Para comenzar el proceso de desmantelamiento de la burocracia federal, Trump emitió rápidamente órdenes ejecutivas que establecían principios generales para guiar el enfoque de su administración. Todo costo nuevo debía ser compensado con ahorros en otro lugar, mientras que por cada nueva regulación emitida, se retirarían dos. El efecto de estas acciones fue en parte teatral (un conjunto de regulaciones no necesariamente tiene el mismo impacto que otro, por lo que retirar diez puede tener menos impacto que imponer una), pero marcó una dirección clara. Además, Trump designó a una serie de directores de agencias con antecedentes de desdén hacia los esfuerzos regulatorios de sus propias agencias. Scott Pruitt, como Fiscal General de Oklahoma, lideró los esfuerzos para demandar a la Agencia de Protección Ambiental (EPA), resistiendo varias regulaciones de la era Obama. Posteriormente, Trump nombró a Pruitt para dirigir precisamente la EPA que él mismo había desafiado con tanta firmeza. Esta nominación generó una gran atención, pero también suscitó dudas sobre las tensiones entre las misiones de los departamentos y las inclinaciones ideológicas de muchos de los seleccionados por Trump. Betsy DeVos en Educación, Ryan Zinke en el Departamento del Interior, Tom Price en Salud y Servicios Humanos, Rick Perry en Energía y Ben Carson en Vivienda y Desarrollo Urbano, todos enfrentaron preguntas sobre su competencia para dirigir departamentos dado su antagonismo hacia las misiones de esos mismos departamentos.
La orientación general de Trump y el fervor ideológico de muchos de sus designados desataron esfuerzos extensivos para reducir la regulación gubernamental. La campaña de Pruitt contra la regulación del cambio climático, asistido por Zinke en el Departamento del Interior y Perry en Energía, recibió una amplia cobertura mediática. Esfuerzos de alto perfil como la derogación del Plan de Energía Limpia de Obama, que prometía limitar las emisiones de gases de efecto invernadero de las plantas de energía, y la revisión de los planes para los estándares de eficiencia de combustible, fueron acompañados de una serie de cambios como los retrasos en las nuevas regulaciones de las Aguas de los Estados Unidos, la agilización de los procesos de aprobación de nuevos productos químicos y la simplificación de las revisiones medioambientales para proyectos de infraestructura. El desarrollo y la producción de combustibles fósiles se vieron claramente priorizados en las decisiones de abrir más tierras federales y aguas frente a la costa para la perforación, reducir el tamaño de algunos monumentos nacionales, aprobar oleoductos y revocar las reglas sobre el fracking. El 1 de junio de 2017, Trump dio un impulso adicional a estas acciones nacionales al retirar la cooperación de los EE. UU. del Acuerdo de París de 2015 sobre el cambio climático, argumentando que era “injusto” para Estados Unidos y no protegía eficazmente el medio ambiente. Según sus palabras, "El Acuerdo de París socavaría nuestra economía, paralizaría a nuestros trabajadores, debilitaría nuestra soberanía, impondría riesgos legales inaceptables y nos pondría en una desventaja permanente frente a otros países del mundo."
La desregulación también se extendió al sector financiero. La administración Trump fue consistentemente amigable con los bancos en sus decisiones, trabajando para aflojar las regulaciones impuestas a la industria financiera después del colapso de 2008. Se hicieron varios esfuerzos para reducir el impacto de la legislación Dodd-Frank de 2010, como simplificar las "pruebas de estrés" de los bancos diseñadas para garantizar mejor su longevidad y reducir las investigaciones y procedimientos de ejecución de la Oficina de Protección Financiera del Consumidor (CFPB). Estos esfuerzos fueron reforzados por la aprobación por parte del Congreso de la Ley de Crecimiento Económico, Alivio Regulatorio y Protección al Consumidor de 2018, que relajó la regulación de los bancos pequeños y medianos, eximiéndolos de las pruebas de estrés. Las medidas sobre cuestiones laborales también tendían a favorecer a los negocios. La administración debilitó muchas de las protecciones laborales, como los regímenes de inspección de seguridad en minas y la regulación de sustancias peligrosas en el lugar de trabajo.
El poder ejecutivo también se utilizó para llevar a cabo una campaña sostenida para socavar el Obamacare, tal como se esperaría de un presidente republicano dada la oposición decidida de su partido a la ley desde su promulgación en 2010. Trump utilizó el poder ejecutivo para reducir el período de inscripción en los programas de seguros a través de los intercambios de la ACA. Se recortaron los fondos para los programas de marketing diseñados para informar a las personas sobre las oportunidades disponibles y ayudar a los consumidores a encontrar cobertura. En cada caso, estas medidas parecían reducir la inscripción. Trump también utilizó el poder ejecutivo en octubre de 2017 para eliminar una serie de subsidios denominados reducciones de costos compartidos. Estos CSRs ayudaban a los de bajos ingresos a pagar los costos de atención médica cuando necesitaban tratamiento y proporcionaban una mayor garantía a las aseguradoras de que los de bajos ingresos podrían ser asegurados de manera rentable. Además, Trump cambió las reglas para debilitar la calidad de los planes básicos en cuanto a los beneficios de salud que los paquetes de seguros debían ofrecer y las protecciones al consumidor disponibles. Presentado como una forma de dar mayor flexibilidad a las aseguradoras y a los estados, la administración rebajó la calidad del plan exigido por el gobierno.
¿Cómo deben juzgarse estos esfuerzos de reforma? Sin lugar a dudas, Trump utilizó las acciones ejecutivas y el proceso legislativo para socavar algunos aspectos del Obamacare. Sin embargo, gran parte de la estructura básica de la ACA permanece intacta, como los intercambios de seguros de salud, la existencia de estándares nacionales para los planes de seguros, los principales subsidios para las primas de los consumidores y la expansión asociada de Medicaid. Una interpretación de los cambios modestos confirma ambos aspectos que definen la presidencia de Trump como algo ordinario: por un lado, constituyen un fracaso básico para interrumpir y reformar de manera fundamental el statu quo de la atención sanitaria y, por otro, los ajustes marginales que se han realizado son muy típicos de una dirección republicana.
Las tendencias de desregulación similares pueden identificarse en agencias encargadas de la educación, los medios de comunicación y la agricultura. Trump heredó una oportunidad extraordinaria derivada de los propios esfuerzos de su predecesor para expandir el poder ejecutivo. Muchas de las acciones de Obama en sus últimos años fueron realizadas a través de la acción ejecutiva. Argumentando que "no podemos esperar", hizo cambios notables en las políticas medioambientales, de salud y de inmigración mediante órdenes a la burocracia sobre cómo interpretar y aplicar las leyes existentes. En algunos aspectos, esto fue una respuesta lógica a un Congreso republicano resistente, pero el uso del poder ejecutivo por parte de Obama hizo que sus acciones fueran vulnerables a una pronta reversión por parte de un sucesor que no las apoyara. Obama concentró más poder en la presidencia a corto plazo, pero al mismo tiempo estableció el potencial para que sus sucesores desmantelaran sus logros. Trump aprovechó esta oportunidad para desmantelar con gusto el legado regulatorio vulnerable de Obama, emitiendo una serie de acciones ejecutivas para hacerlo. Los republicanos en el Congreso pasaron la mayor parte de los últimos años de Obama condenando estas acciones y ahora apoyaron al nuevo presidente en sus esfuerzos para revertir la expansión del control regulador del gobierno federal.
Además de estas medidas de desregulación, Trump también persiguió los métodos clásicos republicanos para reducir el tamaño del gobierno. Al tomar posesión, anunció una congelación de contrataciones federales. Utilizado por primera vez en la administración Nixon y con mayor efecto en la administración Reagan, dejar los puestos vacíos puede interrumpir las estructuras, así como la administración del gobierno, y reducir el gasto. Este enfoque claramente tuvo éxito para Trump, aunque algunos republicanos expresaron escepticismo sobre su capacidad para dirigir los departamentos en una dirección conservadora si no nombraba líderes adecuados.
¿Cómo la Estrategia Comunicacional de Trump Redefinió el Relacionamiento con los Medios?
La estrategia comunicacional de Donald Trump rompió con las normas establecidas de la política tradicional, convirtiéndose en un referente de cómo se puede utilizar la comunicación para dominar el discurso público. Trump no se limitó a ser un líder que simplemente reaccionaba a las noticias; él buscaba generar su propia narrativa, colocar a sus opositores en un segundo plano y, por encima de todo, asegurarse de que siempre fuera él quien estuviera en el centro de la atención. Esto lo hacía de una manera inusitada, y en muchos casos, provocadora.
Uno de los pilares de su enfoque era la creación de controversia. Mientras que la mayoría de los políticos se esforzaban por evitar conflictos públicos o declaraciones que pudieran generar escándalos, Trump entendió que el conflicto era su aliado. Al generar polémicas, él no solo ganaba cobertura mediática, sino que la amplificaba, reforzaba su mensaje y lograba que su figura fuera la protagonista de la conversación política. El escándalo, en lugar de dañarlo, consolidaba su presencia. Esta actitud era un medio para un fin: la completa dominación del espacio mediático.
La naturaleza de la comunicación de Trump era, sin duda, personalista. Para él, no era su agenda política lo que importaba, sino su imagen como líder decisivo y audaz. El presidente de Estados Unidos, en su visión, debía ser la figura central del relato, y sus acciones, como las órdenes ejecutivas, se presentaban como símbolos de un hombre que cumplía con su mandato de cambio. Estos actos no solo eran decisiones políticas, sino actuaciones cuidadosamente orquestadas para obtener titulares y fortalecer su marca personal. Firmar una orden ejecutiva, por ejemplo, se convirtió en un acto casi teatral, donde el presidente pasaba a ser un héroe que transformaba el sistema político con su simple "golpe de pluma".
Una de las estrategias más claras de Trump fue presentar su figura como un "outsider", alguien que se oponía y desafiaba al sistema político establecido. A pesar de haber llegado a la Casa Blanca, su narrativa de rechazo a la política tradicional no solo se mantenía, sino que se reforzaba con cada enfrentamiento público con otros actores políticos, tanto de su propio partido como de la oposición. Trump usaba los conflictos con figuras clave del Partido Republicano, los tribunales, los medios de comunicación, el FBI y otras instituciones para proyectarse como el único representante genuino del pueblo, alguien que se mantenía firme contra el "sistema corrupto".
Trump también supo aprovechar cuestiones divisivas dentro de su propio electorado, como la inmigración, el comercio y la corrección política, para posicionarse como un defensor de los intereses de su base, aun cuando esto significara desafiar a las élites de su partido. En su discurso, la política se convertía en un acto simbólico, una lucha constante contra lo que él consideraba la "corrección política" y la élite que no entendía ni representaba a los "verdaderos" estadounidenses. La controversia en torno al tratamiento de temas como el racismo y las protestas contra la brutalidad policial, o su apoyo implícito a los manifestantes supremacistas blancos en Charlottesville, son ejemplos de cómo Trump utilizaba estos momentos para consolidar su imagen de líder dispuesto a desafiar las normas.
La relación de Trump con los medios de comunicación fue igualmente disruptiva. Mientras que la mayoría de los presidentes intentaban mantener una relación relativamente cordial con los medios, Trump no solo rompió esa norma, sino que la utilizó a su favor. Su retórica hacia los medios fue agresiva y constante, acusándolos de ser parte de un "sistema corrupto" y calificando su cobertura de "noticias falsas". Este enfrentamiento no solo le permitió distanciarse de la crítica, sino que también lo colocó nuevamente como el centro de la atención, una estrategia que se mostró efectiva para ganar apoyo entre sus seguidores y para mantener la narrativa en sus términos.
Es crucial entender que, más allá de la confrontación con las instituciones y los medios, Trump logró mantener su base movilizada y alineada con su mensaje. El presidente se posicionó como el único defensor de los intereses de los estadounidenses comunes, presentándose como un líder que no temía desafiar a las estructuras de poder. Esta táctica, aunque polémica y a menudo divisiva, jugó un papel central en su éxito electoral.
Lo que se debe comprender es que, más allá de los escándalos y la controversia, la comunicación de Trump no fue solo una cuestión de estilo; fue una estrategia diseñada específicamente para conectar con una porción significativa del electorado, una porción que sentía que había sido ignorada por las élites políticas y mediáticas. Trump convirtió cada ataque en un punto de contacto con su base, utilizando los medios y la controversia como instrumentos de su propia legitimación política.
¿Cómo influyen las dinámicas políticas y mediáticas en la figura del líder contemporáneo?
La relación entre el liderazgo político y las dinámicas mediáticas ha evolucionado de forma drástica en las últimas décadas. La aparición de figuras como Donald Trump ha subrayado cómo un estilo de comunicación disruptiva puede alterar tanto el panorama político como las expectativas sociales. Este fenómeno no se limita a un simple uso de plataformas o discursos, sino que representa una transformación profunda en la forma en que los ciudadanos interactúan con el poder, perciben la verdad y construyen sus realidades políticas.
Trump, como figura política, ha utilizado los medios no solo para difundir su mensaje, sino para crear un clima constante de incertidumbre y controversia. A lo largo de su presidencia, la polarización de la opinión pública se intensificó, en gran parte gracias a su habilidad para utilizar los medios tradicionales y las redes sociales de manera que desafiara las normas políticas establecidas. La apelación directa a la base a través de plataformas como Twitter, que rompía con los discursos estructurados y moderados que predominaban en la política convencional, se convirtió en una herramienta poderosa para movilizar a sus seguidores y generar una narrativa de resistencia al "sistema establecido".
Además de la conexión directa con su base, el empleo de la retórica polarizante y la constante acusación de "noticias falsas" generó un clima de desconfianza hacia los medios de comunicación convencionales. De esta manera, Trump no solo desafiaba a los periodistas y medios, sino que también promovía una alternativa en la que su versión de los hechos, por más extrema o incorrecta que fuera, adquiría el mismo peso o más que las fuentes tradicionales de información. Esto introdujo una nueva dinámica en la política moderna, donde el líder puede reconfigurar las narrativas y alterar las percepciones a través de la manipulación de la información.
En este contexto, el populismo ha emergido como un motor crucial de este cambio. El discurso populista, que apela a las emociones y miedos colectivos de la ciudadanía, ha ganado terreno al presentarse como la voz del "pueblo común" contra las élites corruptas y desconectadas. Trump y otros líderes contemporáneos han logrado encarnar este mensaje, posicionándose como "outsiders" que se oponen al establecimiento político. Su popularidad, en muchos casos, no se ha basado en políticas concretas o en una agenda clara, sino en la habilidad de comunicar una ideología simple que resuene emocionalmente con amplias capas de la población. Esta estrategia, que en muchas ocasiones ha sido eficaz, también ha incrementado la polarización, creando una división casi irreconciliable entre los diferentes sectores de la sociedad.
Otro aspecto fundamental que los líderes actuales deben manejar es la gestión de la imagen pública. En un mundo hiperconectado, donde las redes sociales juegan un papel crucial, la gestión de la imagen se ha convertido en una de las principales herramientas del poder político. La forma en que los políticos se presentan en plataformas como Twitter, Facebook o Instagram, tiene un impacto directo en su popularidad. Las estrategias de comunicación deben ser inmediatas, personalizadas y, sobre todo, emocionales. Este enfoque, que podría parecer superficial desde un punto de vista tradicional, es esencial para mantener la relevancia en un entorno mediático donde las noticias y las crisis se suceden a un ritmo vertiginoso.
Es crucial entender que, más allá de las tácticas de comunicación, existe un fenómeno más profundo que es el de la redefinición del "contrato social". En un momento en que las instituciones democráticas tradicionales parecen haber perdido parte de su poder de influencia, los ciudadanos se sienten cada vez más desconectados de los sistemas políticos establecidos. En lugar de recurrir a los partidos tradicionales para expresar sus preocupaciones, muchos se han volcado hacia figuras como Trump, quienes prometen desafiar el status quo y ofrecer soluciones rápidas y radicales. Esto refleja una crisis de confianza en las instituciones y en la política convencional, que da pie al crecimiento del populismo y, en algunos casos, al autoritarismo.
En la actualidad, las ideologías políticas se entrelazan de maneras complejas, y las líneas entre lo que se considera "moderado" o "radical" se difuminan. Las promesas de cambio, aunque aparentemente simples, requieren un análisis crítico de las implicaciones que tienen en la gobernanza y en la estabilidad social. Los ciudadanos, al ver reflejadas sus frustraciones en los discursos de figuras políticas como Trump, deben ser conscientes de las consecuencias a largo plazo de estas estrategias.
Es fundamental tener en cuenta que, a medida que el populismo y las nuevas formas de liderazgo continúan ganando terreno, la influencia de los medios de comunicación no debe subestimarse. Las noticias, las imágenes y las narrativas que los líderes construyen alrededor de ellos mismos pueden alterar la percepción pública de la política y redefinir los parámetros de lo que es aceptable o no dentro del discurso político.

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