un porcentaje significativo de todo el consumo de noticias en Twitter (alrededor del 6%) correspondía a noticias falsas. Sin embargo, la mayoría de los usuarios de Twitter solo estuvieron expuestos a un pequeño porcentaje de noticias falsas (1,2% de sus exposiciones políticas), y la circulación de noticias falsas estuvo altamente concentrada: el 1% de los usuarios fue responsable del 80% de la exposición a noticias falsas. Además, el retweet de noticias falsas fue aún más concentrado, con solo el 0,1% de los usuarios generando el 80% de los retweets de historias falsas políticas.

Los individuos más propensos a interactuar con noticias falsas en Twitter eran aquellos con inclinaciones políticas conservadoras y un alto nivel de interacción con noticias políticas. A pesar de la presencia significativa de noticias falsas en la plataforma, para los usuarios de todos los espectros políticos, la mayoría de la exposición a noticias políticas provenía de medios tradicionales. Este patrón también se repitió en un estudio centrado en la interacción de los usuarios con cuentas de la Agencia de Investigación de Internet rusa (IRA) en Twitter, uno de los principales actores en la difusión de noticias falsas durante las elecciones de 2016. A pesar de que Twitter reportó que 1.4 millones de sus 69 millones de usuarios mensuales interactuaron con cuentas de la IRA en 2018, la mayoría de los usuarios activos partidistas no interactuaron con estas cuentas (80%), y aquellos que lo hicieron representaron solo una fracción mínima de su actividad en la plataforma (0,1%).

En Facebook, un estudio de Guess, Nagler y Tucker (2019) analizó las características de los usuarios que compartieron noticias falsas durante la campaña electoral de EE. UU. de 2016. Se descubrió que compartir contenido falso era una actividad relativamente rara. Más del 90% de los usuarios no compartieron historias de dominios de noticias falsas. Sin embargo, la actividad de compartir fue claramente partidista: los usuarios más conservadores tenían más probabilidades de compartir contenido falso. Aunque un porcentaje significativo de estadounidenses (27,4%) visitó un sitio de noticias falsas durante las últimas semanas de la campaña electoral de 2016, estos sitios solo representaron el 2% del total de la información consumida en línea. La mayor parte del tráfico de sitios de noticias falsas provino de un pequeño porcentaje de personas con dietas informativas más conservadoras, quienes fueron responsables del 60% de las visitas a estos sitios.

Si se compara con las elecciones intermedias de 2018, la exposición a noticias falsas disminuyó drásticamente, con solo el 7% del público leyendo artículos de sitios de noticias falsas en ese período. No obstante, al igual que en 2016, la mayor parte del consumo de noticias falsas seguía concentrada en el 10% de los estadounidenses con las dietas informativas más conservadoras.

Los estudios revisados llegan a una conclusión clave: la prevalencia de las noticias falsas en las redes sociales está sobreestimada. Aunque las noticias falsas tuvieron un alcance considerable en 2016, parece improbable que hayan influido de manera significativa en la opinión pública o en los resultados electorales. Los usuarios más propensos a consumir y compartir noticias falsas eran aquellos cuyos puntos de vista políticos ya estaban profundamente arraigados, lo que sugiere que su impacto en el discurso político podría haber estado limitado por los mismos mecanismos que ayudaron a las noticias falsas a encontrar audiencia: los algoritmos y las burbujas de filtro.

En cuanto al vínculo entre las noticias falsas y el comportamiento electoral, los estudios directos son más escasos. Algunos, como Nuyhan (2019), subrayan que no hay evidencia de que las noticias falsas hayan alterado el resultado de las elecciones de 2016. Esto se debe a que, aunque un porcentaje considerable de personas estuvo expuesto a noticias falsas, muchas de esas personas ya estaban inclinadas a votar por Donald Trump. Otros estudios, como el de Allcott y Gentzkow (2017), sostienen que incluso si asumimos que una noticia falsa es tan persuasiva como un anuncio de campaña en televisión, el efecto de su exposición no fue suficiente para ser decisivo en los resultados de las elecciones de 2016, dado el total de consumo de noticias falsas y los grupos específicos de usuarios que más las consumieron.

¿Por qué deberíamos preocuparnos por las teorías de la conspiración y la desinformación originadas en otros lugares?

El informe de la Unión Europea revela una tendencia cada vez más común entre aquellos que difunden desinformación: referirse a teorías conspirativas originadas en otras regiones, con el fin de evitar acusaciones directas. Este fenómeno puede considerarse como una forma moderna de la "maskirovka", pero trasladada al ámbito de los medios de comunicación. Las viejas tácticas soviéticas, al parecer, siguen siendo eficaces y se reinventan constantemente en el nuevo contexto geopolítico.

Uno de los argumentos más comunes a los que recurren los escépticos de la desinformación es: “¿Realmente deberíamos preocuparnos?”. Esta pregunta parece surgir por la creencia de que, en última instancia, unas pocas cuentas automatizadas en Twitter o algunos blogs marginales de teorías conspirativas no pueden tener un impacto significativo en el entorno político e informativo de un país. Sin embargo, aunque la pregunta es legítima, está mal planteada. Como nuestra revisión ha intentado demostrar, los sitios web, blogs y cuentas en redes sociales son solo la punta del iceberg. En otras palabras, son solo los últimos eslabones de una cadena mucho más compleja de desinformación. En la parte superior de esta cadena, es común encontrar una dirección altamente sofisticada proveniente de actores estatales.

Nadie sería tan ingenuo como para creer que todas las campañas de desinformación patrocinadas por Estados a nivel mundial llevan el sello del Kremlin. La desinformación ha existido siempre que han existido los Estados, y la tradición de usarla no es exclusiva de la Rusia moderna. Sin embargo, el caso ruso merece un estudio particular por dos razones principales. Primero, porque Rusia cuenta con una arquitectura institucional que ningún otro estado posee en la actualidad. Segundo, porque la desinformación rusa se basa en una tradición profundamente arraigada de tácticas militares soviéticas. Esta relación se ha vuelto aún más clara desde la llegada al poder de Vladimir Putin.

La prueba de esto es la creciente atención que las élites militares rusas han dedicado en la última década a reinterpretar las viejas "medidas activas" soviéticas. Es un esfuerzo que se ha intensificado y perfeccionado, con una sofisticación impresionante en las técnicas de "poder afilado" de Moscú en el ámbito de las redes sociales. Este fenómeno, combinado con la disgregación de algunos de los pilares que gobiernan la globalización y el multilateralismo a causa de la pandemia de COVID-19, ha generado un riesgo aún mayor para la resiliencia de los estados democráticos y sus instituciones. Este contexto debería ser suficiente para responder a la pregunta planteada: sí, deberíamos preocuparnos.

Lo que muchas veces se pasa por alto es que, si bien las redes sociales y los blogs son los vehículos más visibles de la desinformación, el verdadero peligro radica en el uso de estas herramientas por parte de actores estatales para manipular la opinión pública y alterar los procesos democráticos. Esta manipulación no solo se limita a las plataformas más conocidas como Twitter o Facebook, sino que también se extiende a canales menos convencionales, donde la propaganda puede actuar de manera más insidiosa.

La desinformación moderna ya no es solo una cuestión de mentiras y manipulaciones directas; se ha convertido en una táctica política integral, en la que las redes sociales juegan un papel central. Estos medios se utilizan no solo para difundir información falsa, sino para crear narrativas que desestabilicen el orden establecido. En este sentido, es crucial entender que la desinformación no solo se limita a la información errónea, sino que también involucra una estrategia de influencia que busca desviar la atención pública, sembrar desconfianza y polarizar a las sociedades.

Además, el uso de estas tácticas tiene efectos más profundos que la simple desinformación; contribuye al desgaste de la confianza en las instituciones democráticas y en los mecanismos tradicionales de control y verificación de información. En el contexto actual, donde las instituciones democráticas se encuentran bajo presión y los sistemas de información se han fragmentado, es esencial reconocer que la desinformación no es solo un fenómeno informático, sino un desafío a las propias bases de la democracia.

En resumen, la desinformación ya no es una amenaza periférica o menor; es un frente de guerra ideológica. Con las herramientas digitales al alcance de todos, el impacto de la desinformación puede ser devastador si no se enfrenta adecuadamente. A medida que la tecnología avanza y las estrategias de desinformación se sofisticaron, los esfuerzos para contrarrestarla deben ser igualmente ágiles y profundos.

¿Cómo la transformación digital y la post-verdad impactan en el periodismo y las rutinas de verificación?

El proyecto The Fact Assistant surgió como respuesta a la creciente necesidad de mejorar los procedimientos de verificación de hechos dentro del periodismo actual, especialmente con la digitalización acelerada y los desafíos derivados de la post-verdad. Este proyecto, que se centró en la creación de una aplicación web destinada a ayudar a los periodistas a gestionar la verificación de datos, se estructuró en varias etapas. La primera consistió en definir el modelo de compartición de información y la adecuación de los resultados de las verificaciones. La segunda etapa se centró en el desarrollo de un prototipo funcional, liderado por Walid Al-Saqaf, docente e investigador especializado en el uso de internet y los medios de comunicación en el ámbito del periodismo.

En abril de 2019, la primera versión del prototipo fue lanzada en la plataforma de Södertörn University, donde se llevaron a cabo pruebas iniciales con un pequeño grupo de periodistas. Durante estas pruebas, los estudiantes de los programas de periodismo fueron los primeros en participar. En un esfuerzo por involucrar a los periodistas activos en el desarrollo de la aplicación, se les invitó a utilizar el prototipo en su trabajo diario. Sin embargo, la respuesta fue limitada. Aunque los periodistas mostraron una actitud positiva hacia la idea de un asistente digital para facilitar su trabajo, la falta de tiempo y la saturación de herramientas digitales en las redacciones hicieron que muchos no pudieran colaborar más allá de las pruebas iniciales. Esto llevó a la postergación de los planes para integrar más activamente a los periodistas en el proceso de desarrollo.

Una versión mejorada de la aplicación fue lanzada poco después, pero nuevamente, el entusiasmo inicial fue efímero. A pesar de las mejoras, los periodistas no se comprometieron significativamente con la herramienta. En abril de 2020, el proyecto llegó a su tercera y última fase, donde se intentó realizar pruebas más exhaustivas en entornos editoriales reales. Sin embargo, debido a la pandemia de COVID-19 y las modificaciones en las rutinas laborales, estas pruebas en redacciones fueron imposibles de llevar a cabo, y solo se pudieron realizar pruebas de usabilidad a través de plataformas como Zoom. A pesar de los desafíos, los resultados fueron positivos, confirmando que la aplicación funcionaba correctamente y que la verificación de hechos sigue siendo una necesidad relevante en el periodismo actual.

El desarrollo del proyecto The Fact Assistant reflejó la creciente preocupación por la crisis de confianza en el periodismo y la dificultad de implementar soluciones tecnológicas eficaces. A pesar de los avances tecnológicos y la amplia disponibilidad de herramientas digitales, los periodistas no siempre están dispuestos o en condiciones de adoptarlas. El tiempo limitado y el agotamiento tecnológico se han convertido en barreras significativas para el éxito de proyectos de este tipo, que intentan abordar las deficiencias en las rutinas de verificación de hechos.

La digitalización y la post-verdad han transformado profundamente las condiciones de trabajo en las redacciones. En un mundo donde la velocidad y la inmediatez priman sobre la precisión, las rutinas de verificación han sido alteradas, y el periodismo ha tenido que adaptarse a nuevas demandas. La expansión de las plataformas digitales ha facilitado la proliferación de diversas formas de información, lo que ha disminuido el control tradicional de los medios sobre el flujo informativo. El resultado ha sido una "inflación de la esfera pública", donde cualquier persona puede producir y distribuir noticias, lo que ha puesto en duda la autoridad de los medios tradicionales.

Esta evolución ha sido impulsada por varios factores, incluyendo el desarrollo tecnológico, la competencia con otras formas de provisión de información, la convergencia de medios y la presión económica. En este contexto, el periodismo se ha visto obligado a producir contenido más rápidamente y a adaptarse a una multiplicidad de plataformas. Esto ha llevado a lo que algunos han denominado "periodismo líquido", un fenómeno caracterizado por la rapidez y la flexibilidad en la producción de noticias. Este modelo ha afectado los valores fundamentales del periodismo, especialmente la necesidad de verificar los hechos antes de su publicación.

Los cambios en la industria de los medios y las respuestas de los periodistas a estos desafíos también han contribuido a una disminución de la confianza en la autoridad periodística. Las malas prácticas, como la reducción de personal y la priorización de los ingresos comerciales sobre la veracidad, han afectado la percepción pública del periodismo. Además, la disminución de los recursos destinados a la verificación de hechos ha generado una cultura de inseguridad dentro de las redacciones, lo que ha contribuido a la precarización laboral y a una mayor volatilidad en la profesión.

Este panorama ha sido intensificado por la crisis de confianza en los medios tradicionales, que ha sido alimentada por la aparición de noticias falsas, la crítica mediática de grupos populistas y de extrema derecha, y la constante evolución de los formatos informativos. En este sentido, el periodismo ha dejado de ser un espacio cerrado y exclusivo para convertirse en un campo de interacción constante con el público, lo que genera tanto oportunidades como desafíos para la profesión.

Es crucial comprender que, aunque las herramientas tecnológicas como las aplicaciones de verificación pueden ser útiles, no resolverán los problemas estructurales que enfrenta el periodismo. La crisis de confianza en los medios y la post-verdad no son problemas únicamente tecnológicos, sino que están profundamente enraizados en las transformaciones sociales, económicas y políticas que afectan a los medios de comunicación en todo el mundo. El desafío radica en encontrar un equilibrio entre la innovación tecnológica y el respeto por los principios éticos fundamentales del periodismo, como la veracidad, la imparcialidad y la responsabilidad social.

¿Cómo afecta la desinformación a la democracia y la seguridad pública?

La desinformación, un fenómeno ampliamente discutido en la era digital, se caracteriza por la difusión de información falsa o engañosa. Este tipo de información, conocido como "noticias falsas" o "fake news", se utiliza frecuentemente como sinónimo de desinformación, ya que es creada con el propósito de engañar a la opinión pública. Según la definición del "Código de Prácticas contra la Desinformación" de la Unión Europea (2018), se entiende por desinformación cualquier contenido que sea "verificablemente falso o engañoso", y que cumpla dos condiciones principales: primero, que sea creado, presentado y difundido con el fin de obtener beneficios económicos o para engañar de manera intencionada al público, y segundo, que pueda causar daño público, ya sea en términos de la protección de la salud, el medio ambiente o la seguridad de los ciudadanos de la UE. Además, el Código especifica que conceptos como publicidad engañosa, errores en los reportajes, sátira y parodia no son considerados dentro de esta definición.

Este fenómeno, que ha ganado una creciente relevancia con el auge de las plataformas digitales, plantea serias amenazas a los procesos democráticos y al bienestar social. Las noticias falsas pueden alterar las decisiones electorales, crear divisiones sociales, y generar desconfianza en las instituciones, lo que debilita la cohesión social y política. A través de la manipulación de la información, ciertos actores buscan influir en la opinión pública, distorsionando la realidad y promoviendo narrativas que beneficien intereses particulares.

La propagación de desinformación en internet se ve favorecida por algoritmos de plataformas que, a menudo, priorizan el contenido sensacionalista o polarizante, sin verificar su veracidad. Esto crea un entorno donde las mentiras se difunden rápidamente y se convierten en parte de las narrativas comunes, afectando el juicio de la sociedad sobre diversos temas de importancia pública. En este contexto, es crucial comprender que la desinformación no es solo una cuestión de errores o malentendidos; es una táctica deliberada con fines específicos.

El impacto de la desinformación no se limita a la esfera de la política, sino que se extiende a varios aspectos de la vida pública, como la salud pública y la seguridad. Por ejemplo, durante la pandemia del COVID-19, la propagación de información falsa sobre las vacunas o los métodos de prevención causó confusión y, en muchos casos, puso en peligro la salud de millones de personas. En el ámbito de la seguridad, las noticias falsas pueden exacerbar tensiones entre grupos sociales o incluso entre países, alimentando conflictos y sembrando desconfianza en los mecanismos de seguridad pública.

El Código de Prácticas contra la Desinformación de la UE excluye expresamente la información política de la definición de desinformación, lo que ha generado debate sobre los límites de la libertad de expresión en los medios digitales. Mientras que algunas voces defienden la necesidad de una regulación más estricta, otras argumentan que la libertad de expresión no debe verse comprometida, incluso si el contenido que se difunde es falso o engañoso. Este dilema plantea preguntas fundamentales sobre cómo equilibrar la libertad de prensa y el derecho a la información con la necesidad de proteger a la sociedad de los efectos dañinos de la desinformación.

Por otra parte, es importante tener en cuenta que las plataformas digitales no son meros canales de comunicación, sino actores clave en la creación, difusión y, en muchos casos, en la amplificación de contenidos desinformativos. En este sentido, la responsabilidad de las plataformas de internet ha sido objeto de creciente escrutinio. En casos como Delfi v. Estonia (2015) y Magyar Tartalomszolgáltatók Egyesülete y Index.Hu Zrt v. Hungría (2016), los tribunales han subrayado que las plataformas deben verificar los contenidos que facilitan y garantizar que no se difunda información falsa o perjudicial para los usuarios. No obstante, la responsabilidad de las plataformas sigue siendo un tema complejo, ya que existe el riesgo de que los intentos de regular la información puedan derivar en censura o en la limitación de la libertad de expresión.

Los marcos jurídicos establecidos, como el "NetzDG" en Alemania, o el "Código de Conducta" de la UE, buscan que las plataformas se hagan responsables de la desinformación que circula en sus espacios. Sin embargo, algunos críticos argumentan que estas normativas pueden ser insuficientes para abordar la magnitud del problema, ya que no abordan de manera efectiva las causas profundas de la desinformación ni brindan soluciones claras sobre cómo mitigar su impacto.

Es necesario que tanto las instituciones públicas como las privadas adopten una postura activa en la lucha contra la desinformación. En primer lugar, se debe promover la alfabetización mediática, es decir, enseñar a la población a identificar fuentes confiables y a cuestionar la veracidad de los contenidos que consumen. En segundo lugar, los periodistas y los medios de comunicación tienen un papel esencial en la comprobación de los hechos y en ofrecer información veraz y contrastada. Por último, los usuarios de las plataformas digitales deben ser conscientes de su responsabilidad como consumidores y difusores de información, entendiendo que la propagación de desinformación puede tener consecuencias graves para la sociedad en su conjunto.

La desinformación, por lo tanto, es mucho más que un problema de falsedad informativa; es un desafío para la democracia, la cohesión social y la seguridad pública. Combatirla requiere un esfuerzo conjunto entre gobiernos, plataformas, medios de comunicación y ciudadanos. La lucha contra la desinformación es un proceso continuo, que requiere adaptación constante a las nuevas formas de manipulación de la información en un mundo digital cada vez más interconectado.