La obra La Personalidad Autoritaria (Adorno, Frenkel-Brunswick, Levinson, Sanford) se ha consolidado como uno de los estudios más influyentes en las ciencias sociales, citada en miles de ocasiones y generando una amplia reflexión sobre las dinámicas de poder, ideología y la susceptibilidad humana ante el autoritarismo. Este trabajo se gestó en un contexto de gran tensión histórica, marcado por los horrores del Holocausto y la expansión del fascismo en Europa. Los autores plantearon una serie de interrogantes que siguen siendo relevantes hoy en día: ¿Por qué ciertas personas son tan receptivas a los mensajes de líderes autoritarios? ¿Cómo el fascismo logró encontrar tierra fértil en múltiples países? ¿Qué características hacen a ciertos individuos más vulnerables a ideologías extremas como el racismo y el antisemitismo?

Los autores de La Personalidad Autoritaria buscaban comprender la naturaleza de lo que llamaban "hostilidad irracional", que describían como la raíz de muchos de los prejuicios y comportamientos antisociales presentes en sociedades democráticas. Según ellos, el objetivo no era solo describir estos prejuicios, sino también encontrar formas de erradicarlos. Para ello, identificaron un tipo de personalidad que se caracteriza por un conjunto de creencias y predisposiciones que la hacen particularmente susceptible a la propaganda autoritaria y los discursos de odio. Esta personalidad no solo está marcada por actitudes xenófobas, racistas o antidemocráticas, sino por una disposición más profunda que afecta el comportamiento y las relaciones sociales.

El estudio proponía que los individuos con esta personalidad autoritaria compartían un patrón común de mentalidad, lo que los hacía particularmente peligrosos para las aspiraciones democráticas y la convivencia civilizada. De acuerdo con los autores, las personas que mostraban una fuerte predisposición hacia la propaganda fascista no constituían un grupo heterogéneo, sino que poseían una serie de características psicológicas similares que merecían atención especial. En otras palabras, se trataba de un "tipo" de persona distinto que, por sus características particulares, se adhería más fácilmente a ideologías totalitarias.

La metodología utilizada por los autores fue diversa y reveladora. Utilizaron una combinación de pruebas psicométricas, entrevistas clínicas y observación de respuestas ante una serie de imágenes y preguntas. Una de las herramientas más llamativas fue el Test de Apercepción Temática (TAT), en el cual los participantes debían contar historias basadas en imágenes que se les presentaban, de las cuales los investigadores podían extraer elementos cruciales sobre sus necesidades, deseos y conflictos internos. Las historias revelaban no solo las actitudes explícitas de los participantes, sino también aspectos más profundos de su psique, reflejando lo que los autores consideraban como el "tipo de personalidad" proclive a la hostilidad irracional.

Además de este enfoque, también se emplearon preguntas proyectivas que eran diseñadas para ser emocionalmente provocativas, con el fin de exponer deseos, impulsos y tensiones psíquicas subyacentes. Ejemplos de estas preguntas incluían: "¿Qué deseos tienes que te resultan más difíciles de controlar?" o "Si supieras que solo te quedan seis meses de vida, ¿cómo pasarías ese tiempo?" A través de estas interrogantes, se buscaba ir más allá de la superficie para explorar las motivaciones profundas que guían el comportamiento autoritario.

La recopilación de datos también incluyó entrevistas clínicas más directas, en las que los participantes eran cuestionados sobre aspectos fundamentales de su vida personal, como la familia, la infancia, la religión, las relaciones sociales y, por supuesto, sus puntos de vista sobre las minorías y el racismo. Preguntas tales como: "¿Qué grupos raciales te desagradan más?" o "¿Piensas que los judíos son una amenaza real o solo una molestia?" eran formuladas con el fin de explorar no solo las creencias explícitas, sino también las dinámicas emocionales y psicológicas que sustentaban esos prejuicios.

Sin embargo, la parte más influyente de La Personalidad Autoritaria es el conjunto de encuestas estructuradas que se aplicaron a más de 2,000 participantes. En lugar de dejar que los participantes respondieran libremente, las encuestas ofrecían opciones limitadas (como "totalmente de acuerdo", "de acuerdo", "ni de acuerdo ni en desacuerdo", "en desacuerdo", "totalmente en desacuerdo"). Estas respuestas cerradas fueron utilizadas para medir diversas actitudes, tales como el antisemitismo (medido mediante la escala A-S), el etnocentrismo (escala E), las opiniones políticas y económicas (escala PEC) y las tendencias antidemocráticas (escala F). En particular, la escala F fue vista como la más reveladora, ya que se enfocaba en las predisposiciones hacia el autoritarismo y los prejuicios antidemocráticos.

Este análisis reveló que los prejuicios no eran simplemente opiniones superficiales sobre grupos específicos, sino que formaban parte de un patrón psicológico más amplio. Las personas que mostraban hostilidad hacia un grupo minoritario tendían a ser igualmente hostiles hacia otros, lo que sugiere que el problema no era tanto el objeto de odio, sino la estructura psíquica de la persona que albergaba estos prejuicios.

Es crucial entender que el estudio de la personalidad autoritaria no solo revela la predisposición a adherirse a ideologías fascistas o antidemocráticas, sino que también señala un aspecto fundamental del comportamiento humano: la forma en que las personas se relacionan con el poder, la autoridad y la jerarquía. La personalidad autoritaria se alimenta de la necesidad de control, de la conformidad con las normas establecidas y de la rigidez en las creencias. Es un tipo de personalidad que busca certeza en un mundo incierto y que tiende a rechazar la pluralidad de opiniones y la complejidad de las diferencias sociales.

La importancia de este estudio radica no solo en identificar ciertos patrones de pensamiento y comportamiento, sino en reconocer cómo esos patrones pueden manifestarse en la sociedad, particularmente en momentos de crisis política y social. Es fundamental que los lectores comprendan que la personalidad autoritaria no es algo exclusivo del pasado, sino que puede surgir en cualquier contexto donde las condiciones sean propicias para el autoritarismo. Reconocer estos signos a tiempo puede ser clave para prevenir la expansión de ideologías peligrosas y proteger los valores democráticos.

¿Cómo la Autoridad y la Cultura Dominante Están Siendo Reconfiguradas por la Política Actual?

La figura de la autoridad ha evolucionado notablemente en el contexto de las democracias modernas. El objetivo primario de las autoridades ya no es simplemente preservar la cultura interna dominante. En la actualidad, desde una perspectiva securitaria, las autoridades son cada vez más proclives a simpatizar con los de fuera, a tolerar niveles elevados de inmigración no deseada, a permitir que entidades supranacionales sustituyan el control local, a ignorar las necesidades de las fuerzas armadas y policiales, y a otorgar tantos derechos y privilegios a los extranjeros que los miembros del grupo cultural predominante sienten que ya no pertenecen a su propio país. Esta tendencia refleja un cambio profundo en cómo las élites políticas gestionan la soberanía y la identidad cultural nacional.

Un ejemplo claro de este fenómeno se observa en el Reino Unido, donde las autoridades permitieron que Bruselas socavara la soberanía británica, lo que abrió la puerta a una oleada de inmigrantes que, en la visión de los securitarios, debilitó irrevocablemente la cultura británica. De manera similar, en los Estados Unidos, las autoridades han perseguido el globalismo, el multiculturalismo, la ayuda exterior, la inmigración y los acuerdos comerciales multilaterales durante décadas sin considerar cómo estas políticas hacían a la tradicional América blanca más vulnerable. Para los securitarios, la política exterior y las decisiones internas parecen favorecer a los extranjeros sobre los nacionales, y por ello veneran a los líderes que, en su opinión, resisten estas presiones globalistas y defienden los intereses de los autóctonos.

El securitarismo, un enfoque político que pone el énfasis en la defensa de la identidad nacional frente a amenazas externas, se caracteriza por un fuerte rechazo a la inmigración descontrolada y una desconfianza hacia las estructuras supranacionales que limitan la soberanía estatal. Este grupo se distingue por su visión de que la preservación de la cultura nacional y la seguridad interna son prioridades inquebrantables.

En cuanto a las diferencias sociopolíticas dentro de los seguidores de Donald Trump, un análisis reciente reveló cómo sus simpatizantes pueden ser clasificados en subgrupos según los problemas que consideran más importantes. En una encuesta de abril de 2019, se identificaron cuatro grandes categorías dentro de los seguidores más fervientes de Trump. El grupo más grande, con un 28%, estaba compuesto por aquellos que consideran la inmigración como el tema principal, seguidos por los que priorizan la defensa nacional y la seguridad, representando el 19.4% del total. Otros grupos que mencionaron temas como los derechos religiosos, las armas, el aborto, la salud económica o la sanidad componían entre el 5% y el 10%, mientras que aquellos que se preocupan por el déficit federal, la falta de patriotismo y el comercio constituían menos del 2%.

Una vez que estos seguidores se agruparon, se crearon etiquetas para describir las distintas tendencias. Los que se preocupaban principalmente por la inmigración, la seguridad nacional, las armas y el orden público se autodenominaron "securitarios". Aquellos que priorizaban los derechos religiosos, el aborto o los derechos de los homosexuales se agruparon bajo el término de "guerreros sociales". Los que veían como primordial la salud económica, el cuidado de la salud o el comercio se identificaron con las preocupaciones económicas, mientras que los que consideraban el gasto del gobierno, los impuestos y el déficit como los temas cruciales se denominaron "tea partiers".

Este esquema de categorización refleja la compleja naturaleza de la política actual en los Estados Unidos, donde las preocupaciones por la seguridad nacional, la identidad cultural y las diferencias económicas se entrelazan. En la base de estas divisiones se encuentran posturas profundamente críticas hacia el gobierno, especialmente en lo que respecta a su manejo de la inmigración y las políticas globalistas. La figura de Trump, como líder que desafía el statu quo, se erige como un símbolo de resistencia a estas tendencias y un referente para aquellos que se sienten desplazados por las decisiones políticas de las élites gobernantes.

Es importante tener en cuenta que, más allá de las etiquetas, estos grupos representan una fragmentación del apoyo popular hacia una figura como Trump, cuyas políticas se perciben como una respuesta a lo que muchos ven como un desajuste entre las élites políticas y la población general. Sin embargo, esta división también pone en evidencia la complejidad de los problemas a los que se enfrenta una sociedad moderna: la tensión entre el globalismo y el nacionalismo, entre la inclusión y la exclusión, y entre la seguridad interna y la cooperación internacional.

Al leer estos análisis, es crucial comprender que la política no es un fenómeno homogéneo y que las motivaciones de los individuos que apoyan a un líder como Trump son multifacéticas. No se trata solo de una oposición a la inmigración o al multiculturalismo, sino también de un profundo malestar con las instituciones que parecen haber perdido el contacto con los intereses nacionales en aras de un cosmopolitismo que muchos perciben como una amenaza existencial a su forma de vida.