La bacteriemia por Leptotrichia es una infección poco común, pero significativa en pacientes inmunosuprimidos, especialmente en aquellos sometidos a quimioterapia de alta dosis que presentan mucositis. Este estado de inmunosupresión y daño en las mucosas favorece la entrada de estos microorganismos oportunistas en el torrente sanguíneo, originando cuadros bacterémicos complejos que requieren un diagnóstico preciso y tratamiento oportuno.

Leptotrichia spp. son bacterias anaerobias gramnegativas que habitan en la flora oral y gastrointestinal. Su identificación mediante técnicas bioquímicas rutinarias es compleja, ya que presentan características poco distintivas. Por ello, para su correcta detección se emplean métodos avanzados de biología molecular, como la secuenciación del ARN ribosomal 16S o la espectrometría de masas MALDI-TOF, herramientas que han revolucionado la microbiología clínica al permitir la identificación específica y rápida de estos patógenos.

En cuanto al perfil de susceptibilidad antimicrobiana, Leptotrichia generalmente mantiene sensibilidad a los antibióticos habituales, con excepción de algunos aislamientos aerotolerantes que pueden presentar una concentración mínima inhibitoria elevada frente a metronidazol. Hasta el momento, no se han documentado determinantes de resistencia adquirida que representen una amenaza clínica relevante, lo que facilita el manejo terapéutico en pacientes afectados.

Por otro lado, la bacteriemia por Leptotrichia suele ser subdiagnosticada por la dificultad en su aislamiento y la falta de sospecha clínica, lo que subraya la importancia de contar con laboratorios equipados con técnicas moleculares avanzadas y protocolos adecuados para su detección.

En un contexto más amplio, la presencia de estas infecciones en pacientes con quimioterapia intensiva refleja la fragilidad inmunológica y la complejidad de su manejo, ya que la mucositis actúa como puerta de entrada a bacterias que normalmente serían comensales sin consecuencias sistémicas.

Es crucial que el personal clínico comprenda la relación entre la mucositis, el estado inmunosupresor y la colonización bacteriana para anticipar posibles complicaciones. Además, la vigilancia microbiológica y el ajuste oportuno del tratamiento antimicrobiano basado en pruebas de susceptibilidad pueden evitar desenlaces adversos en esta población vulnerable.

Además de lo mencionado, es importante tener en cuenta que la detección temprana de bacteriemias atípicas como las causadas por Leptotrichia requiere una estrecha colaboración interdisciplinaria entre clínicos e infectólogos, y un alto grado de sospecha en pacientes con factores de riesgo. La evolución de las técnicas diagnósticas moleculares y la disponibilidad de sistemas como MALDI-TOF han mejorado considerablemente el pronóstico, pero no eliminan la necesidad de un enfoque integral que incluya prevención, monitorización y un tratamiento adecuado a la susceptibilidad de cada aislamiento.

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¿Cómo se diagnostican y tratan las infecciones sistémicas por Malassezia y mucormicosis en pacientes inmunocomprometidos?

El género Malassezia representa un grupo singular de levaduras lipodependientes que pueden provocar infecciones tanto cutáneas como sistémicas, incluyendo fungemia. Entre las especies más comunes aisladas de muestras clínicas destacan M. furfur, M. pachydermatis, M. sympodialis, M. globosa, M. obtusa, M. restricta y M. slooffiae. Las infecciones por Malassezia, particularmente la fungemia, se asocian con altas tasas de mortalidad y afectan mayormente a lactantes y niños inmunodeprimidos con catéteres centrales que reciben terapia con lípidos parenterales. En adultos inmunodeprimidos sometidos a nutrición parenteral total (NPT) con lípidos, la incidencia es menor, pero no inexistente. Los síntomas habituales incluyen fiebre persistente, bradicardia, apnea, trombocitopenia y obstrucción del catéter.

El diagnóstico microbiológico de Malassezia es complejo debido a su dependencia lipídica. El método más utilizado para su aislamiento es el uso de agar Sabouraud (SDA) recubierto con aceite de oliva o medios enriquecidos con ácidos grasos de cadena larga. Medios especializados como el agar Leeming y Notham, agar de Dixon modificado o agar con Tween 80 facilitan su cultivo. El agar cromogénico para Malassezia permite una diferenciación rápida, en la que las colonias de Malassezia aparecen rosadas o rosado-púrpuras, en contraste con otras levaduras que toman colores blanco, azul o verde. Morfológicamente, las colonias pueden ser cremosas o amarillentas, con una superficie lisa o ligeramente arrugada y bordes enteros o lobulados. Microscópicamente, las células de Malassezia tienen forma globosa o elipsoidal, con un modo de reproducción característico por gemación unipolar de base ancha y un collaríllo visible solo a 1000× de aumento, que recuerda las muñecas rusas apiladas. En muestras directas de raspados cutáneos teñidos con KOH y calcoflúor blanco, Malassezia furfur muestra una morfología típica llamada "espaguetis y albóndigas", compuesta por células redondeadas gemantes y formas hifales cortas.

Actualmente no existen ensayos rápidos aprobados por la FDA basados en ácidos nucleicos para identificar Malassezia en hemocultivos positivos. Sin embargo, la pared celular de Malassezia contiene galactomanano, que puede generar resultados positivos en pruebas de antígeno de galactomanano, aunque presenta niveles muy bajos de (1,3)-β-D-glucano, lo que dificulta su detección mediante este biomarcador. El tratamiento estándar de la fungemia por Malassezia implica la retirada del catéter infectado y la suspensión de la administración de lípidos parenterales, combinada con antifúngicos como anfotericina B o azoles, incluyendo itraconazol o voriconazol. En infecciones cutáneas localizadas, se emplean azoles tópicos u orales, tales como ketoconazol o fluconazol.

Por otro lado, la mucormicosis representa una infección fúngica invasiva agresiva que afecta principalmente a pacientes inmunocomprometidos, como en el caso de individuos con leucemia linfoblástica aguda sometidos a quimioterapia. La presentación clínica suele incluir lesiones cutáneas necrosantes con esfacelos negros y bordes purpúreos reticulados, frecuentemente en zonas de trauma o biopsia. El diagnóstico requiere biopsias profundas para histopatología y cultivo, donde se observan hifas fúngicas amplias, pauciseptadas y con ramificación en ángulos obtusos, característicos de Mucorales. La angioinvasión es común, lo que contribuye a la rápida progresión y necrosis tisular. Las pruebas complementarias incluyen tinción con calcofluor blanco, pruebas de PCR específicas para Aspergillus y Mucorales, y biomarcadores como el (1,3)-β-D-glucano, que suele ser negativo en mucormicosis.

El manejo terapéutico exige un abordaje multidisciplinario: desbridamiento quirúrgico agresivo de la lesión necrosada y administración inmediata de antifúngicos intravenosos, preferentemente anfotericina B liposomal. La pronta identificación y tratamiento son críticos para mejorar el pronóstico en estos pacientes con compromiso inmunológico severo.

Es fundamental comprender que tanto Malassezia como Mucorales pueden pasar desapercibidos en cultivos estándar debido a requerimientos específicos de crecimiento o a la rápida progresión clínica que demanda una actuación urgente. La sospecha clínica alta, el uso de técnicas diagnósticas especializadas y el conocimiento de las particularidades microbiológicas de estos hongos permiten un diagnóstico oportuno. Además, el papel del sistema inmune, la presencia de dispositivos invasivos y la administración de terapias nutricionales parenterales con lípidos influyen decisivamente en el riesgo y evolución de estas infecciones.

La interpretación de los resultados microbiológicos debe integrarse con la clínica del paciente, ya que la detección de levaduras o hifas en muestras puede representar colonización, contaminación o infección invasiva. Por ello, la eliminación de factores predisponentes, como catéteres infectados y lípidos parenterales, junto con un tratamiento antifúngico adecuado, conforman la base del éxito terapéutico. El manejo multidisciplinar, que involucra dermatólogos, microbiólogos, infectólogos y cirujanos, es imprescindible para la atención de estas complejas infecciones.

¿Cómo se diagnostica y trata la infección por Cyclospora cayetanensis y Strongyloides stercoralis?

Las infecciones causadas por Strongyloides stercoralis y Cyclospora cayetanensis representan un desafío diagnóstico y terapéutico, especialmente en regiones tropicales y subtropicales, aunque también se presentan en áreas no tropicales como el sureste de Estados Unidos y el sur de Europa. Ambas infecciones pueden cursar con síntomas inespecíficos, lo que dificulta su reconocimiento oportuno y adecuado.

Strongyloides stercoralis es un nematodo cuya transmisión ocurre a través de la penetración de larvas filariformes en la piel humana al contacto con suelos contaminados. Posteriormente, las larvas migran a través del cuerpo, alcanzando los pulmones y finalmente el intestino delgado, donde maduran y se reproducen. Las hembras partenogenéticas depositan huevos embrionados en la mucosa duodenal, que liberan larvas rabditoides. Estas larvas pueden ser excretadas en las heces o transformarse en larvas filariformes, capaces de causar autoinfección, perpetuando la infección durante años sin manifestar síntomas claros. Esta persistencia subclínica es especialmente peligrosa en pacientes inmunocomprometidos, quienes pueden desarrollar un síndrome de hiperinfección o una infección diseminada, ambas con alta mortalidad.

El tratamiento estándar para la estrongiloidiasis es la ivermectina, administrada en dos dosis separadas por un intervalo de 1 a 14 días en casos no complicados. En pacientes inmunodeprimidos con hiperinfección, es necesario un régimen diario hasta que las pruebas de heces y esputo resulten negativas durante al menos dos semanas, para evitar la recurrencia y eliminar completamente el parásito. Además, siempre que sea posible, se debe intentar reducir la terapia inmunosupresora.

Por otra parte, Cyclospora cayetanensis es un protozoo coccidiano que provoca la ciclosporiasis, una infección intestinal cuya fuente principal es la ingestión de alimentos frescos contaminados, especialmente productos importados como frambuesas, lechugas y hierbas. El ciclo vital de C. cayetanensis incluye la excreción de ooquistes no esporulados en las heces, los cuales requieren varios días para alcanzar su fase infectiva mediante esporulación en el ambiente. La ingestión de estos ooquistes maduros permite que los esporozoítos invadan los enterocitos del intestino delgado, multiplicándose y completando un ciclo sexual que culmina en la liberación de nuevos ooquistes.

La clínica típica incluye diarrea acuosa persistente, pérdida de peso, fatiga, náuseas y vómitos. Las personas provenientes de zonas endémicas pueden presentar infecciones asintomáticas. En inmunocomprometidos, incluyendo pacientes con VIH, la infección puede evolucionar hacia complicaciones graves, incluyendo invasión biliar. Sin tratamiento, la infección puede prolongarse por más de diez semanas, con posibilidad de recaídas.

El diagnóstico se apoya en técnicas moleculares como la PCR multiplex de parásitos intestinales y en tinciones especiales como la acidorresistente modificada para visualizar ooquistes en heces. El tratamiento de elección para la ciclosporiasis es el trimetoprim-sulfametoxazol, administrado durante 10 días. En caso de intolerancia o alergia, se pueden considerar ciprofloxacino o nitazoxanida. La prevención de la deshidratación es fundamental, especialmente en niños.

En ambos casos, un historial clínico detallado que incluya viajes recientes, cambios dietéticos y hábitos higiénicos es esencial para orientar el diagnóstico y prevenir complicaciones. La falta de lavado adecuado de productos frescos, especialmente en estaciones cálidas, incrementa el riesgo de infección por Cyclospora.

Más allá del diagnóstico y tratamiento, es crucial entender la importancia de la educación en la prevención, principalmente a través de la higiene alimentaria y la correcta manipulación de alimentos. Para las infecciones por Strongyloides, es imprescindible reconocer la potencial gravedad en pacientes inmunosuprimidos y la necesidad de vigilancia prolongada para evitar recurrencias. Por último, el seguimiento clínico y microbiológico tras la terapia asegura la erradicación y disminuye la mortalidad asociada a estas parasitosis.