La globalización, a pesar de ser un fenómeno creciente y complejo, ha experimentado una disminución notable en el tono de discurso público, especialmente en países avanzados como Estados Unidos y Reino Unido. Un análisis de menciones mediáticas en periódicos de renombre, como The Wall Street Journal, The New York Times, The Washington Post en EE. UU., y The Times, The Guardian, y Financial Times en el Reino Unido, revela un notable cambio hacia una visión más pesimista de la globalización desde 2016. Este desajuste entre los datos relativamente positivos sobre los flujos internacionales y el tono negativo en el debate público puede explicarse, irónicamente, por la tendencia a sobrestimar la intensidad de los flujos internacionales en relación con la actividad económica interna.

En otras palabras, la percepción de una mayor globalización de lo que realmente existe ha influido en la forma en que los ejecutivos y los líderes políticos entienden las dinámicas internacionales. La sobreestimación de la profundidad de la globalización trae consigo consecuencias importantes. En estudios realizados, aquellos que exageran la globalización tienden a cometer errores en las estrategias empresariales y las políticas públicas. Las percepciones incorrectas sobre la amplitud de la globalización pueden generar una subestimación de la necesidad de adaptar estrategias al contexto cultural, económico y administrativo de cada país. Por ejemplo, los ejecutivos de empresas pueden ignorar las diferencias cruciales entre mercados nacionales e internacionales, lo que afecta su capacidad para competir globalmente.

Además, esta visión distorsionada puede influir en las políticas públicas, donde los líderes pueden subestimar los beneficios potenciales de una mayor globalización o sobrestimar los daños que podría causar a la sociedad. Las encuestas sugieren que muchas personas aún subestiman la amplitud de la globalización y la extensión de la actividad internacional, a menudo centrada en unos pocos países o en áreas específicas. En un sondeo realizado en 2007 entre lectores de la Harvard Business Review, el 62% de los encuestados coincidió con la afirmación de Thomas Friedman en su libro The World Is Flat, que sostiene que las empresas operan ahora en un "campo de juego global habilitado por la web", donde las distancias geográficas y, en el futuro cercano, las barreras idiomáticas dejan de ser relevantes. Sin embargo, los datos revelan que las barreras geográficas, culturales y administrativas siguen limitando significativamente la actividad internacional.

Este fenómeno, conocido como "globalización exagerada", puede entenderse a través de dos leyes fundamentales que explican tanto la profundidad como la amplitud de la globalización:

  1. La ley de la semi-globalización: La actividad económica internacional, aunque significativa, sigue siendo mucho menos intensa que la actividad doméstica.

  2. La ley de la distancia: Las interacciones internacionales se ven limitadas por distancias culturales, administrativas, geográficas y, a menudo, económicas.

Estas leyes, presentadas en mi obra Las Leyes de la Globalización, ofrecen una herramienta útil para la toma de decisiones estratégicas, siempre y cuando puedan considerarse aplicables a largo plazo. Frente a la creciente ola de proteccionismo y el temor de una guerra comercial, cabe preguntarse si estas leyes seguirán siendo válidas. Para examinar su relevancia futura, es útil mirar la historia, particularmente la última gran guerra comercial, en la década de 1930, que provocó la reversión más significativa de la globalización.

Durante la Gran Depresión, el comercio internacional sufrió una caída dramática, pero no desapareció por completo. Aunque los flujos comerciales cayeron en picada, el volumen de comercio siguió siendo lo suficientemente importante como para que no pudiera ser ignorado por los estrategas empresariales. De hecho, el valor de las transacciones bajó más que las cantidades, que cayeron menos del 30%. Además, las distancias geográficas continuaron influyendo en los intercambios comerciales: los países con lazos comunes, como un idioma compartido o conexiones coloniales, continuaron comerciando cinco veces más entre sí que aquellos sin tales vínculos. Así, aunque el contexto mundial cambió drásticamente, las relaciones comerciales más intensas antes de la crisis se mantuvieron estables después de la caída.

Si el comercio global no se detuvo en la década de 1930, es razonable suponer que no se detendrá en la actualidad, incluso ante las tensiones comerciales de la era Trump. En este sentido, un análisis sobre lo que podría ocurrir en una guerra comercial contemporánea sugiere que las caídas en el comercio serían menores que las sufridas en los años 30. Según Moody's Analytics, si Estados Unidos impusiera aranceles a China y México, los efectos en las exportaciones estadounidenses serían limitados, con una caída de apenas el 4% respecto a los valores de 2015. Así, incluso en el caso de una guerra comercial global más extensa, se espera que las repercusiones sean menos graves que en el pasado.

Es esencial recordar que, a pesar de las tensiones económicas, los efectos de la distancia en el comercio siguen siendo importantes, y los cambios en la dinámica de la globalización no siempre son tan radicales como parecen a primera vista. Aunque las cadenas de suministro se han fragmentado verticalmente y más países son económicamente independientes hoy en día, la influencia de la distancia sobre el comercio de bienes sigue siendo más significativa que en la década de 1930.

¿Cómo afecta el proteccionismo al comercio y a los países en desarrollo?

El proteccionismo es un tema recurrente en los debates sobre el comercio internacional. Aunque muchas veces se asocia con la defensa de las economías nacionales, su implementación tiene consecuencias no solo para los países que lo practican, sino para la economía global en su conjunto. Para comprender la magnitud de sus efectos, es necesario analizar los diferentes aspectos de cómo las medidas proteccionistas impactan tanto a los consumidores como a los trabajadores, y, especialmente, a las economías en desarrollo.

Durante más de 25 años, desde 1947 hasta 1974, el comercio mundial experimentó una liberalización progresiva que llevó a un crecimiento sin precedentes de la prosperidad global. Sin embargo, con el cambio del clima económico, marcado por crisis monetarias, crisis del petróleo, deudas y recesiones, se generó un ambiente propenso para el aumento de las demandas de protección. Las economías industrializadas, que vieron cómo sus mercados competían con las exportaciones de Japón y de los nuevos países industrializados (NICs), respondieron con medidas proteccionistas. Este fenómeno se intensificó cuando el desempleo alcanzó niveles altos, lo que provocó el establecimiento de barreras no arancelarias (NTBs, por sus siglas en inglés) en lugar de los tradicionales aranceles.

A diferencia de los aranceles, que eran fácilmente reconocibles, las NTBs son mucho más sutiles y difíciles de medir. Estas barreras no solo aumentan los precios para los consumidores, sino que también mantienen en funcionamiento industrias ineficientes, lo que perjudica tanto al país que las impone como a la economía mundial. Además, las NTBs suelen discriminar contra las fuentes de importación de menor costo, lo que produce una reducción en la competencia y una asignación ineficiente de los recursos.

El impacto de las NTBs ha sido particularmente negativo para los países en desarrollo. Mientras que algunas naciones, como Corea del Sur o Hong Kong, lograron superar parcialmente las restricciones impuestas por estas barreras, las economías más débiles no tienen la misma capacidad de adaptación. El comercio en sectores clave como el textil, el calzado y los productos electrónicos, que en muchos casos son fundamentales para el crecimiento de estos países, se ha visto gravemente afectado. Los acuerdos como el Multifibre Arrangement (MFA), que estableció restricciones en el comercio de textiles, tienen un impacto aún más directo en las economías emergentes, dificultando su acceso a los mercados más desarrollados.

Aunque las barreras proteccionistas afectan principalmente a los países en desarrollo, los países industrializados también experimentan costos significativos. El precio de los productos aumenta debido a la falta de competencia, y los gobiernos pierden ingresos fiscales derivados de los aranceles. Además, se produce una disminución de la calidad de los productos, ya que las industrias nacionales no tienen incentivos para mejorar si no se enfrentan a competencia externa. Las restricciones no solo limitan el comercio entre países, sino que también alteran el patrón comercial global, dificultando la expansión de los países en desarrollo hacia mercados fuera de los países industrializados.

A pesar de la tendencia creciente hacia el proteccionismo, el comercio global sigue estando guiado por principios acordados en acuerdos internacionales como el GATT (Acuerdo General sobre Aranceles Aduaneros y Comercio). Este acuerdo, que busca la reducción de barreras comerciales y la prevención de discriminación, establece reglas claras que deben seguir los países miembros. Sin embargo, la proliferación de las NTBs ha logrado eludir estos principios, y en la práctica, ha reducido significativamente los beneficios de las políticas comerciales liberales que prevalecieron en la segunda mitad del siglo XX.

Una de las áreas más afectadas por las NTBs es la industria textil y de la confección, que representa aproximadamente el 25% de las exportaciones manufacturadas de los países en desarrollo. Las restricciones impuestas por las naciones industrializadas han aumentado progresivamente con el tiempo, lo que ha llevado a una disminución de las oportunidades comerciales para los exportadores más pequeños. Además, los estudios realizados por el Banco Mundial y otras instituciones muestran que las NTBs no solo afectan a los países en desarrollo, sino que también distorsionan el comercio dentro de los países industrializados, haciendo que el costo de los productos para los consumidores sea más alto y creando un entorno económico menos competitivo.

Lo que es esencial comprender es que el proteccionismo no es una solución para los problemas estructurales de las economías industrializadas. Aunque sus medidas puedan ofrecer alivio a corto plazo para ciertos sectores económicos, los efectos negativos a largo plazo, como la menor competencia, la ineficiencia y el encarecimiento de los bienes, pueden resultar ser mucho más perjudiciales. Los países en desarrollo, por su parte, continúan enfrentando obstáculos significativos para acceder a los mercados globales, lo que les impide beneficiarse del comercio internacional en la misma medida que sus contrapartes industrializadas.

Por último, es crucial destacar que, en el contexto actual, las barreras comerciales no solo afectan a las economías, sino también a las culturas locales y a los sistemas económicos tradicionales. A medida que se globaliza el comercio, las economías locales se ven presionadas a adaptarse a un modelo más homogéneo que, a menudo, no es sostenible ni beneficioso para las poblaciones más vulnerables. La competencia global puede erosionar las prácticas culturales y laborales locales, sustituyéndolas por modelos que favorecen la producción masiva y la explotación de los recursos, lo que puede poner en peligro el equilibrio económico y cultural de muchos países.