En la década de 1970, tras la resolución de los casos Green v. Kennedy (1970) y Green v. Connally (1971), la exención fiscal que disfrutaban muchas instituciones educativas evangélicas dejó de considerarse como una simple ventaja fiscal, pasando a ser vista como una forma de financiación pública. Antes de estos fallos, las prácticas de admisión raciales discriminatorias no eran motivo para revocar o negar el estatus fiscal exento de impuestos, pero tras estas decisiones judiciales, el racismo explícito en la admisión de estudiantes se convirtió en un motivo legítimo para revocar dicho estatus. Sin embargo, la cuestión de si la segregación racial, justificada por creencias religiosas, seguía siendo protegida por la Corte Suprema quedó sin resolver, generando un intenso debate dentro de la comunidad evangélica.
A medida que avanzaban los años, un movimiento político entre los evangélicos blancos se fue gestando con el objetivo de proteger la exención fiscal de sus escuelas segregadas. Este movimiento no solo era visible, sino también organizado, con grupos evangélicos defendiendo explícitamente los derechos de las instituciones educativas que mantenían prácticas raciales discriminatorias. La defensa de la segregación no solo estaba relacionada con una postura cultural o social, sino con una lucha por mantener el estatus fiscal que permitió a estas instituciones operar sin las restricciones impuestas por las leyes federales contra la discriminación racial. La oposición a la integración escolar fue un tema crucial en el sur de los Estados Unidos, donde todo un sistema escolar segregado empezó a vaciarse de estudiantes blancos y donde las escuelas religiosas segregadas recibían un amplio apoyo político por parte de los evangélicos que se oponían a la integración racial.
Este movimiento se institucionalizó rápidamente con el respaldo de las iglesias y asociaciones evangélicas, quienes presentaron en ocasiones amicus curiae en defensa de las escuelas segregadas, como sucedió en el caso de Bob Jones University, una de las universidades evangélicas segregadas más prominentes del país. Los líderes evangélicos formaron un frente común para resistir los esfuerzos federales que buscaban desmantelar las políticas de segregación en las escuelas. Esta coalición no solo era algo limitado a un pequeño grupo de instituciones, sino que se extendió a través de un movimiento político más amplio, que se consolidó en la década de 1980.
El cambio en la política de los evangélicos blancos se hizo especialmente evidente cuando la Administración de Ronald Reagan adoptó una postura de oposición a la intervención del Servicio de Impuestos Internos (IRS) en las políticas de admisión de estas escuelas. Aunque la cuestión racial ya no era políticamente aceptable como bandera de lucha abierta, Reagan capitalizó un nuevo tema de unidad para los evangélicos: el aborto. En 1980, Reagan se presentó ante una multitud de 10,000 evangélicos en el Reunion Arena de Dallas, donde criticó lo que consideraba un “agenda regulatoria inconstitucional” del IRS en contra de las escuelas independientes, pero no hizo ninguna mención explícita del aborto. No obstante, los líderes del movimiento de la derecha religiosa pronto transformaron el aborto en un tema central de su plataforma, convirtiéndolo en un tema crucial para movilizar a los votantes evangélicos.
El aborto, que en un principio había sido un tema secundario, pasó a convertirse en una cuestión central en la agenda política de los evangélicos. De hecho, fue el aborto, más que la segregación racial, lo que motivó a muchos evangélicos a movilizarse políticamente en apoyo a Reagan y a la causa de los republicanos. Aunque muchos estudios han destacado el impacto de la posición evangélica sobre el aborto en su cambio de lealtades políticas, el vínculo entre los evangélicos y los republicanos tiene raíces mucho más profundas, relacionadas con la defensa de la segregación racial en las décadas anteriores. De acuerdo con Balmer (2014), el origen de la derecha cristiana moderna no radica tanto en la defensa de la vida del feto, sino en la defensa de un orden racial segregado, que fue lo que inicialmente unió a los evangélicos bajo una misma causa.
A lo largo de las décadas, la tendencia política de los evangélicos blancos fue evolucionando, pero es importante recordar que esta transformación no fue únicamente consecuencia de la moralidad asociada al aborto, sino de la preocupación constante por la preservación de un sistema racial segregado que se sentía amenazado por las políticas federales de integración. La relación entre las actitudes sobre la raza y las actitudes sobre el aborto fue crucial para comprender el comportamiento político de los evangélicos, particularmente en la transición de los demócratas a los republicanos en las décadas de 1970 y 1980.
Además de estos factores, otro elemento clave que los analistas políticos deben tener en cuenta al estudiar la dinámica electoral entre los evangélicos es la manera en que los cambios en las actitudes sobre la raza y el aborto se vieron reflejados en las tendencias de voto a lo largo del tiempo. Aunque estudios previos se han enfocado principalmente en el impacto del aborto en las elecciones, los análisis que profundizan en la relación entre las actitudes raciales y las decisiones políticas de los evangélicos muestran que la influencia de la raza fue mucho más determinante en el cambio de lealtades políticas durante los años de la integración y la lucha por la desegregación.
¿Cómo la relación de los evangélicos blancos con el Partido Republicano ha influido en su diversidad social y política?
Las tensiones dentro del mundo evangélico blanco, particularmente en lo que respecta a su vínculo con el Partido Republicano, han generado un escenario complejo que, aunque en sus primeras etapas fue observado como un elemento cohesivo, ha evolucionado hacia un espacio de creciente división. Esta división no solo refleja una transformación interna en la percepción política de los jóvenes evangélicos, sino también un posible quiebre con las estrategias de los líderes religiosos que han apostado por un apoyo incondicional a la política republicana. En este capítulo, se examina cómo este apoyo, que una vez unió a los evangélicos blancos en torno a temas como la moralidad sexual, el aborto y los derechos de la comunidad LGBT, ahora parece sembrar las semillas de la discordia.
En las últimas décadas, el impacto de los evangélicos blancos en el sistema político estadounidense ha sido innegable. Su influencia se ha manifestado especialmente en cuestiones relacionadas con la moral sexual, temas como el aborto, la anticoncepción y la educación sexual, donde su postura ha definido, en gran medida, el tono del debate político en EE. UU. Sin embargo, no solo se limitan al ámbito federal: su presencia también se ha hecho sentir en las elecciones locales y estatales, donde su postura sobre la enseñanza de la evolución, por ejemplo, ha influido en diversas contiendas políticas. A pesar de esta influencia, la capacidad de los evangélicos blancos para influir en los resultados políticos ha sido variable, y en ocasiones, sobreestimada.
En cuanto a su comportamiento electoral, los evangélicos blancos han demostrado una cohesión política sorprendente. Durante las elecciones de 2016, más del 80 por ciento de los evangélicos blancos votaron por Donald Trump, un patrón que también se repitió en las elecciones de 2012 con Mitt Romney. Este nivel de apoyo es uno de los más altos en términos de identificación partidaria, comparado con otros grupos sociales, como los afroamericanos, quienes, a pesar de tener un mayor porcentaje de apoyo a los candidatos del Partido Demócrata, representaron una proporción menor del electorado en términos absolutos.
Sin embargo, a pesar de esta fuerte tendencia republicana, la identificación partidaria de los evangélicos ha mostrado un cambio significativo. En las elecciones de 1988, un porcentaje importante de evangélicos blancos apoyó al candidato republicano George H. W. Bush, pero menos de la mitad se identificaba como republicano o se inclinaba hacia el Partido Republicano. Para las elecciones de Mitt Romney en 2012, alrededor del 70 por ciento de los evangélicos blancos se identificaban como republicanos o se inclinaban hacia este partido. Este cambio revela no solo un patrón de votación coherente con el Partido Republicano, sino también un cambio más profundo en la identificación política.
Este fenómeno no ha sido ajeno a divisiones dentro del propio grupo evangélico, especialmente entre las generaciones más jóvenes. Se observa una creciente aceptación de posturas más progresistas entre los evangélicos jóvenes, particularmente en cuestiones sociales como el matrimonio entre personas del mismo sexo. Según una encuesta reciente, el 47 por ciento de los jóvenes evangélicos blancos se mostró a favor de permitir el matrimonio legal entre parejas del mismo sexo, una tasa significativamente más alta que entre los evangélicos en general. Este cambio en la actitud refleja una mayor tolerancia hacia grupos sociales y culturales fuera de la comunidad evangélica.
Este cambio generacional puede explicarse por el entorno social en el que estos jóvenes se desarrollan. La exposición a diferentes fuentes de información, como redes sociales más diversas o la educación superior, podría estar promoviendo una apertura hacia nuevas ideas y perspectivas. La influencia de la política y el estilo combativo de muchos líderes evangélicos, alineados de manera incondicional con el Partido Republicano, puede estar empujando a estos jóvenes a cuestionar y diversificar sus puntos de vista políticos. Así, la interacción de los evangélicos blancos con el Partido Republicano, en lugar de fortalecer la cohesión dentro del grupo, podría estar contribuyendo a una fractura interna.
Es esencial entender que este fenómeno de diversificación no se limita solo a los jóvenes evangélicos, sino que también refleja un cambio en los valores y en la forma de relacionarse con el mundo exterior. La conexión con la política y la religión no es simplemente una cuestión de lealtad, sino también de cómo los valores sociales y culturales han evolucionado dentro de una comunidad religiosa que, hasta hace poco, se mantenía relativamente homogénea en sus posturas políticas.
Este cambio también podría tener repercusiones en el futuro de la política estadounidense, donde el bloque de los evangélicos blancos ha sido crucial para la victoria de varios candidatos republicanos. La falta de consenso dentro de este grupo podría debilitar su influencia electoral en el futuro, a medida que más evangélicos jóvenes se distancian de las posiciones políticas tradicionales defendidas por sus líderes religiosos.
Es importante señalar que los factores que impulsan esta diversificación son multifacéticos. La exposición a diferentes formas de educación, la creciente interconexión a través de las redes sociales y el contacto con comunidades religiosas o políticas fuera de su círculo tradicional contribuyen a esta evolución de las ideas. La intersección entre religión, política y cultura es, por lo tanto, cada vez más compleja, lo que hace necesario que los estudiosos y observadores políticos sigan de cerca cómo estos cambios afectarán el panorama electoral en los próximos años.
¿Cuál es la relación entre los abogados cristianos conservadores y la política estadounidense?
En los últimos años, el movimiento legal cristiano ha experimentado un creciente protagonismo en la arena política estadounidense, especialmente en los círculos conservadores. La conexión entre los grupos de abogados cristianos conservadores (CCLO, por sus siglas en inglés) y el Partido Republicano ha sido objeto de análisis, pues, aunque los objetivos de estos grupos a menudo coinciden con los de los republicanos, la naturaleza de su relación no es siempre lineal ni exenta de complejidades. Los abogados cristianos conservadores, organizados en diversas entidades como el Centro Americano para la Justicia de la Ley (ACLJ) o la Alianza Defendiendo la Libertad (ADF), defienden principalmente los valores cristianos en el ámbito legal, abogando por la protección de la libertad religiosa, la oposición al aborto y la promoción de políticas públicas que respeten sus creencias.
Este movimiento surgió en un contexto de creciente secularización de la sociedad estadounidense y una percepción de que las leyes y políticas públicas estaban en contraposición con los principios cristianos tradicionales. Los CCLOs se han presentado como una respuesta institucionalizada a este desafío, con un enfoque específico en la defensa de la libertad religiosa y la lucha contra lo que consideran un deslizamiento hacia una sociedad más secularizada. Su influencia se ha hecho sentir especialmente en cuestiones que afectan la educación pública, la legislación sobre el aborto y la familia, así como en los tribunales, donde han logrado que se mantengan o se adopten decisiones legales favorables a sus valores.
Uno de los momentos cruciales en los que este movimiento se destacó fue en la vacante dejada por la muerte del juez Antonin Scalia en 2016. La política partidaria se dividió inmediatamente, y los CCLOs, como la ACLJ y la ADF, se unieron a la postura republicana de bloquear cualquier intento de llenar esa vacante hasta la elección de un nuevo presidente. El argumento de que los votantes deberían decidir quién debería nombrar al próximo juez del Tribunal Supremo resonó ampliamente en los círculos conservadores, aunque la respuesta de la administración de Barack Obama fue diferente, ya que nominó al juez Merrick Garland para ese puesto. Los CCLOs, sin embargo, rápidamente se alinearon con el Partido Republicano en su oposición a Garland, argumentando que la nominación debía ser decidida por el próximo presidente electo, lo que, en última instancia, condujo a la confirmación del juez Neil Gorsuch tras la elección de Donald Trump.
Este episodio revela una de las paradojas centrales del movimiento legal cristiano: aunque los intereses de los CCLOs y el Partido Republicano a menudo se solapan, especialmente en lo que respecta a temas sociales como el aborto, los matrimonios entre personas del mismo sexo o el papel de la religión en la vida pública, la relación entre ambos no siempre es sencilla. Los CCLOs son, por naturaleza, grupos de interés que defienden una agenda específica, no un partido político. Sin embargo, en la práctica, han encontrado en el Partido Republicano un aliado natural, pues muchas de las políticas republicanas se alinean con sus valores.
A pesar de este alineamiento, algunos dentro del movimiento legal cristiano han mostrado cautela ante el vínculo excesivo con la política partidista. Aunque sus preocupaciones y luchas a menudo coinciden con las de los conservadores, la independencia legal de estos grupos es vital para mantener su estatus como organizaciones sin fines de lucro. El riesgo de perder este estatus, o incluso de alienar a aquellos que no se sienten cómodos con la politización del movimiento, es una realidad que muchos de estos grupos intentan gestionar cuidadosamente.
El legado de Scalia también ilustra otra dimensión crucial de esta relación. El difunto juez era un defensor de la interpretación originalista de la Constitución, lo que lo alineaba estrechamente con los valores del movimiento legal cristiano. En este sentido, la nominación de jueces que compartan una visión similar de la ley ha sido una prioridad para los CCLOs, quienes ven en el poder judicial una de las últimas bastiones para proteger los valores cristianos frente a lo que perciben como una erosión moral de la sociedad.
Sin embargo, a pesar de estas sinergias, algunos CCLOs son más reacios que otros a involucrarse de manera explícita en la política partidista. Las tácticas y estrategias del Partido Republicano no siempre se alinean con el enfoque deliberado y meticuloso de muchos de estos grupos. En ocasiones, la retórica incendiaria de algunos líderes republicanos, como el propio Donald Trump, puede entrar en conflicto con la forma en que los abogados cristianos prefieren manejar los asuntos legales y políticos. No obstante, el objetivo final sigue siendo el mismo: lograr que las políticas y decisiones legales favorezcan una visión del mundo que respete y promueva los valores cristianos.
En cuanto a los temas que los CCLOs defienden, hay un enfoque particular en la libertad religiosa y la oposición a cualquier medida que vean como un ataque a esta. Los casos más emblemáticos en los que se ha visto involucrado el movimiento incluyen la defensa de las oraciones en las escuelas, la exención de empresas y organizaciones religiosas de ciertas leyes, y el derecho a expresar opiniones religiosas sin represalias en el ámbito público y laboral. Sin embargo, no todos los asuntos en los que intervienen estos grupos se limitan a la defensa de la libertad religiosa. También han estado involucrados en la defensa de leyes que refuercen lo que consideran como valores tradicionales en cuestiones como la familia, el matrimonio y la sexualidad.
A pesar de que los intereses de los CCLOs y los republicanos coinciden en muchos casos, no todos los grupos dentro de este movimiento están dispuestos a abrazar completamente el apoyo al Partido Republicano. Algunos prefieren mantener una independencia estratégica, considerando que el compromiso demasiado explícito con un partido político podría debilitar su misión y su capacidad para operar dentro del sistema legal estadounidense. En este sentido, la relación entre los abogados cristianos conservadores y la política sigue siendo fluida, con vínculos más fuertes en algunos casos y más distantes en otros.
¿Cómo influyen el evangelicalismo y la religión en las actitudes económicas?
En el debate presidencial republicano de noviembre de 2015, el Dr. Ben Carson, un devoto adventista del séptimo día, defendió su propuesta de impuesto único a partir de una práctica bíblica: el diezmo. "Creo que Dios es un tipo bastante justo. Y dijo... si me das el diezmo, no importa cuánto ganes. Si has tenido una cosecha abundante, no me debes tres veces el diezmo. Y si no has tenido cosecha, no me debes nada", expresó Carson (Tankersley 2015). Aunque muchos dentro del movimiento conservador apoyan el impuesto plano, es menos común que una figura política de alto perfil base una propuesta económica en argumentos religiosos. La fusión de la Biblia con la política económica de Carson es coherente con el pensamiento del cristianismo reconstructivista, que se encuentra en algunos círculos del protestantismo evangélico, donde lo sagrado y lo secular se consideran una unidad (Iannaccone 1993). Esto plantea una cuestión: ¿cuán extendida está la aproximación de Carson entre los evangélicos? Y, si es ampliamente aceptada, ¿es lo suficientemente relevante como para moldear la alineación partidista de los evangélicos?
En las elecciones de 2016, por ejemplo, el candidato republicano Donald Trump apeló a los evangélicos utilizando un lenguaje explícitamente religioso, como sus declaraciones sobre la libertad religiosa en la Universidad Liberty. Sin embargo, también hizo apelaciones más generales sobre temas económicos, como la reactivación de empleos en áreas rurales, donde se concentra una parte significativa de la población evangélica. Si la economía resulta tan importante para los evangélicos como la religión misma, la lealtad de los evangélicos blancos al Partido Republicano está, en parte, ligada a sus posiciones económicas.
A pesar de que los temas económicos son sumamente relevantes para la sociedad estadounidense, los estudios sobre religión y política han tardado en abordar su influencia en las actitudes económicas (Wilson 2009; Deckman et al. 2017; Hart 1996; McCarthy et al. 2016). En particular, entre los evangélicos blancos, la política religiosa se ha asociado casi exclusivamente con cuestiones culturales. Después de todo, cuando los protestantes evangélicos blancos fueron integrados al Partido Republicano a finales de los años 70, fueron movilizados principalmente por apelaciones culturales más que por la agenda económica de Reagan. Así, al centrarnos en los evangélicos, podemos abordar esta incongruencia evaluando hasta qué punto la religión influye en las actitudes económicas.
El dilema teórico que se plantea es que, aunque la religión puede informar las actitudes económicas, no siempre lo hace de manera unificada. Un enfoque weberiano destaca la naturaleza individualista de la teología calvinista, según la cual los creyentes persiguen la piedad personal y el éxito material como una manera de demostrar su estatus como "elegidos" o salvados (Barker y Carman 2000). Sin embargo, el enfoque del evangelio social subraya que la Biblia también enseña la importancia de la responsabilidad social y la caridad hacia los pobres. De hecho, las enseñanzas religiosas contienen suficiente ambigüedad como para otorgar a los creyentes la flexibilidad necesaria al alinear sus valores religiosos y económicos (Iannaccone 1998). Entonces, ¿qué enfoque determina las actitudes de los evangélicos?
Argumentamos que depende, por supuesto. Utilizando datos de los Estudios Nacionales de Elecciones Americanas (ANES), analizamos tres vectores de influencia religiosa, conocidos como los tres Bs: pertenencia, creencias y comportamiento. Demostramos que las actitudes económicas varían enormemente según la pertenencia religiosa y la raza. Los evangélicos blancos tienden a ser más individualistas económicamente que los protestantes principales, mientras que los evangélicos negros adoptan una postura más comunitaria. El comportamiento religioso (compromiso religioso) no tiene un efecto independiente sobre las actitudes económicas, pero condiciona el efecto de la pertenencia entre los evangélicos. La creencia en el literalismo bíblico se asocia con el liberalismo económico, pero el estatus socioeconómico probablemente sea el factor que explique esta relación. Asimismo, siguiendo a Stephen Hart (1996), demostramos que estas relaciones varían según el tema tratado. La influencia de la religión es fuerte en relación con el gasto en bienestar social, pero débil respecto al apoyo a principios generales del libre mercado.
La pertenencia religiosa configura las actitudes políticas, ya que los correligionarios tienden a compartir un estatus social y están expuestos a las mismas "creencias que conectan la teología con los asuntos públicos" (Guth et al. 1997, 8). En este sentido, la afiliación religiosa sirve como un lente compartido a través del cual las personas perciben el mundo político. Así, la religión, aunque no unificada, desempeña un papel central en las actitudes económicas y políticas dentro del contexto evangélico estadounidense.
¿Cómo las creencias religiosas influyen en las políticas económicas?
Max Weber ([1930] 1994) ofrece una perspectiva clave sobre la conexión entre religión y comportamiento económico. Según Weber, para los calvinistas europeos, la acumulación de riqueza era una virtud, un deber religioso y una señal de piedad personal. Esta visión se traduce en un conservadurismo económico que favorece los mercados libres y un estado de bienestar limitado, como resultado directo de esta corriente religiosa. La aproximación weberiana a la religión y la economía se cimienta en los patrones de pertenencia y tiene sus raíces en la Ilustración y el surgimiento del capitalismo. La Ilustración, con su énfasis en la racionalidad, el individualismo y la perfección del ser humano, desafió el orden feudal existente, donde los destinos terrenales estaban predestinados al nacer. El intercambio libre de bienes y capital, como base del avance económico, representaba una amenaza para una estructura de clases profundamente arraigada.
Los calvinistas adoptaron una forma radical de predestinación. Según Weber, los calvinistas creían que ellos eran los amos de sus destinos terrenales, ya que Dios había predestinado quiénes serían salvos. No podían ganar la salvación a través de buenas obras, pero podían demostrar su estatus elegido mediante la prudencia, el trabajo arduo y la acumulación de riqueza material. En este sentido, el papel del estado era el de “asegurar la libertad para la acción individual”, salvo cuando la moral tradicional se viera comprometida (Leege 1993, 11). Con su énfasis en “el trabajo duro, la iniciativa individual y la responsabilidad personal” (Wilson 1999, 432), la ética protestante del trabajo prioriza la doctrina y la santidad personal por encima de una ética social cristiana más amplia. En esta visión, los pobres deben valerse por sí mismos.
Rodney Stark y Charles Y. Glock argumentan que esta perspectiva es especialmente prevalente en el protestantismo evangélico, “que tiende a ver la justicia social de manera milagrosa” (1968, 75). Debido a que la teología evangélica está más estrechamente relacionada con las ideas calvinistas ortodoxas, los protestantes evangélicos tienden a favorecer políticas económicas conservadoras en lugar de las alternativas. Sin embargo, el cuidado de los pobres, la justicia económica y la cohesión social son principios centrales del cristianismo que informan directamente las raíces éticas de la tradición del evangelio social. Esta corriente hace un llamado a los cristianos para reformar las estructuras sociales asociadas con la pobreza, el racismo y la degradación. Subraya el cuidado por los demás como un principio superior a la piedad personal (Stark y Glock 1968).
La piedad personal está bien, pero no es suficiente, y debe ir acompañada de acciones destinadas a levantar a “los más pequeños de estos”. Como observan Clarke E. Cochran y David Carroll Cochran, “Puedes decir lo que quieras sobre la oración, sobre la liturgia, sobre la lealtad a la iglesia. Son vitales... pero, ¿de verdad piensas que alguno de nosotros llegaremos al cielo sin alimentar a los hambrientos, vestir a los desnudos, ministrar a los enfermos, visitar a los encarcelados?” (2003, 1; énfasis en el original). Esta ética tradicional, plasmada en el Sermón del Monte (Stark y Glock 1968, 75), favorece una política económica liberal que aboga por intervenciones en el mercado y un estado de bienestar robusto. Esta teología de izquierda es algo menos común entre los evangélicos blancos (Kenski y Lockwood 1991; Pyle 1993; Wilson 1999, 2009), pero el conservadurismo económico no se abraza de manera uniforme en todas las comunidades evangélicas.
Las evidencias que respaldan estas perspectivas son mixtas. Angela Farizo McCarthy y colegas (2016) no encuentran casi ninguna conexión entre la afiliación religiosa y las preferencias en políticas económicas. Hart (1996) descubre que, contrariamente a los estereotipos más comunes, los evangélicos no son conservadores en todos los temas, incluidas las cuestiones económicas. De hecho, los evangélicos se encuentran como la tercera tradición más liberal económicamente, detrás de los protestantes negros y los católicos, pero por delante de los judíos, los protestantes principales y los no afiliados. Sin embargo, David Barker y Christopher Jan Carman (2000, 8) encuentran que los cristianos nacidos de nuevo, blancos y conservadores, son más propensos a apoyar políticas económicas individualistas (conservadoras) que otros cristianos. De igual manera, Melissa Deckman y colegas (2017) descubren que los evangélicos blancos son más propensos a adoptar posiciones conservadoras sobre los impuestos y el gasto en infraestructuras. En cuanto al apoyo al gasto gubernamental para los pobres, los protestantes negros son los más favorables, mientras que los evangélicos blancos y los protestantes principales son menos apoyadores (Pyle 1993).
El resultado aquí es que, cuando las personas otorgan más valor al logro individual y la responsabilidad, es menos probable que apoyen la intervención del gobierno en los asuntos económicos y más probable que respalden el conservadurismo económico. El comportamiento y las creencias religiosas varían considerablemente. El Pew Research Center (2015) observa, por ejemplo, que mientras que el 66 por ciento de los evangélicos estadounidenses oran a diario, otros oran semanalmente, mensualmente o no oran en absoluto. Un 88 por ciento de los evangélicos creen en Dios; el 12 por ciento restante se divide entre aquellos que están “bastante seguros” de la existencia de Dios y los que están convencidos de que Dios no existe. Esta variabilidad tiene implicaciones políticas significativas, ya que dentro de las tradiciones religiosas, los miembros más observantes y creyentes tienden a ser los más conservadores (Green 2010; Layman 2001; Smidt, Kellstedt y Guth 2009).
¿Se extiende este patrón a los temas económicos? McCarthy y colegas (2016, 4) señalan que el efecto del comportamiento y las creencias religiosas puede reforzar simplemente las creencias y enseñanzas centrales propias de la afiliación religiosa. Así, cuanto más se asista a una iglesia que enfatiza el individualismo, más probable es que se internalice ese mensaje. J. Matthew Wilson (1999) observa que entre los protestantes observantes, los protestantes principales y los protestantes negros son inclinados positivamente hacia las personas en bienestar, mientras que los protestantes evangélicos blancos lo están de manera negativa. En cuanto a las preferencias de políticas gubernamentales, Ben Gaskins, Matt Golder y David A. Siegel (2013) encuentran que la relación entre la participación religiosa y el conservadurismo económico está condicionada por el ingreso. Entre los pobres, la participación religiosa y el conservadurismo económico trabajan en direcciones opuestas, pero entre los ricos, se complementan: “Los pobres religiosos son más conservadores económicamente que los pobres no religiosos, pero los ricos religiosos son menos conservadores económicamente que los ricos no religiosos” (Gaskins, Golder y Siegel 2013, 839; ver también Huber y Stanig 2011).
Por lo tanto, la relación entre el comportamiento religioso y las actitudes económicas requiere una evaluación más matizada. El comportamiento religioso no necesariamente conduce al conservadurismo de manera uniforme. Con respecto a las creencias (o lo que se denomina ortodoxia), Ralph Pyle (1993) encuentra que la creencia en el literalismo bíblico está positivamente relacionada con el apoyo a los esfuerzos gubernamentales para ayudar a los pobres. Timothy T. Clydesdale (1999) y Hart (1996) confirman estos resultados. Mientras que el compromiso religioso empuja a los creyentes hacia el conservadurismo económico, la ortodoxia religiosa está asociada con el apoyo a la asistencia gubernamental a los pobres. Estos resultados son sorprendentes, ya que se piensa que la ortodoxia y el compromiso producen conservadurismo en todas las tradiciones religiosas (Green 2010; Olson y Warber 2008). Sin embargo, los creyentes ortodoxos y comprometidos se movieron hacia la derecha en respuesta a cuestiones culturales (ver Capítulo 3). El patrón puede desmoronarse cuando se sale de ese dominio. Tal vez los creyentes ortodoxos estén más inclinados a tomar en serio las admoniciones bíblicas de cuidar a los pobres.
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