El discurso de la alt-right revela una pedagogía pública para el fascismo que se manifiesta a través de la performance y la provocación en espacios contrainstitucionales, desafiando las narrativas establecidas y buscando transformar la conciencia pública mediante el choque y la desorientación intelectual. Un claro ejemplo es el discurso “Hail Trump” de Richard Spencer, en el que se utiliza una retórica que evoca términos de la propaganda nazi, como “lugenpresse” (prensa mentirosa), para desacreditar a los medios tradicionales y presentar una narrativa alternativa cargada de supremacismo racial.

Spencer articula un ideal racialista que exalta la blancura como sinónimo de esfuerzo, conquista y grandeza, proponiendo una lucha existencial en la que la “raza blanca” debe superar la humillación y la debilidad mediante la afirmación de su “potencial para la grandeza”. Este discurso no solo refuerza el racismo explícito, sino que también incorpora elementos sexistas y misóginos, al asignar a la blancura atributos como poder, belleza y agencia, y negar cualquier beneficio proveniente de otras etnias, sugiriendo que son dependientes de los blancos.

La pedagogía pública de la alt-right opera en un espacio de confrontación y provocación donde la teatralidad y el trolling (hostigamiento intencionado en línea) buscan abrir la mente del público mediante el impacto emocional y la confusión intelectual. Esta estrategia se asemeja a la utilizada por figuras conservadoras del pasado, como William F. Buckley Jr., quien introducía ideas polémicas en el debate público con una mezcla de teatralidad y disrupción, pero Spencer y sus seguidores adoptan un tono más vulgar y agresivo, buscando provocar una reacción visceral que debilite la defensa crítica de sus interlocutores.

El éxito de esta pedagogía radica en su capacidad para difundir ideas extremistas en formatos accesibles y virales, como videos con millones de reproducciones, que normalizan discursos fascistas bajo la apariencia de “nuevas ideas” o “debates legítimos”. Así, términos como “estado étnico” dejan de ser exclusivos del discurso marginal para integrarse en el mainstream, facilitando la aceptación y reproducción de estos conceptos por un público más amplio.

En el núcleo ideológico de la alt-right se encuentra una teoría conspirativa profundamente antisemita que acusa a los judíos de ser responsables de la “exterminación” de los blancos a través de la inmigración masiva, el feminismo, los medios de comunicación y otros fenómenos sociales. Esta conspiración es presentada como un ataque deliberado a la civilización occidental que solo puede ser contrarrestado eliminando a los judíos de las sociedades blancas. Este antisemitismo no solo es un componente central sino que funciona como el motor justificativo de sus acciones y propuestas políticas.

La elección de Donald Trump es celebrada como la primera fase de una revolución destinada a la creación de un estado étnico blanco, en la que la alt-right ve la oportunidad histórica para implementar su agenda racista y excluyente. Esta visión es expresada con un entusiasmo mesiánico, que convierte la política en un campo de batalla existencial para la supervivencia y supremacía de una raza.

La pedagogía pública de la alt-right, por lo tanto, no solo se limita a la difusión de ideas, sino que configura una cultura política movilizadora que apela a las emociones, identidades y resentimientos colectivos mediante una retórica que mezcla el mito de la grandeza perdida, el miedo a la desaparición y la glorificación de la violencia como medio de “superación”. Este fenómeno debe entenderse como un nuevo tipo de movimiento de masas que se sostiene fundamentalmente en las dinámicas propias del internet, donde la anonimidad, la velocidad y el alcance global potencian la propagación y la radicalización de estas ideas.

Es fundamental comprender que la pedagogía pública fascista de la alt-right no opera en un vacío ideológico ni social, sino que es producto de tensiones políticas, económicas y culturales contemporáneas. La reacción que genera se alimenta de crisis reales y percibidas, lo que explica en parte su capacidad para atraer a sectores amplios, especialmente jóvenes blancos que se sienten marginados o desorientados en el contexto actual. Por ello, más allá del rechazo moral, es necesario analizar y desarmar las estructuras simbólicas y emocionales que sostienen estos discursos, para confrontar eficazmente su expansión y su impacto en la sociedad.

¿Cómo el sistema político y económico de Estados Unidos afecta a los trabajadores y las clases más vulnerables?

En su informe, Alston (2017) resalta una importante observación acerca de la creciente indiferencia del gobierno estadounidense hacia los sectores más vulnerables de la población. Es común que, en el afán de señalar que muchos beneficiarios de ayudas sociales están abusando del sistema, se afirme, aunque con escaso respaldo empírico, que una gran cantidad de las personas que reciben subsidios por discapacidad no los merecen. Al profundizar en los datos de los estados como Virginia Occidental, Alston descubrió que los beneficiarios, en su mayoría, provenían de entornos con bajos niveles educativos, habían trabajado en empleos manuales de alta demanda y estaban expuestos a riesgos laborales no cubiertos por las normativas de seguridad. Esta realidad pone en evidencia cómo las políticas de bienestar, en lugar de aliviar la pobreza, a menudo perpetúan la desigualdad debido a la falta de comprensión sobre las causas estructurales de la pobreza.

En relación con la sostenibilidad ambiental, Alston subraya un aspecto significativo que afecta tanto a Alabama como a Virginia Occidental: la insuficiencia de los servicios públicos de alcantarillado y suministro de agua. En un contraste con la creencia generalizada de que los servicios básicos deben ser extendidos a todas las áreas por el gobierno, Alston no logró obtener cifras claras sobre la magnitud de este desafío ni detalles de planes gubernamentales para abordarlo en el futuro. Esta falta de planificación refleja una desconexión entre la administración federal y las necesidades más básicas de su población más empobrecida.

El análisis de Deaton (2018) amplía esta preocupación, comparando la pobreza en Estados Unidos con la de países en vías de desarrollo. Deaton señala que, aunque según el Banco Mundial 769 millones de personas vivían con menos de $1.90 al día en 2013, 3.2 millones de esos pobres se encuentran en Estados Unidos. Este dato pone en perspectiva una realidad alarmante: aunque en términos absolutos la pobreza en Estados Unidos es menos extensa que en países como India, el costo de vida en el país y las condiciones estructurales hacen que los pobres estadounidenses enfrenten situaciones tan duras o peores que en muchas regiones de África y Asia. En este contexto, la pobreza absoluta en Estados Unidos debe calcularse tomando en cuenta diferencias en las necesidades básicas y no solo en las cifras de ingresos.

Cuando se observa la creciente desigualdad bajo la administración de Donald Trump, los números no engañan. Trump, en su campaña, se presentó como el salvador de la clase trabajadora, prometiendo medidas que beneficiarían a los obreros del país. Sin embargo, en la práctica, las políticas adoptadas, como la reforma fiscal de 2017, han favorecido principalmente a las corporaciones y a los individuos más ricos, mientras que la clase media y los trabajadores han recibido apenas beneficios marginales. El sistema tributario de EE. UU. se ha inclinado aún más en favor de los grandes empresarios, perpetuando una estructura económica que beneficia a los más poderosos mientras profundiza la carga sobre las familias de menores ingresos. Según el Tax Policy Center (2017), un porcentaje significativo de los hogares de bajos ingresos verá un aumento en sus impuestos hacia 2027, mientras que los más ricos seguirán beneficiándose de recortes permanentes.

Las promesas de Trump de mejorar las condiciones de los trabajadores se han visto desmentidas por su apoyo a políticas que debilitan los derechos laborales y favorecen a los empleadores. Desde la flexibilización de las leyes que protegen a los sindicatos hasta el debilitamiento de las oportunidades de igualdad en el lugar de trabajo, la administración ha demostrado una total falta de compromiso con la clase trabajadora. Este comportamiento ha sido calificado por muchos analistas como una traición, una política de "conquistar y dividir" que mantiene a las clases más pobres en una lucha constante por sobrevivir, mientras que los más ricos acumulan riquezas.

En cuanto a las medidas fiscales, los efectos de la reforma fiscal aprobada en 2017 han sido devastadores para los sectores más desfavorecidos. Los recortes impositivos para las grandes corporaciones, que son permanentes, se producen en un contexto en el que, a largo plazo, las políticas gubernamentales seguirán recortando los servicios públicos, como Medicare y Medicaid, que son fundamentales para los más vulnerables. Los especialistas han calificado este acto como "violencia económica" contra los más pobres, ya que la deuda pública aumentará, lo que se traduce en una mayor presión para recortar el gasto social en el futuro.

De hecho, las consecuencias de estas políticas fiscales han generado una transferencia masiva de riqueza de las clases trabajadoras a las élites más poderosas, lo que ha exacerbado las desigualdades ya existentes. Alston (2017) observa que estas políticas no solo hacen de Estados Unidos un país más desigual, sino que también reflejan una estrategia política que busca consolidar el poder en manos de unos pocos, mientras ignoran las necesidades básicas de la mayoría de la población.

Es crucial comprender que la pobreza y la desigualdad en Estados Unidos no son fenómenos aislados o meramente económicos, sino que están profundamente ligados a estructuras políticas que favorecen a los intereses corporativos y de élite. Las políticas públicas, lejos de ser instrumentos de justicia social, a menudo se convierten en mecanismos de perpetuación de la desigualdad. La desconexión entre las políticas gubernamentales y las necesidades reales de la población más vulnerable es alarmante y requiere una reestructuración profunda de la forma en que se abordan los problemas de la pobreza y la justicia social en el país.

¿Cómo Antifa desafía al Alt-right y qué significa para la lucha contra el fascismo?

Antifa ha jugado un papel fundamental desde la elección de Trump en la confrontación contra la alt-right, logrando limitar su capacidad de promover sus posturas fascistas tanto en la pedagogía institucional convencional como en la pedagogía pública. El primer aspecto de este desafío ha sido la dificultad extrema para la alt-right de ganar acceso exitoso a los campus universitarios, un lugar tradicionalmente abierto al debate político, lo que también restringe su influencia mediática, ya que los conflictos políticos en estos espacios se difunden por los medios tradicionales y las redes sociales. En segundo lugar, las restricciones sobre la pedagogía pública de la alt-right se han intensificado, debido a la pérdida de acceso a las principales plataformas de redes sociales. Además, el movimiento ha estado fracturado por disputas internas, perdiendo miembros a través de tácticas de humillación pública y ganando un creciente rechazo por su comportamiento agresivo.

En un video de marzo de 2018, el líder de la alt-right, Richard Spencer, admitió la creciente incapacidad de la alt-right para hacer apariciones públicas, especialmente después de los violentos enfrentamientos en la Universidad Estatal de Michigan entre sus seguidores y 500 contra-protestantes. Spencer reconoció que el movimiento no podía ya participar en eventos públicos sin que estos terminaran en enfrentamientos violentos. Según sus propias palabras, Antifa ha tenido éxito en intimidar a sus seguidores y en interrumpir sus discursos: "Antifa está ganando, en el sentido de que están dispuestos a ir más lejos que nadie, en términos de violencia, intimidación y maldad general".

Este reconocimiento de Spencer refleja la ironía inherente a su queja, ya que un neo-nazi se queja de la "maldad" mientras promueve una ideología basada en la supremacía racial y la violencia. La respuesta del Southern Poverty Law Center (SPLC) fue clara al respecto, calificando de "absurdo" que Spencer se sorprendiera por la feroz oposición que enfrenta. En su propia retórica, Spencer había declarado su intención de adentrarse en lo que él llamaba el "territorio académico marxista controlado", solo para encontrarse con una reacción que no solo lo rechazaba sino que lo frenaba físicamente. La situación de la alt-right, entonces, se ve profundamente afectada por su incapacidad para moverse libremente en el espacio público sin enfrentar resistencia activa y sostenida.

En cuanto a las tácticas de Antifa, hay que señalar que su pedagogía no se limita únicamente a las confrontaciones en la calle. Como explicó una activista de Portland, "Lucy", parte fundamental de su trabajo ocurre fuera de los espacios públicos, utilizando técnicas sofisticadas para rastrear a los supremacistas blancos en línea. Estas tácticas no solo buscan exponer a los individuos, sino también acosarlos hasta el punto de que sus actividades organizativas se vean interrumpidas. "Cuando sabemos sus nombres, sus direcciones, dónde trabajan, eso ciertamente los hace más temerosos", explicó Lucy. El objetivo es claro: hacer que estos individuos pierdan tiempo buscando trabajo o vivienda, lo cual es visto como un sabotaje a su capacidad de organizarse.

Por otro lado, el peligro de la alt-right y la violencia que emana de sus filas sigue siendo una amenaza real para las comunidades. Los asesinatos perpetrados por supremacistas blancos, como el de Dylann Roof, son un recordatorio constante de que estas ideologías tienen consecuencias trágicas y violentas. En Portland, el caso de Jeremy Christian, quien apuñaló a dos hombres que intentaron detenerlo de acosar a un grupo de escolares, demuestra cómo la violencia del alt-right trasciende las palabras para convertirse en actos letales.

Es importante destacar que, a pesar de la fractura interna de la alt-right, sus efectos siguen siendo devastadores. Aunque muchos de sus miembros han perdido apoyo por sus tácticas agresivas y su comportamiento desmesurado, el hecho de que sus marchas públicas hayan sido marcadas por la resistencia activa de un grupo diverso de antifascistas muestra que el movimiento ha sido eficientemente repelido. Esto es una victoria significativa, ya que impide que la alt-right pueda ocupar un espacio público sin que se convierta en un momento de crisis, un lugar de confrontación y de represión por parte de los opositores.

Sin embargo, no hay que caer en la complacencia. La lucha contra el fascismo y la supremacía blanca es una batalla continua, y aunque las tácticas de la alt-right han sido desestabilizadas en parte, la ideología que promueven sigue teniendo resonancia entre ciertos sectores. La violencia y la radicalización de estos grupos no pueden ser subestimadas. La solidaridad antifascista debe continuar evolucionando, ajustándose a nuevas formas de activismo y a nuevos desafíos, siempre dispuesta a enfrentar cualquier intento de normalizar el fascismo en la esfera pública. El trabajo de Antifa, entonces, no es solo un acto de resistencia en las calles, sino una lucha continua en todos los frentes: académico, digital, social y político.