A medida que la política estadounidense se ha ido transformando en un reflejo de las familias privilegiadas, ricas y sin cualificación, el ascenso de figuras como Ivanka y Jared Kushner al centro del poder en la Casa Blanca ha mostrado claramente la creciente nepatocracia en el país. La inserción de ambos en el círculo político más alto se alinea con una tendencia cada vez más marcada: el gobierno en manos de aquellos que, a pesar de su riqueza y conexiones, carecen de los méritos necesarios para ejercer un liderazgo efectivo. Este fenómeno ha llegado a un punto en que la política ya no se presenta como una vía para el servicio público, sino como una prolongación de intereses privados, familiares y de clase.

En noviembre de 2016, el periódico Observer de Jared Kushner publicó un artículo difamatorio en mi contra, justo después de la elección presidencial. La publicación de este artículo coincidió con el auge de amenazas de muerte que recibí tras prever la victoria de Trump y advertir sobre las catástrofes que se avecinaban. Las amenazas fueron tan graves que me asignaron un guardaespaldas encubierto para un evento internacional tres semanas después de la elección. La mayoría de estas amenazas se inspiraron en el artículo de Kushner, el cual me describió como una agente de George Soros trabajando para un sitio web vinculado al operante del Partido Demócrata, David Brock, entre otras falsedades. Durante los años siguientes, aprendí que la estrategia común de los seguidores de Trump no era solo amenazar directamente con violencia, sino difamar a tal punto a una persona que algún fanático pudiera considerar el asesinato como una solución legítima.

Este modus operandi se utilizó también en el caso de “Pizzagate”, donde un vigilante armado, convencido de que Hillary Clinton dirigía un culto pedófilo desde una pizzería en Washington D.C., casi desencadena una masacre. El ataque mediático contra mí fue parte de una táctica más amplia, desplegada por Kushner a través de su periódico, que usaba como herramienta para atacar a sus enemigos. En este contexto, el Observer no solo fue uno de los pocos medios que respaldaron oficialmente a Trump, sino que también se convirtió en un arma de guerra política. Mientras tanto, las amenazas contra mi vida disminuyeron algo después de la toma de posesión de Trump en enero de 2017, debido a la aparición de otras crisis de mayor alcance, como la investigación sobre la interferencia rusa en las elecciones.

Mi vida en Missouri me ha permitido mantener cierta independencia, tanto financiera como profesional. Sin embargo, también me ha convertido en un objetivo fácil para aquellos que desean callar a los opositores. En una entrevista para la revista Cosmopolitan en diciembre de 2016, expresé que, a pesar de vivir lejos del centro del poder político en Nueva York, mi labor de crítica al nuevo gobierno no se vería limitada. Al contrario, mi independencia me otorga la libertad de hablar sin depender de los grandes medios nacionales, que están a menudo atrapados por intereses corporativos y económicos. No busco el reconocimiento de la élite política ni de los medios tradicionales, y, por lo tanto, no pueden censurarme tan fácilmente.

Este fenómeno no es único de mi experiencia personal, sino que refleja un patrón más amplio en el que los individuos, como Ivanka y Jared, que representan una nueva clase de élites tecnocráticas y heredadas, están cada vez más involucrados en una batalla constante por el poder, el dinero y la inmunidad legal. La perpetuación de sus fortunas está atada a su capacidad para sostener el poder político, lo que hace improbable que renuncien a él o dejen de atacar a sus enemigos.

Este tipo de corrupción intergeneracional se ha manifestado no solo en el ascenso de figuras como los Kushner, sino también en el desmoronamiento de sectores enteros de la economía y la política estadounidenses. Las élites, que no solo se benefician del control político, sino que además se aseguran de que la movilidad social esté severamente restringida, han creado un sistema en el que el acceso al poder está determinado por la herencia, las conexiones familiares y la acumulación de riqueza. Esto ha afectado tanto a las personas que viven en las grandes ciudades costeras como a aquellas que viven en los estados más alejados, como yo en Missouri, creando un clima de desesperanza y desconfianza hacia el gobierno y sus instituciones.

En este contexto, la crisis política y económica de Estados Unidos no solo comenzó con Trump, sino que ha estado presente durante años, enraizada en las políticas neoliberales que han llevado a la concentración de poder en manos de unas pocas familias. La historia de Kushner y Trump, y de las élites que los rodean, es solo un reflejo de una enfermedad más profunda que afecta a toda la sociedad. El futuro de este sistema, basado en la perpetuación de la riqueza y el poder a través de conexiones familiares, será incierto, pero parece cada vez más evidente que la resistencia al sistema no vendrá de quienes ocupan el poder, sino de aquellos que están fuera de su esfera, aquellos que han sido dejados de lado por el sistema y que continúan luchando por la justicia.

La comprensión de este fenómeno exige una reflexión más profunda sobre el papel que juegan las élites en la política moderna y cómo el control del poder económico y político por unos pocos está afectando la democracia. Es fundamental reconocer que, si bien las figuras como Ivanka y Jared Kushner son símbolos de este sistema, el verdadero problema es la estructura misma que permite que este tipo de nepotismo y corrupción continúen perpetuándose. Sin un cambio en esta estructura, es probable que Estados Unidos siga siendo un país en el que el acceso al poder siga estando determinado por la familia y el dinero, y no por el mérito o el deseo de servir a la gente.

¿Cómo las redes de crimen organizado transnacional afectan la política global y la seguridad nacional?

Las redes de crimen organizado transnacional, como las mafias rusas, el narcotráfico internacional y otras organizaciones criminales globales, tienen un impacto profundo y a menudo destructivo sobre la política, la economía y la seguridad mundial. Estas redes no solo son actores clave en actividades ilícitas como el lavado de dinero, la explotación sexual y el tráfico de armas, sino que también se infiltran en las estructuras políticas y económicas de varios países. En muchos casos, los lazos entre estas organizaciones y actores políticos o empresarios se vuelven difusos, lo que permite a los criminales operar con un nivel de impunidad que desafía las leyes nacionales e internacionales.

Los oligarcas rusos, por ejemplo, se han asociado con políticos y actores económicos en diversas partes del mundo, desde Europa hasta América Latina, generando flujos financieros ilegales que afectan la estabilidad de las democracias y de las economías locales. La influencia de figuras como Vladimir Putin, cuya administración ha cultivado una red de relaciones con criminales y empresarios corruptos, demuestra cómo el crimen organizado puede operar en conjunto con el poder estatal, creando un ecosistema donde las reglas del juego son manipuladas en beneficio de unos pocos. Las sanciones internacionales, como la Ley Magnitsky, se han implementado para contrarrestar estos flujos de dinero, pero las respuestas siguen siendo insuficientes ante la magnitud de la infiltración.

El caso de Paul Manafort, antiguo jefe de campaña de Donald Trump, subraya la relación entre las élites políticas y el crimen organizado. Manafort fue condenado por sus vínculos con figuras clave en la mafia rusa y otras organizaciones criminales, lo que ilustra cómo los intereses de los delincuentes transnacionales pueden influir directamente en las elecciones y decisiones políticas de países poderosos. Esta corrupción no solo compromete la integridad de los procesos electorales, sino que también amenaza la seguridad nacional, al permitir que los actores criminales tomen decisiones clave que pueden afectar la soberanía de los estados.

La relación entre el crimen organizado y las élites políticas no se limita solo a casos evidentes de lavado de dinero o sobornos. A menudo, las redes criminales se convierten en agentes de desinformación, utilizando plataformas digitales y medios de comunicación para manipular la opinión pública, promover teorías conspirativas y debilitar las democracias. La intersección entre el crimen transnacional y las campañas políticas es una táctica cada vez más utilizada, como se vio en la interferencia rusa en las elecciones presidenciales de 2016 en Estados Unidos. La manipulación de los votantes mediante "noticias falsas", la financiación ilegal de campañas y la creación de divisiones sociales son herramientas que emplean las redes criminales para moldear los resultados políticos a su favor.

Además, las organizaciones criminales también influyen en la seguridad global a través de la guerra cibernética, el sabotaje y el uso de tecnologías avanzadas para facilitar el crimen. En este contexto, las instituciones de seguridad nacional y las agencias de inteligencia se enfrentan a un desafío creciente para identificar y neutralizar estas amenazas. Los cárteles de drogas, las mafias internacionales y los gobiernos autoritarios que operan en conjunto con estas organizaciones representan un peligro constante para la estabilidad internacional.

El caso de la violencia política y el uso de autocracias como plataformas para el crimen organizado demuestra la falta de una respuesta adecuada a las amenazas emergentes. Los regímenes autoritarios, como el de Kim Jong Un en Corea del Norte, a menudo utilizan el crimen organizado para financiar sus actividades militares y terroristas, lo que desestabiliza aún más la región y plantea riesgos globales. En situaciones de crisis, como las que se vivieron durante la Primavera Árabe o los levantamientos en Siria y Ucrania, los actores criminales juegan un papel central en la intensificación de los conflictos, al aprovechar el caos para expandir sus redes.

El fenómeno de las "fake news" o noticias falsas también está relacionado con el crimen organizado, ya que a menudo se utiliza para desinformar y manipular a las masas en beneficio de gobiernos y empresas corruptas. La manipulación de la información a través de medios de comunicación, redes sociales y otras plataformas digitales ha alterado la percepción pública de los eventos, creando divisiones y polarizaciones que, a su vez, facilitan el control social por parte de élites corruptas y organizaciones criminales. Esta dinámica es particularmente peligrosa en democracias donde el acceso a la información y la transparencia son fundamentales para el funcionamiento adecuado del sistema político.

La importancia de comprender la relación entre el crimen organizado y la política no solo recae en los aspectos inmediatos de la corrupción o el delito, sino también en el peligro que representa para el orden democrático y la seguridad nacional. La expansión de las redes criminales transnacionales y su interacción con actores políticos y empresariales corruptos amenaza la estabilidad social, financiera y política global, con implicaciones profundas para la libertad y los derechos humanos.

Para proteger las democracias y garantizar la seguridad internacional, es fundamental que los gobiernos y las instituciones internacionales adopten un enfoque más firme y coordinado contra el crimen organizado transnacional. Esto no solo requiere sanciones económicas y políticas, sino también una cooperación más estrecha entre las agencias de inteligencia y de seguridad, así como una mejora en la educación pública sobre los riesgos asociados con la desinformación y el control social por parte de actores externos.