El canal auditivo externo (CAE) se origina a partir del ectodermo del primer surco branquial, comenzando su formación alrededor de la novena semana gestacional como un tapón ectodérmico que desciende hacia la cavidad timpánica. A las 21 semanas, este tapón comienza a canalizarse para formar el CAE, proceso que se completa alrededor de la semana 28. La capa ectodérmica más medial persiste como la capa epitelial lateral de la membrana timpánica (MT). En el neonato, el CAE es corto y recto, con la MT casi horizontal, mientras que en el adulto el canal se alarga y la MT adquiere una posición casi vertical debido a la osificación progresiva del anillo timpánico y el suelo del canal, proceso que se consolida hacia los nueve años de edad.
Anatómicamente, los dos tercios internos del CAE están formados por hueso —el timpánico inferiormente, el temporal escamoso en la parte anterosuperior y el mastoideo posteriormente— y recubiertos por un epitelio escamoso estratificado queratinizado. El tercio externo es cartilaginoso, compuesto por cartílago elástico amarillo continuo con el marco cartilaginoso de la oreja. La piel que recubre el canal óseo es extremadamente fina y se adhiere firmemente al periostio subyacente, con escasas estructuras subcutáneas.
La función principal del CAE es la conducción y localización del sonido. La estructura del canal, junto con la oreja externa, concentra las ondas sonoras hacia la membrana timpánica, actuando como una cámara resonante que incrementa la presión sonora en torno a 10-12 dB a la frecuencia de resonancia cercana a 3 kHz, optimizando así la audición. Las diferencias interaurales de presión en el CAE contribuyen a la localización espacial del sonido en los planos vertical y horizontal.
El cerumen, producto de la secreción de glándulas sebáceas y ceruminosas del CAE, cumple una función protectora, formando una barrera física y química. Su pH ácido, entre 5.0 y 7.0, y la presencia de péptidos antimicrobianos contribuyen a la defensa frente a bacterias y hongos. Sin embargo, la eficacia real de esta protección sigue siendo objeto de debate. El cerumen puede acumularse y causar obstrucción cuando la migración epitelial del canal se altera, su producción aumenta o existe una obstrucción mecánica, lo que puede dar lugar a impacto ceruminoso con repercusiones clínicas. El fenotipo del cerumen, “seco” o “húmedo”, está determinado genéticamente y presenta variaciones étnicas que influyen en su composición lipídica.
Entre las patologías congénitas, la atresia auricular representa un desafío tanto funcional como quirúrgico. Su incidencia es baja, entre 0.8 y 1.6 por cada 10,000 nacidos vivos, y suele presentarse de forma esporádica, aunque puede asociarse a síndromes craneofaciales como Treacher Collins o Goldenhar. La clasificación clínica y quirúrgica de Schuknecht distingue entre estenosis (t
¿Cómo se desarrollan y diagnostican los trastornos del equilibrio en niños?
El equilibrio es una función compleja que implica la percepción de la orientación en el espacio y la capacidad de controlar la postura, el movimiento y la estabilidad visual. Este proceso requiere la integración central de entradas del sistema vestibular, la visión y la propiocepción, mediadas por experiencias previas y retroalimentación, con una salida a través del control de los músculos (oculares y esqueléticos) y las articulaciones. La habilidad para mantener el equilibrio es esencial para el desarrollo normal de los niños, ya que no solo es un requisito previo para el desarrollo locomotor, demostrado en la capacidad del niño para sentarse, caminar y correr, sino que también es fundamental para el aprendizaje, la integración social y la independencia.
El sistema vestibular es el primer sistema sensorial en desarrollarse, alcanzando su funcionalidad total a las 32 semanas de gestación. Sin embargo, las conexiones centrales son inmaduras al nacer y requieren de la entrada de la visión, la gravedad, así como de la experiencia y la retroalimentación, para madurar completamente. La maduración del sistema vestibular ocurre a lo largo de la infancia, evidenciándose en los hitos locomotores del niño y en una mayor estabilidad con la edad.
En cuanto a los trastornos de equilibrio en los niños, se ha encontrado que entre el 5,7% y el 8% de los niños experimentan vértigo o mareos, con entre el 2% y el 3% de ellos viéndose obligados a interrumpir sus actividades debido a la gravedad de los episodios. Sin embargo, la cuantificación de la inestabilidad es más difícil, debido a la diversidad de causas posibles. En la población sorda, entre el 30% y el 40% de los niños con sordera profunda presentan disfunción vestibular significativa, lo que puede dar lugar a episodios de vértigo cuando la patología es aguda o cambia.
En cuanto a los enfoques clínicos, la fisiología del sistema vestibular es la misma en niños y adultos, y las patologías son similares. Sin embargo, los niños pueden tener más dificultades para describir sus síntomas, cumplir con los exámenes y las pruebas, y para interpretar los resultados, que a menudo están influenciados por la maduración y la atención. Por lo tanto, el examen clínico debe incluir una evaluación neurológica completa, así como una valoración detallada de los oídos, la cabeza, el cuello y los movimientos oculares. Las pruebas deben ser similares a las que se realizan en adultos, pero adaptadas a la maduración y el cumplimiento del niño.
Entre los trastornos vestibulares periféricos más comunes en niños se encuentran aquellos relacionados con el oído medio. La otitis media con efusión (OME) es una de las causas más frecuentes de desequilibrio y puede presentarse con mareos o vértigo. En estos casos, la mejora en el balance suele ser evidente después de la inserción de tubos de ventilación (miringotomía). La disfunción vestibular o los hitos motores retrasados en niños con OME pueden indicar la necesidad de intervención quirúrgica. Además, el colesteatoma puede llevar a la erosión del canal semicircular lateral en aproximadamente el 10% de los casos, exacerbando los síntomas de vértigo y a menudo requiriendo tratamiento quirúrgico.
En lo que respecta a los trastornos vestibulares del oído interno, algunas malformaciones congénitas pueden causar disfunción vestibular, como la displasia de los canales semicirculares, los canales semicirculares ausentes o la deformidad de Michel. Estas condiciones se asocian con pérdida auditiva sensorineural grave. La presencia de aqueductos vestibulares dilatados, comúnmente vista en el síndrome de Pendred, también puede comprometer la función vestibular, manifestándose como vértigo tras traumas menores y fluctuaciones en la pérdida auditiva.
Otro grupo de trastornos que pueden causar desequilibrio incluyen las malformaciones de la cóclea o del nervio auditivo (CN VIII), que son causas conocidas de pérdida auditiva. En estos casos, la disfunción vestibular puede ser también un indicio temprano de otras afecciones genéticas, como el síndrome de Usher tipo I, que se caracteriza por pérdida auditiva y visual progresiva desde una edad temprana.
Es fundamental comprender que los trastornos vestibulares en los niños a menudo son el resultado de una combinación de factores genéticos, infecciones y traumas. La evaluación temprana y el diagnóstico preciso son cruciales para proporcionar un tratamiento adecuado y evitar complicaciones a largo plazo. Un enfoque multidisciplinario que incluya un otorrinolaringólogo, un neurólogo y, en algunos casos, un genetista, es clave para abordar estos trastornos de manera eficaz.
Además, es importante que los padres y cuidadores estén atentos a los signos de problemas de equilibrio en los niños, como episodios recurrentes de mareos, caídas frecuentes o dificultades en el desarrollo motor. La intervención temprana no solo puede mejorar la calidad de vida del niño, sino que también facilita su integración en entornos educativos y sociales.
¿Cómo afecta la apnea obstructiva del sueño en los niños?
La apnea obstructiva del sueño (AOS) en niños es una condición compleja que involucra la obstrucción intermitente de las vías respiratorias superiores, lo que lleva a una disminución del oxígeno en la sangre y a una alteración en la calidad del sueño. Aunque la AOS puede ocurrir en niños sin comorbilidades significativas, ciertos factores predisponentes aumentan su riesgo, entre los cuales se incluyen anomalías craneofaciales, hipertrofia adenoidea, y condiciones neuromusculares como la parálisis cerebral o la distrofia muscular. Estas condiciones pueden empeorar durante el sueño, ya que la relajación de los músculos de la faringe durante la fase REM favorece la obstrucción de la vía aérea.
En términos generales, los niños pequeños suelen dormir entre 16 y 18 horas al día, disminuyendo este tiempo a medida que crecen, alcanzando alrededor de 11 horas a los 5 años. La fisiología del sueño infantil es compleja, pero se puede dividir en dos fases principales: el sueño no REM (que se caracteriza por la quietud y la restauración del cuerpo) y el sueño REM, donde se producen los sueños y es particularmente importante para la maduración neuronal. Durante el sueño REM, hay una inhibición marcada del tono muscular, lo que incluye a los músculos responsables de mantener la permeabilidad de las vías respiratorias, como el geniogloso. La relajación excesiva de estos músculos en niños predispuestos puede llevar a un colapso parcial de las vías respiratorias, lo que resulta en ronquidos, apnea (pausas en la respiración) y hipopnea (reducción del flujo de aire).
En los casos más graves, esta obstrucción intermitente de la vía aérea puede desencadenar desaturación de oxígeno, lo que provoca despertares breves (arousal) durante el sueño. Estos episodios repetidos de hipoxia e hiperoxia generan una fragmentación del sueño, lo que a su vez afecta negativamente el desarrollo cognitivo y emocional de los niños. Los síntomas típicos incluyen somnolencia diurna excesiva, hiperactividad, irritabilidad y trastornos del comportamiento, los cuales son a menudo interpretados erróneamente como signos de trastornos como el TDAH (trastorno por déficit de atención e hiperactividad). Sin embargo, el tratamiento adecuado de la AOS puede mejorar significativamente estos síntomas.
Además, la AOS no tratada puede dar lugar a consecuencias graves, como insuficiencia respiratoria crónica, hipertensión pulmonar y, en casos extremos, insuficiencia cardíaca derecha (cor pulmonale). Los niños con AOS también pueden experimentar un mayor riesgo de infecciones respiratorias recurrentes y, en aquellos con retraso neurocognitivo, la hipoxia crónica puede agravar el riesgo de aspiración y problemas pulmonares. En algunas ocasiones, la AOS puede estar asociada con el fracaso en el crecimiento, lo que se refleja en un patrón de crecimiento deficiente o estancado.
El diagnóstico de AOS en niños no siempre es sencillo. A menudo, los padres notan ronquidos persistentes, pausas en la respiración durante el sueño, sudoración nocturna y enuresis (mojar la cama). Sin embargo, no todos los niños que presentan estos síntomas necesariamente padecen AOS. La evaluación debe incluir un análisis detallado del historial clínico, un examen físico y, en muchos casos, la realización de estudios de sueño (polisomnografía) para confirmar la presencia de apneas y hipopneas. Es fundamental también tener en cuenta otros trastornos que pueden presentar síntomas similares, como el síndrome de apnea del sueño primaria (PS) o la apnea central, los cuales requieren enfoques diagnósticos y terapéuticos distintos.
La relación entre la AOS y otras patologías sistémicas, como los síndromes genéticos (por ejemplo, el síndrome de Down, el síndrome de Prader-Willi o el síndrome de Treacher Collins) o enfermedades neuromusculares, puede complicar aún más el diagnóstico y tratamiento. En muchos de estos casos, la AOS puede empeorar durante el sueño debido a la disminución del tono muscular, lo que aumenta el riesgo de obstrucción respiratoria. En el caso de los niños con hipoplasia craneofacial, como los que padecen el síndrome de Crouzon o el síndrome de Apert, la obstrucción de la vía aérea es más probable, lo que requiere una intervención quirúrgica o tratamiento de otra índole.
El tratamiento más comúnmente recomendado para la AOS infantil es la adenoamigdalectomía (extirpación de las amígdalas y adenoides), especialmente en casos donde la hipertrofia de estos tejidos es la causa principal de la obstrucción. Sin embargo, en niños con síndromes genéticos o malformaciones craneofaciales, puede ser necesario un enfoque multidisciplinario que incluya cirugía maxilofacial, terapia de presión positiva continua en las vías respiratorias (CPAP) o incluso la corrección de deformidades óseas. Es esencial que el diagnóstico y el tratamiento sean adaptados a cada niño, ya que las manifestaciones y las causas subyacentes de la AOS pueden variar considerablemente.
En resumen, la apnea obstructiva del sueño en los niños es una condición que no debe subestimarse. Los efectos a largo plazo sobre la salud física y psicológica del niño pueden ser graves si no se trata adecuadamente. Es vital que los padres y los profesionales de la salud estén alerta a los signos y síntomas de la AOS, ya que un diagnóstico temprano y un tratamiento adecuado pueden mejorar significativamente la calidad de vida y el desarrollo del niño.
¿Cómo se evalúan los tumores y patologías en los ganglios linfáticos y la glándula tiroides en imágenes médicas?
La irregularidad en los márgenes nodales, junto con la infiltración de la grasa circundante, es un hallazgo común en los ganglios linfáticos metastásicos. Estos ganglios son frecuentemente observados en tumores primarios que afectan a los pulmones, el pecho, el esófago y el melanoma. En el caso del linfoma, los ganglios aumentados de tamaño se presentan en la ecografía como múltiples nodos hipoecoicos difusos, sin evidencia de necrosis. La tomografía computarizada (TC) con contraste o la resonancia magnética (RM) permiten una mejor delineación de la extensión del compromiso nodal en el cuello, siendo útiles para valorar la involucración en el área cervical de manera más precisa. En cuanto a la imagenología de medicina nuclear, la tomografía por emisión de positrones (PET-CT) se utiliza habitualmente para la estadificación previa al tratamiento y el seguimiento después de la quimioterapia en el caso de linfomas.
La linfadenitis tuberculosa se presenta como una masa nodular indolora en el cuello. En las imágenes por ecografía o TC, se puede observar ganglios aumentados de tamaño con áreas centrales de necrosis, formación de abscesos y la presencia de múltiples focos de calcificación. Cambios asociados en el parénquima pulmonar pueden ser evidentes en el contexto de la tuberculosis. Las imágenes por RM también pueden evidenciar metástasis de ganglios cervicales, mostrando áreas focales de necrosis en los nodos.
El paraganglioma del cuerpo carotídeo, una neoplasia rara pero significativa, se observa en la ecografía como una masa sólida bien definida que separa las arterias carótidas interna y externa a nivel de la bifurcación carotídea. Esta masa presenta una gran vascularidad. En la TC con contraste se observa una masa con intenso realce en la bifurcación carotídea, y en la RM se notan vacíos vasculares serpenteantes dentro del tumor, lo que facilita su identificación. En algunos casos, la embolización preoperatoria de este tumor se realiza para reducir las pérdidas sanguíneas durante la cirugía.
En cuanto a la glándula tiroides, la tiroiditis es un hallazgo frecuente que se visualiza en la ecografía como un agrandamiento difuso de la glándula tiroides con múltiples focos mal definidos de hipoechogenicidad. A menudo, se observa un aumento de la vascularización en los estudios Doppler. En el caso de la tiroiditis de Hashimoto y la enfermedad de Graves, no es posible diferenciarlas únicamente con ecografía, por lo que otras modalidades, como la gammagrafía con 99mTc-pertecnetato o I-123, pueden ayudar a valorar la función tiroidea. En los estudios PET-CT, la captación difusa de FDG (fluorodeoxiglucosa) en ambas lóbulos de la tiroides puede ser un hallazgo incidental asociado con la tiroiditis difusa.
Los nódulos tiroideos son muy comunes, y hasta un 40% de la población puede presentar nódulos visibles en la ecografía de la tiroides. Aunque la mayoría de estos nódulos son benignos, hasta un 10% de los nódulos en el bocio multinodular y aproximadamente un 10% de los nódulos solitarios pueden ser malignos. La ecografía sigue siendo la prueba inicial más utilizada para detectar y caracterizar estos nódulos. El examen ecográfico evalúa aspectos como los márgenes, la forma, la ecogenicidad, la vascularidad y la presencia de calcificación. Los nódulos sólidos tienen más probabilidad de ser malignos en comparación con los nódulos quísticos. Los márgenes mal definidos o lobulados se asocian con una mayor probabilidad de malignidad, y la calcificación central también se observa con mayor frecuencia en nódulos malignos. El uso de sistemas de puntuación como el U o TIRADS ayuda a una mejor caracterización de los nódulos y facilita la selección de aquellos que deben someterse a biopsia por aspiración con aguja fina.
Los nódulos que muestran una captación elevada de radionúclidos en la gammagrafía son más probablemente benignos, pero aquellos que presentan una alta captación de FDG en un PET-CT realizado por otros motivos deben ser evaluados con mayor profundidad, ya que la probabilidad de malignidad en estos nódulos puede ser de hasta un 40%.
Aparte de las mencionadas características clínicas y radiológicas, es esencial que los profesionales de la salud consideren la historia clínica completa del paciente y otros estudios complementarios cuando se enfrentan a masas o nódulos en el cuello. Además, siempre es recomendable una evaluación multidisciplinaria en los casos complejos o inciertos, especialmente cuando se sospecha de malignidad. La decisión de realizar una biopsia o seguir un enfoque de vigilancia debe ser basada en una evaluación holística que considere tanto los hallazgos de imagen como la sintomatología del paciente.
¿Cómo manejar la rinitis alérgica y sus complicaciones?
La rinitis alérgica (AR) es una enfermedad común que afecta a un número considerable de personas en todo el mundo. Se caracteriza por síntomas como estornudos, congestión nasal, secreción nasal y picazón en la nariz, los ojos y la garganta. Estos síntomas son causados por una reacción alérgica a alérgenos como el polen, el moho, los ácaros del polvo o la caspa de animales. Aunque la AR se presenta principalmente como una respuesta inmunitaria, existen otros factores que pueden influir en su aparición y exacerbación, incluyendo medicamentos, exposiciones ocupacionales, y factores ambientales.
El tratamiento de la AR debe ser personalizado y puede incluir tanto intervenciones farmacológicas como medidas no farmacológicas. Las estrategias terapéuticas son generalmente ajustadas según la gravedad de los síntomas y la respuesta a los tratamientos, y pueden ser iniciadas por el paciente mismo, atención primaria o especializada. La clasificación del tipo de rinitis y su severidad juega un papel fundamental en el manejo de la enfermedad. Es importante considerar que muchos de los tratamientos disponibles se enfocan principalmente en el control sintomático, sin tener efectos duraderos en la enfermedad misma. Por lo tanto, el tratamiento a largo plazo suele ser recomendado.
El manejo de la rinitis alérgica incluye diversas formas de tratamiento. Los antihistamínicos, por ejemplo, son uno de los medicamentos más comunes y efectivos para controlar los síntomas de la AR. Estos medicamentos bloquean los receptores de histamina, que son responsables de causar los síntomas típicos de la reacción alérgica. Los antihistamínicos de segunda generación, como loratadina, cetirizina y fexofenadina, son los más utilizados, ya que no tienen el efecto sedante que caracteriza a los antihistamínicos de primera generación.
El tratamiento tópico con corticosteroides nasales es otra estrategia altamente eficaz. Estos fármacos, como la fluticasona o el mometasona, se aplican directamente en la cavidad nasal, lo que permite que el medicamento actúe localmente, minimizando los efectos secundarios sistémicos. Sin embargo, es importante tener en cuenta que el tratamiento con corticosteroides puede tardar entre dos y tres semanas en mostrar efectos significativos, por lo que los pacientes deben ser advertidos sobre este tiempo de espera. Además, se debe vigilar el uso prolongado de estos tratamientos, especialmente en niños, ya que podrían ocasionar efectos adversos como la reducción del crecimiento, la pérdida de densidad ósea, o el empeoramiento de condiciones preexistentes como la diabetes o la hipertensión.
Para aquellos pacientes con síntomas persistentes a pesar del uso de corticosteroides, existen otras opciones terapéuticas. Los descongestionantes nasales y los anticolinérgicos, como el ipratropio, pueden ser útiles para aliviar la rinorrea (secreción nasal excesiva). Además, los tratamientos con inmunoterapia (SIT) son una opción a largo plazo para aquellos que sufren de AR estacional. La inmunoterapia consiste en la administración gradual de pequeñas cantidades del alérgeno para desarrollar una tolerancia que permita al paciente enfrentar futuras exposiciones sin síntomas severos. Aunque este tratamiento requiere un compromiso prolongado (de tres a cinco años), puede ofrecer beneficios significativos a largo plazo.
En cuanto a las medidas ambientales, el control de los factores desencadenantes juega un papel crucial en el manejo de la rinitis alérgica. Evitar el contacto con los alérgenos es fundamental para prevenir los brotes. Esto incluye el uso de filtros de aire de alta eficiencia (HEPA) para reducir la exposición a partículas de polvo y alérgenos en el hogar, así como la limpieza frecuente de la ropa de cama a altas temperaturas. Evitar el contacto con los animales, especialmente en los dormitorios, y mantener la casa bien ventilada también son pasos importantes. Aunque el control ambiental puede no eliminar por completo los alérgenos, puede ser una medida útil para mejorar la calidad de vida de los pacientes.
Los pacientes deben ser educados sobre la naturaleza de su enfermedad y las opciones de tratamiento disponibles. Muchos de ellos pueden no reconocer sus síntomas como rinitis alérgica, autodiagnosticarse o recurrir a tratamientos no probados que podrían ser ineficaces o incluso perjudiciales. La educación del paciente sobre el manejo adecuado de los síntomas, la importancia del seguimiento médico y la adherencia a las recomendaciones terapéuticas puede mejorar significativamente la calidad del tratamiento y, en última instancia, la salud del paciente.
Es esencial entender que, aunque los tratamientos farmacológicos y las intervenciones ambientales pueden aliviar los síntomas, la rinitis alérgica puede ser una condición crónica que requiere un enfoque multidisciplinario a largo plazo. Los pacientes deben estar preparados para adaptarse a un régimen terapéutico constante y ser conscientes de que los cambios en el estilo de vida, como la evitación de alérgenos y la mejora de la calidad del aire en su entorno, juegan un papel crucial en el control de la enfermedad. Además, la identificación temprana de los desencadenantes de la rinitis y la adaptación de los tratamientos según la evolución de los síntomas son fundamentales para evitar complicaciones y mejorar la calidad de vida de los pacientes.

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