La industria de los productos de bienestar se ha caracterizado por una constante promesa de soluciones rápidas y eficaces para todo tipo de males, desde los más triviales hasta los más graves. A menudo, estos productos se presentan como si fueran la panacea para una amplia gama de problemas de salud. Un ejemplo claro de ello es el caso de Vital Proteins, que, disponible en tiendas como Whole Foods, se promociona como un suplemento para “mantenerse energético” y reducir los antojos, apoyando la vitalidad durante todo el día. Este tipo de marketing, al igual que muchos otros en el sector del bienestar, utiliza imágenes de personas jóvenes y saludables para crear la ilusión de que el producto tiene beneficios más allá de lo que realmente ofrece. En el caso del colágeno, un tipo de proteína gelatinosa, se asegura que ayuda a mejorar la piel envejecida, pero los beneficios que realmente proporciona son limitados.

Este fenómeno no es nuevo y, de hecho, tiene raíces históricas profundas. Las promesas de productos que mejoran la salud y la belleza sin la necesidad de tratamientos médicos serios datan de siglos atrás. Por ejemplo, compañías como Boiron, que se autodenominó “líder mundial en medicamentos homeopáticos”, han perpetuado una narrativa similar. En su material publicitario, afirmaban que sus remedios eran “el camino natural” para mejorar la salud, recurriendo a argumentos como “sin interacciones medicamentosas conocidas” o “bajo riesgo de efectos secundarios”. Sin embargo, estas afirmaciones están cuidadosamente formuladas para cumplir con las regulaciones de la Administración de Alimentos y Medicamentos (FDA) de Estados Unidos, sin que realmente se demuestre científicamente su eficacia.

Hoy en día, estas estrategias de marketing continúan con la aparición de revistas como What Doctors Don’t Tell You, que ofrecen consejos sobre cómo tratar enfermedades graves sin recurrir a la medicina convencional. A pesar de que sus editores carecen de formación científica o médica, su enfoque en la medicina alternativa ha encontrado una audiencia dispuesta a creer que las respuestas tradicionales no son confiables. La revista ha sido criticada por difundir información errónea, y, en algunos casos, sus editores han sido señalados por promover teorías desacreditadas, como la noción de que las vacunas no son efectivas. Sin embargo, esta desinformación sigue calando en el público, que, por falta de una educación adecuada sobre los temas médicos, tiende a confiar en fuentes no verificadas.

El fenómeno del “disease mongering”, o la creación de enfermedades ficticias para vender productos, sigue siendo una práctica común. Un claro ejemplo de esto es la historia de Listerine. Originalmente, este producto era un limpiador de pisos, pero la compañía detrás de él ideó la condición médica “halitosis” (mal aliento) para darle un propósito comercial. A partir de ahí, Listerine fue promovido como una solución a esta supuesta enfermedad. Este tipo de marketing ha seguido vigente, con enfermedades como la disfunción eréctil, el trastorno bipolar, el déficit de atención, y la calvicie siendo explotadas para crear nuevos mercados de consumidores.

En la actualidad, los suplementos dietéticos siguen siendo un negocio millonario, con los estadounidenses gastando 30 mil millones de dólares anuales en productos que prometen mejorar el sistema inmunológico o reducir la inflamación. Sin embargo, muchas de estas promesas están desprovistas de base científica. Las creencias en las “remedios populares” y las teorías de conspiración, como la relación entre las vacunas y el autismo o el uso del teléfono móvil y el cáncer cerebral, siguen siendo populares, a pesar de la abrumadora evidencia científica que demuestra lo contrario. Este tipo de desinformación no solo persiste, sino que se ha visto alimentada por la expansión de las redes sociales, donde las fake news se propagan rápidamente.

Es crucial entender que este tipo de marketing engañoso tiene un impacto significativo en la salud pública. Aunque la información médica ha avanzado enormemente y la educación en ciencias de la salud es más accesible que nunca, la desinformación sigue siendo un desafío. El “boom” de los remedios alternativos no es solo una moda pasajera, sino una tendencia que se remonta a tiempos antiguos. La fascinación por encontrar soluciones rápidas y fáciles a problemas complejos de salud persiste, y esto alimenta la demanda de productos que, muchas veces, no tienen pruebas científicas que respalden sus afirmaciones.

Hoy en día, los consumidores deben ser conscientes de las fuentes de información que consultan, ya que la proliferación de ideas sin fundamento científico se ha convertido en un riesgo para la salud colectiva. La educación médica crítica es esencial para que las personas puedan tomar decisiones informadas y evitar caer en la trampa de los productos que prometen milagros pero que, en última instancia, solo buscan aprovecharse de la vulnerabilidad de los consumidores.

¿Cómo las industrias manipulan la información sobre el cambio climático y otros temas críticos?

El cambio climático ha sido un tema de debate durante más de medio siglo, y su estudio ha dado lugar a una gran cantidad de publicaciones científicas y políticas. Desde el informe de 1979 del National Research Council, Carbon Dioxide and Climate: A Scientific Assessment, se ha generado una discusión continua sobre los efectos negativos de la actividad humana en el medio ambiente. A pesar de los avances científicos, los esfuerzos para abordar el cambio climático han sido complicados por la influencia de industrias que manipulan la información, a menudo para desinformar al público y proteger sus propios intereses económicos.

Uno de los ejemplos más claros de esta manipulación es el papel desempeñado por la industria tabacalera, que en las décadas de 1950 y 1960 empleó tácticas para sembrar dudas sobre los efectos del tabaco en la salud humana. Esta estrategia de desinformación, que se ha repetido en otros contextos, se ha convertido en una técnica común utilizada por diversas industrias que se enfrentan a regulaciones que podrían afectar sus ganancias. Los documentos de la industria tabacalera, que fueron revelados en investigaciones posteriores, muestran cómo se trató de ocultar la verdad científica para seguir vendiendo un producto nocivo, a pesar de que existían pruebas claras de su relación con el cáncer y otras enfermedades graves.

La manipulación de la información científica en el caso del cambio climático sigue patrones similares. En lugar de reconocer el impacto negativo que las emisiones de gases de efecto invernadero tienen sobre el planeta, ciertas empresas, especialmente las de la industria fósil, han invertido grandes sumas de dinero en promover teorías que niegan la existencia del cambio climático o minimizan su gravedad. Libros como The Politically Incorrect Guide to Global Warming and Environmentalism de Christopher C. Horner reflejan estas posturas, basándose en datos seleccionados y presentando una visión distorsionada de la ciencia detrás del cambio climático. El objetivo de estas publicaciones es generar confusión, hacer que el público cuestione las conclusiones científicas y retrasar las políticas que podrían limitar las emisiones de carbono.

Además de los esfuerzos explícitos por desacreditar la ciencia, existe una estrategia más sutil pero igualmente peligrosa: la creación de "hechos alternativos" que se presentan como legítimos a través de los medios de comunicación y las plataformas digitales. Esto ha llevado a la polarización de la opinión pública, donde las personas se dividen en dos grupos: los que creen en el cambio climático como un fenómeno antropogénico, basado en evidencia científica sólida, y aquellos que, influenciados por campañas de desinformación, siguen creyendo que el cambio climático es una exageración o incluso una conspiración.

La influencia de los intereses corporativos no se limita al cambio climático. Las industrias farmacéutica y de productos químicos, por ejemplo, también han utilizado tácticas similares para proteger sus intereses, como se demuestra en el libro Doubt Is Their Product: How Industry’s Assault on Science Threatens Your Health de David Michaels. Este libro revela cómo las grandes empresas de productos químicos y farmacéuticos han financiado investigaciones científicas que minimizan los peligros de sus productos, como los pesticidas y los fármacos que contienen sustancias potencialmente dañinas, a fin de evitar regulaciones más estrictas.

En este contexto, es fundamental comprender que la manipulación de la información no siempre es evidente a simple vista. Las empresas y los grupos de presión a menudo utilizan técnicas sofisticadas de comunicación para influir en la opinión pública. A menudo, estas tácticas se basan en la confusión, la distorsión de los hechos y la creación de narrativas que resultan más persuasivas que los argumentos científicos sólidos. La creación de "dudas" no es solo una táctica de defensa, sino un método efectivo para retrasar la acción política y económica sobre temas cruciales como el cambio climático y la salud pública.

Es esencial que los lectores sean conscientes de que detrás de cada disputa pública sobre ciencia y política medioambiental, existen fuerzas poderosas que intentan modelar la percepción pública para que coincida con sus propios intereses. Los estudios sobre cómo las industrias manipulan la ciencia y los datos, como los trabajos de Naomi Oreskes y Erik M. Conway en Merchants of Doubt, son esenciales para entender la magnitud de este fenómeno.

Además, la implicación de la desinformación no se limita al pasado. En la actualidad, el uso de las redes sociales y la proliferación de información sin verificar amplifican el alcance de estas manipulaciones, permitiendo que lleguen a un público aún más amplio. Las estrategias de desinformación no son solo un problema de las décadas pasadas, sino que continúan siendo una herramienta poderosa de control y persuasión.

La importancia de comprender cómo las industrias manipulan la información es crucial no solo para abordar el cambio climático, sino también para promover una sociedad más informada y responsable. Los consumidores y ciudadanos deben ser críticos con la información que consumen, cuestionar las fuentes de información y entender cómo las narrativas pueden ser moldeadas por intereses particulares. La ciencia, cuando se presenta de manera honesta y sin distorsiones, debe ser el pilar sobre el cual se basen las decisiones políticas y sociales, no la manipulación de los hechos con fines económicos.