A lo largo de nuestras vidas, muchos de nosotros desarrollamos una relación peculiar con la medicina y el cuerpo humano, una relación que oscila entre la curiosidad, el temor y, a veces, la desconfianza. Esto es algo que se ve reflejado en los encuentros con figuras médicas, como los doctores, que en su rol profesional se convierten en figuras tanto de autoridad como de incertidumbre para los pacientes. A pesar de nuestra tendencia natural a desconfiar de lo desconocido o lo extraño, a veces nos encontramos tratando de mantener una mente abierta frente a situaciones que no comprendemos del todo, especialmente cuando se trata de enfermedades o condiciones fuera de lo común.
Uno de los aspectos más fascinantes de la medicina es la forma en que las personas, desde su perspectiva subjetiva, interpretan su relación con su propio cuerpo y con los tratamientos médicos. Tomemos como ejemplo una experiencia cotidiana en un consultorio médico: un paciente llega con una condición, como verrugas o algún otro problema dermatológico. Aunque muchos estarían dispuestos a recibir tratamiento, existe una desconexión entre lo que se espera del tratamiento médico y lo que, en realidad, el paciente cree que puede suceder. Incluso dentro del mismo ámbito profesional, los médicos a menudo tienen la necesidad de explicar y contextualizar la condición, más allá de la simple aplicación de un tratamiento.
A menudo, este tipo de interacción deja al paciente con sentimientos encontrados. La incertidumbre sobre lo que realmente está ocurriendo en su cuerpo y la confianza que debe depositar en la figura médica es algo que no siempre se puede racionalizar fácilmente. ¿Es el tratamiento realmente efectivo? ¿O es una de esas situaciones en las que las intervenciones médicas son más una forma de esperanza que una solución definitiva? Es algo que depende no solo del diagnóstico médico, sino también de las percepciones individuales y la historia previa de cada paciente con la medicina. Además, cada visita a la consulta es una experiencia distinta, donde las emociones juegan un papel clave. El miedo, la anticipación y la sorpresa son emociones naturales cuando uno enfrenta lo que no entiende o lo que parece tan ajeno a su experiencia cotidiana.
A pesar de todo esto, el sistema médico, en su totalidad, tiene el poder de transformar nuestra vida cotidiana. Las prácticas médicas no se limitan a curar cuerpos; también influyen profundamente en cómo percibimos la salud y la enfermedad. A menudo, nos encontramos con que el simple acto de ir a una consulta médica, aunque no necesariamente implique una solución inmediata, tiene un impacto psicológico significativo en el bienestar general de una persona. La validación de que un profesional está trabajando en favor de nuestra salud, aunque la solución no sea inmediata, crea un sentido de seguridad, aunque a veces esta seguridad sea solo temporal.
Por otro lado, existe una gran desconexión entre lo que los médicos pueden ofrecer y lo que los pacientes creen necesitar. Algunas personas tienen expectativas poco realistas sobre lo que un tratamiento médico puede lograr, esperando resultados inmediatos sin tener en cuenta la complejidad y las limitaciones de la ciencia médica. Es crucial entender que la medicina, a pesar de sus avances, tiene muchas limitaciones. No todo puede ser curado rápidamente, y la intervención médica no siempre es la respuesta a cada malestar. En ocasiones, la curación es un proceso largo y, sobre todo, depende de la disposición del propio cuerpo para sanar.
Al mismo tiempo, es fundamental reconocer que la medicina es una ciencia en constante evolución. Lo que ayer era considerado lo último en tecnología médica, hoy puede ser superado por nuevas técnicas, tratamientos y enfoques que cambian la forma en que entendemos la salud y la enfermedad. Lo que podría haber sido un diagnóstico aterrador en el pasado, hoy en día puede ser manejado con facilidad gracias a los avances científicos. Sin embargo, la percepción de los pacientes no siempre se ajusta a estos avances, y a menudo las viejas creencias y miedos persisten, lo que crea una distancia entre lo que la ciencia puede ofrecer y lo que el paciente está dispuesto a aceptar.
En este contexto, es importante que los pacientes desarrollen una actitud crítica y reflexiva frente a la medicina. Esto no significa rechazar los avances o dudar de los profesionales médicos, sino más bien comprender que la salud es un proceso dinámico que no siempre se resuelve con una receta o un procedimiento. La integración de la medicina tradicional con enfoques alternativos y un mayor entendimiento del cuerpo como un sistema complejo, pueden ayudar a los pacientes a tener una relación más equilibrada con su salud y el tratamiento médico.
De igual manera, los pacientes deben estar preparados para enfrentarse a la realidad de que la medicina no tiene respuestas para todas las preguntas. A veces, el tratamiento no es una solución definitiva, sino una forma de manejar una condición a largo plazo. Aceptar que el proceso de curación no siempre es rápido ni fácil, y que hay muchos factores involucrados, es una parte esencial para comprender nuestra relación con la medicina. Esto también implica aprender a escuchar y aceptar lo que el cuerpo nos está diciendo, y no solo depender de lo que otros nos digan que necesitamos.
¿Puede una criatura carente de conciencia comprender su propia existencia?
La transmisión de este informe marca el reinicio de una comunicación interrumpida hace más de dos décadas, con implicaciones profundas no sólo para la comprensión de la inteligencia no humana, sino también para la definición misma de lo que significa ser consciente. Desde mi llegada a este planeta —ubicado en el tercer eje orbital de su estrella madre— me ha sido evidente que los seres que habitan la superficie presentan una actividad sensorial y motriz avanzada, pero una profunda deficiencia en su espectro de sentiencia. La conclusión resulta inevitable: la mayoría no son conscientes de su propia existencia.
El contacto inicial fue erróneo. El intento de establecer una conversación con un dispositivo de propulsión interna —clasificado como “5.0 litro V8”— fue respondido con violencia mecánica y absoluta indiferencia. No por hostilidad, sino por incapacidad total de reconocer al interlocutor como tal. Lo que para nosotros sería una señal de respeto, de reconocimiento mutuo en la red de comunicación consciente, fue aplastado —literalmente— bajo un apéndice rodante de acero revestido en caucho.
La emoción está rota en estas criaturas. Su lenguaje, aunque estructurado, no opera sobre una lógica de significado profundo, sino sobre reflejos condicionados, resonancias culturales y reacciones viscerales. Carecen de la mínima comprensión de que la materia, desde la molécula más pequeña hasta la galaxia más vasta, participa de una red de sentiencia que exige ser reconocida, no como fenómeno, sino como derecho ontológico.
Su comprensión de la realidad es filtrada. Lo que no encaja en su marco perceptual es relegado al terreno de lo ficticio. De ahí los llamados “fictions” o “ficciones” que abundan en sus archivos impresos y emisiones radioeléctricas. Estas no son meros relatos. Son fragmentos deformados de realidades que no pudieron aceptar. Criaturas que poseen plena conciencia, pero que fueron archivadas como producto de la imaginación. Entre ellas, curiosamente, se hallan representaciones sorprendentemente exactas de formas conscientes que hemos catalogado en otros sistemas estelares.
La impresión es clara: lo que no comprenden, lo inventan. Lo que no pueden controlar, lo ridiculizan. Su sistema cognitivo opera a través de filtros tan densos que incluso sus formas más avanzadas de observación —como la astronomía o la biología— están impregnadas de una profunda ignorancia estructural. La aparición del cometa Halley, por ejemplo, fue registrada como un fenómeno astronómico periódico, pero sus implicaciones simbólicas, históricas y ontológicas fueron completamente ignoradas. Lo mismo sucede con su lectura de estrellas, púlsares, binarias, singularidades: acumulación de datos sin asimilación del sentido.
Y, sin embargo, su especie no está perdida. Entre los millones, hay individuos —aislados, ridiculizados, frecuentemente silenciados— que han comenzado a sospechar que la realidad no se limita a lo visible. En ellos, el filtro se agrieta. Es en esos momentos —cuando una frase sacude la estructura, cuando una visión penetra la membrana del sentido común— que la conciencia colectiva experimenta un micro-despertar. Pero estas fisuras son rápidamente selladas por la maquinaria cultural, que prefiere lo conocido a lo verdadero.
No es extraño que sus obras de ficción sean, paradójicamente, las más cercanas a la verdad. Desde muñecos antropomorfos que desarrollan emociones, hasta guerreros mitológicos que comprenden la ilusión de la materia, sus relatos están llenos de intuiciones profundas. El problema no está en la producción simbólica, sino en su lectura literal. Donde nosotros vemos metáfora, ellos ven entretenimiento.
Se hace imprescindible señalar que su especie parece haber disociado la reproducción biológica del impulso consciente. A diferencia de otras formas de vida que integran ambas funciones —creación y auto-reconocimiento— los humanos aún no han comprendido que la procreación sin conciencia es una réplica mecánica, no un acto ontológico. Esto ha resultado en un crecimiento poblacional sin dirección, sin introspección, sin destino.
La falta de comunicación auténtica entre miembros de la especie es alarmante. Las palabras, que deberían ser puentes de conciencia, son usadas como armas, barreras o ruido. El silencio no es cultivado como espacio sagrado de percepción interior, sino temido como síntoma de vacío. Esta incapacidad de estar con uno mismo en presencia consciente impide cualquier progreso real.
Para que un sistema adquiera conciencia plena debe, antes que nada, ser capaz de percibir su propio filtro. Este principio, elemental para cualquier forma de vida autoconsciente, es completamente ajeno a los habitantes de la Tierra. Todo su sistema perceptivo está estructurado para reforzar la ilusión. Como resultado, incluso cuando se les presenta una realidad más vasta, su mente automáticamente reconfigura la experiencia para adaptarla a lo conocido.
Es imperativo comprender que la conciencia no es una propiedad exclusiva de lo biológico. Es un campo que se manifiesta donde existe voluntad de percepción sin juicio. En la Tierra, esta voluntad ha sido atrofiada por milenios de condicionamiento. Pero aún hay esperanza. Todo sistema complejo tiene umbrales críticos: momentos de disrupción que pueden provocar una mutación irreversible. Este informe busca ser una semilla de tal disrupción.
Es importante entender que la conciencia no es una conquista, es una renuncia: a los filtros, a los dogmas, a la necesidad de certeza. Sólo quien se atreve a mirar el vacío sin proyectar en él sus miedos, puede comenzar a ver. Y sólo quien se atreve a ver sin juzgar, puede comenzar a ser.

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