El proceso mediante el cual Donald Trump formuló su visión de política exterior ha sido objeto de debate entre analistas y académicos. Henry Kissinger, exsecretario de Estado de los Estados Unidos, lo describe como un fenómeno que los países extranjeros no habían experimentado antes, destacando que Trump opera más por instinto que por un análisis profundo. Esta percepción va más allá del análisis académico convencional. En realidad, Trump no tiene una visión del mundo particularmente elaborada. Desde su incursión en la carrera presidencial de 2016 como candidato republicano, ha desconcertado tanto a sus seguidores como a sus detractores, ya que su posicionamiento político ha variado de manera considerable a lo largo del tiempo. Alan Abramowitz, politólogo estadounidense, destacó que Trump claramente no es un republicano convencional, mientras que en una entrevista de 2015 en MSNBC, el propio Trump admitió tener posiciones políticas amplias, reconociendo que “en algunas cosas se identifica como demócrata”. Esta falta de una ideología política consistente ha complicado su comprensión.

Además, miembros destacados de su administración, como Steve Bannon, adoptaron teorías políticas que amplificaban el carácter contradictorio de la visión de Trump. Bannon, por ejemplo, se basaba en la teoría de "La Cuarta Tercera" de Strauss, que divide la historia en ciclos de crecimiento, maduración, entropía y destrucción. Según esta teoría, los Estados Unidos estarían en el umbral de una crisis histórica. John Bolton, exasesor de seguridad nacional, defendía posturas belicistas que también se nutrían de experiencias personales marcadas por un enfoque de política exterior agresiva y cerrada. Estas ideas pueden vincularse a la tesis de Samuel Huntington sobre "El choque de civilizaciones", la cual sugiere que los conflictos pos-Guerra Fría serían provocados por diferencias culturales. En ese sentido, la política exterior de Trump no solo se caracteriza por el rechazo al globalismo y la adhesión al nacionalismo, sino también por la influencia de figuras con visiones del mundo marcadas por una concepción del conflicto cultural y civilizacional.

La visión de política exterior de Trump, por tanto, está impregnada de estas contradicciones y de una fuerte aversión a los tratados y organizaciones internacionales, lo que ha generado gran debate sobre si su enfoque es aislacionista o internacionalista. Aunque sus críticos lo catalogan de forma recurrente como aislacionista, un análisis más matizado sugiere que Trump, en realidad, es un realista. Su principal objetivo en política exterior fue siempre la primacía de los intereses nacionales de Estados Unidos, particularmente en términos de seguridad y comercio. En su discurso de campaña, Trump ya señalaba que su política exterior se centraría en el lema de “América Primero”, lo cual implicaba una ruptura con el sistema internacional establecido tras la Guerra Fría, que él consideraba fallido y obsoleto.

A través de sus promesas, Trump buscaba transformar la política exterior estadounidense, poniendo fin a lo que él consideraba intervenciones humanitarias inútiles y carentes de propósito. De hecho, criticó abiertamente las políticas de intervención de sus predecesores, tanto las de Obama como las de Bush, quienes, según él, habían sido excesivamente liberales en su enfoque internacional. Trump se presentó como un firme opositor del multilateralismo, y sus decisiones en política exterior reflejaron esta postura. Por ejemplo, durante los primeros meses de su presidencia, cumplió varias de sus promesas, como la salida de Estados Unidos de diversos acuerdos internacionales, incluidas la salida del Acuerdo Climático de París y la renegociación del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN).

En cuanto a la política de inmigración, Trump se centró en la seguridad nacional, particularmente en la lucha contra el terrorismo, y propuso una serie de medidas restrictivas, como la suspensión de la inmigración desde países considerados de riesgo y la cancelación de visas a aquellos países que no cooperaran con el retorno de los inmigrantes indocumentados. En cuanto al comercio internacional, sus promesas incluían la cancelación de la entrada de China en la Organización Mundial del Comercio (OMC) y la imposición de aranceles más altos a los productos importados.

Por otro lado, es importante señalar que la administración Trump estuvo marcada por la ambigüedad. Si bien sus principios parecían estar fundamentados en un enfoque nacionalista y realista, la ejecución de sus políticas también estuvo influenciada por figuras con ideologías radicales, lo que contribuyó a una mayor fragmentación en su enfoque de la política exterior. La falta de coherencia en su visión del mundo y su preferencia por una política exterior pragmática y centrada en intereses nacionales más inmediatos, a menudo sin tener en cuenta principios ideológicos de largo plazo, resultó en un gobierno que osciló entre el aislamiento, el unilateralismo y el intervencionismo selectivo.

Es fundamental comprender que, a pesar de sus numerosas críticas, la administración Trump no fue completamente aislacionista ni totalmente internacionalista. En muchos aspectos, su política exterior refleja un enfoque más pragmático y reactivo, centrado principalmente en las prioridades internas y económicas de los Estados Unidos, en lugar de basarse en una visión ideológica coherente. Por lo tanto, el impacto de su presidencia en la política global no puede ser evaluado solo en términos de aislamiento o intervención, sino como una mezcla de ambos enfoques, con un fuerte énfasis en los intereses nacionales inmediatos.

¿Es la política exterior de Trump una continuación de enfoques tradicionales o un giro hacia lo inesperado?

La política exterior de Donald Trump ha sido un tema de debate constante, con un enfoque que se aparta de las convenciones previas de la diplomacia estadounidense. Su postura se define por una serie de medidas que no encajan completamente en las escuelas tradicionales de pensamiento en política exterior, lo que ha provocado una división de opiniones. Algunos observadores sugieren que su enfoque puede clasificarse como realista y pragmático, similar a la escuela jacksoniana; otros sostienen que su política es inconsistente, populista y peligrosa para los intereses nacionales de los Estados Unidos; y, finalmente, hay quienes argumentan que su administración marca el principio del fin de Pax Americana y el comienzo de un mundo postamericano.

Un enfoque realista y pragmático en política exterior, como el de la escuela jacksoniana, se centra principalmente en la defensa de la nación y la importancia de las instituciones militares. Aunque los jacksonianos suelen ser críticos con las intervenciones extranjeras, defienden la supremacía de su tierra y creen que todo está permitido para aniquilar las amenazas potenciales. Los partidarios de Trump han sido comparados con los de Andrew Jackson, el séptimo presidente de los Estados Unidos, en su rechazo a la intervención exterior y en su defensa de una postura nacionalista. En palabras del profesor Walter Russell Mead, Jacksonianos en la década de 1820 y los seguidores de Trump comparten la misma crítica a las intervenciones innecesarias, como la guerra de Irak, y abogan por priorizar los intereses de Estados Unidos en el Medio Oriente, evitando involucrarse en conflictos lejanos.

De acuerdo con Giovanni Grevi, profesor de estudios políticos, la administración Trump no busca involucrarse en aventuras militares extranjeras innecesarias. A diferencia de administraciones anteriores, Trump enfatiza la necesidad de reducir la intervención en conflictos internacionales, concentrándose en objetivos más estrechos, como la lucha contra el terrorismo islámico. Esta política realista se alinea con la teoría del "balanceo exterior", que propone una postura estratégica más modesta, protegiendo solo los intereses internacionales clave. La retórica de "America First" refleja esta tendencia de centrarse en los intereses nacionales y proteger la hegemonía de Estados Unidos sin comprometerse a la protección de democracias extranjeras o la expansión de la democracia.

Por otro lado, algunos analistas sostienen que la política exterior de Trump es fundamentalmente populista e inconsistente. Trump ha sido ampliamente identificado como un populista por su capacidad para conectar con el descontento de la población contra las élites globalistas y las instituciones internacionales. El populismo, como describe el editor Uri Friedman, es una "ideología delgada", caracterizada por su oposición al establecimiento y su apelación directa a los "intereses del pueblo". Esta ideología, aunque se presenta como una respuesta a las demandas de la ciudadanía, a menudo carece de coherencia en la formulación de políticas claras y consistentes. Las decisiones de Trump en el ámbito internacional —desde la retirada del acuerdo nuclear con Irán hasta su escepticismo hacia la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN)— son percibidas como erráticas, influidas por impulsos inmediatos y la búsqueda de “negocios” que beneficien a Estados Unidos, sin una visión a largo plazo ni respeto por los acuerdos multilaterales.

Un aspecto crucial que contribuye a la imprevisibilidad de la política exterior de Trump es su propia psicología y rasgos personales. La forma en que Trump maneja las relaciones internacionales a menudo refleja su carácter impulsivo, su tendencia a desestimar las normas diplomáticas tradicionales y su enfoque utilitario de la política global. En lugar de seguir un curso de acción coherente y predecible, las decisiones de Trump parecen estar dictadas por lo que él percibe como la oportunidad más inmediata y rentable para Estados Unidos. Esto da lugar a un enfoque que no solo ha desafiado a los aliados tradicionales de Estados Unidos, sino que también ha fortalecido a ciertos regímenes autoritarios, un aspecto clave de su política exterior.

La política exterior de Trump, como se menciona, pone en duda la vigencia de las teorías clásicas de la política exterior estadounidense. Su rechazo al multilateralismo y su escepticismo hacia las alianzas tradicionales cuestionan el concepto de Pax Americana y sugieren una reevaluación de la función de Estados Unidos en el mundo. En lugar de actuar como el gendarme del mundo, Trump ha redefinido la posición de su país en términos de sus propios intereses económicos y militares inmediatos, dando paso a una política exterior más aislacionista, centrada en "hacer buenos acuerdos" y dejar de lado las ambiciones globales.

Es relevante, sin embargo, que se reconozca que, aunque algunos enfoques de la política exterior de Trump se alinean con las perspectivas realistas o jacksonianas, la naturaleza impredecible e inconsistente de sus decisiones también deja abierta la cuestión de si esta es una doctrina cohesionada o simplemente una serie de reacciones impulsivas a las circunstancias cambiantes. Lo que sí queda claro es que, bajo su administración, Estados Unidos ha abandonado el papel de defensor global de la democracia, para convertirse en una nación que antepone sus propios intereses económicos y de seguridad a cualquier otra consideración.

Es esencial, entonces, que el lector entienda no solo las implicaciones inmediatas de estas decisiones, sino también las consecuencias a largo plazo de un mundo en el que las grandes potencias ya no se sienten obligadas a mantener el orden internacional establecido tras la Segunda Guerra Mundial. La política exterior de Trump podría representar un cambio de paradigma que desafíe las nociones de cooperación global y, en su lugar, impulse una era de competencia entre potencias, marcada por un pragmatismo económico y una creciente autonomía en la toma de decisiones internacionales. Este giro hacia el aislamiento podría ser más profundo y duradero de lo que parece, afectando no solo la posición de Estados Unidos, sino también la estabilidad del orden mundial en su conjunto.

¿Cómo el populismo y la política exterior de Trump reconfiguran la democracia estadounidense?

El populismo, en su esencia, se basa en la crítica a la élite política y económica, a menudo acusada de corrupción y desconexión con las necesidades del pueblo. Esta ideología tiene una particularidad: se enfoca principalmente en destruir el sistema establecido, pero rara vez detalla qué lo reemplazará. El populismo carece de una doctrina clara, lo que lo convierte en una fuerza fluida que depende de la actitud cambiable de los votantes. Esta característica de la ideología populista es la que provoca su falta de coherencia, lo que se traduce en políticas que parecen no tener un patrón o una estrategia definida. A este fenómeno, se le ha denominado "populismo nihilista", una etiqueta que describe la administración de Donald Trump.

Walter Russel Mead, en su análisis de la figura de Trump, destaca que su populismo va más allá de la definición ortodoxa, centrándose más en la forma en que se comunica que en las políticas que promueve. Trump, según Mead, no solo critica la élite sino que apela a una insatisfacción generalizada con el status quo, lo que le permitió ganar apoyo popular. A pesar de su manifiesta pertenencia a la élite, especialmente por su riqueza y privilegio, Trump logró conectar con un amplio sector de la población desilusionado, al que representaba como la "mayoría silenciosa". Su rechazo a la corrección política y a las reglas tradicionales del comportamiento político le dio una imagen de frescura, lo que permitió que muchos de sus seguidores lo vieran como un "anti-establishment". Sin embargo, lo que caracteriza al populismo nihilista de Trump es precisamente su falta de visión a largo plazo, un vacío que genera graves implicaciones para la política estadounidense y, por ende, para la política internacional.

En cuanto a la política exterior de la administración Trump, se observa un patrón de contradicciones y falta de coherencia que se aleja de cualquier estrategia tradicional. La imagen que se ofrece es la de un presidente impredecible, cuyo enfoque de relaciones exteriores depende más de su instinto personal que de una planificación estratégica. Este estilo de gobierno ha provocado lo que muchos observadores han llamado un "deslizamiento hacia abajo" de la política exterior de los Estados Unidos. Por ejemplo, mientras Trump proclamaba que su prioridad era "América Primero", sus decisiones, como el bombardeo de Siria, contradecían este principio. De igual manera, su retórica agresiva hacia Corea del Norte, que incluía amenazas de "fuego y furia", fue seguida por una aproximación más amigable hacia Kim Jong-un, lo que reflejó una falta de coherencia en su política exterior.

Una de las características más destacadas de la política exterior de Trump es la personalización de las relaciones internacionales. Este enfoque, aunque no carente de riesgos, ha dado lugar a un estilo único de tratar con los líderes de otros países. Sin embargo, las consecuencias de esta política personalista son profundas. En primer lugar, la imprevisibilidad se convierte en un factor clave, lo que dificulta la toma de decisiones a nivel internacional. En segundo lugar, esta dependencia de las "corazonadas" de Trump, en lugar de basarse en principios sólidos o en el consejo de asesores experimentados, aumenta la probabilidad de tomar decisiones erráticas, sin evaluar adecuadamente las consecuencias a largo plazo.

Este enfoque inconsistente y a menudo caótico ha afectado gravemente las relaciones internacionales de los Estados Unidos. Un ejemplo claro de esto es la fallida política hacia Corea del Norte, donde las promesas de confrontación se contrapusieron a la diplomacia de "amistad" con el régimen de Pyongyang. La administración Trump también fracasó en resolver el conflicto en Afganistán, perpetuando una guerra que parecía no tener fin. Además, la guerra comercial con China, que parecía ser una promesa electoral, terminó siendo un callejón sin salida, demostrando la falta de una estrategia coherente. La negligencia en la formulación de políticas exteriores con base en un enfoque doctrinal claro generó inseguridad y desconfianza tanto dentro como fuera del país.

A pesar de la crítica generalizada sobre la falta de una estrategia clara, algunos analistas proponen una perspectiva diferente. Según Peter Dombrowski y Simon Reich, el enfoque de Trump no debe entenderse como la ausencia de estrategia, sino como un estilo pragmático basado en "estrategias calibradas". En lugar de una única gran estrategia, Trump optaría por adoptar un enfoque flexible y dependiente del contexto de cada situación. Este enfoque, que parece errático, en realidad podría ser una respuesta a las complejidades del mundo actual, donde las amenazas y los actores cambian rápidamente. No obstante, la falta de consistencia y la dependencia de impulsos inmediatos dificultan una evaluación clara de este enfoque como viable a largo plazo.

En cuanto a la perspectiva internacional, la administración Trump ha estado marcada por una disminución del concepto de "excepcionalismo estadounidense". Este fenómeno, que ha estado presente desde la Segunda Guerra Mundial, sostiene que los Estados Unidos tienen una misión única de liderazgo global. Sin embargo, Trump parece rechazar esta idea, favoreciendo en su lugar un enfoque nacionalista que coloca los intereses de Estados Unidos por encima de cualquier otra consideración global. Este giro en la política exterior, centrado en el interés nacional inmediato, plantea riesgos para la estabilidad global y para las relaciones con potencias emergentes como China e Irán.

La visión de Trump de un "América Primero" ha chocado con la noción de Pax Americana, que implicaba el liderazgo de Estados Unidos en la promoción de la democracia y la estabilidad mundial. La administración Trump ha preferido una política unilateral, que a menudo se ve como un regreso al aislacionismo. Esto ha alimentado tensiones con aliados tradicionales y ha aumentado el riesgo de conflictos con actores que desafían el orden internacional vigente, como China e Irán.

Lo que se observa es que la política exterior de Trump no solo ha reconfigurado el papel de los Estados Unidos en el mundo, sino que ha dejado a la nación en una situación de incertidumbre. La falta de una visión clara y coherente en las relaciones internacionales está minando la posición de liderazgo de Estados Unidos y generando un entorno global cada vez más impredecible.