La pedagogía pública del odio de Trump puede entenderse como una herramienta que apela directamente a los temores, resentimientos y frustraciones de ciertos sectores de la población estadounidense. A través de su discurso, Trump alimenta y legitima un tipo de odio sistemático hacia minorías, inmigrantes y otras poblaciones consideradas como "otros". En este sentido, su retórica no solo incita al rechazo hacia estos grupos, sino que también intenta normalizar ideologías extremas y peligrosas.
Investigaciones previas, como las de Rory McVeigh, han demostrado que las personas que se adhieren a movimientos de extrema derecha suelen sentir que están perdiendo poder, estatus o privilegios en al menos uno de los tres ámbitos cívicos: económico, político o social. Esta sensación de pérdida de control es precisamente la que Trump aprovecha, movilizando el resentimiento y canalizándolo hacia chivos expiatorios, desviando la atención de las instituciones responsables del descontento social (Hardisty, 1999). A través de sus discursos y comentarios, Trump no solo refuerza este sentimiento de victimización, sino que, además, orienta el enojo de sus seguidores hacia las comunidades racializadas, inmigrantes y otras minorías, culpándolas por una movilidad descendente que, en muchos casos, ni siquiera ellas han provocado. Este tipo de discurso se articula dentro de una cultura permeada por el legado del supremacismo blanco, que facilita la reproducción de una jerarquía racial y social profundamente estructurada, en la que las clases medias y trabajadoras blancas desposeídas son incentivadas a ver a las personas de color como sus enemigos directos, mientras los verdaderos beneficiarios del sistema capitalista neoliberal, la élite del uno por ciento, permanecen sin ser cuestionados.
Trump utiliza la pedagogía pública del odio como una herramienta para la normalización y promoción de ideologías fascistas. Un ejemplo claro de esto es su respuesta a los eventos ocurridos en Charlottesville, donde, al ser interpelado sobre los enfrentamientos entre neonazis y antifascistas, Trump minimizó la gravedad de la situación, sugiriendo que había "personas muy buenas de ambos lados". Esta declaración fue una forma de justificación para la violencia y el extremismo, al mismo tiempo que intentaba educar al público para que aceptara el fascismo como una ideología legítima y aceptable dentro del discurso político mainstream. Tal actitud no se limitó a sus palabras, sino que se extendió a su silencio inicial, el cual podría interpretarse como una forma de validación tácita del acto. Al no pronunciarse de inmediato, Trump podría haber reforzado la idea de que lo sucedido no era tan grave o importante como lo presentaban los medios.
Este proceso de normalización se intensificó cuando Trump, en una de sus polémicas publicaciones en Twitter, compartió un mensaje con una cita atribuida a Benito Mussolini, una figura clave del fascismo. La cita decía: "Es mejor vivir un día como un león que 100 años como una oveja". Aunque Trump alegó no saber que la frase provenía de Mussolini, su comentario posterior -en el que calificó la cita como "muy buena"- demuestra una actitud desconcertante hacia los orígenes de sus ideas y su indiferencia ante su asociación con personajes del pasado fascista. A pesar de la polémica que desató este retweet, Trump no mostró señales de arrepentimiento o preocupación por las implicaciones de sus palabras.
Otro episodio que refuerza la pedagogía pública del odio de Trump fue el apoyo implícito a la organización fascista británica "Britain First", a través de un retweet de videos islamófobos difundidos por Jayda Fransen, su líder adjunta. Estos videos, que mostraban ataques violentos atribuidos a musulmanes, fueron compartidos por Trump con millones de seguidores, ampliando el alcance de su mensaje de odio hacia las comunidades musulmanas. En este caso, no se trató de una acción impulsiva o casual, sino de una decisión consciente. Trump no solo eligió compartir los videos, sino que también dio visibilidad a un grupo extremista, otorgándole una plataforma mundial para difundir sus ideas de odio. A pesar de la crítica global, Trump nunca mostró arrepentimiento por este acto, lo que demuestra su falta de responsabilidad ante el impacto de sus palabras y su influencia en la radicalización de amplios sectores de la población.
Este uso de Twitter como un vehículo para la pedagogía pública del odio permite a Trump legitimar y difundir ideas extremistas sin la necesidad de justificar teóricamente sus propuestas, lo cual le permite apelar a la emotividad, el resentimiento y la indignación, sin preocuparse por las implicaciones ideológicas de sus palabras. Según el académico Henry Giroux, las declaraciones de Trump van más allá de la simple incivilidad; representan un discurso que apela a una "pureza racial" y a la "política de la eliminación" de aquellos que no encajan en su visión de la sociedad estadounidense. Este vocabulario de "disponibilidad social" tiene como fin la deshumanización de ciertos grupos, considerándolos no solo innecesarios, sino prescindibles e incluso dignos de ser expulsados de la sociedad.
Es importante resaltar que la pedagogía pública del odio no es solo un fenómeno de discurso, sino también de acción. A través de su retórica y su uso de plataformas como Twitter, Trump no solo normaliza el fascismo, sino que también está construyendo un espacio donde las ideas extremistas encuentran eco y legitimidad. Al crear una cultura de incitación al odio, Trump está moldeando la percepción pública y transformando la violencia verbal en violencia simbólica, facilitando un clima en el cual las ideas fascistas pueden prosperar y desarrollarse.
¿Cómo se forma la pedagogía pública del movimiento Alt-Right?
El movimiento Alt-Right se presenta de una manera a menudo confusa para el público en general, principalmente debido al nivel de ironía que emplea. El humor y la vulgaridad que lo caracterizan desconciertan a las personas que no comprenden sus intenciones subyacentes. Sin embargo, la verdadera naturaleza del movimiento es seria y está profundamente influenciada por ideales radicales. En este nuevo milenio, nos encontramos inmersos en una cultura extremadamente nihilista, y como señaló uno de los principales exponentes del movimiento, Andrew Anglin, la ironía es esencial para presentar el idealismo absoluto de manera que sea tomada en serio. En una época como la nuestra, en la que el pesimismo parece prevalecer, quien se muestre como serio será rápidamente visto como lo contrario, debido a la perspectiva desencantada que nos otorgan las lentes postmodernas.
El Alt-Right emergió a través de una serie de elementos que se fueron tejiendo desde los primeros años del siglo XXI, hasta consolidarse en el contexto de la campaña electoral de Donald Trump. Entre los elementos más significativos de su historia, Anglin destaca la cultura anónima de memes y trolling, que comenzó a gestarse en los foros públicos de 4chan, particularmente en el subforo /pol/. En este espacio virtual, se cultiva una subcultura caracterizada por la publicación anónima de imágenes y comentarios provocadores. Los trolls de 4chan son conocidos por decir lo que sea para provocar reacciones y disfrutar del desorden y el enojo que generan, lo cual constituye lo que se conoce como "lulz", una forma de placer derivada del sufrimiento ajeno.
A través de este espacio, comenzaron a difundirse "bromas" antisemitas y racistas que, a medida que fueron ganando popularidad, se volvieron más serias, pues quienes participaban en el foro consideraban que se basaban en hechos. Así, los debates sobre el "problema judío", la deconstrucción del feminismo y las teorías raciales se convirtieron en puntos fundamentales de discusión. Anglin resalta que, en muchos aspectos, la rehabilitación de Adolf Hitler y el NSDAP (Partido Nacionalsocialista Obrero Alemán) tuvo lugar dentro de estos círculos de 4chan. La ideología nazi reformulada se combinó con la cultura del trolling, los memes y el humor, lo que permitió que el mensaje de la derecha radical se presentara no solo como algo significativo, sino también como algo extremadamente divertido.
Este tipo de "pedagogía pública" se basa en la propaganda, pero se difunde utilizando humor, lo que hace que la retórica de odio y fascismo adquiera una nueva dimensión. En este sentido, Anglin describe cómo las imágenes graciosas y las caricaturas, acompañadas de comentarios mordaces, son herramientas eficaces para transmitir conceptos culturales y políticos de una manera que es al mismo tiempo accesible y perturbadora. Este enfoque se demuestra de manera concreta en la llamada "tormenta de trolls" que Anglin orquestó en torno a un conflicto entre Sherry Spencer, la madre de Richard Spencer, y Tanya Gersh, una residente de Whitefish, Montana. Tras un desacuerdo, Anglin incitó a sus seguidores a acosar a Gersh, lo que resultó en una avalancha de mensajes de odio, amenazas y comentarios profundamente antisemitas.
Otro aspecto importante en la historia del Alt-Right es la adhesión a teorías conspirativas que se popularizaron en la década de los 2000, inicialmente relacionadas con los atentados del 11 de septiembre y el "Nuevo Orden Mundial". A medida que el movimiento fue creciendo, las teorías se centraron cada vez más en el "problema judío", lo que llevó a la irrupción de un discurso que vinculaba a los judíos con el control global y la manipulación de la sociedad moderna.
En los primeros años de la década de 2010, muchos miembros de la comunidad libertaria se sintieron atraídos por el fascismo y el nacionalismo socialista como alternativas al sistema de materialismo y capitalismo corrupto que, según ellos, dominaba la sociedad occidental. Esta transición ideológica se consolidó en diversos grupos, incluidos los que forman parte de la "manosfera", un colectivo de hombres desilusionados con el feminismo, que encontraron en el Alt-Right una forma de rebelión contra lo que percibían como una cultura hostil hacia la masculinidad. En este espacio, se promovió una ideología sexista y misógina que atacaba a las feministas, a quienes acusaban de ser responsables de la destrucción de los valores masculinos.
Finalmente, uno de los elementos más visibles de la historia del Alt-Right es el caso de "Gamergate", un conflicto que comenzó en 2014 dentro de la comunidad de videojuegos y que rápidamente escaló hacia una guerra cultural. En este caso, los feministas y los defensores de la inclusión en los videojuegos se enfrentaron a una reacción feroz de hombres que veían esta discusión como una amenaza directa a su cultura y a su identidad masculina. Este fenómeno, aunque comenzó en línea, se extendió rápidamente al mundo real, y se convirtió en un símbolo de la polarización que caracteriza al Alt-Right.
Es crucial que los lectores comprendan que el movimiento Alt-Right no se limita a un conjunto de ideas políticas extremas, sino que también involucra una subcultura que utiliza la provocación, el humor y la ironía como herramientas para difundir su mensaje. Este enfoque ha permitido que el movimiento se infiltre en espacios donde, de otro modo, sería rechazado debido a su extremismo. Sin embargo, el uso de la ironía y el humor no debe desvirtuar la gravedad de los principios que promueve, pues bajo su apariencia ligera se esconden ideologías que pueden tener consecuencias muy peligrosas para la cohesión social y la convivencia.
¿Es Trump un fascista (neo) o simplemente un producto de su tiempo?
En el análisis contemporáneo del fascismo, no se puede pasar por alto la figura de Donald Trump, cuyo ascenso al poder ha suscitado la interrogante recurrente: ¿es Trump un fascista? Esta cuestión se presenta no solo por su relación con el fascismo prebélico, sino por su actitud hacia cuestiones como el sexismo, el racismo y la negación del cambio climático. El fascismo, como fenómeno político y social, no es un concepto estático, y su adaptación a los tiempos modernos, especialmente bajo la presidencia de Trump, es un tema crucial para entender los peligros que enfrenta la sociedad contemporánea.
En este contexto, Trump ha utilizado su retórica como una herramienta poderosa para promover un discurso xenófobo y racista, una de las características esenciales del fascismo. En sus discursos, es común encontrar ataques a inmigrantes, particularmente a los mexicanos, y a los musulmanes, presentándolos como amenazas para la identidad nacional estadounidense. Estas manifestaciones de odio se articulan en un lenguaje que deshumaniza a las víctimas, un elemento central en las estrategias fascistas, que necesitan un “enemigo” al que culpar de todos los males de la sociedad. Esta retórica no se limita a sus discursos, sino que se manifiesta también en su uso de las redes sociales, especialmente Twitter, donde promueve la polarización y la hostilidad de manera directa e impulsiva.
Más allá de sus comentarios sobre inmigrantes y musulmanes, Trump también ha dirigido sus ataques hacia comunidades históricamente oprimidas dentro de los Estados Unidos, como los nativos americanos y los afroamericanos. En este sentido, su trato hacia los pueblos indígenas y su relación con la historia de opresión racial en América son otras manifestaciones de su actitud fascista. En lugar de reconocer las injusticias históricas, Trump ha optado por deslegitimar las luchas de estos grupos y ofrecer una versión distorsionada de la historia, un comportamiento típico de los regímenes fascistas que buscan controlar la narrativa y borrar la memoria colectiva.
El fascismo no solo se construye sobre el odio hacia ciertos grupos, sino también sobre una visión ultranacionalista que, como se ha visto en la retórica de Trump, se articula en torno a la defensa de una “América blanca” y la demonización de aquellos que no encajan en esta visión. Este tipo de nacionalismo se ve reforzado por su actitud hacia el cambio climático, al negar su existencia y optar por políticas que favorecen los intereses económicos de grandes corporaciones y la industria del petróleo. En este sentido, Trump ha abrazado el discurso de la negación, el mismo tipo de lógica que a menudo acompaña a los movimientos fascistas, que buscan mantener el statu quo y rechazan cualquier cambio que amenace sus intereses.
El ascenso del alt-right, un movimiento que ha encontrado en Trump una figura emblemática, refleja una tendencia peligrosa hacia la normalización del fascismo en la política estadounidense. A través de plataformas como Reddit, el alt-right ha logrado movilizar a una parte significativa de la población que se siente desplazada por los cambios sociales y económicos, utilizando la ideología fascista como respuesta a sus temores e inseguridades. Estos grupos han sido clave en la propagación de la ideología de Trump, alimentando el miedo y el odio hacia los “otros” mientras buscan transformar Estados Unidos en un estado autoritario, basado en la exclusión y la violencia.
No obstante, el fascismo no es solo un fenómeno impulsado por las élites políticas o por grupos radicales. Es también un fenómeno cultural que se alimenta de la frustración social, el miedo al cambio y el deseo de restaurar un orden percibido como perdido. La reacción a la presidencia de Trump ha sido compleja, ya que no solo ha generado una creciente resistencia en forma de protestas y movimientos sociales, sino que también ha fortalecido la movilización de aquellos que creen en una alternativa a este sistema. La lucha contra el fascismo requiere una respuesta colectiva, una pedagogía pública que se oponga a la desinformación y promueva una visión inclusiva y justa para todos.
Es importante que los lectores comprendan que el fascismo no se presenta de manera uniforme. Puede tomar muchas formas, adaptarse a diferentes contextos y manipular las emociones y preocupaciones del pueblo para avanzar en sus objetivos. La figura de Trump es un ejemplo claro de cómo el fascismo puede prosperar en una sociedad democrática, utilizando las instituciones para fortalecer su poder, mientras alimenta un clima de odio y división. La resistencia, por lo tanto, debe ser igualmente multifacética, abarcando desde movimientos antifa hasta plataformas políticas que promuevan la justicia social y el respeto por los derechos humanos.
Al final, la lucha contra el fascismo requiere un compromiso con la verdad histórica, la solidaridad internacional y un rechazo claro a las políticas de exclusión y violencia. La defensa de una democracia auténtica implica el reconocimiento de los derechos de todos, la aceptación de las diferencias y la construcción de una sociedad basada en la equidad, no en el miedo. Esto debe ser entendido no solo como un ideal abstracto, sino como una necesidad urgente para la supervivencia de las democracias modernas.
¿Cómo el fascismo modela la identidad nacional y la política estatal?
El fascismo, como movimiento ideológico y político, ha sido caracterizado por una serie de características definitorias que han dado forma a las sociedades bajo su influencia. Primero, en lo que respecta al nacionalismo, los fascistas mantenían un fuerte compromiso con una nación "orgánica" o "integral", construida sobre la idea de una unidad indisoluble. Este concepto excluía la diversidad étnica o cultural, ya que amenazaba con deshacer la unidad esencial de la nación. La agresión hacia los "enemigos" de esta unidad, ya fueran internos o externos, es uno de los pilares del extremismo fascista. Los fascistas concebían la "raza" como una característica inmutable, una cualidad inherente desde el nacimiento y que perduraba hasta la muerte. Este sentimiento de amenaza se extendía más allá de las fronteras nacionales, y una vez que los fascistas alcanzaban el poder, intentaban centralizar la autoridad bajo un sistema dictatorial, promoviendo un nacionalismo beligerante, donde solo un partido era permitido y todos los demás eran aplastados.
En segundo lugar, el fascismo estaba marcado por un culto al poder estatal. Los fascistas veneraban un estado autoritario que encarnaba una voluntad singular, coherente, expresada por una élite partidaria adherida al "principio de liderazgo". Este tipo de estado era autoritario, pero también estaba marcado por una tensión interna entre el movimiento popular y la burocracia, entre la "revolución permanente" y el totalitarismo. Los fascistas aspiraban a un estado burocrático centralizado, pero también al mismo tiempo fomentaban la activismo paramilitar, creando una dinámica caótica que socavaba la estabilidad del aparato estatal.
En cuanto a la cuestión de la trascendencia social, los fascistas rechazaban tanto la concepción conservadora de que el orden social existente era armonioso como las ideas marxistas de que solo mediante la revolución se alcanzaría la armonía. Para los fascistas, el conflicto social podía ser "trascendido" mediante la represión de aquellos que lo fomentaban, al mismo tiempo que integraban diversas clases y grupos de interés en "instituciones corporativistas" del estado. Esto no significaba una crítica general al capitalismo, sino una adaptación del orden capitalista para incorporar los intereses del Estado fascista. La supuesta solución revolucionaria que ofrecían, aunque presentaba el rostro de una alternativa al sistema capitalista, no desafiaba profundamente el orden económico establecido.
El fascismo, además, tenía una visión de "limpieza étnica", un proceso de eliminación de los "enemigos" del cuerpo nacional. La “purificación” no solo era racial, sino también política. Esto se reflejaba en la aniquilación de aquellos considerados impuros o desleales al régimen, como se evidenció en el Holocausto, el genocidio sistemático que acabó con millones de judíos y otras minorías. El antisemitismo virulento y otras formas de racismo extremista continúan siendo rasgos distintivos del fascismo, aunque hoy los chivos expiatorios puedan variar dependiendo de la región y del contexto histórico.
El paramilitarismo, elemento clave dentro del fascismo, surgió desde las bases populares pero rápidamente fue instrumentalizado por las élites. Los fascistas adoptaron la violencia como medio central para la radicalización de su movimiento. Este paramilitarismo, con su carácter de lucha callejera y movilización popular, representaba un desafío directo a los gobiernos establecidos y a cualquier tipo de orden institucional. A diferencia de las dictaduras militares tradicionales, el fascismo se distinguía por su violencia organizada desde abajo, a menudo con un fuerte componente de apoyo popular, que hacía de sus manifestaciones algo radicalmente desestabilizador.
El fascismo, en su dimensión social, también tiene una marcada tendencia misógina. El culto a la masculinidad y la exaltación del "führer", el líder supremo, no solo se asociaban con un racismo exacerbado, sino también con la construcción de un orden de género rígido y patriarcal. Las mujeres eran vistas principalmente como reproductoras y cuidadoras del Estado, y se imponían leyes estrictas sobre el divorcio y el aborto, a la vez que el control estatal sobre sus cuerpos se volvía absoluto. Además, el fascismo tiende a ser homofóbico, transfóbico y excluyente de cualquier otra forma de identidad sexual que no se ajuste a su visión rígida del orden natural.
En cuanto a la base social del fascismo, según la teoría de Trotsky, el fascismo surge como una respuesta a la crisis del sistema capitalista, representando una contradicción interna. Se alimenta del malestar de las clases medias pequeñas, como los pequeños capitalistas, que se ven amenazados por el capitalismo financiero o por el auge del movimiento obrero. Esta base de apoyo popular se enfrenta a la contradicción de sus objetivos: el fascismo lucha contra las clases obreras, que son las únicas capaces de derrotar al capitalismo. Para Trotsky, el fascismo no solo es un fenómeno reaccionario, sino también un movimiento de masas que interactúa dialécticamente con las condiciones sociales y políticas de su tiempo.
Lo que resulta esencial para entender el fascismo es no verlo únicamente como una ideología, sino como un fenómeno político que afecta profundamente las estructuras sociales y el orden público. Aunque las ideas fascistas están ligadas a un conjunto de creencias, su verdadera manifestación ocurre a través de la acción política, la organización de las masas y la reconfiguración de las relaciones de poder dentro de la sociedad.
El fascismo debe ser estudiado en su totalidad: cómo se organiza, cómo moviliza a las masas, cómo construye su poder y cómo responde a las contradicciones inherentes al capitalismo. Su estudio no debe limitarse a lo que dicen los intelectuales fascistas, sino a lo que hacen. Solo así podremos comprender su verdadera naturaleza y la amenaza que representa para el orden social.

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