La investigación sobre los seguidores de Donald Trump, específicamente aquellos que veneran su figura, ofrece una visión interesante sobre su perfil psicológico en comparación con otras orientaciones políticas. A pesar de que las percepciones populares tienden a asociar a estos individuos con características negativas como la amargura, la frustración o el resentimiento, los datos sugieren que esta imagen no refleja la realidad de manera precisa.
Uno de los hallazgos más relevantes proviene del análisis de los "Cinco Grandes" rasgos de personalidad, un modelo ampliamente utilizado para describir las dimensiones fundamentales de la personalidad humana. En términos generales, los seguidores de Trump no se diferencian significativamente de los conservadores no devotos de Trump en la mayoría de las variables estudiadas. Sin embargo, sí se observa que los seguidores de Trump tienen puntuaciones algo más altas en apertura a nuevas experiencias y extroversión en comparación con otros conservadores. De hecho, los seguidores de Trump tienden a ser más abiertos a nuevas experiencias que los liberales, aunque la diferencia no es tan pronunciada.
El rasgo de dogmatismo, que se refiere a la rigidez de pensamiento y a la preferencia por soluciones cerradas y definitivas, muestra que, en comparación con los liberales, los conservadores en general (incluyendo a los seguidores de Trump) tienden a puntuar más alto. Este rasgo es indicativo de una preferencia por el cierre cognitivo, es decir, una inclinación a buscar respuestas claras y definitivas ante la incertidumbre. No obstante, las diferencias entre los seguidores de Trump y otros conservadores en este aspecto son mínimas.
En cuanto a las emociones negativas, los seguidores de Trump parecen estar mucho menos marcados por el resentimiento y la frustración que lo que se suele pensar. Según los datos, son los menos propensos a sentirse amargados o frustrados con su estatus social. De hecho, son menos proclives a estar en desacuerdo con la afirmación "admito que me siento algo amargado sobre la forma en que las personas como yo son vistas y tratadas" que los liberales, que muestran una tasa de acuerdo significativamente mayor. Esta tendencia se repite en otros aspectos de frustración personal: los seguidores de Trump son menos inclinados a sentirse enojados o resentidos por su posición en la sociedad, lo que pone en duda los estereotipos sobre la base emocional de su apoyo.
Por otro lado, la narrativa del "resentimiento rural" que asocia a los seguidores de Trump con el desdén hacia los individuos educados, ricos o urbanos tampoco se sostiene frente a los datos. Los seguidores de Trump son notablemente menos resentidos hacia los ricos o aquellos con educación superior que otros grupos ideológicos. Al contrario, su nivel de resentimiento social es sorprendentemente bajo en comparación con los liberales, quienes son más propensos a expresar este tipo de sentimientos. En cuanto al aislamiento social, los seguidores de Trump no parecen estar particularmente marginados o insatisfechos con sus redes sociales. De hecho, los liberales, en este caso, muestran mayores índices de insatisfacción social que los seguidores de Trump.
Aunque existe una creencia común de que los seguidores de Trump tienen una sensibilidad particular al disgusto, los datos sobre este aspecto son algo más ambiguos. En general, la sensibilidad al disgusto tiende a ser más alta en personas con inclinaciones conservadoras, pero dentro de este grupo, los seguidores de Trump no se destacan especialmente. Las situaciones de disgusto en las que se les pide opinar, como "beber una sopa revuelta con un matamoscas usado" o "ver a una persona con un ojo de vidrio retirándose el ojo", no parecen generar una respuesta significativamente más fuerte que en otros grupos, lo que muestra una variabilidad dentro del espectro conservador.
Lo que es importante comprender al analizar este perfil es que las emociones, como el resentimiento y la frustración, no son determinantes primarios del apoyo a Trump. Más bien, es la preferencia por el orden, la estructura y la certeza lo que parece caracterizar a este grupo, en contraste con la flexibilidad y apertura que se asocian con los liberales. Además, es esencial destacar que la narrativa de un grupo socialmente aislado o emocionalmente perturbado está lejos de ser una representación fiel de la realidad. Los seguidores de Trump, como cualquier grupo, son diversos y complejos, y si bien algunos elementos de su psicología son más afines a la derecha política, no se pueden reducir a estereotipos simplificados de amargura o resentimiento.
¿Cómo la política emocional y los prejuicios ideológicos afectan el comportamiento político?
En el análisis de la ciencia política contemporánea, se ha subrayado que las emociones desempeñan un papel crucial en la movilización y la formación de opiniones políticas. En particular, las apelaciones emocionales en los anuncios de campaña se han demostrado efectivas para modificar las actitudes y comportamientos de los votantes, al apelar no solo a su razón, sino también a sus temores, deseos y lealtades emocionales más profundas. El trabajo de Ted Brader en su libro Campaigning for Hearts and Minds ofrece un análisis detallado de cómo las emociones —como el miedo, la ira y la esperanza— pueden ser explotadas estratégicamente para cambiar las percepciones de los electores, influyendo en su decisión final en las urnas.
Por otro lado, la división ideológica en las sociedades modernas ha dado lugar a un fenómeno cada vez más visible: la polarización política. Este fenómeno está profundamente relacionado con las predisposiciones emocionales y psicológicas que las personas desarrollan en torno a su ideología política. Las investigaciones sobre la psicología de los votantes han demostrado que los conservadores tienden a presentar un mayor sentido de estabilidad emocional y mayor satisfacción en comparación con los liberales. Esto podría estar relacionado con las diferencias en las personalidades subyacentes, como se observa en el estudio de Dana Carney y sus colegas, quienes hallaron que los conservadores tienen un perfil psicológico que favorece el orden y la previsibilidad, mientras que los liberales son más propensos a la apertura y la flexibilidad.
Además, los estudios sobre la ideología política han identificado la tendencia de los individuos a desarrollar sesgos cognitivos que refuerzan sus creencias y a rechazar la información que contradice sus puntos de vista. Esto es parte de lo que se conoce como "sesgo ideológico" y se manifiesta de manera particularmente fuerte en los votantes polarizados, quienes interpretan la información de acuerdo con su visión del mundo, lo que puede intensificar la división política. Investigaciones como las de Brandt y sus colaboradores muestran que las personas ideológicamente opuestas tienden a tener dificultades para comprender y aceptar las perspectivas del otro, lo que perpetúa la polarización y dificulta el diálogo constructivo.
En términos de valores sociales, las percepciones de los votantes sobre la moralidad y el orden social están profundamente influenciadas por su ideología política. La obra de Mark J. Brandt y sus colegas, centrada en la "hipótesis del conflicto ideológico", postula que los individuos con ideologías opuestas no solo tienen diferencias en sus creencias políticas, sino también en su concepción del mundo moral y la justicia. Este conflicto ideológico puede ser exacerbado por las dinámicas sociales y mediáticas que presentan los problemas políticos de manera binaria, sin espacio para la negociación o el entendimiento mutuo.
Es importante señalar que el impacto de los factores emocionales y cognitivos en las decisiones políticas no es solo una cuestión de personalidad o predisposición psicológica, sino también de contexto. En situaciones de crisis o incertidumbre, como las que generaron las campañas presidenciales de Donald Trump, el miedo y la ansiedad pueden jugar un papel determinante en la formación de la opinión pública. Por ejemplo, el uso de retóricas que explotan el temor al cambio social o a la pérdida de la identidad nacional puede fortalecer las posiciones políticas extremas y contribuir a una mayor polarización. Esto también resalta la importancia de entender cómo los medios de comunicación y las figuras políticas manipulan las emociones colectivas para movilizar a sus bases.
Los estudios sobre la psicología política también han puesto en evidencia que los comportamientos autoritarios y las tendencias hacia el populismo no son fenómenos aislados, sino respuestas emocionales y cognitivas a una percepción de amenaza o crisis social. A medida que los individuos se sienten más vulnerables o amenazados por cambios en su entorno social y económico, es más probable que se alineen con líderes políticos que promuevan una agenda autoritaria o populista. El trabajo de autores como Margaret M. Bradley y John Ibbitson refuerza la idea de que los individuos que experimentan altos niveles de ansiedad o inseguridad tienden a favorecer políticas que proponen un retorno al orden, aunque esto pueda implicar restricciones a las libertades individuales o a los derechos de las minorías.
En la actualidad, el análisis de la polarización política y sus efectos en el comportamiento electoral debe considerar no solo los factores emocionales, sino también los cambios sociales más amplios que están alterando las estructuras políticas y económicas globales. La crisis de los modelos de bienestar social y la globalización, por ejemplo, han creado un caldo de cultivo para el populismo, especialmente en contextos donde las promesas de "restaurar el orden" y "proteger a la nación" se perciben como respuestas a las inseguridades económicas y sociales.
Además de los aspectos psicológicos y emocionales, es esencial no perder de vista el papel que juegan las estructuras de poder y las dinámicas de clase social en la política moderna. Los votantes no actúan en un vacío; sus decisiones políticas están fuertemente mediadas por su contexto socioeconómico, cultural y geográfico. En este sentido, la polarización no solo es el resultado de diferencias ideológicas, sino también de la creciente desigualdad social y económica, que genera una desconexión entre las élites políticas y las bases populares.
¿Cómo influyen los factores psicológicos en la ideología política conservadora?
La relación entre los rasgos de personalidad y las ideologías políticas ha sido objeto de debate y estudio durante años. Diversos estudios han revelado que ciertos rasgos psicológicos están asociados a la tendencia de apoyar posturas conservadoras, mientras que otros están vinculados al apoyo a ideologías liberales. En este contexto, el análisis de los conservadores desde una perspectiva psicológica no solo permite comprender su comportamiento político, sino también arrojar luz sobre las motivaciones profundas que orientan sus elecciones y actitudes.
Los conservadores suelen mostrar una mayor inclinación hacia el autoritarismo, un rasgo que implica la preferencia por el orden, la jerarquía y la seguridad. Este tipo de personalidad tiende a ser menos tolerante con la ambigüedad y más reacia al cambio. Además, la inclinación hacia la obediencia y el respeto por las figuras de autoridad son características comunes. Según estudios sobre la "personalidad autoritaria", los individuos con estas características perciben el mundo como peligroso y amenazante, lo que refuerza su deseo de mantener estructuras sociales rígidas y predecibles.
El autoritarismo, sin embargo, no es un rasgo exclusivo de los conservadores. En general, las personas que valoran la seguridad y el control tienden a percibir las amenazas sociales y políticas de manera más intensificada. Esta visión del mundo como peligroso puede generar una respuesta emocional fuerte, que se traduce en un mayor apoyo a políticas de seguridad, a menudo relacionadas con el conservadurismo. En este sentido, la política conservadora se presenta como un refugio ante los desafíos percibidos del entorno social y político.
Otro aspecto relevante es la relación entre los conservadores y la idea de "pureza". Muchos estudios han encontrado que los conservadores suelen valorar más la limpieza, el orden y el respeto por las tradiciones frente a la incertidumbre o el riesgo que puede implicar la aceptación de nuevas ideas o prácticas. Este valor por la pureza está estrechamente relacionado con la forma en que los conservadores perciben las amenazas externas, tales como la inmigración, el multiculturalismo o la diversidad en general. Para ellos, el mundo debe ser categorizado en términos simples, y lo que se percibe como "extraño" o "ajeno" representa una amenaza para la estabilidad de la sociedad.
En cuanto a la interacción con la ideología política, el rasgo de "neuroticismo" también juega un papel clave. Este rasgo, caracterizado por la tendencia a experimentar emociones negativas como la ansiedad, la tristeza o la ira, está más presente en los individuos que tienden a adoptar posturas conservadoras. La sensación de estar constantemente en alerta ante los peligros de un entorno cambiante impulsa a estos individuos a buscar soluciones simples y claras, evitando la ambigüedad o la complejidad.
Es importante mencionar que, si bien la relación entre rasgos de personalidad y apoyo a ideologías conservadoras está bien documentada, no se debe reducir el fenómeno político a simples explicaciones psicológicas. Factores sociales, culturales y económicos también juegan un papel crucial en la formación de la ideología política. En particular, la división de clases sociales, la educación y las experiencias personales influyen profundamente en las opiniones políticas, aunque a menudo se solapan con los rasgos de personalidad mencionados.
El concepto de "autoritarismo" no debe confundirse con el simple deseo de orden. Si bien los conservadores valoran las estructuras estables, no todos los que tienen una inclinación autoritaria necesariamente se alinean con posturas conservadoras. De hecho, el autoritarismo puede encontrarse también en contextos más liberales, especialmente cuando se trata de grupos que buscan imponer sus valores morales o éticos al resto de la sociedad.
Finalmente, la percepción de la realidad que tienen los conservadores también está influenciada por su visión del cambio social. En general, muestran una tendencia a rechazar las reformas rápidas, percibiéndolas como peligrosas o disruptivas. Esto se debe, en parte, a la forma en que los conservadores interpretan los cambios sociales: como una amenaza a lo que consideran un orden natural o moral. Así, mientras que los liberales pueden ver los avances en derechos humanos o políticas sociales como una mejora, los conservadores pueden percibirlos como un retroceso o una dilución de los valores fundamentales de la sociedad.
El estudio de la ideología conservadora y sus raíces psicológicas permite entender mejor no solo el comportamiento electoral, sino también la dinámica de las divisiones sociales actuales. Sin embargo, es esencial abordar este fenómeno con una visión integral, que considere tanto los aspectos psicológicos como los contextos históricos, culturales y económicos. Solo así será posible comprender plenamente las complejidades que subyacen en la adopción de posturas políticas y en la evolución de las ideologías en el siglo XXI.

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