La Casa Blanca bajo la presidencia de Donald Trump fue un lugar donde las decisiones cruciales no siempre dependían de la tradición o de los protocolos institucionales, sino más bien de una mezcla de impulsos personales, lealtades fluctuantes y, en muchos casos, de la influencia de aquellos cercanos al presidente. Un ejemplo claro de este caos ocurrió cuando Trump, al parecer confundido, pensó que el Dr. Giroir era parte del ejército, y en una reunión, este sugirió que los laboratorios de drogas deberían ser destruidos mediante bombardeos, lo que inmediatamente captó el interés del presidente. Trump, con la emoción de la sugerencia, preguntó si realmente Estados Unidos podría llevar a cabo tal acción, refiriéndose a los misiles como "misiles Patriot", sin saber siquiera que ese nombre hacía referencia a un sistema de armas específico. En lugar de corregir la percepción errónea del presidente, los asesores decidieron un enfoque menos confrontacional: sugerir que Giroir ya no usara su uniforme en la Oficina Oval, con la esperanza de disminuir las percepciones erróneas que el presidente pudiera tener.

Uno de los pocos funcionarios que se mantuvo cerca de Trump desde su primer día en la Casa Blanca fue Madeleine Westerhout, su secretaria personal. A pesar de haber sido inicialmente una de las más escépticas de su entorno, Westerhout logró establecer una posición de influencia, vigilando de cerca las comunicaciones del presidente y alertando a sus asesores sobre posibles problemas. Su proximidad al poder le permitió actuar como un "sistema de alarma", pero también la hizo vulnerable a los enemigos dentro de la Casa Blanca. En 2019, durante una cena con reporteros, Westerhout, embriagada, reveló detalles comprometidos sobre la familia de Trump, lo que resultó en su despido. Trump, aunque reacio a deshacerse de ella, cedió finalmente a la presión familiar y política. Con su partida, la Casa Blanca perdió una de las fuentes clave de información sobre las personas y temas que influían sobre el presidente.

A lo largo de su mandato, Trump mostró una inclinación por utilizar sus propiedades comerciales como escenarios para eventos oficiales, lo que no pasó desapercibido. El caso más destacado fue su insistencia en que la cumbre del G7 de 2020 se celebrara en su resort Doral, en Florida. A pesar de las posibles consecuencias negativas en términos de prensa, Trump parecía estar dispuesto a medir la respuesta de la opinión pública ante sus decisiones. Aunque Mulvaney, su jefe de gabinete, intentó encontrar alternativas, el presidente se mantuvo firme en su deseo de utilizar Doral, demostrando una vez más que su enfoque hacia la administración del poder no seguía los patrones convencionales de la política estadounidense.

Más allá de sus decisiones impulsivas, la administración de Trump también estuvo marcada por momentos de indecisión y falta de coherencia en la política exterior. La llamada de Trump a Erdogan en octubre, para abordar la situación en Siria y las tensiones con los kurdos, es otro ejemplo de cómo la Casa Blanca operaba más a base de reacciones que de estrategias planificadas. A pesar de la presión por mantener la postura de Estados Unidos en la región, la intervención de Trump, con la aparente ayuda de los asesores militares, reflejó la falta de una respuesta clara y cohesiva frente a los conflictos internacionales. En el fondo, la presidencia de Trump mostró una administración que se movía en gran medida por la influencia de individuos cercanos al poder y por un presidente dispuesto a tomar decisiones rápidas sin siempre considerar todas las implicaciones, especialmente cuando se trataba de intereses personales o comerciales.

Es esencial entender que la gestión de Trump en la Casa Blanca no se limitaba a los eventos o decisiones de alto perfil. La dinámica interna estaba marcada por relaciones tensas, lealtades cambiantes y un entorno de trabajo donde las reglas tradicionales de la administración política se veían constantemente desafiadas. Las decisiones que tomaba no solo afectaban la política interna y exterior de Estados Unidos, sino que también reflejaban un estilo de liderazgo basado más en la intuición personal que en el consenso o el análisis estructurado.

Además, la falta de barreras claras y protocolos establecidos para manejar la influencia externa dentro de la Casa Blanca hizo que personas sin la experiencia o el conocimiento adecuado pudieran influir en decisiones críticas. Aunque muchos en la administración intentaron mantener el control sobre la situación, las políticas improvisadas, la falta de una coordinación efectiva y la ausencia de frenos a las ideas más controvertidas marcaron la presidencia de Trump de manera permanente. Esto subraya un aspecto importante del ejercicio del poder: el control y la influencia dentro del aparato gubernamental no siempre se gestionan a través de los medios tradicionales de organización política, sino que a menudo dependen de las relaciones personales, la capacidad de aprovechar situaciones a corto plazo y la disposición a tomar decisiones arriesgadas sin considerar completamente sus consecuencias a largo plazo.

¿Cómo la política y las tensiones legales modelan la figura de Trump después de la presidencia?

A lo largo de su mandato, el expresidente Donald Trump estuvo rodeado por un cúmulo de controversias, no solo por sus políticas, sino por su estilo de liderazgo, sus declaraciones y la manera en que se relacionó con figuras del poder. Durante su tiempo en la Casa Blanca, el simple hecho de ocupar la presidencia le otorgaba una inmunidad tácita que lo protegía de muchas de las consecuencias legales de sus acciones, una dinámica que volvería a repetirse si, eventualmente, regresa a la Casa Blanca. Sin embargo, una vez fuera de la presidencia, la situación se volvió más complicada.

A tan solo seis meses de haber dejado el cargo, el fiscal de distrito de Manhattan, Cy Vance, logró vincular legalmente el nombre de Trump con actividades criminales. Su empresa fue acusada de participar en un esquema prolongado de evasión de impuestos, y el director financiero de la compañía, Allen Weisselberg, fue acusado de evadir impuestos sobre beneficios adicionales que había recibido. Esta acusación marcó un punto de inflexión en la historia legal de Trump, pero no fue la única. Pocos meses después, la fiscal del distrito de Atlanta, Fani Willis, reunió un gran jurado especial para investigar los esfuerzos de Trump para manipular los resultados de las elecciones locales, incluidos los controvertidos llamados para "encontrar" votos a su favor.

A pesar de las crecientes investigaciones legales, algo o alguien solía intervenir en el camino de los fiscales. En 2022, Alvin Bragg asumió el cargo de fiscal de Manhattan y permitió que caducara un gran jurado que exploraba si Trump debía ser acusado personalmente, una decisión que enfureció a los fiscales que habían perseguido el caso. Los abogados de Trump, al tanto de la crítica pública tanto de Bragg como de la fiscal general de Nueva York, Letitia James, utilizaron estas declaraciones durante sus campañas para argumentar en contra de las acusaciones en el tribunal. A medida que las investigaciones continuaban, Trump adoptó una estrategia ofensiva, utilizando sus rallies para calificar a los fiscales de "racistas", mencionando especialmente a Willis, Bragg y James, quienes son afroamericanos. En paralelo, instó a sus seguidores a organizar protestas en Atlanta, Washington y Nueva York en caso de que estos fiscales cometieran algún acto "ilegal o incorrecto".

Además de sus enfrentamientos legales, Trump también intentó gestionar la narrativa sobre su presidencia. Durante su tiempo fuera de la Casa Blanca, Trump se dedicó a dar entrevistas a varios autores, tratando de dejar una impresión sobre su legado. En marzo de 2021, me encontré con él en Mar-a-Lago, el club privado que posee en Florida, para una de esas entrevistas. Era un ambiente peculiar, donde Trump parecía estar más en "modo ventas" que en "modo combate", como uno podría esperar de un personaje tan polarizante. La conversación comenzó con su curiosidad por saber cómo estaban las cosas en Nueva York, en particular, cómo se estaba manejando el escándalo de acoso sexual que rodeaba al gobernador Andrew Cuomo.

Trump mostró una sorpresa aparente no por las acusaciones, sino por la rapidez con la que sus propios compañeros demócratas habían comenzado a distanciarse de Cuomo, algo que él consideraba una muestra de debilidad. "Me sorprendió mucho", dijo Trump, refiriéndose no a las acusaciones, sino a cómo el Partido Demócrata había dado la espalda a Cuomo. Este tipo de observaciones marcaron una pauta: Trump no solo se veía a sí mismo como un líder fuerte, sino también como un observador atento de las dinámicas de poder, algo que había aprendido durante su carrera en Nueva York.

Este énfasis en el poder y la percepción personal sobre la política, que Trump compartió durante nuestra entrevista, reveló mucho sobre cómo veía su paso por la Casa Blanca. Por ejemplo, a diferencia de figuras como el senador Mitch McConnell, quien había logrado mantener a los republicanos en línea para avanzar en las políticas de Trump, el expresidente se quejaba de no haber recibido el mismo tipo de lealtad de los congresistas, lo que lo llevaba a una constante insatisfacción con la política del Capitolio.

Otro de los temas recurrentes en nuestras conversaciones fue la percepción que Trump tenía de las figuras políticas en su entorno, como Meade Esposito, un influyente político de Nueva York. Trump mencionó cómo Esposito gobernaba con "mano de hierro", un estilo de liderazgo que él valoraba y trató de replicar en su vida política. La comparación entre los líderes políticos que admiraba y su propia experiencia como presidente mostró una visión del poder marcada por el control, la disciplina y la capacidad de imponer su voluntad sobre los demás.

A medida que Trump continuaba con su vida fuera de la presidencia, la figura de un hombre que parecía alejado de las tensiones del mundo exterior se iba consolidando. Jugaba al golf, recibía a quienes buscaban su apoyo y parecía llevar una vida rutinaria, en la que se veía constantemente envuelto en la promoción de su propia imagen, al mismo tiempo que manejaba su relación con los medios de comunicación y las investigaciones legales. Las dificultades legales no parecían sacudir su confianza en sí mismo, sino que más bien alimentaban su narrativa de víctima, utilizando la prensa y los seguidores como parte de su estrategia para moldear la opinión pública.

Además de sus investigaciones legales y su vida en Mar-a-Lago, hay un aspecto importante que los lectores deben considerar cuando analizan la figura de Trump fuera de la presidencia: la capacidad de manejar su imagen pública. Desde las elecciones de 2016 hasta el día de hoy, Trump ha sabido capitalizar las controversias, tanto a favor como en contra, utilizando su figura como una herramienta para mantenerse en el centro de atención. Su habilidad para navegar entre la política tradicional y las tácticas más agresivas ha sido una característica distintiva, y es probable que continúe siendo un factor clave si decide presentarse nuevamente a la presidencia.

¿Cómo la política y los negocios se entrelazaron en la carrera de Trump?

En los primeros años del siglo XXI, Donald Trump consolidó su figura como un personaje polémico en el ámbito empresarial y político de Estados Unidos. Su habilidad para mezclar el mundo de los negocios con la política, tanto de forma explícita como implícita, le permitió acceder a poderosos círculos y, en muchos casos, manipular las reglas del juego en su beneficio. Aunque se presentó como un hombre de éxito y astucia, las estrategias que utilizó a lo largo de su carrera se basaron en técnicas que, en ocasiones, rozaban la legalidad y siempre jugaban con las percepciones públicas y privadas.

Desde el principio, Trump tuvo que enfrentar cuestionamientos sobre la solidez de sus negocios y su capacidad para hacer frente a los constantes vaivenes de sus propiedades, muchas veces sobrecargadas de deudas. En 2007, un artículo en el Washington Post expuso cómo Trump se vio obligado a enfrentar sus propias falsedades, enfrentándose a una serie de acusaciones sobre la inflacción de su patrimonio neto, entre otros. Su habilidad para flotar en el aire de sus propios negocios y promesas era un testimonio de su destreza para manejar las apariencias, pero la realidad era mucho más turbia.

Su relación con el dinero siempre estuvo marcada por la deuda, la especulación y la incertidumbre. En lugar de ser un hombre de negocios tradicional que creaba y acumulaba riqueza de manera consistente, Trump fue conocido por utilizar grandes cantidades de crédito para expandir su imperio, incluso cuando las bases de sus empresas no eran sólidas. Sin embargo, la deuda también jugó un papel clave en su ascenso al poder. Trump tuvo la capacidad de manejar grandes sumas de dinero y garantizó personalmente préstamos que, en teoría, lo podrían haber llevado a la quiebra, pero que de alguna manera supo eludir, transformando situaciones límite en nuevas oportunidades.

Este enfoque poco convencional lo llevó a realizar operaciones con socios cuestionables, como el caso del Trump SoHo, un proyecto en el que se descubrió que estuvo involucrado un número de personajes con conexiones oscuros, incluidas figuras ligadas a la mafia rusa. Su socia más importante en este proyecto fue una figura conocida como Felix Sater, quien también tenía un pasado lleno de controversias, pero que jugó un papel crucial en asegurar los fondos necesarios para mantener a flote el proyecto, que por momentos parecía destinado al fracaso. En este contexto, el nombre de Trump se utilizaba como una especie de "marca" más que como un símbolo de éxito empresarial genuino.

A lo largo de los años, la figura de Trump fue estrechamente asociada a una serie de fracasos en sus empresas, pero también a una capacidad única para recuperarse de estos. La quiebra de sus casinos en Atlantic City, por ejemplo, fue una de las más sonadas, no sólo por su magnitud, sino por el modo en que Trump logró salvar su imagen personal y continuar adelante con nuevos proyectos. A menudo, Trump logró convertir sus fracasos en fuentes de ingresos, lo que le permitió reconstituir su imperio de manera aparentemente exitosa.

Sin embargo, detrás de estos giros económicos, también estuvo presente la manipulación de los medios y el dominio de la imagen pública. Trump se convirtió en un experto en crear una narrativa en la que él era el "rey de la deuda" y al mismo tiempo la cara de un hombre exitoso, capaz de salir de cualquier crisis sin perder la compostura. Su habilidad para sobreponerse a la adversidad, por más evidente que fuera su fracaso, fue uno de los elementos más destacados de su carrera.

Lo que es crucial entender es que la forma en que Trump manejó su carrera empresarial también estuvo moldeada por su relación con las instituciones y la política. El ascenso a la presidencia fue, en muchos sentidos, la culminación de años de construir una red de contactos, aliados y adversarios que le permitieron manejar los hilos de la política con la misma destreza que manejaba los de sus negocios. No fue solo un hombre de negocio, sino un hábil operador político que comprendía las dinámicas de poder y los medios de comunicación.

Además, a medida que avanzaba en su carrera, su vida privada también se entrelazaba cada vez más con sus negocios y su imagen pública. La forma en que sus hijos, Ivanka y Jared Kushner, se fueron convirtiendo en figuras clave en su administración, así como su vinculación con figuras políticas como Hillary Clinton, quienes en algún momento fueron amigos cercanos, también reflejaron la compleja red de relaciones que Trump tejió a lo largo de los años.

Lo importante en este análisis es entender cómo la habilidad de Trump para manejar los aspectos más oscuros de los negocios y la política le permitió no solo sobrevivir a múltiples crisis, sino también aprovechar las debilidades del sistema para consolidarse en la cúspide del poder. Sin embargo, esta misma habilidad para manipular la realidad, eludiendo responsabilidades y dando la impresión de éxito, también fue lo que le permitió entrar a la Casa Blanca. En el fondo, Trump entendió algo fundamental: la política no solo se trata de principios o políticas, sino de crear una narrativa convincente que sea capaz de capturar la imaginación de las masas.