En la historia de la ciencia, muchos descubrimientos se han construido sobre los cimientos de investigaciones previas. Este proceso se ilustra bien con la famosa afirmación de Isaac Newton: "Si he visto más lejos es porque estoy sobre los hombros de gigantes". Pero, ¿cómo procesamos este conocimiento? ¿Cómo podemos confiar en la información científica sin ser expertos? Según el científico Dan Kahan, la respuesta no es tan simple como confiar en los datos o los hechos; las creencias y los marcos cognitivos juegan un papel crucial en cómo entendemos y aceptamos la ciencia.

Kahan explica que, aunque los sistemas de certificación y comunicación científica nos permiten tomar decisiones informadas, estos pueden ser distorsionados y corrompidos. Los sistemas de confianza, como las recomendaciones de expertos o las instituciones científicas, a veces fallan debido a la manipulación o la falta de transparencia. Un ejemplo claro de esto es el debate público sobre el cambio climático, donde la controversia no se debe únicamente a la falta de comprensión científica entre los ciudadanos, sino a cómo se presentan y se perciben las evidencias.

Estudios como el realizado por el Cultural Cognition Project han mostrado que la polarización en temas científicos no se reduce a la falta de conocimientos técnicos, sino que tiene raíces más profundas en los sistemas de creencias de las personas. Aquellos que tienen mayor formación científica y capacidad de razonamiento técnico, a menudo son los más polarizados respecto a temas como el cambio climático. Kahan argumenta que esto se debe a un conflicto entre los sistemas de creencias personales y las evidencias científicas objetivas. Las personas tienden a interpretar los hechos en función de sus creencias previas, influenciadas por su grupo social y sus valores, lo que distorsiona su percepción de la realidad científica.

Este fenómeno revela que nuestras creencias no son solo el resultado de una voluntad individual de aceptar hechos; están profundamente conectadas con nuestra identidad y nuestra historia personal. Como señala Kahan, las creencias son parte de un "común" de sensaciones, valores y dilemas que afectan nuestra capacidad de entender nuevos hechos. Por ejemplo, si a un grupo de personas se les presenta una información nueva, solo cambiarán sus creencias si reconocen esa nueva información como válida. Este proceso depende de su confianza en los sistemas de certificación, como expertos o instituciones, que validan la información.

El proceso de confianza en los expertos funciona de manera similar a cómo resolvemos problemas en grupo. En situaciones donde la mayoría no tiene la respuesta, confían en los pocos que la tienen, no porque les expliquen cómo hacerlo, sino porque saben identificar a quienes son competentes. Este es el mecanismo normal de comunicación científica. Sin embargo, hoy en día, Kahan señala que estos sistemas de certificación están siendo distorsionados debido a los esfuerzos deliberados de desinformación, la manipulación y las vulnerabilidades humanas que nos hacen susceptibles a la desinformación.

Uno de los mayores problemas actuales es el esfuerzo organizado por ciertos grupos de interés para crear división y confusión sobre temas científicos. Algunos actores, movidos por intereses personales o ideológicos, buscan desacreditar la ciencia para promover su propia agenda. Kahan insiste en la necesidad de mejorar la ciencia de la comunicación científica, especialmente porque cada vez más personas desestiman el debate científico y están más expuestas a la desinformación. Los debates sobre la ciencia son a menudo menos sobre los hechos y más sobre las narrativas y marcos cognitivos que guían cómo las personas procesan la información.

La clave para una comunicación científica efectiva, según Kahan, radica en utilizar recursos narrativos pluralistas. Las personas no solo procesan información en términos de hechos y datos, sino que también responden a historias que tienen un conflicto, personajes identificables y un sentido de moralidad. Estas narrativas no solo deben ser claras, sino que deben ser culturalmente relevantes para los diferentes grupos. Las historias deben conectar con las creencias y valores del público, lo que permite que las personas se acerquen a la verdad de una manera que tenga sentido para ellas. En un entorno pluralista, las personas pueden ver tanto a personas similares a ellas como a otras muy diferentes, cada una con sus propias perspectivas, lo que fomenta un diálogo abierto y respetuoso.

Para lograr un cambio positivo, Kahan subraya la importancia de reconocer y respetar las diferentes formas de pensar. La verdadera comprensión científica no surge de la imposición de una visión única, sino del respeto mutuo y la apertura al entendimiento de que existen diversas formas de interpretar los hechos. En lugar de insistir en tener siempre la razón, debemos centrarnos en promover un ambiente en el que se valore la pluralidad de pensamientos y se fomente el diálogo constructivo.

En este contexto, no se trata solo de la ciencia, sino de cómo la ciencia se comunica. La ciencia no es solo una acumulación de hechos, sino un proceso de comunicación que involucra a expertos, medios de comunicación y al público en general. Y mientras que la desinformación y la manipulación siguen siendo amenazas, también es cierto que el potencial para una comprensión más profunda y plural de la ciencia está al alcance de todos, siempre que se utilicen las narrativas correctas y se respeten las diferentes perspectivas.

¿Cómo la corporación se ha transformado en una institución peligrosa y sin ética?

Desde finales de los años 90, se comenzó a observar el creciente poder de las corporaciones, un fenómeno que coincide con el desarrollo acelerado de la globalización, la desregulación y la privatización. Los gobiernos empezaron a abandonar muchas de sus funciones regulatorias, liberando a las corporaciones de las restricciones legales. Este proceso resultó en la creación de corporaciones como instituciones autónomas, cuyo único objetivo es servir a sus propios intereses y a los de sus accionistas. Aunque los individuos que dirigen y trabajan en estas corporaciones no son el foco principal de la crítica, la verdadera crítica se dirige a la naturaleza institucional de la corporación en sí, una creación legal que ha adquirido características propias que, si se observaran en un ser humano, fácilmente se diagnosticarían como psicopáticas.

El profesor Bakan fue uno de los primeros en señalar este fenómeno. Su análisis es claro: las corporaciones han sido diseñadas para actuar de manera insensible, sin capacidad para formar relaciones duraderas y con una despreocupación total por el bienestar de los demás. Según Bakan, algunas de las características clásicas de un psicópata son: indiferencia por los sentimientos ajenos, incapacidad para mantener relaciones estables, desprecio por la seguridad de los demás, engaños repetidos con fines de lucro, incapacidad de experimentar culpa, y la transgresión de normas sociales relacionadas con comportamientos legales. A medida que se examinan los excesos de Wall Street, las manipulaciones de los grandes bancos, los registros ambientales de las compañías petroleras, las campañas de desinformación y las mentiras de la industria tabacalera, los argumentos de Bakan empiezan a parecer menos radicales y más acertados.

Bakan no busca simplemente demonizar a los ejecutivos de las corporaciones o a los empleados, sino mostrar que la estructura misma de la corporación como institución es lo que la convierte en un ente moralmente peligroso. Las corporaciones tienen la obligación legal de maximizar las ganancias para sus accionistas, lo que las lleva a priorizar el lucro sobre cualquier otro aspecto, incluidos el bienestar social y ambiental. El concepto de responsabilidad social corporativa es, según Bakan, una falacia, un oxímoron, pues no se puede esperar que una institución diseñada para actuar de manera insensible y sin ética se autorregule o actúe en beneficio de la sociedad.

Hoy en día, las corporaciones no solo carecen de restricciones morales o éticas internas, sino que su estructura les impide actuar de manera diferente. El sistema está diseñado de tal manera que las empresas no tienen incentivo alguno para comportarse de manera responsable fuera de los márgenes de sus ganancias. Aunque algunos empleados dentro de estas corporaciones tienen valores sociales y medioambientales genuinos, al entrar a sus oficinas se ven "metafóricamente y prácticamente" obligados a seguir las demandas institucionales que dictan las corporaciones. Estas demandas no pueden ser modificadas por buenos deseos individuales, ya que el camino crítico de una corporación siempre será maximizar los beneficios para los accionistas.

El modelo de corporación comenzó a gestarse en el siglo XIX, como una herramienta poderosa para atraer grandes cantidades de capital y llevar a cabo proyectos de gran envergadura, como ferrocarriles, aerolíneas o el Internet. Sin embargo, con el paso del tiempo, y particularmente a partir de la década de 1980, comenzó a desmantelarse el sistema regulador que antes limitaba los excesos de estas instituciones. Los gobiernos empezaron a ceder el control y, en su lugar, se asumió que el mercado y la propia autorregulación corporativa serían suficientes para garantizar que todo marchara bien. Sin embargo, los resultados de este enfoque han sido desastrosos, tanto para la democracia como para el medio ambiente.

Hoy en día, las corporaciones no solo se benefician de una estructura legal que las favorece, sino que han creado una especie de "maquinaria de relaciones públicas" que les permite proyectar una imagen de benevolencia, presentándose como amigas de la humanidad, dispuestas a hacer el bien. La manipulación de la percepción pública es tan sofisticada que las corporaciones logran que la gente las vea como entidades "cálidas y amigables", como el hombre Michelin o Ronald McDonald, cuando en realidad su principal interés radica en la maximización de sus ganancias, independientemente del daño que puedan causar a la sociedad.

Este fenómeno no es exclusivo de grandes empresas, como las farmacéuticas, que buscan moldear la ciencia a su favor, o las compañías petroleras que manipulan información sobre el impacto ambiental de sus actividades. Es una característica común a todas las corporaciones, que en su afán de maximizar beneficios, distorsionan la realidad y enmascaran sus verdaderos fines detrás de campañas publicitarias. A pesar de que la responsabilidad social corporativa, en ocasiones, genera beneficios, la realidad es que la mayoría de las veces se trata de un gesto superficial, un intento de ocultar la verdadera naturaleza de estas instituciones.

Es esencial comprender que las corporaciones no están diseñadas para ser responsables de manera intrínseca. Su comportamiento está regulado por leyes que priorizan el beneficio económico, lo que impide que actúen de acuerdo con principios éticos o sociales. La única forma de garantizar que actúen en beneficio del bien común es a través de restricciones externas, impuestas por regulaciones claras y estrictas. De lo contrario, las corporaciones seguirán operando bajo la lógica del máximo beneficio a corto plazo, sin importar el impacto que puedan tener en el medio ambiente, en las personas o en la democracia misma.

¿Cómo superar el estancamiento en la lucha contra el cambio climático?

El movimiento de negación del cambio climático ha tenido un éxito sorprendente en aumentar el número de personas que lo descartan. Este fenómeno, al que se refieren como "dismissivos", ha sido impulsado por estrategias organizativas que fomentan la polarización y el antagonismo. Sin embargo, el desafío actual radica en salir de este ciclo de negación, adoptando un enfoque más inclusivo y comprensivo.

Hasta ahora, los científicos y los ambientalistas han sido los principales transmisores del mensaje sobre el cambio climático. A lo largo de los años, han logrado que la cuestión del calentamiento global se eleve a los niveles más altos de toma de decisiones geopolíticas. A pesar de los logros alcanzados, Leiserowitz sugiere que estos actores, aunque dignos de reconocimiento, ya no deben liderar el movimiento de forma exclusiva. El futuro requiere una nueva versión de esta narrativa, una en la que intervengan diversos sectores, no solo aquellos estrictamente relacionados con el medio ambiente, sino también sectores que pueden verse de forma indirecta afectados por el cambio climático, como la seguridad nacional, los negocios o la salud pública.

Un claro ejemplo de la necesidad de cambiar el enfoque se encuentra en los diferentes grupos de la sociedad. Las personas alarmadas por el medio ambiente, por ejemplo, están profundamente comprometidas con la preservación de especies como los osos polares, pero este mensaje ha sido contraproducente para aquellos que no consideran a los animales en peligro como una prioridad. Estas personas han respondido con indiferencia, alegando que se preocupan por los problemas humanos, no por los animales. Este tipo de enfoque está claramente limitado: resonó con un público determinado, pero ya no es suficiente para generar un cambio a gran escala. La falta de conexión entre el cambio climático y las implicaciones humanas es uno de los mayores vacíos a abordar.

De acuerdo con los datos de Leiserowitz, pocas personas entienden las consecuencias del cambio climático en la salud humana. Si se pregunta a la población si el aumento del nivel del mar obligará a abandonar las grandes ciudades costeras, la mayoría tendrá una opinión, pero si se les pregunta sobre las consecuencias para la salud humana, muchos no tienen respuesta. Esta falta de conciencia sobre los riesgos para la salud puede ser una vía clave para redirigir el enfoque del mensaje. Cuando se informa sobre los riesgos para la salud, las personas tienden a conectar el problema con sus valores fundamentales, lo que puede activar un mayor interés en la cuestión.

El reto, entonces, es enfocar el mensaje en aquellos problemas que afectan directamente a todos, en lugar de centrarse en marcos específicos como los osos polares o las regiones geográficas que se verán afectadas de forma más inmediata. Es vital llevar el cambio climático más cerca de la realidad personal de cada individuo, abordando problemas como la seguridad nacional o el impacto económico. Así se rompería la barrera de la lejanía, pues muchas personas creen que el cambio climático es algo que afecta a otros, pero no a ellos.

La movilización para cambiar la narrativa debe ser más organizada. Mientras que los defensores del medio ambiente han estado trabajando de forma dispersa y sin una estrategia coherente, los negacionistas del cambio climático han sido notablemente más efectivos debido a su organización. Las diferencias son claras: es como comparar una bombilla incandescente con un láser, ambos consumen la misma energía, pero producen resultados completamente diferentes. Por lo tanto, la clave está en crear una estructura organizada y eficiente que pueda confrontar la magnitud del desafío.

Uno de los obstáculos más grandes en la lucha contra el cambio climático ha sido la fragmentación del debate. Se han utilizado tres marcos principales: el científico, el ambientalista y el político. Sin embargo, ninguno de estos marcos ha sido suficiente para movilizar a la población en su conjunto. El debate científico sobre la causa humana del cambio climático nunca llegará a un consenso total, y el marco ambiental, que se centra en los animales y la naturaleza, no ha logrado conectar con amplios sectores de la sociedad. El marco político, que asocia el cambio climático con una posición ideológica, ha creado divisiones aún mayores. Es crucial alejarse de estos marcos y presentar el cambio climático como un problema global que afecta a todas las ideologías y sectores.

El impacto del cambio climático es una cuestión demasiado grande como para ser resuelta solo por grupos de expertos, políticos o ambientalistas. En lugar de depender de pequeñas políticas implementadas en Washington, se debe enfocar la solución en un cambio a gran escala, uno que atraviese toda la sociedad, involucrando tanto a las autoridades como a la ciudadanía. El cambio climático afecta a todos, y la respuesta debe ser igualmente inclusiva.

Además, cada nivel de la sociedad tiene un papel que desempeñar en la mitigación y protección frente al cambio climático, desde las ciudades hasta los gobiernos nacionales. Este problema es enormemente descentralizado, y las decisiones que se tomen en las ciudades y municipios tienen un impacto real en la forma en que se enfrenta la crisis. A medida que los desastres climáticos se vuelven más frecuentes, las personas que antes no creían en el cambio climático ahora están comenzando a reconsiderar sus posturas.

Aunque las situaciones difíciles parecen apoderarse del panorama global, existen señales de esperanza. Iniciativas como la Carta de la Tierra, los Objetivos de Desarrollo del Milenio de las Naciones Unidas y otros proyectos que buscan establecer un conjunto común de valores globales muestran que el cambio es posible. Sin embargo, es crucial evitar que la ira, aunque es una herramienta poderosa de movilización, nos nuble la eficacia. La ira puede ser explotada para fines políticos que no contribuyen al objetivo común de salvar el planeta.

La lucha contra el cambio climático no es solo una cuestión de supervivencia ambiental, sino también de valores fundamentales que nos definen como humanidad. Por eso, los ciudadanos deben entender que, aunque el cambio climático pueda parecer un desafío lejano, sus consecuencias afectan a todos, sin importar su ideología, ubicación geográfica o grupo social. Esto es lo que debe impulsar la acción colectiva para revertir el curso actual.

¿Cómo el Rencor y la Ceguera Cognitiva Influyen en Nuestras Opiniones y Decisiones?

El rencor es una de las fuerzas más poderosas y destructivas que puede moldear las decisiones y percepciones de los individuos y los grupos. En muchos casos, las personas sienten una necesidad casi irresistible de señalar a los demás como enemigos, de tratar las diferencias como batallas y de vivir en un estado de constante confrontación. Este fenómeno no solo perpetúa la polarización, sino que también puede llevar a una distorsión de la realidad en la que se busca justificar cualquier acción, por más errónea que sea, a través de un sentimiento de "justicia propia".

La justicia propia es, en muchos sentidos, un refugio de la incertidumbre. Cuando no estamos seguros de nuestras creencias o cuando nos enfrentamos a información que desafía nuestras convicciones, es común que recurramos al rencor como mecanismo de defensa. En lugar de confrontar nuestra duda o aceptar que nuestras percepciones podrían estar equivocadas, optamos por aferrarnos a la noción de que tenemos razón y que los demás están equivocados. Este proceso, aunque inicialmente reconfortante, puede tener efectos profundamente dañinos.

El sociólogo Roger Conner señala que el rencor se inicia de manera inocente, con pequeñas críticas hacia el otro lado, pero rápidamente puede escalar hasta convertirse en una animosidad incontrolable. Al principio, las discusiones se basan en la interpretación de los hechos, en cómo la otra parte malinterpreta o distorsiona la información, pero con el tiempo, la conversación se convierte en una lucha por la superioridad moral. En este escenario, el "otro" se convierte en un enemigo a derrotar, en lugar de un interlocutor con el que se podría llegar a un entendimiento mutuo.

Sin embargo, la clave para salir de este ciclo destructivo reside en el autoconocimiento y la autocrítica. Como señala Conner, es esencial reconocer que todos tenemos ciertas incertidumbres y que el rencor surge como un mecanismo para proteger nuestra autoestima ante esa incertidumbre. El primer paso para superarlo es aceptar la posibilidad de que la otra parte no esté movida por malas intenciones, sino por creencias que pueden ser sinceras, aunque erróneas. Solo cuando somos capaces de ver al otro como una persona decente, aunque con una visión equivocada, podemos evitar caer en la trampa del activismo destructivo.

La psicóloga Carol Tavris, en su obra Mistakes Were Made (But Not by Me), profundiza aún más en cómo las personas se aferran a sus creencias a pesar de la evidencia que las contradice. Esta resistencia al cambio de opinión está vinculada a lo que ella denomina "disonancia cognitiva", que es el malestar psicológico que experimentamos cuando nuestras creencias entran en conflicto con nuestras acciones o con nueva información. Este malestar se maneja de dos maneras: o cambiamos nuestras creencias para alinearlas con la nueva información, o desestimamos la evidencia que las desafía. En muchos casos, optamos por la segunda opción, ya que es menos dolorosa, pero a largo plazo nos aleja de la verdad.

La disonancia cognitiva explica por qué muchas personas siguen negando el cambio climático a pesar de la abrumadora evidencia científica que lo respalda. Al enfrentarse a una amenaza tan global y compleja, muchas personas prefieren ignorar la evidencia en lugar de aceptar que sus vidas, trabajos y valores podrían estar siendo puestos en peligro. Como señaló Tavris, las personas que viven en zonas afectadas por fenómenos como huracanes o inundaciones a menudo se resisten a abandonar sus hogares, no solo por una cuestión emocional, sino también por los profundos vínculos económicos e ideológicos que tienen con esos lugares. La incertidumbre económica y la amenaza a su forma de vida son fuerzas poderosas que refuerzan la resistencia al cambio.

La ideología y los intereses económicos también desempeñan un papel fundamental en la resistencia al cambio. Las personas que han invertido grandes cantidades de tiempo, esfuerzo o dinero en un determinado estilo de vida o creencia tienden a justificar sus decisiones, incluso cuando las circunstancias cambian. Este fenómeno no solo ocurre en el ámbito del cambio climático, sino en cualquier situación en la que se desafíen las creencias profundamente arraigadas. Los seres humanos son criaturas de costumbre, y cambiar de postura requiere una introspección y una disposición a cuestionar nuestras propias elecciones, algo que, como Tavris señala, es doloroso y difícil.

La psicología social también ofrece una clave importante para entender por qué las personas tienden a aferrarse a sus creencias incluso ante evidencia contraria. Cuando tomamos una decisión, ya sea acerca del cambio climático, sobre política o incluso sobre qué automóvil comprar, nuestra mente se vuelve más cerrada a nuevas perspectivas. Después de comprometernos con una postura, nos volvemos más receptivos a la información que la respalda y más despectivos con la que la desafía. Este fenómeno de "confirmación de sesgo" nos permite reforzar nuestra visión del mundo, pero también nos priva de la capacidad de crecer y adaptarnos.

Por tanto, es fundamental reconocer que no solo las ideologías externas, sino también los mecanismos psicológicos internos, influyen en nuestra manera de percibir el mundo y de actuar en consecuencia. Si realmente deseamos avanzar hacia una sociedad más justa y menos polarizada, necesitamos desarrollar una mayor capacidad para cuestionar nuestras propias creencias y actuar con humildad intelectual. Solo a través del respeto mutuo, de la comprensión de las intenciones ajenas y de la disposición para colaborar, podemos superar los obstáculos creados por el rencor y la ceguera cognitiva.