La figura del hombre blanco conservador ha pasado de ser una figura de poder y centralidad en la sociedad occidental a convertirse en el "otro", el "exterior" de todo y de todos. En particular, en los Estados Unidos, el hombre blanco ve cómo su identidad es atacada y anulada por los movimientos de justicia social que promueven, entre otros, la causa de las mujeres, la inmigración y la afirmación de los derechos de las minorías negras. En este contexto, la diferencia ha pasado a ser el eje de la solidaridad intelectual y social, pero el hombre blanco ha sido declarado "inaceptable" dentro de esta coalición de justicia, quedando así fuera del alcance de la igualdad.
Si los conceptos de "aceptable" e "inaceptable" son categorías fluidas que operan dentro de normas cuyo dominio depende del lugar y el momento histórico, entonces el movimiento Alt-right reclama el derecho de usar esa contingencia para recrear una derecha radical que se opone a la hegemonía, de una manera radical similar a cómo el marxismo o el socialismo lo hacen. En este sentido, el hombre blanco conservador debe luchar no solo a través de luchas económicas contra el Estado (por ejemplo, recortes impositivos) o a través de esfuerzos globales fútiles, como la globalización de mercados libres o el belicismo, sino también a través de una lucha anti-hegemónica por la "aceptabilidad".
Según figuras como Richard Spencer, Donald Trump ha logrado romper la dura coraza de la libertad que envolvía las ideas "blandas" del multiculturalismo, destrozándolas por completo. Al atacar la libertad individual y su variante arcoíris, el multiculturalismo y la celebración de la diversidad, Trump ha derrumbado el Partido Republicano tradicional, ha llevado a Fox News a su puerta y ha atacado al establecimiento conservador fosilizado.
El grupo Youth for Western Civilization (YWC) es una organización estudiantil registrada como organización sin fines de lucro que forma parte del movimiento Alt-right, oponiéndose al multiculturalismo. Su fundador, Kevin DeAnna, sostiene que la civilización occidental no solo se define por principios abstractos como la democracia, el Estado de derecho y otras instituciones universales, sino por una cultura específica que proviene de una experiencia histórica particular. Según DeAnna, la "civilización occidental" es una mezcla etno-racial, no una abstracción de principios universales como la libertad civil. Las abstracciones como la democracia, el Estado de derecho o la libertad individual, tienden a crear un concepto vacío de "ciudadano", que es demasiado general y no resulta útil para los intereses del movimiento Alt-right, ya que puede incluir a personas de cualquier raza, género, sexualidad o estatus migratorio.
El movimiento Alt-right, que se compromete a construir una identidad única que desafíe tanto a los conservadores tradicionales como a los liberales, establece su agenda para atacar los principios fundamentales de las democracias liberales occidentales y la libertad individual. Para este movimiento, la libertad individual, tal y como existe dentro de un conjunto de "identidades aceptables" como razas múltiples, género, sexualidad y estatus migratorio, se convierte en un inconveniente. Para la Alt-right, las minorías también son individuos, pero su libertad se limita dentro de un sistema multicultural que va en contra de la hegemonía de la tradición cristiana europea. El concepto de "Occidente" se convierte en un código para "blanco" y "civilización" se convierte en un código para "raza".
Tom Tancredo, excongresista y asesor de YWC, afirma que los occidentales son producto de una cultura judeo-cristiana-anglosajona, y que no todas las culturas son iguales, siendo algunas mejores que otras. Según este punto de vista, no hay nada inherentemente valioso en la diversidad, ya que algunas culturas e identidades (como la blanca y cristiana) son superiores a otras. En consecuencia, el sistema político estadounidense debe enfrentar la "agresión" de la diversidad (migración, crisis de refugiados, igualdad de género) reorientando el sistema político estadounidense en torno a los principios de la "civilización occidental", que, según la Alt-right, no se basa en la libertad individual, sino en la superioridad inherente de la raza blanca cristiana. De esta forma, el Alt-right aboga por la "liberación" del hombre blanco de lo que percibe como la opresión de la diversidad.
En otro ejemplo, el activista Milo Yiannopoulos, figura prominente de la Alt-right, ha declarado abiertamente que el feminismo es "cáncer" y que ya ha cumplido su ciclo. Yiannopoulos representa la cara "atractiva" de un movimiento que en su núcleo se ve como una reacción contra los avances conseguidos por los movimientos de derechos civiles, feministas y progresistas. Richard Spencer, líder del movimiento, sostiene que los africanos han sido beneficiados por la supremacía blanca, dado que la esperanza de vida de los afroamericanos en los Estados Unidos es más alta que la de los africanos en África. Spencer también ha propuesto la creación de un "espacio etnorracial" seguro para los blancos, similar al que, según él, necesitan los judíos.
La Alt-right, por tanto, reimagina el mundo en términos de supremacía occidental, pero no a partir de principios abstractos de libertad individual, sino desde una supremacía etnoespecífica blanca. El movimiento se inserta dentro del panorama del capitalismo liberal occidental, particularmente en los países del Norte Global, como Estados Unidos y Europa Occidental. Aunque se presenta como una crítica al liberalismo y sus ideales (multiculturalismo, derechos de las mujeres, pro-inmigración), la Alt-right también se opone al conservadurismo tradicional, con sus enfoques rígidos en la economía, el anti-comunismo y la defensa del statu quo. Así, su crítica no proviene de los sectores más pobres que carecen de libertad para acceder a la educación, la salud o trabajos bien remunerados, sino desde individuos que se sienten amenazados por la pérdida de una identidad etno-racial "pura" que consideran propia de Occidente.
Este giro en el pensamiento conservador occidental se inserta en un debate mayor sobre el concepto de "libertad". La libertad, tal y como la conciben los movimientos liberales, se ha diluido en una noción de universalidad que la Alt-right considera vacía y carente de raíces históricas. Para este movimiento, la libertad solo puede
¿Puede la biología justificar la supremacía cultural?
El intento de la extrema
¿Cómo la opresión de género y raza se entrelazan en la narrativa del Alt-right?
La identidad de poder y su manifestación en la injusticia se construye sobre dos pilares fundamentales. Primero, la incapacidad de reconocer la propia complicidad en la producción de la devaluación histórica y geográfica de los “otros” —en este caso, mujeres, personas de color, grupos indígenas y sujetos coloniales. Segundo, la auto-veneración arrogante que se sostiene sobre la devaluación del otro. Un claro ejemplo de esta visión se encuentra en la figura del “hombre blanco que agarra por la entrepierna”, quien niega cualquier injusticia histórica hacia los pueblos negros o las mujeres, argumentando que los negros merecían ser esclavizados por su supuesta inferioridad y que las mujeres debían ser controladas y cosificadas debido a su irracionalidad. En este contexto, no hubo opresión en el pasado, por lo que no hay opresión en el presente; el hombre blanco, superior por naturaleza, sigue pisoteando a los pueblos de color, musulmanes y mujeres sin que esto se vea como un acto de injusticia, sino como un sistema jerárquico legítimo donde los inferiores deben “caer en su lugar” y celebrar al superior.
La manifestación de esta ideología no solo afecta a aquellos que están en las categorías de “inferiores”, sino que también se articula como un sistema de justificación para la violencia: intimidación, anti-inmigración y anti-feminismo. Los que no se ajustan a esta jerarquía deben ser forzados a hacerlo, y la violencia simbólica y física se convierte en un medio para alcanzar ese fin. Es en este marco que las mujeres dentro del movimiento Alt-right tienen un papel crucial, un papel que reafirma la supremacía masculina blanca al mismo tiempo que se auto-jerarquizan en una categoría que las presenta como seres emocionales, hermosas y orientadas a la familia, en contraste con los hombres que se ven como constructores, líderes, proveedores y protectores.
Este discurso se refleja de manera precisa en las declaraciones de Lana Lokteff, una de las figuras prominentes del Alt-right. Lokteff, cofundadora de Red Ice, una plataforma mediática de extrema derecha, en una conferencia de 2017, defendió un modelo tradicional de feminidad, una feminidad que ella consideraba esencialmente ligada a la belleza, la familia y el hogar. Según Lokteff, las mujeres deben ser bellas, atraer al mejor compañero posible y ser protegidas y provistas por ellos hasta la muerte. Las mujeres que niegan estos deseos, según ella, están mintiendo a sí mismas. En su visión, el nacionalismo le da a la mujer lo que necesita: belleza, familia y hogar. La belleza de la civilización occidental es, para ella, la culminación del esfuerzo de los hombres europeos que construyeron la civilización y la perfección estética.
Lo que destaca en su discurso es la reafirmación de una identidad patriarcal y racista que no solo ve la feminidad como un conjunto de características inherentemente biológicas, sino que también define la masculinidad de manera rígida y excluyente. Los hombres que apoyan posturas progresistas, como el apoyo a los inmigrantes o los derechos LGBTQ+, son presentados como emasculados, incapaces de sostener una masculinidad “verdadera”. En este sentido, el Alt-right no solo rechaza las teorías feministas que ven el género como una construcción social, sino que también rechaza cualquier política que desafíe el statu quo patriarcal.
A través de la demonización de las mujeres progresistas y de los hombres que defienden los derechos de las mujeres y las minorías, el Alt-right construye una narrativa donde las mujeres feministas son vistas como “feas”, desprovistas de los atributos de belleza y feminidad tradicionales, y los hombres progresistas son etiquetados como débiles, “feminizados”. Esta visión binaria no solo limita el potencial de la feminidad a un conjunto de características biológicas y estéticas, sino que también refuerza una estructura de poder profundamente desigual, donde las mujeres y las personas racializadas son vistas como subordinadas a una supremacía blanca que se ve a sí misma como la única guardiana legítima de la civilización y la cultura.
La relación entre género, raza y política migratoria también se articula como una forma de proteger un supuesto “futuro blanco”. Para el Alt-right, el miedo a la invasión de inmigrantes del Tercer Mundo —en su mayoría musulmanes y latinoamericanos— representa una amenaza directa al control blanco sobre el futuro de Occidente. Este temor se convierte en una justificación para la xenofobia, el racismo y el patriarcado, donde la familia tradicional y la protección del “hogar” blanco se presentan como un refugio seguro frente a un futuro percibido como decadente y amenazado por las políticas de izquierda.
Es crucial comprender cómo estas visiones del Alt-right no solo distorsionan la lucha feminista, sino que también trabajan para desmantelar las posibilidades de una sociedad más inclusiva. La glorificación de la supremacía blanca, el racismo estructural y la opresión de género no son fenómenos aislados, sino que están interconectados en un discurso profundamente problemático que niega la interseccionalidad de las luchas sociales. La identidad de la mujer, según esta narrativa, se ve reducida a su belleza física y su rol dentro de la familia, mientras que la masculinidad se define como un pilar inamovible de la protección y el liderazgo. La lucha por la igualdad no solo implica la liberación de las mujeres, sino también la de aquellos que son deshumanizados por este sistema patriarcal y racista.
¿Cómo se construye y sostiene la conciencia de identidad del hombre blanco en la Alt-Right contemporánea?
La ideología de la “blanquitud” dentro de la Alt-Right se articula como una esencia espiritual-material que busca diferenciarse del resto de las formas de vida modernas. Su núcleo espiritual, como lo plantea Richard Spencer, radica en una compulsión apasionada por conquistar, colonizar, viajar y construir civilizaciones, en un impulso civilizatorio que alguna vez animó a Europa y que hoy yace adormecido en los suburbios de una juventud blanca desencantada, incapaz de encontrar aspiraciones o sentido en el presente. Desde esta perspectiva, la esencia material del proyecto Alt-Right se encarna en la creación de un “etno-estado” exclusivamente blanco, retomando en clave racial la lógica de proyectos como el sionismo, que realizaron sus aspiraciones estatales mediante exclusión.
El hombre blanco, para estos actores, se encuentra en crisis: desplazado, emasculado, invisibilizado. Milo Yiannopoulos y David Duke reformulan esta narrativa desde un ataque agresivo al feminismo, ridiculizándolo como una patología social inventada por mujeres consideradas poco deseables, que en su fracaso sexual buscan justificación política. El enemigo es tanto conceptual como corporal. En este relato, la pérdida del privilegio masculino blanco no se explica por procesos estructurales, sino como una traición cultural: la “invasión” feminista, multicultural y migratoria que ha desdibujado el centro de gravedad de la civilización occidental.
Pese a las rivalidades internas, a la fragmentación ideológica y a las contradicciones personales entre sus representantes, existe un hilo conductor que entrelaza las diferentes voces de la Alt-Right: el deseo de restaurar un orden patriarcal, racista y etnocéntrico. El feminismo no es atacado solo por sus propuestas políticas, sino por representar una amenaza existencial a la figura del varón blanco como núcleo civilizatorio. La sustitución semántica frecuente de “mujeres” por “feministas” revela esta ansiedad simbólica: el cuestionamiento al poder patriarcal es entendido como un cuestionamiento al ser mismo del hombre blanco.
La Alt-Right opera negando estadísticas sobre violencia sexual o brechas salariales, construyendo un mundo en el que tales problemáticas son fabricaciones ideológicas. Paralelamente, profesan un odio abierto hacia personas negras, inmigrantes no blancos y musulmanes, y encuentran en la figura de Donald Trump una reafirmación de sus fantasías identitarias. La retórica “realista” de Trump, con su diferenciación entre “civilizaciones blancas” y “países de mierda”, entre “hombres fuertes” y “mujeres débiles”, es celebrada como una reconexión con una supuesta autenticidad masculina y racial.
La política exterior basada en la exclusión —muros, prohibiciones a musulmanes, militarización de fronteras— se interpreta como una extensión natural de ese mismo impulso masculino protector que vela por sus mujeres y su civilización. La raza se convierte así en un principio de organización ontológica: el blanco es el sujeto fundador, los demás son objetos de sospecha. Este racismo abierto no se esconde, sino que se revaloriza como resistencia frente al “genocidio blanco” producido por las políticas multiculturales.
Figuras como Greg Johnson y Stefan Molyneux profundizan esta lógica mediante afirmaciones pseudocientíficas que buscan justificar desigualdades raciales bajo la apariencia de hechos empíricos. La idea de que en África subsahariana no se ha producido un “Shakespeare” no se expone como una observación cultural, sino como una prueba de inferioridad cognitiva étnica, desligada incluso de juicios morales. La Alt-Right transforma así la jerarquía racial en una evidencia naturalizada.
Estas pulsiones se entrelazan en un chauvinismo occidental que amalgama el antifeminismo, la islamofobia y la xenofobia en una narrativa única donde el “otro” —ya sea mujer, musulmán o migrante— es incompatible con el modo de vida americano. La crisis siria y los flujos migratorios hacia Europa intensifican esta sensación de amenaza, facilitando la
¿Cómo la derecha alternativa construye su proyecto de Estado étnico y qué implica para la sociedad global?
El proyecto del "estado étnico", promovido por grupos de la derecha alternativa, se presenta como una respuesta a las transformaciones políticas y sociales de la era postmoderna. Según Johnson, este modelo implica la reclamación de los Estados Unidos mediante la deportación de inmigrantes recientes, mientras que Spencer aboga por un retorno nostálgico a la Europa ancestral, un "hogar original". Este concepto de una nación blanca se inspira en el sionismo y la creación de Israel, siguiendo la lógica de que una "raza blanca" debe separarse de los otros, como los negros, los inmigrantes latinos y los musulmanes. Tal nación, centrada en la identidad racial, define su existencia a través de una lucha global por la homogeneidad racial, algo que se aleja de los ideales plurales de sociedades multiculturalistas.
Este concepto de la nación moderna, definido en términos étnicos, se basa en un discurso histórico que remonta a los primeros colonizadores, los puritanos, quienes, con su mentalidad pionera, comenzaron lo que se presenta como un proceso civilizatorio, no como un acto de conquista o migración. De acuerdo con esta visión, el establecimiento de los colonos en América no sería solo la llegada de nuevos migrantes, sino el inicio de una "civilización" que perdura hasta nuestros días. A partir de esta interpretación, la "nación de inmigrantes" se opone a la visión del "fundador", quien no sería un inmigrante, sino un "colono", una figura con derechos exclusivos sobre la ciudadanía y el futuro de la nación.
La ideología del "estado étnico" se distingue por su rechazo al análisis de clases y a la crítica de las opresiones económicas y culturales. Para la derecha alternativa, la crítica a la diversidad se convierte en una forma de afirmar la identidad blanca, pero carece de un entendimiento profundo de las dinámicas de clase que atraviesan la sociedad. Tanto la derecha alternativa como el multiculturalismo liberal, al centrarse exclusivamente en identidades, ignoran las desigualdades de clase que estructuran las relaciones sociales. La visión de la derecha alternativa se alimenta de un miedo irracional hacia los inmigrantes, al mismo tiempo que ignora las contribuciones de los trabajadores no blancos, especialmente aquellos en la economía informal o ilegal.
En este contexto, el modelo del estado étnico choca con la realidad de un capitalismo globalizado, donde el trabajo es transnacional y la explotación de las clases populares no se limita a las fronteras nacionales. La contradicción es clara: mientras que el estado étnico aspira a cerrarse a los inmigrantes no blancos, la economía neoliberal sigue dependiendo de su trabajo. La pregunta fundamental es cómo un "estado étnico blanco" podría funcionar en un mundo globalizado, donde la economía de mercado y las relaciones laborales no respetan las fronteras nacionales.
Además, el fetichismo de la "blancura", la xenofobia y el rechazo al otro se convierten en una forma de construir una identidad nacional mítica que no responde a las realidades materiales de la vida cotidiana, sino que se construye a través de narrativas simplificadas y estereotipadas. Este tipo de identidad no surge de las luchas reales del día a día, sino que se elabora en los medios de comunicación y en las plataformas digitales, creando un "vacío cultural" que es rellenado con imágenes de una nación idealizada que nunca existió. Esta distorsión se parece a lo que Marx describió como fetichismo de la mercancía, donde las relaciones sociales se ocultaban tras las mercancías que adquirían un valor simbólico.
El individualismo liberal, por otro lado, proporciona un ecosistema favorable para que estas diferencias se conceptualicen y se popularicen, pero al hacerlo, también alimenta una lógica de exclusión. Aunque el liberalismo promueve la idea de la igualdad de oportunidades, la realidad es que las oportunidades no son iguales para todos, especialmente cuando se trata de grupos marginalizados. La derecha alternativa, al rechazar la diversidad, promueve un tipo de identidad que no está vinculada a las condiciones materiales de los individuos, sino a un sistema de creencias que crea categorías de "aceptables" e "inaceptables" basadas en la raza, el género o la religión.
Sin embargo, el verdadero reto está en cómo se aborda esta lucha por la justicia social. No se trata solo de oponerse a la derecha alternativa o de afirmar una diferencia identitaria, sino de reconocer que una praxis radical debe ir más allá de las identidades superficiales y abordar las estructuras económicas, históricas y sociales que perpetúan la desigualdad. La crítica al populismo de derecha, en general, y al movimiento de la derecha alternativa, en particular, debe desmantelar la racionalidad misma que sustenta tanto la exclusión racial como la económica, y que permite que ambos modelos - el de la derecha alternativa y el del liberalismo individualista - se reproduzcan. La justicia debe surgir de una profunda comprensión de las relaciones de poder, que no se limitan a la identidad, sino que están profundamente marcadas por las luchas de clase, los procesos de opresión histórica y las relaciones geopolíticas globales.
¿Cómo preparar sopas tradicionales con un toque único y sabroso?
¿Cómo gestionan las extensiones del navegador el acceso a las APIs y los permisos?
¿Cómo llegaron a América las especies animales? Reflexiones sobre su migración y distribución.
¿Cómo influye el contexto cultural en la comprensión de términos lingüísticos complejos?
¿Qué debe saber un futuro alumno de primer grado antes de empezar la escuela? (una guía para padres)
Información sobre el registrador
«La escuela – un territorio de salud»
Listado de libros de texto utilizados en el proceso educativo Escuela Secundaria №2 de Makariev

Deutsch
Francais
Nederlands
Svenska
Norsk
Dansk
Suomi
Espanol
Italiano
Portugues
Magyar
Polski
Cestina
Русский