Configurar un nuevo dispositivo de Apple no es una experiencia de bienvenida al futuro, sino una prueba de resistencia. Quien haya comprado un dispositivo de cientos de dólares sabe que el verdadero precio no es solo monetario, sino temporal y emocional. La complejidad absurda de la configuración, los pasos poco intuitivos, y la falta de soporte inmediato hacen que cada intento de comenzar a usar un nuevo aparato se convierta en un pequeño infierno. No es una exageración: el proceso puede extenderse durante días, con pausas interrumpidas solo por frustración o agotamiento. La experiencia es tan desgastante que uno empieza a dudar antes de realizar la siguiente compra.

El soporte técnico de Apple sigue una jerarquía tan estricta como ineficaz. Primero, un filtrador—posiblemente un adolescente con herencia hippie—recibe tu caso con una amabilidad inexperta. Después, te transfiere a un representante júnior que parece seguir un guion de cinco pasos como si su vida dependiera de no desviarse de él. Y al final, si la paciencia aguanta, un asesor sénior promete una solución que casi nunca se concreta, en parte porque las llamadas se cortan, los compromisos no se respetan y la comunicación es unilateral. El usuario debe escalar de nuevo la montaña de asistencia técnica, repitiendo datos que ya entregó a una máquina. ¿Qué sentido tiene automatizar procesos si nadie confía en la información que las máquinas recogen?

En Spectrum (antiguamente Time Warner Cable), el trato al cliente se vive como un salto al vacío. Las tarifas suben sin explicación más allá del final de un contrato. Reclamar es abrir una negociación desigual en la que la empresa cede con una mano mientras aprieta con la otra. El nuevo precio prometido solo entra en vigor cuando lo confirma por correo el “departamento de facturación”, y mientras tanto el cliente sigue pagando la tarifa inflada. Pedir una estimación clara de la nueva factura —impuestos incluidos— convierte la conversación en un absurdo teatral. El representante, casi con resignación poética, admite que “muchos clientes hacen esa misma pregunta”, como si la empresa no pudiera prever esa necesidad básica.

Network Solutions es otro ejemplo de desconexión corporativa. Cuando tu correo electrónico falla, el representante al teléfono toma nota... para luego escribirle a otro miembro del equipo técnico en lugar de transferirte directamente. El usuario queda suspendido, como esperando respuesta de una entidad lejana, sin rostro, a la que no se puede hablar ni reclamar. La desconexión es literal y simbólica: tú hablas con alguien que no tiene autoridad para ayudarte, y la persona que sí la tiene nunca entra en escena.

El verdadero abismo generacional se siente aquí. Muchos jóvenes, acostumbrados a chats impersonales y mensajes automáticos, no comprenden por qué esto irrita tanto. No vivieron una época en la que el servicio al cliente era un símbolo de orgullo empresarial, no un obstáculo burocrático. Ahora, muchas compañías han reemplazado el contacto humano por formularios digitales, donde el cliente es reducido a un ticket. El tiempo de espera se adorna con música que nadie quiere escuchar. La conversación ha sido sustituida por un sistema.

Sleep Number lleva esta lógica al extremo. Comprar una cama que cuesta casi cinco mil dólares y recibir, en esencia, dos balsas inflables con un control remoto, es una experiencia disonante. El cliente espera un producto de lujo y recibe algo que debe montar como si fuera un colchón de camping sofisticado. Pero el verdadero problema empieza después: una vez que el producto está instalado, cualquier irregularidad —como que la cama esté inclinada por usar un solo lado— genera un rosario de llamadas. En total, más de siete horas de espera, explicaciones, repeticiones y frustraciones, solo para descubrir que parte del producto no es reembolsable, porque el marco de la cama se considera “mueble”. La empresa oculta detrás de cláusulas opacas sus verdaderas intenciones comerciales. La historia cambia solo cuando se invoca el nombre del CEO en LinkedIn. De pronto, todo es posible. No es eficiencia, es miedo a la visibilidad pública.

Lo más inquietante no es que estas empresas fallen, sino que lo hagan de manera sistemática. Sus procesos están diseñados no para resolver, sino para resistir al cliente. Como si el tiempo, la energía y la cordura del usuario fueran costos colaterales aceptables. Las tecnologías que podrían mejorar la experiencia son ignoradas, o peor, utilizadas para crear una distancia aún mayor entre el cliente y quien podría ayudarlo. En vez de construir confianza, cultivan resignación.

El lector debe entender que el servicio al cliente no es un apéndice de la marca, sino su manifestación más cruda. Es allí donde se mide si una empresa respeta a su consumidor o lo considera una molestia. La atención real, humana, informada, empática —no es un lujo— es una obligación moral. Empresas que no entienden esto están condenadas, aunque tarden años en caer.

¿Por qué es esencial desconectar para evitar el desgaste físico y mental?

La obsesión por construir un negocio o alcanzar metas profesionales a menudo lleva a descuidar la salud física, como me ocurrió a mí cuando, años después de haber trabajado sin descanso, tuve que someterme a un reemplazo de cadera debido a la artritis acumulada por la falta de cuidado. La importancia de desconectar y descomprimir el cuerpo es fundamental para evitar rigidez y daño irreversible. Mi amiga Verónica, una mujer impresionante de sesenta años, también ha pasado por múltiples reemplazos articulares —cadera y rodillas— pero su actitud frente al dolor y al envejecimiento la mantiene activa y vital. Verónica no permitió que los implantes de titanio frenaran su vida; continúa haciendo senderismo, ciclismo y natación, demostrando que la edad y las limitaciones físicas no deben definir nuestra existencia.

Sin embargo, no siempre fue fácil para ella. Durante años vivió con un dolor constante que apenas le permitía caminar, y fue probando múltiples terapias hasta encontrar alivio mediante la acupuntura. Esta técnica, que combina la inserción de agujas en puntos específicos y la estimulación eléctrica para liberar espasmos, logró eliminar su dolor ciático después de solo seis sesiones. Esta experiencia evidencia que, a veces, para desconectarnos y aliviar tensiones, primero debemos conectar con métodos alternativos que recarguen nuestro cuerpo y mente.

Cada persona tiene su propia manera de recargar energías. Mientras algunos encuentran paz escribiendo, escuchando música o renovando espacios, otros prefieren actividades más dinámicas o sociales, como salir con amigos o dedicarse a un voluntariado. Por ejemplo, un amigo cercano, Chico, dedica gran parte de su tiempo a preparar comidas para personas enfermas, encontrando en el acto de dar un propósito que revitaliza su espíritu. La desconexión no es simplemente descansar, sino encontrar ese espacio personal de calma que permita recuperar el equilibrio emocional y físico.

La vida no se detiene por ser un día laboral o un fin de semana, ni por la edad que tengamos. Debemos atrevernos a tomar pausas, a convertir días comunes en momentos dedicados a nosotros mismos, sin sentir culpa o miedo a perder oportunidades laborales. El cuidado personal es un acto de valentía que evita el desgaste acelerado del cuerpo y la mente. El ejercicio regular es uno de los mejores medios para desconectar: prácticas como yoga, tai chi o pilates contribuyen a la flexibilidad, reducen el estrés y prolongan la vida. La meditación, en cualquiera de sus formas, es otra herramienta que ayuda a bajar el ritmo cardíaco y liberar tensiones profundas.

Es crucial también abandonar la idea de que estar constantemente en modo “máximo” es sinónimo de productividad o éxito. La sobreestimulación es dañina y empobrece nuestra percepción emocional. Aprender a simplificar, a “desprocesar” nuestra rutina y alimentación emocional, permite que nuestras sensaciones se vuelvan más auténticas y que nuestro cuerpo pueda respirar libremente.

Además, el desarrollo de una ética laboral sólida es indispensable para quienes buscan una carrera profesional satisfactoria. En una sociedad donde el trabajo parece perder su valor y compromiso, mantener la disciplina y responsabilidad es una ventaja competitiva y un reflejo de respeto hacia uno mismo y los demás. La actitud frente al trabajo debe estar libre de sentimientos de derecho o expectativas irreales, pues la verdadera satisfacción proviene del esfuerzo consciente y constante.

Comprender la necesidad de desconectar no solo implica descansar, sino también reconocer que la salud física y emocional es un terreno que se debe cultivar con intención y respeto. La prevención del desgaste y la promoción del bienestar son actos que requieren decisión y perseverancia para evitar consecuencias irreparables. El cuerpo y la mente funcionan en conjunto, y solo cuando les damos el espacio para recuperarse podemos alcanzar un estado óptimo de rendimiento y felicidad.