El proceso de adquisición del lenguaje en los niños es fascinante, y uno de los aspectos más intrigantes es cómo aprenden a reconocer y producir los sonidos que forman el núcleo de cualquier idioma. Desde los primeros meses de vida, los niños comienzan a interactuar con los sonidos que los rodean, no solo los provenientes del habla humana, sino también aquellos generados por el ambiente, los ruidos de los motores o los sonidos de los animales. Este aprendizaje es fundamental, ya que, a través de él, los niños no solo adquieren el lenguaje que escuchan, sino que también aprenden a diferenciar entre los signos del lenguaje y otros tipos de gestos o movimientos.

En la etapa del balbuceo, que abarca aproximadamente entre los 6 y 12 meses, los niños parecen estar practicando o jugando con los sonidos o signos. Durante este periodo, los niños no solo repiten los sonidos que escuchan, sino que también producen una gran variedad de ruidos, muchos de los cuales no son utilizados en su lengua materna. Esta etapa de adquisición lingüística parece ser universal, ya que se observa en todos los niños, independientemente de su lengua o cultura.

A medida que avanzan en el proceso, los niños comienzan a afinar su capacidad para concentrarse en los sonidos específicos de su lengua. Gradualmente, van perdiendo la habilidad de discriminar y producir sonidos que no forman parte de su lengua nativa. Este fenómeno, conocido como "efecto de la lengua materna", implica que los niños, inicialmente, son capaces de producir una amplia gama de sonidos que son comunes en diversas lenguas del mundo. Sin embargo, con el tiempo, solo conservan aquellos sonidos que son propios de su lengua, descartando aquellos que no son relevantes en su entorno lingüístico. De este modo, un niño que aprende inglés, por ejemplo, adquirirá primero sonidos que son comunes en muchos idiomas, como [m], [b], [d], [k], y solo más tarde dominará sonidos más raros como [θ] o [ð].

Un aspecto fundamental en este proceso es la noción de "clases naturales" de sonidos, que juega un papel crucial en el orden en el que los niños adquieren los sonidos. Estas clases agrupan los sonidos de acuerdo a sus propiedades articulatorias, lo que ayuda a comprender cómo los niños se enfrentan a la complejidad de los sonidos lingüísticos. En términos generales, los sonidos nasales son adquiridos con mayor rapidez, seguidos de los fricativos y africados, mientras que los sonidos labiales y velares se aprenden primero, mientras que los alveolares y alveopalatales llegan más tarde.

Para entender cómo los niños aprenden los sonidos, es importante conocer cómo se clasifican estos sonidos en las lenguas. Los sonidos del lenguaje se producen mediante la manipulación del tracto vocal en diversos puntos y de distintas maneras. Esta manipulación es estudiada por la fonética articulatoria, una rama de la lingüística que se enfoca en cómo la forma en que movemos los órganos de la articulación produce los sonidos. Además, estos sonidos se pueden clasificar de acuerdo a sus propiedades de voz, lugar de articulación y modo de articulación, lo que nos permite hacer una descripción detallada de cada consonante y vocal.

Por ejemplo, los consonantes se pueden clasificar en función de su lugar de articulación, que se refiere a dónde se produce el sonido en el tracto vocal, y su modo de articulación, que describe cómo se produce el sonido. Estos sonidos pueden ser descritos en términos de si son sonoros o sordos, y en qué lugar del tracto vocal se producen, como en los casos de los bilabiales, alveopalatales, velares, entre otros. En cuanto a las vocales, su clasificación se basa en la altura de la lengua y su posición, es decir, si se producen en la parte delantera o trasera de la cavidad bucal y si son altas o bajas. A diferencia de las consonantes, todas las vocales son sonoras.

La prosodia, que incluye aspectos como el tono, la duración, el acento y la entonación, también juega un papel fundamental en el proceso de adquisición del lenguaje. Estos rasgos sonoros pueden ser utilizados por algunas lenguas para distinguir significados, lo que implica que, más allá de los sonidos individuales, la manera en que se producen y organizan estos sonidos es crucial para la comprensión del idioma. Un niño no solo aprende a producir sonidos, sino que también debe aprender a utilizar estos elementos prosódicos para comunicarse de manera efectiva.

A lo largo de este proceso, los acentos y las variaciones regionales también influyen en cómo los niños aprenden a hablar. De hecho, todos hablamos con acento, y nuestra manera de hablar refleja aspectos de nuestra identidad social, como nuestra región de origen, clase social, etnia, género, identidad sexual y otros factores. El acento, aunque a menudo se percibe como una simple variación en la pronunciación, puede tener un impacto significativo en la percepción social de un individuo. Esto resalta la importancia de reconocer que el juicio sobre los acentos a menudo es una forma de prejuicio lingüístico, que refleja valores sociales más amplios y que debe ser cuestionado y desafiado.

Es interesante observar que, al igual que en las lenguas habladas, los signos en las lenguas de señas también pueden ser clasificados según sus propiedades articulatorias. En este caso, los signos se caracterizan por la forma de la mano, el movimiento y la ubicación, lo que refleja una similitud fundamental en la manera en que los seres humanos procesan el lenguaje, ya sea oral o gestual. La diversidad de sonidos que existen en las lenguas varía enormemente, con algunos idiomas que solo emplean 11 sonidos distintos, mientras que otros pueden utilizar hasta 150. Sin embargo, casi todos los idiomas tienen más consonantes que vocales, lo que refleja una tendencia universal en la organización del lenguaje.

Es importante recordar que, durante el periodo de balbuceo, entre los 6 y los 12 meses, los niños no solo practican una variedad de sonidos que pueden no ser utilizados en su lengua materna, sino que, con el tiempo, se enfocan en aquellos sonidos o signos específicos que forman parte de su lengua. Este proceso de "afinar" la percepción y producción de los sonidos propios de un idioma es esencial para la adquisición de la lengua y para el desarrollo de las habilidades comunicativas.

¿Cómo afectan los sinónimos, los eufemismos y los antónimos a nuestra comprensión del lenguaje y la sociedad?

El uso de sinónimos es una práctica común para los escritores, que recurren a los tesauros para encontrar palabras alternativas que puedan enriquecer su escritura. Sin embargo, quienes han utilizado un tesauro con regularidad saben que los sinónimos no siempre son intercambiables, ya que las palabras que aparentemente tienen el mismo significado no se usan de manera idéntica. Por ejemplo, “doctor” y “physician” pueden considerarse sinónimos, pero no son exactos. Puedo ser un doctor porque tengo un doctorado, pero no soy un “physician” ya que no practico la medicina. Incluso cuando las palabras significan lo mismo de manera general, varían en su nivel de formalidad. “Intelligent” y “smart” son sinónimos, pero la primera tiene un tono más formal, mientras que la segunda es más coloquial. Así, la forma en que los sinónimos se combinan con otras palabras también marca la diferencia: “street smarts” tiene sentido, pero “street intelligence” suena extraño. Esta variación se debe a cómo las palabras se agrupan naturalmente en frases, un fenómeno conocido como “colocación”.

Una colocación es una combinación de palabras que los hablantes nativos consideran que encajan naturalmente entre sí. Pueden ser combinaciones de adjetivos y sustantivos, como en “salt and pepper”, o de verbos y objetos, como en “commit murder”. En inglés, por ejemplo, solemos decir “commit murder” y no “make murder” ni “do murder”. Las combinaciones como “make a proposal” o “do research” siguen reglas similares. Incluso el verbo “catch” se usa para referirse a “un bus”, pero no “find a bus”. Existen además verbos que solo se usan con ciertas acciones: decimos “snow falls” (la nieve cae), pero no “snow drops” ni “snow descends”.

Los sinónimos no solo varían según su uso, sino también según su significado social. Palabras como “purse” y “pocketbook” pueden parecer intercambiables, pero “pocketbook” tiene una connotación de ser un término más antiguo, utilizado principalmente por personas mayores de 50 años. Del mismo modo, el uso de “hot dish” para referirse a un “casserole” no es solo una cuestión de lenguaje, sino que también refleja un sentido cultural: es un término típico de la región del Medio Oeste en los Estados Unidos.

Por otro lado, los eufemismos son sinónimos utilizados para suavizar conceptos que podrían considerarse ofensivos o inapropiados. “Make love” es un eufemismo para referirse a la relación sexual, al igual que “knocked up” para describir el embarazo. El hecho de que existan tantos eufemismos para un tema como el embarazo, como “bun in the oven” o “in the family way”, refleja cómo las sociedades intentan hacer más aceptable lo que, en principio, podría parecer incómodo o vergonzoso. A través de eufemismos, también se camuflan actividades perturbadoras: términos como “anti-personnel device” (dispositivo antipersonal) para referirse a una bomba, o “friendly fire” (fuego amigo) para describir una muerte accidental de un soldado propio en un combate.

Los insultos, por el contrario, son sinónimos con una carga negativa, utilizados para denigrar a grupos de personas. Palabras como “towel head” para referirse a los árabes, o “bitch” para referirse a las mujeres, son ejemplos claros de términos ofensivos, que no solo atacan la identidad de la persona, sino que también reflejan un contexto social y cultural de discriminación. El caso de los insultos lingüísticos asociados a los inmigrantes italianos en los Estados Unidos, como “dago” o “greaser”, ilustra cómo el lenguaje puede ser una herramienta de exclusión. La evolución de las palabras a lo largo del tiempo también juega un papel crucial. Por ejemplo, el término “squaw” ha sido objeto de controversia, ya que aunque en su origen no tenía una connotación peyorativa, con el tiempo se asoció a un significado despectivo debido a la historia de opresión de los pueblos nativos en América.

Este uso problemático de los sinónimos para crear estigmatización plantea preguntas sobre la semántica en la sociedad: ¿quién decide qué es ofensivo? Si bien algunos argumentan que una palabra como “squaw” solo se refiere a una joven mujer indígena, muchos otros insisten en que el término lleva consigo siglos de connotaciones negativas hacia los pueblos nativos. En este caso, la respuesta a la pregunta de quién tiene la autoridad para decidir si una palabra es un insulto recae en aquellos a quienes esa palabra se dirige.

En el análisis de los antónimos, encontramos una categoría de palabras que, aunque opuestas, son fundamentales para comprender cómo se estructuran las oposiciones en nuestro pensamiento. Los antónimos graduales, como “big” (grande) y “small” (pequeño), reflejan una escala de gradaciones: algo puede ser más grande o más pequeño en relación con otro objeto. En los antónimos relacionales, como “parent” (padre) y “child” (hijo), no hablamos de oposición, sino de una relación. A su vez, los antónimos complementarios, como “alive” (vivo) y “dead” (muerto), nos muestran pares binarios que se excluyen mutuamente.

Por último, al tratar la complementación en el lenguaje, es importante observar cómo el binarismo de “hombre” y “mujer” ha sido, y sigue siendo, problemático. El hecho de que la sociedad insista en clasificar a las personas dentro de estos dos grupos limita nuestra comprensión de las identidades de género y puede tener implicaciones sociales y políticas profundas. Recientemente, el Comité Olímpico Internacional tomó decisiones controvertidas sobre la participación de atletas intersexuales en las competiciones de mujeres, evidenciando cómo las categorías binarias pueden ser excluyentes y reflejar estructuras de poder en el lenguaje y la sociedad.

¿Cómo varían las lenguas según la región, el estatus social y otras identidades?

La variación lingüística es un fenómeno complejo que refleja una serie de factores sociales, históricos y culturales. Uno de los aspectos más fascinantes de la variación lingüística es cómo ciertos rasgos de pronunciación, como la /r/ post-vocálica, no solo cambian según las regiones, sino también según el estatus social, la clase social y otras identidades de los hablantes. Este fenómeno de la variación estructurada fue ampliamente estudiado por William Labov, quien demostró cómo la pronunciación del /r/ en diferentes clases sociales de Nueva York variaba significativamente, de tal modo que las personas de clases sociales más altas tendían a pronunciarla con mayor frecuencia que aquellos de clases más bajas.

Este patrón estructurado se observa en diferentes variedades del inglés alrededor del mundo. En algunas, como las variedades rhóticas, la /r/ se pronuncia, mientras que en otras, como las no rhóticas, se omite a menos que esté precedida de una vocal. Este tipo de variación no solo está relacionado con el habla, sino también con juicios de valor sociales: en los Estados Unidos, las variedades que pronuncian la /r/ suelen considerarse más prestigiosas, mientras que en el Reino Unido ocurre lo contrario. El uso o la omisión de la /r/ refleja identidades sociales profundamente arraigadas en las costumbres lingüísticas, más que en las reglas intrínsecas del idioma.

La variación regional es otro de los aspectos más comentados de la lengua, especialmente cuando se trata de acentos y vocabulario. Las diferencias entre los estados vecinos de Minnesota y Wisconsin, por ejemplo, pueden parecer superficiales, pero en realidad ilustran una característica fundamental de la lengua: las variedades lingüísticas no son homogéneas ni delimitadas estrictamente. Las lenguas se fusionan, se mezclan y se modifican de acuerdo con factores como la edad, el género, la clase social y la etnia de los hablantes.

En el caso del inglés británico, la variación regional refleja patrones históricos de conquista y asentamiento. Los ángulos, sajones y jutos, que trajeron consigo diferentes variedades de su lengua germánica en el siglo V, sentaron las bases de las divisiones dialectales en el Reino Unido. A lo largo de los siglos, la invasión de los nórdicos en el noreste de Inglaterra dejó una huella importante en las variedades lingüísticas de esa región. De manera similar, el contacto con las lenguas celtas, habladas por los galeses, escoceses e irlandeses, influyó también en el inglés británico.

Este proceso de regionalización lingüística se extendió a las Américas durante la colonización europea. En los siglos XVII y XVIII, los colonos británicos trajeron consigo sus propias variedades lingüísticas, que se asentaron en diferentes regiones de lo que hoy es Estados Unidos. De este modo, surgieron tres grandes zonas dialectales: el norte, donde predominaban los colonos de Anglia; el centro, poblado mayoritariamente por personas provenientes de las Midlands de Inglaterra; y el sur, donde se asentaron los colonos del norte de Inglaterra, Irlanda del Norte y Escocia. La expansión hacia el oeste no solo promovió la mezcla de dialectos, sino también el contacto con lenguas indígenas y el español, lo que dio lugar a un proceso de mestizaje lingüístico.

Este fenómeno de “nivelación” ocurre cuando las diferencias dialectales se desdibujan debido a la movilidad social o geográfica. En la actualidad, por ejemplo, las personas de Los Ángeles y Portland tienen un acento más similar entre sí que aquellos de Nueva York o Savannah. Esta nivelación es más pronunciada en el oeste de los Estados Unidos, donde la interacción constante entre hablantes de distintas regiones ha reducido algunas de las diferencias que aún persisten en el este del país.

De manera similar, el inglés ha viajado por todo el mundo, adaptándose a las culturas locales de Irlanda, Canadá, Australia, Nueva Zelanda y Sudáfrica, entre otros países. En cada uno de estos lugares ha surgido una variedad nacional del inglés, como el inglés australiano, sudafricano o canadiense. Estas variedades nacionales no solo tienen sus propias características fonológicas y léxicas, sino que también están influenciadas por las lenguas indígenas y las lenguas de los inmigrantes. El francés de Senegal, por ejemplo, es diferente del francés de Francia, al igual que el español de Colombia es distinto del de España. Todos estos dialectos son reglas del sistema lingüístico y no se consideran "roto" o "fracturado".

Las diferencias entre el inglés británico y el norteamericano son bien conocidas, no solo en el léxico, sino también en la pronunciación, la ortografía y la sintaxis. Términos como "elevator" en inglés americano y "lift" en inglés británico, o "boot" y "bonnet" para referirse al maletero y el capó de un coche, respectivamente, destacan las diferencias más evidentes. Además, las pronunciaciones de palabras como "dance" o "luxury" varían según la región. Estas diferencias pueden llevar a malentendidos, como cuando la palabra "pissed" significa estar borracho en el Reino Unido, mientras que en los Estados Unidos se usa para referirse a alguien enojado.

La variación sintáctica también es importante, aunque menos frecuente. Por ejemplo, en el Reino Unido es común decir "in hospital" mientras que en América del Norte se dice "in the hospital". Igualmente, los británicos suelen usar el presente perfecto, mientras que los norteamericanos prefieren el pasado simple. Además, el uso de los verbos plurales en algunos sustantivos colectivos, como "the committee are meeting" en lugar de "the committee is meeting", marca otra diferencia notable entre las dos variedades.

Lo que es importante destacar es que estas variaciones no deben ser vistas como errores o fallos en el lenguaje, sino como manifestaciones naturales de la evolución lingüística, influenciada por factores históricos, sociales y geográficos. La lengua es un reflejo de las identidades y las interacciones humanas, y como tal, todas las formas de variación son válidas y necesarias para comprender la riqueza y la diversidad de las lenguas.

¿Cómo contribuye el lenguaje a la explotación de la naturaleza y los seres no humanos?

El éxito de la industria agrícola global se presenta como benigno mediante diversas técnicas discursivas que suavizan la dureza de sus prácticas. Se utilizan eufemismos, como la expresión "viviendas" para referirse a jaulas de animales o "carne" para referirse a los cuerpos de animales sacrificados, que despersonalizan el sufrimiento y la violencia inherentes a la producción animal. Del mismo modo, los animales reproductores, como las cerdas, son comparados con maquinaria, en un intento de restarles su capacidad de sentir dolor, una estrategia que sirve para minimizar la empatía hacia seres que, en última instancia, son tratados como simples objetos de producción. Incluso el proceso mismo de matanza se eufemiza como “producción de carne”, un término que desvía la atención del acto violento que está detrás de la transformación de los cuerpos de los animales en productos alimenticios.

Una técnica discursiva igualmente prevalente es la omisión. A través de la omisión, se presenta como irrelevante o innecesaria la consideración de aquellos aspectos de la vida que podrían generar una crítica. Por ejemplo, en la industria de los productos animales, el encierro de los animales en jaulas se justifica como necesario para protegerlos de los depredadores. Sin embargo, se borra de la narrativa a los predadores más letales: los humanos que los matan. De manera similar, en algunos discursos de defensa ambiental, la responsabilidad humana queda oculta. Decir que los altos niveles de dióxido de carbono contribuyen al cambio climático es cierto, pero no se menciona que esos niveles son producto directo de la acción humana. Lo que se omite son las instituciones, las corporaciones y las personas que producen dichos niveles de dióxido de carbono.

Vandana Shiva, activista y física india, hace una crítica contundente al discurso de la agribusiness global: “Cuando se otorgan patentes sobre semillas y plantas, como en el caso del basmati, el robo se define como creación y salvar y compartir semillas se define como robo de propiedad intelectual”. Esta frase revela cómo el lenguaje es utilizado para reconfigurar la realidad, permitiendo que los actos de explotación sean vistos no como un robo o una injusticia, sino como una legítima apropiación del conocimiento o de los recursos.

Este tipo de discursos no determina de manera directa cómo vemos el mundo, ni nos obliga a actuar de una forma específica. Sin embargo, su uso cotidiano puede contribuir a crear una cosmovisión que favorezca la explotación del mundo natural en beneficio de los intereses humanos, justificando incluso la destrucción de ecosistemas por considerarlos solo recursos para el desarrollo humano. La visión de la excepcionalidad humana y la centralidad de la humanidad en el mundo contribuye no solo a nuestra creciente destrucción de formas de vida no humanas, sino también a la creencia de que esta destrucción está justificada si genera beneficios para los seres humanos.

El trabajo de los ecolingüistas, aunque varía, va más allá de criticar el discurso que promueve la destrucción ecológica. Se trata de despertar la conciencia sobre ese discurso. Según Stibbe (2015), los lingüistas eco-críticos se esfuerzan por “revelar las historias ocultas que existen detrás y entre las líneas” con el objetivo específico de cuestionarlas para determinar si fomentan la destrucción o la protección de los ecosistemas que son fundamentales para la vida. Los ecolingüistas nos ayudan a comprender que nunca hemos estado separados de la naturaleza ni hemos controlado las partes no humanas de ella, sino que siempre hemos estado inextricablemente ligados a esas partes y a toda la naturaleza.

Parte de este esfuerzo también se centra en resaltar discursos que nos inspiren a cuidar el mundo natural y a permitir que todos los seres, no solo los humanos, sobrevivan y prosperen. Un ejemplo de ello son las poesías que exaltan la naturaleza y nos alientan a reflexionar sobre nuestra relación con ella, no desde un punto de vista de dominio, sino desde una perspectiva de coexistencia y respeto mutuo.

En los estudios ecolingüísticos, se hace necesario examinar no solo el lenguaje utilizado en la publicidad, la agronegocios, el ecoturismo y la industria de los productos animales, sino también entender cómo este lenguaje construye realidades. Es fundamental reconocer cómo el discurso puede transformar la percepción de las personas sobre la naturaleza y sobre las relaciones entre los seres humanos y otras formas de vida. Es igualmente relevante comprender que el lenguaje, lejos de ser un reflejo neutro de la realidad, juega un papel activo en la construcción de la misma. Al analizar los discursos, los ecolingüistas buscan identificar aquellos que fomentan la explotación y la destrucción, así como aquellos que tienen el poder de cambiar nuestra relación con el mundo natural para fomentar la sostenibilidad y la protección del medio ambiente.