En la era de la posverdad, el procesamiento de noticias falsas no puede entenderse sin reconocer la dimensión emocional o afectiva que acompaña al comportamiento informativo. Es esta dimensión la que nos permite comprender cómo y por qué las noticias falsas se han vuelto tan omnipresentes y difíciles de erradicar. Uno de los aspectos distintivos de este período es que los consumidores a menudo eluden deliberadamente los hechos objetivos en favor de la información que refuerza sus creencias preexistentes, debido a la inversión emocional que tienen en sus esquemas mentales actuales o a la relación afectiva que mantienen con las personas u organizaciones que esa información representa. La afectividad en la búsqueda y el uso de información esquiva los procesos cognitivos de recopilación y selección de datos.

Entre los comportamientos informativos afectados por estas emociones, es esencial mencionar fenómenos como el sesgo de confirmación, las burbujas de filtro (también conocidas como cámaras de eco), la sobrecarga de información, el "satisfacer" las necesidades informativas y la evitación de información. Es fácil para cualquiera, incluso para los profesionales de la información, sentirse abrumado por el volumen de datos que se nos presenta a diario a través de Internet y otros medios de comunicación. A esto se suma la información cargada de temáticas políticas que involucran problemas sociales de gran calado. La elección presidencial de 2016 fue un ejemplo claro de cómo la búsqueda de información en un entorno tan cargado emocionalmente puede resultar estresante, sin importar la afiliación política del individuo.

Los investigadores del comportamiento informativo, como Donald Case y Lisa Given (2016), sugieren que, en periodos electorales, los buscadores de información pueden estar "abiertos activamente a recibir nueva información, a menudo por casualidad, en un periodo intenso y condensado de tiempo". Sin embargo, esta información rara vez es tan exhaustiva ni tan rigurosamente validada como se desearía, dada la complejidad de los temas y la gran variedad de opiniones que conllevan. A medida que el número de fuentes informativas aumenta o el tiempo disponible para procesarlas disminuye, las personas recurren a reglas más simples y menos fiables para tomar decisiones rápidas, lo que puede contribuir a la proliferación de información errónea.

En este contexto, las redes sociales juegan un papel fundamental en la sobrecarga de información, ya que facilitan la difusión instantánea de noticias, ya sean verdaderas o falsas. Un ejemplo claro es la tendencia de compartir contenido sin haberlo leído completamente, un fenómeno respaldado por la abreviatura TL; DR (Too Long; Didn't Read). Esta gratificación instantánea, la necesidad de compartir algo rápido y de recibir la aprobación de los demás, favorece la propagación de noticias falsas. Las redes sociales también favorecen la creación de burbujas de filtro, donde los usuarios son rodeados por información que refuerza sus creencias previas, aislándolos de otras perspectivas que podrían desafiar sus puntos de vista.

Estas burbujas de filtro se agravan por el sesgo de confirmación, que lleva a los usuarios a buscar activamente información que ya esté en consonancia con sus modelos mentales previos, sus conocimientos y sus recuerdos. A menudo, esto lleva a la evasión de información que resulta incómoda, contradictoria o simplemente incongruente con lo que se cree. Este fenómeno es un ejemplo claro de exposición selectiva, es decir, la tendencia a buscar solo información que concuerde con nuestras creencias y evitar aquella que las desafíe. Junto a la exposición selectiva, existe la evitación de información, una decisión consciente de ignorar ciertos datos para mantener la estabilidad de las creencias existentes. En este proceso, también aparece el concepto de "satisfacción", que hace referencia a la tendencia a conformarse con la primera solución "aceptable" para un problema, sin considerar la calidad o la profundidad de la información.

Este "satisfacer" no es solo una respuesta a la saturación informativa, sino también un mecanismo de defensa frente a la ansiedad que provoca el exceso de datos disponibles. De esta forma, incluso si la información es de baja calidad, se acepta porque es lo suficientemente buena para no cuestionarla. Este comportamiento también contribuye a la propagación de desinformación, ya que permite que circulen contenidos que no han sido verificados de manera adecuada.

Es importante destacar, además, la falacia de la "sabiduría digital" que se le atribuye a los usuarios de Internet. A menudo se da por hecho que los usuarios de las redes sociales son expertos en el manejo de herramientas digitales, pero esto no siempre se traduce en una capacidad crítica para discernir la veracidad de la información. El fenómeno de los "mediascapes", como lo definen Abercrombie y Longhurst (1998), describe cómo los usuarios, especialmente los jóvenes, están inmersos en un entorno digital donde prevalecen la creación de memes, el retoque de imágenes y la interacción superficial. Estos productos digitales están más enfocados en la imagen y el estilo, asociados con la identidad y el estatus, que en el contenido real de la información. La creación y difusión de estos productos de entretenimiento digital pueden, por tanto, contribuir a la confusión entre lo real y lo manipulado.

Por último, es crucial entender el impacto de la economía política en la producción y distribución de noticias falsas. En términos simples, la economía política estudia cómo se producen, comercian y financian los productos en una sociedad. En el ámbito de los medios de comunicación, los clics y las visualizaciones se traducen en ingresos. Generar tráfico en un sitio web se ha convertido en el motor principal detrás de la creación y difusión de noticias falsas. Así, los medios de comunicación tienen un incentivo directo para ser los primeros en producir una historia y distribuirla rápidamente, lo que también puede incluir la fabricación de contenido falso, porque cada click y visualización genera beneficio económico.

La era digital ha transformado profundamente nuestra relación con la información. La rapidez y la cantidad de datos que recibimos a diario no solo sobrecargan nuestra capacidad de análisis, sino que también fomentan una especie de pasividad intelectual que contribuye a la perpetuación de la desinformación. Es fundamental ser consciente de estos procesos y entender cómo las emociones, el entorno digital y los incentivos económicos interaccionan para moldear nuestra percepción de la realidad.

¿Cómo influye la desinformación en la percepción de la realidad y qué podemos hacer al respecto?

En la actualidad, el creciente auge de la personalización de la información y la preferencia por la heterogeneidad, especialmente en los espacios digitales, ha creado el entorno ideal para la proliferación de noticias falsas. A medida que se multiplican los blogs y otras plataformas en línea, la producción, distribución y consumo de información ha tomado un rumbo radicalmente diferente al de épocas anteriores. Como señala Martin De Saulles en su obra Information 2.0 (2015), la era digital ha dado lugar a la explosión del periodismo ciudadano, donde cualquier individuo con acceso a la tecnología puede capturar imágenes, audios y videos, y compartirlos al instante en plataformas como Twitter, Facebook o YouTube. Este tipo de contenido producido por amateurs no solo se limita al consumo de información, sino que también genera y distribuye contenido, incluso pudiendo venderlo a los medios de comunicación o a otros compradores interesados.

Algunos de estos contenidos, aunque de origen amateur, pueden ser considerados como un medio de resistencia social, como lo evidencian los videos de protestas o abusos policiales. Sin embargo, debido a la baja o nula verificación de este contenido antes de ser publicado, este tipo de información se difunde rápidamente sin ningún tipo de filtro, lo que dificulta la evaluación de su calidad o veracidad. Este fenómeno, denominado desintermediación, describe el proceso mediante el cual los canales tradicionales de difusión de información, como los medios de comunicación establecidos, son eludidos por las nuevas tecnologías. Los productores de contenido pueden llegar directamente a su audiencia sin tener que pasar por los filtros de los periodistas o verificadores de hechos, lo que aumenta considerablemente el riesgo de que la desinformación se propague sin control.

De Saulles también subraya que, en este nuevo panorama informativo, la información puede viajar de productor a consumidor en cuestión de segundos, lo que acentúa la velocidad a la que se difunden las noticias falsas. Esto deja a los consumidores de información en una posición vulnerable, ya que pueden no ser conscientes de la baja calidad de la información que consumen o carecer de las habilidades necesarias para discernir la veracidad de lo que leen o ven. Los profesionales de la información, como bibliotecarios, educadores y periodistas, tienen un papel crucial en la enseñanza de habilidades de alfabetización informativa. Sin embargo, es necesario que estas habilidades se amplíen para incluir la capacidad de pensar críticamente sobre la producción de la información misma y los mecanismos detrás de los servicios de información que consumimos.

La alfabetización informativa ya no debe limitarse únicamente a enseñar a los individuos a evaluar la información que se les presenta, sino que también debe enfocarse en enseñarles a cuestionar y comprender los procesos de producción, distribución y consumo de esa información. Los usuarios deben ser conscientes de que la información que encuentran en plataformas como Google, Facebook o Amazon está filtrada y moldeada por sistemas algorítmicos, lo que crea burbujas de filtro y sesgos de confirmación que limitan la diversidad de puntos de vista a los que tienen acceso.

En este contexto, el papel de los profesionales de la información se ha expandido. No solo deben enseñar a realizar mejores búsquedas o utilizar herramientas más eficaces, sino también ayudar a los usuarios a comprender cómo los sistemas detrás de los motores de búsqueda y las redes sociales afectan el flujo de la información que reciben. La alfabetización informativa moderna debe incluir una reflexión crítica sobre quién produce la información, por qué lo hace, cómo se difunde y cuándo se consume.

En la era post-verdad, los consumidores de información deben ser conscientes de la manipulación que pueden estar experimentando. Los creadores de noticias falsas son perfectamente conscientes de la presión que tienen los medios de comunicación para ser los primeros en publicar una noticia, a veces antes de que esta haya sido completamente verificada. En ocasiones, estos creadores de desinformación buscan deliberadamente atacar la credibilidad de periodistas o medios de comunicación de confianza, lo que contribuye a erosionar la confianza en las fuentes informativas tradicionales.

Este fenómeno no es solo un problema de los medios de comunicación, sino que tiene profundas implicaciones sociales y políticas. La desinformación puede influir en las decisiones de los votantes, alterar el curso de las elecciones y, en última instancia, poner en peligro la democracia misma. Por ello, la educación en habilidades de pensamiento crítico es más importante que nunca. No solo se trata de ser escéptico ante la información que consumimos, sino de adoptar un enfoque activo y reflexivo hacia la información, cuestionando siempre las fuentes, los métodos de distribución y las intenciones detrás de las narrativas que nos presentan.

Es esencial que los consumidores de información comprendan no solo el "qué" de la información que están consumiendo, sino también el "quién", "por qué", "cómo" y "cuándo" de su producción y difusión. Solo así podrán estar mejor preparados para interactuar de manera responsable con el contenido que circula por la web. En este sentido, los bibliotecarios, educadores y periodistas se convierten en "trabajadores de la verdad" en una era en la que la "recesión de los hechos" se ha vuelto una realidad cotidiana. La enseñanza del pensamiento crítico y la alfabetización informativa debe ser vista como un desafío colectivo, que trascienda las fronteras del aula o la biblioteca, y se convierta en un proceso continuo que prepare a los ciudadanos para participar activamente en la sociedad informativa del siglo XXI.

¿Cómo deshacer el "spin" y consumir información de forma crítica en la era digital?

En la sociedad actual, la desinformación y la mala información se propagan a una velocidad alarmante, aprovechando la confusión y la falta de un análisis crítico adecuado. El "spin", un término que hace referencia a la manipulación de la información, es un fenómeno que distorsiona la realidad al presentar los hechos de forma sesgada o manipulada. Este proceso puede implicar la tergiversación de las palabras de otros, la omisión de pruebas clave o, incluso, la invención total de hechos. Según Levitin (2016), este tipo de manipulación, conocida también como "contra-conocimiento", se presenta como información verídica, pero con la intención de manipular a aquellos que la consumen. Esta información puede ser tan convincente porque a menudo contiene una semilla de verdad que le da credibilidad, lo que a su vez ayuda a que se disemine.

El "spin" y el "contra-conocimiento" pueden evolucionar hasta convertirse en lo que hoy conocemos como "noticias falsas" o "hechos alternativos". Este tipo de información se beneficia del concepto de "persuasión por asociación", un fenómeno en el que, si el contenido proviene de una fuente considerada confiable, es menos probable que sea cuestionado, incluso si la información que se presenta es errónea. Un caso claro de esto es el de Brian Williams, el ex presentador de NBC, que durante años adornó sus reportajes y distorsionó hechos de forma que, debido a su reputación, no fueron detectados de inmediato. Esta manipulación de la información se convierte en una poderosa herramienta que no solo distorsiona la verdad, sino que moldea la opinión pública y afecta la percepción colectiva de la realidad.

La clave para evitar caer en estas trampas radica en la curiosidad y el pensamiento crítico. Hacer preguntas, respetar los hechos y evaluar cuidadosamente las fuentes es fundamental para contrarrestar la manipulación. Solo con una conciencia activa sobre cómo se construye la información podemos liberarnos del "spin" y convertirnos en consumidores más críticos y reflexivos.

En este contexto, la alfabetización mediática y digital se vuelve esencial. Vivimos en un mundo saturado de información, y, aunque la desinformación se disemina rápidamente, existen múltiples fuentes que permiten verificar y desmentir la información sospechosa. Páginas como Snopes.com, PolitiFact y Know Your Meme ofrecen herramientas valiosas para evaluar la veracidad de las noticias, especialmente en temas que van desde rumores hasta informaciones políticas. Estos sitios investigan y proporcionan el contexto histórico y factual de los rumores que circulan en Internet, contribuyendo a un entorno más informado.

Sin embargo, la competencia para evaluar la información no debe depender únicamente de herramientas tecnológicas o sitios web especializados. A pesar de la existencia de plugins y programas diseñados para identificar sitios dudosos, la verdadera habilidad radica en la capacidad crítica del individuo para hacer una evaluación manual. Si los consumidores de información dedicaran tiempo y esfuerzo a hacer evaluaciones simples, la desinformación no tendría el mismo impacto. Para convertirse en consumidores críticos, es necesario cuestionar la actualidad de la información, examinar detenidamente la URL del sitio, considerar el lenguaje utilizado (si es sensacionalista o exagerado), analizar la razonabilidad de la información y verificar si la fuente es confiable.

Además, los usuarios deben aprender a practicar la triangulación de la información, es decir, comparar la misma noticia en diferentes fuentes para validar su veracidad. Esto requiere no solo habilidades de evaluación, sino también un entendimiento más profundo de lo que implica ser un consumidor informado. Los sitios web que promueven mitos, rumores y desinformación pueden parecer realistas, pero al ser contrastados con múltiples fuentes confiables, sus falacias suelen hacerse evidentes. Sin embargo, para lograrlo, los usuarios deben ser enseñados a organizar y aplicar la información de manera efectiva, ya que este tipo de pensamiento crítico no es innato.

El concepto de "alfabetización informacional" no es nuevo, pero su relevancia nunca ha sido tan grande. Esta habilidad consiste en poder leer, interpretar y utilizar la información de manera crítica en la vida cotidiana, y debe trascender las habilidades tradicionales de lectura y escritura. La alfabetización informacional es una forma de pensamiento crítico que invita a los usuarios a considerar el contexto más amplio de la información y a buscar datos que sean relevantes y útiles a largo plazo.

La "alfabetización informacional crítica" amplía este concepto, sugiriendo que la información debe ser evaluada no solo por su contenido, sino también por las estructuras de poder que la influencian. Esto implica entender cómo y por qué se produce determinada información y cómo puede ser utilizada para modificar percepciones o comportamientos. En el caso de la desinformación digital, las habilidades de alfabetización digital se vuelven cruciales. Esta competencia incluye la capacidad para descifrar imágenes complejas, sonidos y el análisis de los matices lingüísticos presentes en las publicaciones en línea.

El auge de las noticias falsas en línea requiere que los usuarios desarrollen una alfabetización digital profunda. Según Gilster (1997), la alfabetización digital no trata solo de aprender a usar herramientas tecnológicas, sino de dominar ideas. Esta habilidad es esencial en un mundo donde los medios de comunicación tradicionales ya no son los únicos actores que determinan el flujo de información. Además, la alfabetización visual, que examina imágenes y videos, también se convierte en una habilidad esencial en un mundo saturado de contenido visual.

En última instancia, el cambio de la difusión de información banal y sin crítica hacia una evaluación reflexiva de los contenidos implica un esfuerzo colectivo para mejorar las competencias informacionales en múltiples niveles. El consumidor de información debe ser capaz de aplicar estas habilidades de alfabetización crítica, digital y visual para tomar decisiones informadas y contribuir a un entorno informativo más saludable y transparente.