Durante la crisis de la pandemia de COVID-19, el liderazgo de figuras clave como el vicepresidente Mike Pence y el presidente Donald Trump fue puesto a prueba, revelando tanto aciertos como fracasos en la gestión de la emergencia sanitaria. Pence, quien se había presentado como un líder moderado, se encargó de las primeras respuestas, participando en las conferencias diarias del Grupo de Trabajo sobre el Coronavirus en la Casa Blanca. Con una postura seria y empática, obtuvo el reconocimiento tanto de la prensa como de la ciudadanía, mostrando en todo momento su capacidad para manejar la crisis con sobriedad y tranquilidad, dos cualidades esenciales para calmar a una nación en pánico. Su presencia era, por decirlo de alguna manera, una especie de ancla en medio de la tormenta.
Al mismo tiempo, Trump, que inicialmente había quedado relegado en las conferencias de prensa, empezó a involucrarse más directamente. Su instinto, siempre presente, de dominar los espacios mediáticos lo llevó a superar a sus propios asesores de salud pública, incluyéndolos en un segundo plano mientras él asumía el protagonismo. Con sus intervenciones, aunque en ocasiones contradictorias, Trump no solo daba una imagen de control, sino que también buscaba responder a las necesidades políticas internas, evitando que sus decisiones parecieran equivocadas ante los ojos del público y de sus seguidores.
A nivel local, gobernadores de estados afectados, como Gavin Newsom de California, se destacaron en la gestión de la crisis, aunque su relación con Trump no fuera sencilla. Aunque Newsom era demócrata, había logrado desarrollar una relación pragmática con el presidente. Sin embargo, esto no evitó que Trump expresara su descontento con aquellos líderes que cuestionaban su manejo de la pandemia. En particular, el gobernador de Washington, Jay Inslee, fue objeto de ataques por parte del presidente, quien veía en él una amenaza a su imagen política. La diferencia de trato hacia los gobernadores de ambos estados refleja cómo Trump manejaba las relaciones políticas a través de sus propios intereses y de la percepción pública.
La intervención de Trump en las decisiones logísticas, como el envío de los barcos hospitalarios, reveló su estilo único de liderazgo. Al tratar de mostrar una imagen de colaboración, Trump estableció un tono competitivo en lugar de uno de cooperación, lo que le permitió mantener una posición dominante en el discurso político. En una llamada telefónica con Newsom, donde Trump ofreció enviar uno de los barcos hospitalarios a California, la respuesta del gobernador fue pragmática y desinteresada en obtener favores. Este contraste entre la actitud de Newsom y las expectativas de Trump mostró las tensiones inherentes al ejercicio del poder en tiempos de crisis, cuando el altruismo no siempre es la prioridad.
La figura de Pence, por otro lado, se consolidó como un líder que, aunque secundario, mantenía una voz de calma y orientación. Su presencia en los puntos de prensa fue fundamental para transmitir confianza, aunque las decisiones de Trump más tarde diluyeron la importancia de estas intervenciones. Esta dinámica entre ambos líderes, el vicepresidente y el presidente, ilustra cómo, en tiempos de crisis, los diferentes estilos de liderazgo pueden entrar en conflicto, pero también cómo los líderes pueden complementarse en la gestión de las emergencias.
Es importante entender que el liderazgo durante una crisis no solo se mide por la capacidad de tomar decisiones rápidas, sino también por la habilidad de comunicar y de generar confianza entre la población. Mientras que Pence logró equilibrar la seriedad con la empatía, Trump se centró en las reacciones mediáticas y en la construcción de una narrativa política. En última instancia, la respuesta a la pandemia no solo dependió de las medidas adoptadas, sino también de la percepción pública de los líderes y su capacidad para gestionar la incertidumbre y la desesperanza generalizada.
En este contexto, los lectores deben reflexionar sobre la importancia de la comunicación en tiempos de crisis. Un líder no solo debe tomar decisiones basadas en la información disponible, sino también ser capaz de transmitir esas decisiones de manera clara y comprensible para el público. Además, en una sociedad tan polarizada, como lo fue Estados Unidos durante la pandemia, el liderazgo se ve profundamente influenciado por las relaciones políticas y la percepción de los medios. El manejo de la crisis sanitaria subraya cómo las decisiones políticas y personales se entrelazan en la gestión de emergencias, afectando tanto la salud pública como la confianza social.
¿Cómo la personalidad de Donald Trump influenció su camino hacia la política y la presidencia?
Donald Trump, al igual que otros grandes personajes históricos, no puede ser comprendido en su totalidad a través de una sola perspectiva. Su forma de interactuar, la manera en que proyecta su imagen y su incansable necesidad de control, todo esto juega un papel esencial en la comprensión de cómo llegó a la política y cómo se convirtió en el presidente de los Estados Unidos. A lo largo de su vida, Trump mostró un patrón claro de manipulación de su imagen pública y de las emociones que se asocian con ella.
Una característica clave de Trump es su habilidad para emplear la repetición como una herramienta. Durante las entrevistas, es común que repita una y otra vez ciertos puntos, a veces hasta seis veces, con el objetivo claro de asegurarse de que su mensaje quede grabado en la mente de su interlocutor. Esta tendencia, que parece trivial, revela una astucia calculada que subraya su deseo de controlar las narrativas y de garantizar que su mensaje resuene profundamente en sus seguidores. Lo que podría parecer un simple acto de reiteración, es en realidad una táctica cuidadosamente construida para solidificar su imagen en el consciente colectivo.
Además, sus interacciones con los medios de comunicación no pueden ser ignoradas. Trump, al igual que con sus seguidores y colaboradores, trata a los periodistas casi como si fueran sus terapeutas, buscando en ellos una válvula de escape para liberar sus frustraciones y revisar sus propios pensamientos en tiempo real. En esta interacción, Trump no solo intenta comunicar, sino también obtener una retroalimentación instantánea sobre cómo sus palabras están siendo recibidas. Este comportamiento se ha manifestado a lo largo de su carrera política, donde ha utilizado a los medios para testear el estado de la opinión pública.
Otro aspecto crucial en la vida de Trump es la influencia de su familia. Nacido en el seno de la familia Trump, donde las relaciones se forjaron bajo la rígida autoridad de su padre, Donald fue siempre consciente de su estatus y de la diferencia de clase que lo separaba de la mayoría. Este sentido de diferenciación le otorgó un carácter distintivo, un deseo incontenible de mantenerse por encima del resto, incluso cuando su padre, Fred Trump, parecía ser la figura central en su vida. La rivalidad con su hermano mayor, Freddie, no fue menos significativa. Esta relación marcada por las tensiones familiares reflejó una lucha por reconocimiento y poder que se mantuvo presente a lo largo de su vida.
En su juventud, la educación que recibió en la Academia Militar de Nueva York fue otro factor formativo en su vida. La disciplina estricta y los desafíos personales que enfrentó en ese ambiente contribuyeron a la construcción de su carácter fuerte y a su necesidad de proyectar una imagen de invulnerabilidad. De hecho, Trump nunca dejó de mostrar su preferencia por ambientes donde la jerarquía y la disciplina fueran elementos clave. Este tipo de formación le permitió ser la figura dominante en los círculos de poder en Nueva York, donde las relaciones y los acuerdos se tejían entre aquellos con más influencia y ambición.
En cuanto a su carrera empresarial, Trump comenzó a ganar notoriedad con proyectos ambiciosos como la renovación del Hotel Commodore, que le permitió obtener su primera gran victoria en Manhattan. A través de un cuidadoso manejo de su imagen, Trump se fue construyendo una reputación como un hombre de negocios audaz, capaz de transformar proyectos aparentemente perdidos en grandes éxitos. No obstante, detrás de este éxito, también se hallaban la controversia y los desafíos legales, como los enfrentamientos con el gobierno de Nueva York, que reflejaban la naturaleza conflictiva de su relación con la ley y con las figuras del poder.
Un elemento constante en su vida fue su relación con el abogado Roy Cohn, quien jugó un papel crucial en su ascenso al poder. Cohn, un hombre conocido por su estilo agresivo y por su influencia en los círculos más exclusivos de Nueva York, fue el mentor que le permitió a Trump navegar los complejos laberintos del poder y la política. La relación entre ambos, aunque poderosa, fue también profundamente tensa, y Trump no dudó en distanciarse de Cohn cuando este comenzó a enfrentar la enfermedad que le costó la vida. Este patrón de distanciamiento ante situaciones incómodas sería una constante a lo largo de su carrera política.
La figura de Trump en los años 80 y 90 también estuvo marcada por su relación con figuras públicas y personajes controvertidos, como Al Sharpton y Don King, que le ayudaron a consolidar su imagen de hombre fuerte y audaz. Sin embargo, estas relaciones eran, en muchos casos, más superficiales que profundas, y no reflejaban un verdadero interés en las comunidades que representaban, como la comunidad afroamericana. De hecho, Trump parecía ver en estas figuras una oportunidad para posicionarse ante los medios, más que un verdadero deseo de conectar con grupos sociales diversos.
Es crucial entender que, más allá de las acciones o las decisiones políticas de Trump, lo que realmente lo caracterizó fue su capacidad para utilizar las emociones y la psicología humana a su favor. Trump no solo gobernó un país, sino que reorientó la forma en que la sociedad percibe la política. A través de sus discursos, su comportamiento y sus constantes intervenciones mediáticas, consiguió que miles de personas se sintieran conectadas con él, a menudo a través de sus emociones más básicas, como la ira, el miedo y el deseo de cambio.
Trump, en última instancia, es un enigma. Muchos lo consideran una figura transparente debido a su constante presencia en los medios, pero la verdad es que su verdadero ser permanece cerrado, apenas accesible para quienes intentan entenderlo en su totalidad. Él mismo, en muchos casos, no sabe realmente por qué toma ciertas decisiones o por qué reacciona de la manera en que lo hace. Esta falta de previsibilidad es lo que hace de él una figura tan impredecible y, al mismo tiempo, tan poderosa.
¿Cómo la familia Trump consolidó su imperio inmobiliario?
Desde sus primeros años, Donald Trump mostró un interés peculiar por el cine, aunque nunca se dedicó a él de manera profesional. Sin embargo, su fascinación por la industria del entretenimiento nunca desapareció y, a lo largo de su carrera en el mundo inmobiliario, fue evidente que su enfoque se inclinaba hacia la creación de proyectos tan grandiosos como espectaculares. En su visión, el negocio inmobiliario no solo se trataba de construir propiedades, sino de hacerlas tan llamativas y mediáticas como una película de Hollywood. “Quería hacer que fuera más emocionante. Siempre amé el espectáculo, y creo que pusimos algo de show business en el negocio inmobiliario”, afirmó Trump en una entrevista.
Aunque su carrera en bienes raíces no se alineaba con la industria del cine, Trump aprendió desde joven que podía ganar la misma atención mediática tanto por proyectos que no se materializaban como por aquellos que sí veía a cabo. Esta habilidad para generar titulares y llamar la atención de la prensa es algo que también heredó de su padre, Fred Trump. Fred, conocido por su enfoque directo y eficaz en los negocios, tenía un estilo algo particular para manejar las relaciones públicas. A veces usaba el alias "Harry Green" para hacer negocios de manera anónima y asegurarse de que los contratistas no subieran los precios. No era un hombre que buscara fama, pero entendía el valor de la prensa como una herramienta estratégica. Donald, por su parte, no solo adoptó este enfoque, sino que amplió su uso a los aspectos más triviales de su vida, como sus relaciones amorosas, usando los pseudónimos de "John Barron" y "John Miller" para hablar con los medios de forma indirecta.
Fred Trump, el patriarca de la familia, tenía una visión singular de los negocios, especialmente en lo que respecta al sector inmobiliario. A lo largo de su carrera, Fred se especializó en la construcción de viviendas para la clase media, un segmento que en su época estaba en plena expansión. Si bien su estilo de vida empresarial era pragmático y a menudo ajustado a sus propios intereses, su habilidad para conectar con las figuras políticas más influyentes le permitió expandir su influencia. Fred entendió cómo cortar esquinas y construir relaciones políticas que le permitirían prosperar en un ambiente donde los empresarios como él se sentían hostigados y acosados por las regulaciones gubernamentales.
Lo que Fred Trump legó a su hijo fue una fórmula eficaz para ganar dinero, aunque también fue un padre que en privado parecía más interesado en construir su imperio que en criar a sus hijos. Sus métodos de crianza a menudo se describían como divisivos, fomentando la competencia entre sus hijos y enfocándose únicamente en el éxito económico. Este modelo de negocios, con un enfoque implacable en el beneficio económico y el poder político, fue algo que Donald adoptó con naturalidad, aunque sin la misma ética de trabajo que su padre había demostrado como inmigrante de primera generación, luchando por establecerse en un país extranjero.
El origen de la familia Trump en los Estados Unidos comenzó con Friedrich Trump, el abuelo de Donald. Friedrich llegó a Nueva York en 1885 tras huir de Alemania, donde había trabajado como barbero. Tras intentar diferentes negocios, incluidas algunas actividades relacionadas con el Klondike Gold Rush, Friedrich logró establecerse y formar una familia. Sin embargo, debido a su evasión del servicio militar en Alemania, fue expulsado del país junto con su esposa, Elizabeth, quien prefería quedarse en Alemania. La familia se asentó finalmente en el Bronx, donde Fred Trump nació en 1905.
Fred, el hijo de Friedrich, tuvo una juventud marcada por dificultades económicas y sociales. Durante la Gran Depresión, fue forzado a hacer de todo, desde trabajar como carpintero hasta dirigir un supermercado. A pesar de los altibajos, Fred fue astuto en sus negocios y se relacionó estratégicamente con las figuras clave de la política local, como Frank V. Kelly, quien tenía el control de las decisiones políticas más importantes en Brooklyn. Este tipo de relaciones permitió a Fred Trump expandir su influencia en el negocio inmobiliario de Nueva York, lo que, a su vez, pavimentó el camino para la posterior expansión de su hijo Donald.
En 1934, Fred adquirió una servidora de hipotecas que le permitió obtener ingresos recurrentes de los pagos mensuales de otros propietarios. Este paso representó un avance significativo en su carrera, a pesar de que el caso involucraba prácticas poco claras que fueron favorecidas por sus aliados políticos. Así, las conexiones políticas y el control sobre el financiamiento fueron claves para que la familia Trump consolidara su imperio inmobiliario, un imperio que Donald ampliaría a lo largo de su vida con un enfoque centrado en la visibilidad mediática y una serie de estrategias empresariales que lo harían conocido no solo en los negocios, sino también en la política.
Es crucial entender que la creación del imperio Trump no fue producto solo de un arduo trabajo y esfuerzo individual, sino de una serie de decisiones estratégicas que incluyeron el uso de relaciones políticas, la manipulación de la prensa y un manejo oportuno de las finanzas. Además, mientras la familia Trump cultivaba esta habilidad para operar en el terreno político, su enfoque hacia los negocios fue, y sigue siendo, marcado por una cultura de riesgo, espectáculo y la continua búsqueda de la fama y la notoriedad como herramientas de poder.

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