La muerte de Qasem Suleimani, resultado de un ataque con misil de un dron en Bagdad, fue uno de los eventos que definió el año electoral 2020 para Donald Trump. Este asesinato no solo marcó una escalada en las tensiones entre Estados Unidos e Irán, sino que también le permitió al presidente proyectar una imagen de fuerza y acción ante su base electoral. En respuesta, Irán atacó bases estadounidenses en Irak, causando heridas a más de cien soldados, aunque, como se comentó después desde la Casa Blanca, Trump minimizó la gravedad de las lesiones, restándoles importancia y calificándolas de meras "dolencias". Los expertos en seguridad nacional se preparaban para una reacción aún más fuerte de Irán, que finalmente no ocurrió, pero el ataque de Suleimani ofreció al equipo de Trump un marco en el que encuadrar sus acciones durante ese año electoral, buscando presentar al presidente como un líder fuerte y decisivo.

Por otro lado, los primeros días de 2020 también se vieron marcados por la prueba de juicio político que Trump enfrentaba en el Senado. En ese escenario, la derrota era impensable para Trump, pues el líder republicano Mitch McConnell aseguraba la mayoría y, aunque el juicio en la Cámara de Representantes había culminado con la acusación de abuso de poder y obstrucción del Congreso, el Senado estaba inclinado a exonerar al presidente. En medio de este clima tenso, el presidente planeaba celebrar sus victorias diplomáticas, como la firma de la primera fase del acuerdo comercial con China, que parecía una forma más de consolidar su imagen ante el electorado, especialmente con una economía que continuaba mostrando signos de fortaleza.

Sin embargo, más allá de las políticas exteriores y los triunfos en términos económicos, una de las claves para entender la dinámica interna de la administración de Trump era su lucha constante por rodearse de personas que compartieran su visión del mundo. Tras una serie de fricciones con funcionarios tradicionales y expertos de la administración anterior, Trump empezó a realizar ajustes significativos en su círculo de colaboradores. Un ejemplo claro de esto fue la ascensión de Johnny McEntee, quien, luego de haber sido despedido de la Casa Blanca debido a su vínculo con apuestas y deudas, se convirtió en un pilar del personal de la presidencia. McEntee fue nombrado encargado de la oficina de personal presidencial, con el mandato de revisar minuciosamente a todos los empleados para asegurarse de que fueran leales a Trump. La misión era clara: purgar cualquier elemento "desleal" que pudiera estar trabajando en su contra.

La lealtad a Trump fue uno de los criterios más importantes en la selección de nuevos funcionarios, y este enfoque se reflejó en las políticas de personal que se implementaron dentro de la administración. Por ejemplo, los cuestionarios de lealtad que McEntee diseñó no solo preguntaban sobre el historial de comentarios sobre Trump, sino que también buscaban conocer qué pensadores, comentaristas o políticos influían en las opiniones de los empleados, con el fin de garantizar que las perspectivas dentro de la Casa Blanca estuvieran alineadas con la visión de Trump.

A lo largo de 2020, se hizo cada vez más evidente que Trump quería una administración a su medida, sin la interferencia de los llamados "Never Trumpers", aquellos funcionarios republicanos que no compartían su enfoque o ideología. En este contexto, surgieron figuras como Richard Grenell, quien fue nombrado director interino de inteligencia nacional. Grenell, uno de los pocos funcionarios abiertamente gay dentro del gabinete de Trump, se vio envuelto en un ambiente de tensiones dentro de la comunidad de inteligencia, donde su relación con los datos y los análisis parecía estar alineada más con la perspectiva política del presidente que con una interpretación objetiva de los hechos. Las tensiones crecieron cuando se planteó la posibilidad de remover al denunciante anónimo que había provocado la investigación de juicio político contra Trump, lo que generó aún más desconfianza en la comunidad de inteligencia.

En medio de todo esto, el presidente Trump continuó haciendo ajustes en sus equipos, y su relación con las agencias de inteligencia no fue menos tensa. La famosa interrupción durante una reunión de seguridad nacional en la que Trump reprendió al entonces director de inteligencia nacional, Joseph Maguire, por una supuesta filtración sobre la interferencia rusa en las elecciones, dejó claro cómo la política interna de la Casa Blanca estaba siendo constantemente modelada por las preocupaciones de Trump sobre su propia imagen y su relación con los poderes establecidos dentro del gobierno federal.

Es fundamental comprender que este enfoque de Trump hacia su administración no solo fue una serie de decisiones políticas, sino también una forma de preservar su poder personal dentro del gobierno. Las alianzas con figuras como McEntee o Grenell no solo respondían a criterios ideológicos o de capacidad, sino a la necesidad de rodearse de personas que fueran incondicionalmente leales y que pudieran asegurar que las decisiones tomadas en la Casa Blanca se alinearan estrechamente con su visión personal y política.

Además de estos elementos, es crucial reconocer cómo este estilo de liderazgo no solo afectó la dinámica interna de la Casa Blanca, sino que también impactó la percepción pública y la relación de Trump con las instituciones del gobierno. La constante purga de figuras no alineadas y la creación de un entorno en el que la lealtad personal era más valorada que la experiencia técnica o política, reflejaron una transformación profunda en el gobierno estadounidense, donde las lealtades ideológicas y personales parecían ser la fuerza motriz detrás de las decisiones más importantes.

¿Cómo la imagen de Donald Trump se forjó a través de sus relaciones y apariciones públicas?

La construcción de la imagen de Donald Trump a lo largo de las décadas ha estado marcada por una serie de eventos y apariciones públicas que jugaron un papel crucial en su ascenso tanto en los negocios como en la política. Desde sus primeros años en el mundo empresarial hasta su entrada en la arena política, Trump cultivó una figura que, aunque controversial, logró mantener una presencia dominante en los medios y en la conciencia pública. A menudo, su vida personal y profesional se entrelazaban de manera que resultaba difícil distinguir una faceta de la otra, lo que le permitió ser el centro de atención de forma constante.

Uno de los aspectos más destacables en la carrera de Trump fue su habilidad para rodearse de personas influyentes, como en su organización empresarial. Aunque la Trump Organization era conocida por tener a muchas mujeres en puestos de liderazgo, como Susan Heilbron, Barbara Res y Blanche Sprague, en un mundo predominantemente masculino como el de la construcción y los negocios, Trump las utilizaba como figuras dentro de un montaje que favorecía la narrativa de su éxito. La relevancia de estas figuras, sin embargo, a menudo se desdibujaba, ya que la narrativa principal siempre giraba en torno a la figura del propio Trump.

Tras una serie de escándalos y dificultades a principios de los años noventa, Trump volvió a ganar notoriedad cuando las noticias de su relación con Marla Maples acapararon titulares. La imagen de ambos posando juntos en su residencia de Mar-a-Lago, Florida, consolidó aún más la idea de un hombre exitoso que nunca se apartaba de los focos. Estos eventos fueron clave para mantener viva su imagen pública, incluso cuando la prensa se interesaba por los aspectos más polémicos de su vida privada, como su divorcio o su relación con otras figuras notorias del entretenimiento y la política.

Las interacciones de Trump con personajes como Bill Clinton, Rudy Giuliani, y Mike Bloomberg durante la campaña presidencial de 2016 fueron otro capítulo fundamental en su imagen de hombre poderoso que se manejaba en los círculos más altos. De hecho, la famosa cena de la Asociación de Corresponsales de la Casa Blanca en 2011, en la que Barack Obama ridiculizó a Trump por sus teorías sobre el lugar de nacimiento del presidente, marcó un punto de inflexión. Trump, humillado, no pudo evitar sonreír ante los ataques, pero fue este mismo evento lo que lo impulsó a lanzarse en una campaña que cambiaría el curso de la historia política de los Estados Unidos.

Su relación con los medios de comunicación y su estrategia de enfrentarse a ellos, especialmente durante la campaña de 2016, fue fundamental para construir la narrativa de "el outsider". Trump comenzó a rechazar el sistema tradicional, generando así un grupo de seguidores leales que rechazaban el establishment político. Este fue un componente crucial en la génesis de su popularidad: mientras que la política estadounidense estaba acostumbrada a candidatos que eran parte del sistema, Trump se presentó como alguien completamente ajeno a ese mundo, un magnate dispuesto a llevar el país en una dirección completamente nueva.

Además de su relación con figuras políticas y celebridades, Trump también se vio envuelto en momentos controvertidos, como su trato con Puerto Rico tras el huracán María en 2017. Su desprecio por la situación y su actitud despectiva al lanzar rollos de papel toalla a los afectados dejó una marca imborrable en la percepción pública de su presidencia. A pesar de los escándalos, su habilidad para mantenerse en los titulares y dar giros inesperados a su narrativa fue una característica que nunca dejó de sorprender.

Su imagen de "hombre de negocios exitoso" se consolidó durante sus años como estrella del programa "The Apprentice", un show que no solo lo presentó como un empresario astuto, sino también como un líder de opinión en el ámbito empresarial. Aunque la relación con su equipo y colaboradores fue siempre tensa y plagada de conflictos, como con su abogado Michael Cohen o el exgobernador Chris Christie, estos momentos se convirtieron en piezas fundamentales de la construcción de su persona pública.

El manejo de la Casa Blanca durante su mandato también estuvo marcado por la constante presencia de su familia. Sus hijos e incluso su yerno, Jared Kushner, jugaron roles clave en su administración, lo que creó una estructura familiar que se entrelazaba con las decisiones políticas. Sin embargo, la relación con figuras como el exdirector de la EPA, Scott Pruitt, o el jefe de su personal, John Kelly, estuvo llena de conflictos y luchas internas por el control y la dirección del gobierno.

A pesar de sus controversias, Trump entendió cómo utilizar cada momento para su beneficio, transformando sus fracasos en una fuente constante de atención mediática y personalizando la narrativa de su presidencia. Su estilo de confrontación, combinado con una imagen de fortaleza y desafío, le permitió mantenerse relevante a lo largo de los años, incluso en momentos de crisis. En última instancia, Trump supo construir una narrativa que lo presentó como un líder imparable, capaz de desafiar las normas establecidas y hacer las cosas a su manera, sin importar los costos personales o políticos.

Es importante entender que detrás de esta imagen pública había una estrategia bien definida de manipulación de la percepción, una habilidad para tomar control de los relatos sobre su vida y su carrera. Sin embargo, esta construcción también tenía sus puntos débiles, y el gran reto para Trump fue siempre mantener su figura intacta mientras navegaba en aguas turbulentas. Su éxito en los negocios y la política no puede entenderse completamente sin reconocer cómo sus interacciones públicas y su presencia mediática fueron esenciales para consolidar su imagen. La habilidad para situarse en el centro de la atención fue clave en su ascenso al poder.

¿Cómo la política exterior de Trump y Giuliani influyeron en la agenda internacional de EE. UU.?

Inmediatamente después de unirse al equipo legal de Donald Trump en la primavera de 2018 para manejar la investigación del consejero especial, Rudy Giuliani encontró formas de impresionar a su cliente. El exalcalde, quien había dedicado las tres décadas previas a la política más que al derecho, adoptó un enfoque agresivo. Atacó la investigación en cada paso, enfrentándose a los investigadores y tratando de menoscabar a los testigos, en parte para cambiar la opinión pública sobre el asunto. Sin embargo, para muchos de los que trabajaban en la administración de Trump, Giuliani a menudo era una fuente de molestia, y en el peor de los casos, de alarma.

En 2017, Giuliani había abogado por un intercambio de prisioneros, en el que un comerciante de oro acusado de lavado de dinero y violación de sanciones sería enviado a su natal Turquía a cambio de un pastor que estaba cautivo allí. El hombre acusado en EE. UU., Reza Zarrab, era cliente de Giuliani, y su caso despertó el interés de los funcionarios del gobierno turco. Trump, por su parte, mantenía vínculos comerciales con Turquía, donde dos torres en Estambul tenían licencia para usar su nombre; además, sentía fascinación por la forma en que Turquía había sido presentada en el cine. Trump era fan de la película Midnight Express, que retrataba de manera brutal el sufrimiento de un estadounidense encarcelado en una prisión turca. Ivanka Trump recordó cómo su padre solía hacerlos ver esa película una y otra vez durante su niñez.

Trump ordenó al Secretario de Estado, Rex Tillerson, que trabajara con Giuliani en el caso de Zarrab, pero Tillerson rechazó la solicitud, argumentando que debido a la investigación en curso del Departamento de Justicia, no era posible, y que establecería un mal precedente. Otros intentos de limitar los compromisos de Giuliani con Trump no fueron tan exitosos. A principios de 2019, Giuliani comenzó a hablar con Trump sobre lo que él consideraba esquemas corruptos en Ucrania que involucraban al vicepresidente Joe Biden, su hijo Hunter, una empresa energética y un fiscal corrupto. Biden se perfilaba como el candidato más conocido en un campo históricamente grande de demócratas que buscaban la nominación presidencial para desafiar la reelección de Trump.

Mientras los senadores Bernie Sanders y Elizabeth Warren ganaban terreno con propuestas de universidad gratuita y cobertura médica universal, Trump expresó a sus asistentes que necesitaría ofrecer algo similar para restar apoyo a esos candidatos. Sin embargo, Trump comenzó a reconocer, en ciertos momentos de la campaña, que Biden, quien conectaba tanto con los votantes blancos de clase trabajadora como con la base demócrata negra, podría ser su oponente más formidable en las elecciones generales. Fue así como Trump escuchó a Giuliani, quien le relató historias sobre una empresa gasística ucraniana que pagaba a Hunter Biden hasta cincuenta mil dólares al mes por un trabajo que, en apariencia, carecía de experiencia relevante. Durante este tiempo, la administración Obama presionaba al fiscal general de Ucrania, Viktor Shokin, para que fuera más agresivo en la lucha contra la corrupción, lo que finalmente llevó a su destitución.

Mientras Joe Biden competía por la presidencia, Shokin comenzó a afirmar que había sido apartado de investigar la empresa vinculada a Hunter Biden, y que el embajador estadounidense había dado a su sucesor una lista de personas que no debían ser procesadas. Giuliani abrazó esta versión de los hechos, a pesar de que el Departamento de Estado afirmó que se trataba de una invención. Su esfuerzo por dar visibilidad a estas acusaciones se tradujo en un objetivo político: Marie Yovanovitch, una diplomática de carrera que aún se encontraba en Kiev. Trump Jr. y su padre tuitearon de manera despectiva sobre ella.

A lo largo de la primera mitad de 2019, Giuliani, acompañado de dos ucranianos y trabajando con dos abogados que brevemente formaron parte del equipo legal de Trump, se reunió con funcionarios en Varsovia, París y Madrid. Compartieron información con un columnista de The Hill, John Solomon, quien escribió historias basadas en la investigación de Giuliani, las cuales fueron amplificadas por Trump y sus aliados mediáticos. En ese mismo año, se hizo evidente que funcionarios de la oficina de presupuesto, previamente dirigida por Mick Mulvaney, habían bloqueado cientos de millones de dólares en ayuda militar aprobada por el Congreso para ayudar a Ucrania en su defensa contra Rusia. Aunque los funcionarios de la administración dieron diversas explicaciones, uno de los factores centrales fue la preocupación de Trump por la ayuda extranjera, incluida la asistencia militar.

Este enfoque hacia Ucrania no se limitaba solo a los intereses de Trump en la región; reflejaba una visión de política exterior que desafiaba las normas tradicionales de la alianza transatlántica. La administración Trump estuvo dividida entre aquellos que compartían sus objetivos de política exterior de "hacer América grande otra vez" y los republicanos más orientados hacia la preservación de alianzas internacionales. Este enfoque, cada vez más aislacionista, llevó a tensiones dentro de su propio gabinete. Algunos funcionarios, como el Secretario de Defensa Mark Esper, intentaron enfocar la estrategia en la reubicación de tropas en Polonia, pero Trump mostró una creciente desconfianza hacia las alianzas, como la OTAN, e incluso hacia líderes aliados como la canciller alemana Angela Merkel, a quien calificó despectivamente en varias ocasiones.

Las presiones de Giuliani, que en un principio parecían ser simplemente una extensión de las opiniones políticas de Trump, fueron percibidas con alarma por varias figuras dentro de la Casa Blanca y el Departamento de Estado, quienes temían que sus acciones pudieran dañar gravemente las relaciones diplomáticas y la estabilidad internacional de EE. UU. John Bolton, el asesor de seguridad nacional de Trump, describió a Giuliani como una "bomba de mano" que podría destruir todo lo que tocara.

A pesar de sus esfuerzos, el 22 de marzo de 2019, Robert Mueller entregó su tan esperado informe sobre la investigación de la interferencia rusa en las elecciones de 2016. La expectativa de muchos, especialmente de los activistas liberales, era que Mueller encontraría pruebas que vinculaban a Trump directamente con la interferencia rusa. Sin embargo, la realidad del informe fue menos explosiva de lo que algunos esperaban. Aunque hubo especulaciones y deseos de que el informe representara el "fin" de la presidencia de Trump, la investigación no proporcionó pruebas suficientes para procesarlo.