La estrategia que rodeó la toma de decisiones dentro de la Casa Blanca durante los días post-electorales del 2020 fue un torbellino de tensiones políticas y esfuerzos desmesurados por parte de los aliados de Trump para desafiar los resultados de las elecciones. En un ambiente marcado por disputas legales, conversaciones frenéticas y constantes luchas de poder, la figura de Trump emergió no sólo como un observador pasivo, sino como un agente activo en la orquestación de lo que se podría describir como una serie de intentos de manipular el sistema electoral a su favor.

El 6 de enero de 2021, mientras el Congreso se preparaba para certificar los resultados del Colegio Electoral, Trump se encontraba en Mar-a-Lago, obsesionado con la idea de revertir lo que consideraba un robo electoral. Aunque la mayoría de los líderes republicanos trataban de enfocar su atención en la lucha por el Senado de Georgia, Trump seguía su propio camino, preocupado únicamente por la victoria que había perdido. Su actitud en Valdosta, Georgia, donde intentó reunir apoyo para sus objetivos personales en lugar de centrarse en los candidatos republicanos en la boleta, reflejaba claramente la disonancia entre sus intereses y los de su propio partido.

La situación se tornó aún más compleja cuando Trump intentó presionar a los funcionarios de su propio partido, como el senador David Perdue y la gobernadora de Georgia, Brian Kemp, para que intervinieran en los resultados de su estado. En esta esfera de manipulación política, los intereses personales de Trump se convirtieron en el eje alrededor del cual se giraba toda la actividad política, sin importar el costo para los aliados o el partido. Trump no dudó en exigirle a Perdue y Loeffler que tomaran acciones, como intentar unirse a una demanda por fraude electoral, a pesar de que los hechos detrás de esas acusaciones nunca se probaron.

La guerra interna en la Casa Blanca, entre los leales a Trump y aquellos que trataban de moderar sus impulsos más extremistas, también se reflejó en la forma en que se manejaron las discusiones sobre las opciones legales. Pat Cipollone, el consejero de la Casa Blanca, y otros funcionarios como Derek Lyons y Mark Meadows, hicieron todo lo posible por persuadir a Trump de que sus propuestas eran inviables, mientras que otros, como Rudy Giuliani y Michael Flynn, insistían en opciones cada vez más desesperadas y sin fundamento. En medio de estos conflictos, Trump mantuvo un control tácito sobre los eventos, colaborando con quienes trataban a su administración como un adversario, pero sin nunca abandonar la posibilidad de obtener su deseada revancha.

Mientras tanto, la figura de Mike Pence se vio atrapada en el centro del conflicto legal. La solicitud para que Pence se reuniera con Sidney Powell y otros actores relacionados con demandas legales creaba una sensación de desconcierto y desconfianza dentro de su equipo. La manipulación de Pence, quien se vio cada vez más como una figura política a ser utilizada por Trump, no pasó desapercibida, y muchos de los asistentes de Pence comenzaron a verlo casi como un prisionero político dentro de la administración. Los esfuerzos de los aliados de Trump para presionar a Pence para que anulara los resultados del Colegio Electoral y actuara en contra de la ley reflejaron la desesperación por el poder y el control, pero también evidenciaron la fragilidad de las instituciones democráticas ante las ambiciones personales de un presidente.

A pesar de todo esto, Trump nunca dejó de enfocarse en su relato personal de una elección robada. La cantidad de presión política y emocional que ejerció sobre sus seguidores, sumado a sus constantes amenazas de actuar de forma unilateral, demostró hasta qué punto había logrado convertir una narrativa infundada en un fenómeno político masivo. La resistencia de muchos funcionarios y la implementación de mecanismos legales en su contra mostraron que, aunque el presidente tenía un control considerable sobre sus seguidores, no tenía la capacidad para manipular el sistema democrático a su antojo.

Es crucial que el lector comprenda que lo que se vivió en estos días post-electorales no fue simplemente una serie de desacuerdos sobre el resultado de una elección. Fue una lucha por el control de la narrativa política, la manipulación de la voluntad popular y la erosión de las normas democráticas. Los actores involucrados no solo estaban defendiendo su futuro político, sino también enfrentando una amenaza directa a las instituciones que garantizan el funcionamiento de la democracia.

En este contexto, se debe tener presente que, a pesar de la determinación de algunos en la Casa Blanca para evitar un golpe a las estructuras legales y políticas del país, la dinámica de poder dentro del Partido Republicano estaba profundamente dividida. Muchos, como los senadores Perdue y Loeffler, vieron en el apoyo a Trump una necesidad de sobrevivir políticamente, pero a costa de la integridad del sistema electoral. La verdadera lección que se extrae es que las instituciones, aunque resistentes, no son inmunes a la presión política cuando los actores más poderosos las utilizan con fines personales.

¿Cómo el negocio inmobiliario de Trump evolucionó en un contexto político turbulento?

El negocio inmobiliario de Donald Trump se vio marcado por una constante búsqueda de aliados y recursos, los cuales encontró no solo en el ámbito de los negocios, sino también en la política, las relaciones personales y la manipulación estratégica de su imagen pública. A lo largo de su carrera, Trump logró rodearse de una red de individuos influyentes que no solo lo ayudaban a levantar capital, sino también a navegar las aguas turbulentas de la política y las finanzas internacionales.

Una de las figuras clave en este círculo cercano fue Jared Kushner, su yerno, quien se casó con Ivanka Trump después de que ella se convirtiera al judaísmo para poder casarse con él. El papel de Kushner fue crucial en momentos de crisis financiera para la Trump Organization, como cuando se enfrentaron a la negativa de Citi Private Bank para extenderles más créditos después de las dificultades económicas de los noventa. Fue Ivanka quien, aparentemente, jugó un papel central en intentar restablecer una relación con los prestamistas de su padre, pero los esfuerzos no fueron suficientes. La evaluación de la situación financiera de la empresa dejó claro que, a pesar de los intentos, la puerta se cerró para un nuevo préstamo.

En la misma órbita de Trump, apareció Michael Cohen, un abogado que inicialmente había sido reconocido por su lealtad a Trump y por haber defendido públicamente su nombre. Cohen, con su acento característico de Long Island y su personalidad a veces abrasiva, rápidamente se convirtió en una figura indispensable en la Trump Organization. Aunque en términos oficiales era abogado, la realidad es que se convirtió en un “arreglador” de problemas. El trato que Cohen recibió, sin embargo, fue típicamente abusivo, algo que Trump reservaba para muchos de los que se integraban a su círculo más cercano. Este tipo de trato no fue bien recibido por todos los que rodeaban a Trump, como lo demostró la incomodidad de otros personajes de su entorno con la presencia de Cohen.

En paralelo, Trump se fue alineando progresivamente con el Partido Republicano, a pesar de haber cambiado su registro de votante varias veces antes de 2010. Si bien, a lo largo de los años, Trump mostró simpatía por diversas corrientes políticas, fue en la presidencia de Barack Obama cuando el giro fue más evidente. Fue en este momento cuando comenzó a acercarse a figuras clave del Partido Republicano y, particularmente, a aquellos dentro del movimiento del Tea Party, que ya estaba ganando relevancia por su postura contra el gobierno federal y los bailouts. Aunque Trump nunca tuvo una postura completamente alineada con la ideología del Tea Party, se vio atraído por su retórica populista, especialmente por sus críticas hacia las políticas económicas y las prácticas comerciales de China.

Un punto crítico en este proceso fue la relación de Trump con Rex Elsass, un consultor político que ayudó a organizar una encuesta entre los votantes de Iowa y New Hampshire. Los resultados de esta encuesta fueron desalentadores para Trump, pues mostraron que para obtener la nominación republicana, tendría que cambiar de postura en varios temas clave. Sin embargo, Trump, fiel a su estilo, manipuló los resultados de la encuesta y mintió sobre su naturaleza, alegando que los resultados eran “muy positivos”.

Es importante reconocer que, en todo este proceso, la imagen pública de Trump fue crucial para su éxito. A pesar de su falta de experiencia política, Trump logró capitalizar en su imagen de outsider y de hombre de negocios exitoso, algo que los votantes del Tea Party encontraron atractivo. No fue un político tradicional, sino un empresario que entendía el lenguaje de los negocios y sabía cómo comunicarlo de manera que resonara con los votantes descontentos con el sistema político tradicional.

Lo que también resulta relevante para entender cómo Trump se posicionó dentro del Partido Republicano y cómo construyó su influencia, es su relación con personajes como Steve Bannon, quien, aunque inicialmente no parecía ser su tipo, resultó ser una pieza clave en la maquinaria que lo llevó a la Casa Blanca. Bannon, un antiguo ejecutivo de Goldman Sachs y creador de contenidos de derecha, había comenzado a ganar notoriedad por sus proyectos mediáticos conservadores. Su influencia sobre Trump fue en parte el resultado de sus afinidades ideológicas, pero también debido a su habilidad para conectar con las bases más radicales del Partido Republicano, especialmente con los votantes del Tea Party. En sus conversaciones sobre política y economía, Trump se mostró cada vez más atraído por la retórica populista, aunque de manera inconsistente.

Es esencial también comprender que el ascenso de Trump no fue simplemente el resultado de su habilidad para hacer alianzas políticas, sino también de su capacidad para posicionarse como un hombre fuera del sistema, alguien que criticaba las estructuras establecidas y representaba una alternativa “anti-establishment”. Esta imagen fue lo que finalmente le permitió cosechar éxitos electorales y consolidar su poder dentro del Partido Republicano.

Lo que este relato pone de manifiesto es cómo el mundo de los negocios, especialmente en el sector inmobiliario, y el mundo de la política, especialmente en un momento de creciente desilusión con los partidos tradicionales, pueden entrelazarse de formas complejas y a veces impredecibles. Trump no solo operó en el terreno de los negocios, sino que supo adaptar su estilo, sus tácticas y su narrativa personal a las necesidades de una política que se encontraba en constante transformación. A medida que la política estadounidense se desplazaba hacia una postura más polarizada y populista, Trump se convirtió en el rostro de una nueva corriente política que apelaba tanto a la indignación como a la esperanza de un cambio radical.

¿Por qué Donald Trump no confió en Michael Flynn?

Donald Trump fue advertido sobre Michael Flynn desde el inicio de su transición presidencial. Los documentos de planificación de la transición elaborados por Chris Christie y su equipo recomendaban asignar a Flynn solo como director de inteligencia nacional. Incluso Barack Obama, en una reunión con el presidente electo después de las elecciones, le sugirió que no contratara a Flynn. Sin embargo, el general de ejército retirado supo navegar a su favor durante el caos de esa transición. Al unirse a la campaña de Trump en un momento en que pocos con experiencia significativa en política exterior o seguridad nacional estaban dispuestos a hacerlo, Flynn logró ganarse la apreciación de los hijos de Trump, defendiendo públicamente al magnate en los medios.

Flynn había sido designado director de la Agencia de Inteligencia de Defensa por Obama en 2012. Durante su mandato, Flynn afirmaba haberse convertido en el primer director de la DIA con acceso físico a la sede de una rama de la inteligencia rusa, durante un viaje aprobado por la administración Obama, aunque esta afirmación era errónea. Fue durante este viaje cuando Flynn entabló contacto con el embajador ruso en Estados Unidos, Sergey Kislyak. Su enfoque principal en su carrera fue Irán, pero su mandato como director de la DIA se vio empañado por comportamientos erráticos que llevaron a su destitución en 2014. A su salida, Flynn también fue muy vocal sobre el terrorismo y los musulmanes, y hasta alentó los gritos de “¡Enciérrenla!” en referencia a Hillary Clinton durante la Convención Nacional Republicana.

El día de las elecciones, Flynn publicó un artículo en The Hill en apoyo al gobierno de Turquía, el cual, más tarde, se supo que lo había contratado como consultor. Esto suscitó interrogantes en el Departamento de Justicia sobre si Flynn había violado las regulaciones de registro de lobbies extranjeros. Apenas semanas después de asumir el cargo de asesor de seguridad nacional, Flynn comenzó a generar fricciones con Trump. Uno de los primeros conflictos surgió cuando intentó involucrar a su hijo en el Consejo de Seguridad Nacional, lo que terminó siendo mal visto por Trump. El hijo de Flynn había sido noticia previamente al promover teorías conspirativas, como la de "Pizzagate", que afirmaba que Hillary Clinton y su equipo estaban involucrados en tráfico infantil a través de una pizzería en Washington.

Trump, molesto por la situación, presionó para que el hijo de Flynn fuera retirado del equipo de transición. Sin embargo, el incidente continuó siendo un tema de discordia. Durante un viaje a un partido de fútbol entre el Ejército y la Armada, Trump aprovechó la oportunidad para criticar a Flynn en una entrevista con el periodista Chris Wallace, especialmente por el enfoque de su hijo en la teoría conspirativa.

Días después de que Trump asumiera la presidencia, Flynn fue visitado en la Casa Blanca por agentes del FBI, quienes querían interrogarlo sobre sus conversaciones con Kislyak, el embajador ruso. Una de estas conversaciones se produjo justo cuando la administración Obama estaba imponiendo sanciones a Rusia y expulsando a diplomáticos rusos en represalia por la interferencia en las elecciones de 2016. En esa llamada, Flynn discutió con Kislyak las sanciones impuestas por Obama, un tema que, al principio, Flynn negó haber tocado. El FBI había estado monitoreando las conversaciones de Kislyak como parte de su vigilancia rutinaria sobre funcionarios extranjeros y no notificó a Flynn que ya tenían la transcripción de su llamada. Cuando más tarde se filtró la existencia de la conversación, Flynn insistió en que no había discutido sanciones. Sin embargo, a medida que los detalles salían a la luz, la verdad se hizo evidente.

La situación se complicó aún más cuando, el 26 de enero, Sally Yates, la fiscal general interina, le informó a Donald McGahn, asesor de la Casa Blanca, que la falta de transparencia de Flynn sobre esa llamada podría convertirlo en un riesgo para la seguridad nacional, ya que otros gobiernos podrían utilizar esa información en su contra. El presidente, al ser informado sobre el asunto, mostró poco interés en la situación, pero las presiones internas de la Casa Blanca y el creciente escrutinio mediático sobre la llamada, sumado a los problemas con su hijo, hicieron que Trump tomara una decisión.

La gota que colmó el vaso fue una historia en The Washington Post que reveló que Flynn sí había discutido las sanciones con Kislyak. Ante la confirmación de la falsedad de sus declaraciones, la presión sobre Flynn aumentó. Tras una confrontación con los principales asesores de Trump, Flynn presentó su renuncia. El 13 de febrero de 2017, anunció su salida del cargo, aunque la Casa Blanca intentó minimizar el asunto, presentando su salida como una decisión voluntaria.

Aunque Trump no estaba completamente interesado en el escándalo de Flynn, la situación le pasó factura, y la salida de su asesor de seguridad nacional se convirtió en uno de los primeros grandes giros en la administración. Flynn, que había sido un aliado importante en la campaña de Trump, terminó siendo una figura problemática que no logró mantener la confianza del presidente debido a sus errores, sus conexiones con actores extranjeros y su falta de transparencia.

El caso de Michael Flynn demuestra cómo las tensiones internas y las contradicciones dentro de un equipo presidencial pueden escalar rápidamente. Además, resalta la importancia de la transparencia en las relaciones con gobiernos extranjeros y cómo la información puede ser utilizada en contra de una administración, si no se maneja adecuadamente. El manejo de este tipo de crisis y el proceso de toma de decisiones dentro de la Casa Blanca son fundamentales para comprender los desafíos a los que se enfrenta cualquier presidente en su mandato.

¿Cómo la influencia de Roy Cohn moldeó el enfoque de Donald Trump hacia el poder y las relaciones?

A lo largo de su carrera, Donald Trump ha demostrado una habilidad singular para manejar las relaciones y el poder, un rasgo que parece haber sido fuertemente influenciado por su mentor Roy Cohn. La historia de este vínculo comienza en 1973, cuando Trump, aún un joven empresario con grandes aspiraciones, se encontraba envuelto en un pleito federal por prácticas discriminatorias en el alquiler de viviendas. Ante la perspectiva de una batalla legal que parecía perdida, Trump encontró en Cohn, un abogado neoyorquino de carácter temible y notoriedad, el apoyo que necesitaba. Cohn no solo le ofreció asesoría, sino que también le enseñó a enfrentar cada desafío como una transacción, como si se tratara de un intercambio donde ganar o perder se medía por la habilidad de imponer la voluntad propia.

Cohn no era un hombre común. Su figura, aunque física y emocionalmente intimidante, era también un experto en manipular el sistema a su favor, independientemente de las normas establecidas. De hecho, su capacidad para intimidar a los demás y ganar poder a través de la desinformación y el chantaje lo convirtieron en una figura poderosa en los círculos de la élite neoyorquina. La relación entre Cohn y Trump fue más que una simple asesoría legal. Fue una lección continua sobre cómo navegar el mundo del poder con una mezcla de agresividad, manipulación y astucia.

A lo largo de los años, Trump adoptó la filosofía de Cohn de tratar cada interacción como una transacción, donde la lealtad se compra y se vende según la conveniencia, y las relaciones se gestionan no por principios, sino por resultados tangibles. Esta perspectiva no solo se aplicaba a los negocios, sino también a la política, donde Trump emplearía el mismo enfoque transaccional para asegurar su ascenso.

El éxito de Trump en el negocio inmobiliario y, más tarde, en la política, no fue solo resultado de una visión empresarial, sino de la habilidad para entender y manipular las relaciones humanas como una cuestión de poder y control. Esta lección fundamental que Trump aprendió de Cohn fue crucial en su vida profesional, donde cada interacción, cada negociación, se veía no como una oportunidad de colaboración, sino como una oportunidad para imponer su dominio.

Un aspecto importante para el lector es entender cómo, a pesar de las apariencias de una carrera “normal” en el sector inmobiliario, Trump, influenciado por la filosofía de Cohn, siempre operaba desde una mentalidad de ganar o perder, sin matices. Este enfoque transaccional no solo definió su estilo empresarial, sino que también moldeó su aproximación a la política y la diplomacia internacional. Además, es crucial reconocer que las lecciones de Cohn sobre la manipulación y la intimidación no solo afectaron a Trump en su juventud, sino que también lo acompañaron en su paso por la presidencia, donde las decisiones y las relaciones internacionales fueron tratadas bajo el mismo prisma de poder y control.

Al abordar la figura de Cohn y su influencia en Trump, no debe pasarse por alto cómo su forma de operar dentro de la ley, a veces bordeando la ética, fue un modelo que Trump adoptó en su carrera. A pesar de las controversias legales y morales que este enfoque generó, Trump nunca se alejó de la idea de que, en última instancia, todo es una cuestión de poder y relaciones, donde el que tiene el control es el que dicta las reglas del juego.