Soy una hembra de salmón Chinook. Ahora que he alcanzado la madurez, estoy lista para realizar el largo viaje de regreso a casa, junto con el resto de los salmones, para desovar (poner mis huevos y permitir que sean fertilizados). Nadie sabe cómo encontramos el camino de regreso. ¿Será la corriente oceánica, las estrellas, el Sol, el campo magnético de la Tierra o mi agudo sentido del olfato? Lo cierto es que simplemente sabemos que debemos regresar.
Pasamos dos meses viajando, recorriendo hasta 56 kilómetros por día, consumiendo peces pequeños, camarones y calamares para ganar peso y hacernos más fuertes. Al acercarme al río, dejo de comer, concentrándome únicamente en nadar contracorriente. La fatiga es palpable, pero no puedo detenerme. Mi cuerpo comienza a cambiar, mis escamas se oscurecen al entrar en agua dulce, mientras que las de los machos se iluminan. Esta es la primera señal de que algo grande se avecina.
Durante el viaje, los peligros son constantes. Orcas (ballenas asesinas) nos persiguen, pero muchos logran escapar. Si percibimos la presencia de leones marinos, nadamos a gran velocidad para evitarlos. Las cicatrices y arañazos en mi cuerpo son testigos de los muchos encuentros cercanos con la muerte. Los humanos también han creado una trampa en forma de presa hidroeléctrica. Para los salmones que intentan saltar sobre la presa, la fatiga puede ser fatal. Algunos logran escalar la escalera de peces, otros caen y mueren exhaustos.
Cuando finalmente llego al río, el último desafío me espera: el cruce de rápidos. En el agua turbia y removida por la tala de árboles y el dragado, mis branquias se atascan con sedimentos y no puedo respirar con normalidad. Si esto persiste, la falta de oxígeno me matará. Afortunadamente, logro saltar, impulsada por la fuerza de mi poderosa cola. No obstante, los osos y las águilas acechan, esperando atraparme mientras intento llegar al lugar seguro para reproducirme. Algunos salmones no tienen tanta suerte; los osos los devoran, y las águilas los arrastran desde el aire.
Al llegar a un lugar adecuado en el río, el agotamiento me consume. Elijo cuidadosamente el lugar para construir mi nido, o "redd". Necesito una zona donde el agua fluya suavemente, con rocas que me proporcionen protección y un lecho de grava donde mis huevos estén a salvo de los depredadores. Aquí, bajo el agua cristalina, coloco mis 8,000 huevos. Para hacer una pequeña cavidad en la que los depositaré, giro sobre mi costado y agito mi cola de un lado a otro. Después de depositar mis huevos, el macho me acompaña para fertilizarlos con su esperma. Cubro los huevos con grava, protegiéndolos hasta que llegue el momento de que mis crías nazcan.
Finalmente, tras cumplir con mi propósito de reproducirme, mi vida llega a su fin. La fatiga es extrema y mis fuerzas se desvanecen poco a poco. Mientras mis crías permanecen bajo la protección de la grava, yo, la madre, ya no estaré para guiarlas. Mi única oportunidad de reproducirme ha pasado, y la muerte es el precio que pago por asegurar la continuación de mi especie.
En este arduo viaje de supervivencia, lo que resulta más sorprendente es la constancia del ciclo de la vida. Las fuerzas de la naturaleza, tanto las visibles como las invisibles, nos guían hacia un fin inevitable, pero esencial para el equilibrio ecológico. Lo que es aún más impresionante es cómo esta lucha por la supervivencia no solo afecta a los salmones, sino también a las especies que dependen de ellos: osos, águilas, y otros animales que se alimentan de ellos, formando una cadena alimentaria que sostiene todo el ecosistema.
En este mundo acuático, los peligros no solo provienen de los depredadores, sino también de la intervención humana, como la contaminación del agua y las presas artificiales que interfieren con el flujo natural de los ríos. Para los salmones, cada salto contra la corriente es una victoria, pero también es una lucha que, en muchos casos, termina en sacrificio. A pesar de ello, la naturaleza sigue su curso, implacable e inmutable.
¿Cómo logran los mamíferos marinos mantenerse bajo el agua sin ahogarse?
Los mamíferos marinos, como las ballenas y los delfines, son criaturas fascinantes que desafían las leyes naturales del reino animal. A pesar de pasar toda su vida en el agua, necesitan respirar aire, igual que los humanos, ya que no poseen branquias como los peces. Esto los obliga a salir a la superficie periódicamente para tomar aire y oxígeno, vital para su supervivencia. Este acto, aparentemente sencillo, es en realidad un proceso complejo y vital que involucra habilidades impresionantes de control respiratorio.
Cuando una ballena se prepara para sumergirse en las aguas profundas, sus orificios nasales, conocidos como espiráculos, se cierran herméticamente para evitar la entrada de agua. Sin embargo, las ballenas no permanecen bajo el agua indefinidamente; aunque pueden aguantar la respiración durante largos períodos de tiempo, necesitan salir a la superficie para tomar un respiro de aire fresco. En una inmersión, una ballena puede estar sumergida entre varios minutos y varias horas, dependiendo de la especie y de la profundidad de la inmersión.
Un ejemplo notable de capacidad respiratoria en el mundo marino es la ballena de pico de Cuvier, que tiene la capacidad asombrosa de aguantar la respiración durante 85 minutos, lo que le permite realizar inmersiones de hasta 2,000 metros de profundidad. Durante estas inmersiones, la ballena no está completamente dormida; en lugar de eso, su cerebro sigue parcialmente activo, permitiéndole controlar su respiración. De este modo, las ballenas y delfines no pueden experimentar un sueño profundo como nosotros. Por el contrario, duermen en breves períodos, manteniendo la vigilancia necesaria para respirar.
Una ballena o delfín puede sumergirse a grandes profundidades, donde el control de la respiración se vuelve aún más crucial. Mientras más profundo y más tiempo permanezcan bajo el agua, más difícil es mantener un suministro constante de oxígeno. Sin embargo, las especies que habitan en zonas frías, como las orcas, enfrentan riesgos adicionales. Cuando las aguas se congelan durante el invierno, las ballenas deben encontrar fisuras en el hielo para subir a la superficie y respirar. Es aquí donde especies como la ballena de cabeza de flecha muestran su increíble capacidad: con su gigantesco cráneo, pueden abrir agujeros en el hielo de más de 30 centímetros de grosor, asegurando un acceso adecuado al aire incluso en condiciones extremas.
Mientras tanto, en las profundidades marinas, otros animales marinos tienen formas insólitas de adaptarse y defenderse. El pez anguila, por ejemplo, tiene un método singular para protegerse cuando se ve amenazado: produce una gran cantidad de baba viscosa, que se convierte en un gel espeso al entrar en contacto con el agua. Este gel puede sofocar a un depredador, cubriéndole las branquias o la boca, lo que lo mata en cuestión de minutos. Aunque repulsivo, este mecanismo es una de las formas más efectivas de defensa en el mundo marino.
Los peces, como el pez gatillo, también tienen mecanismos de defensa igualmente sorprendentes. Cuando sienten una amenaza, su espina dorsal dorsal se eleva y se bloquea, actuando como una especie de trampa para atraparse en las grietas de las rocas o el coral. Esta estrategia les permite escapar de los depredadores y protegerse mientras permanecen seguros en su refugio.
No todo es lucha y defensa en el océano. En las aguas profundas, muchas especies de peces se agrupan en grandes cardúmenes. Esta formación de seguridad les permite compartir la vigilancia y aumentar las posibilidades de detectar a un depredador a tiempo. La cooperación en grupo es una de las estrategias más efectivas que los peces han desarrollado para sobrevivir, con más de 200 pares de ojos vigilantes al acecho de cualquier amenaza.
En este contexto, la adaptación de los mamíferos marinos para controlar su respiración y la capacidad de otros seres marinos para defenderse de los depredadores resaltan la increíble diversidad de estrategias de supervivencia en el océano. Estos animales muestran que, a pesar de los desafíos y de las amenazas constantes, han encontrado formas sorprendentes de adaptarse a su entorno, utilizando sus capacidades físicas y mentales de manera sobresaliente.
Es importante destacar que estos métodos de supervivencia no son exclusivos de los mamíferos marinos. El ambiente submarino está lleno de criaturas que emplean técnicas únicas para sobrevivir en condiciones extremas. Cada especie ha desarrollado sus propios mecanismos de defensa, respiración o alimentación, lo que refleja la complejidad de la vida en el océano.
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