La oposición organizada al nombramiento de Brett Kavanaugh en la Corte Suprema de Estados Unidos se fundamentó, entre otras razones, en su historial de decisiones contrarias a los intereses de las familias trabajadoras. Kavanaugh ha fallado reiteradamente en contra del derecho de los empleados a recibir servicios de salud proporcionados por sus empleadores, ha respaldado a los empleadores en casos de discriminación laboral y ha impulsado la reversión de precedentes firmemente establecidos en la Corte. Estas tendencias reflejan una postura judicial que debilita la protección de los derechos laborales y que, en última instancia, afecta la estabilidad y el bienestar de la clase trabajadora.

En contraste, se observa un resurgimiento del respaldo popular y político hacia los derechos colectivos de los trabajadores, particularmente el derecho a la negociación colectiva y a la afiliación sindical. Encuestas recientes, como las realizadas por Gallup, revelan que el apoyo a los sindicatos alcanzó un 61% en 2017, marcando un punto de inflexión no visto desde principios del siglo XXI. Entre los jóvenes de 18 a 34 años, el apoyo es aún mayor, y los graduados universitarios muestran un respaldo notable, cercano al 70%. Este renovado interés refleja la percepción de los sindicatos como herramientas esenciales para equilibrar las relaciones laborales y fortalecer la justicia social.

El derecho a la negociación colectiva ha sido históricamente un pilar para la consolidación de una clase media robusta en Estados Unidos. La erosión de este derecho, impulsada por políticas conservadoras que priorizan los intereses de los propietarios del capital sobre los de los trabajadores, ha contribuido no solo a la disminución de la clase media sino también a una mayor estratificación y disparidad económica. Este fenómeno trasciende las fronteras nacionales: la Declaración Universal de los Derechos Humanos establece claramente el derecho de todos los trabajadores a formar y unirse a sindicatos para su protección, reconociendo que negarlos es relegarlos a una condición de ciudadanía de segunda clase o peor.

A nivel global, la desigualdad económica presenta una realidad igualmente preocupante. El 1% más rico de la población mundial posee más de la mitad de la riqueza global, una concentración extrema que se ha incrementado en las últimas décadas. Mientras el total de la riqueza mundial ascendió a 280 billones de dólares en 2017, el número de millonarios continúa creciendo aceleradamente. La disparidad se acentúa aún más al considerar a los “ultra-ricos”, individuos con patrimonios superiores a 30 millones de dólares, que poseen una proporción desproporcionada de la riqueza global, a pesar de representar una fracción minúscula de la población mundial. Las diez personas más ricas del mundo poseen conjuntamente más riqueza que la producción anual de la mayoría de los países.

El análisis de esta desigualdad global ofrece perspectivas divergentes según la metodología empleada. Instituciones como el Fondo Monetario Internacional señalan una reducción significativa de la pobreza extrema en las últimas tres décadas, mientras que otras fuentes, como Inequality.org, evidencian un aumento persistente de la brecha entre ricos y pobres. La disminución de la pobreza extrema no implica, sin embargo, una mejora generalizada en las condiciones económicas, ya que cerca de la mitad de la población mundial sigue enfrentando dificultades para cubrir sus necesidades básicas, y la cantidad de personas en situación de pobreza está aumentando. Este matiz es crucial para comprender la complejidad del fenómeno y evitar conclusiones simplistas.

La desigualdad económica global no solo afecta a quienes viven en pobreza, sino que representa un desafío para la cohesión social y la estabilidad política a nivel mundial. Excesos en la desigualdad erosionan la cohesión social, alimentan la polarización política y pueden desacelerar el crecimiento económico, aspectos todos fundamentales para la salud de las democracias contemporáneas. Este contexto explica, en parte, los flujos migratorios masivos, ya que las personas en extrema pobreza buscan desesperadamente mejores condiciones de vida en países más desarrollados, exponiéndose a enormes riesgos en el proceso.

Además de los aspectos económicos, es importante considerar el papel de los medios de comunicación como contrapeso esencial en la defensa de la democracia y los derechos humanos. La película “The Post” ilustra cómo la prensa ha tenido un papel crucial al desafiar al poder gubernamental para revelar verdades ocultas que afectan el interés público. La responsabilidad de los medios de informar a la ciudadanía y servir a los gobernados, no a los gobernantes, es un pilar para mantener la transparencia y la rendición de cuentas, elementos que también influyen en la defensa de los derechos laborales y la lucha contra la desigualdad.

Comprender estas dinámicas exige un enfoque multidimensional que reconozca la interconexión entre derechos laborales, justicia económica, medios de comunicación y la democracia misma. La protección de los derechos de los trabajadores y la reducción de la desigualdad son no solo imperativos sociales sino condiciones necesarias para la preservación de sociedades justas y democráticas.

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¿Cuál es el valor real de la educación formal y cómo influye en la vida social y profesional?

Es razonable pensar que asistir a la universidad con el único objetivo de “fiestar” constantemente, sin cumplir con las responsabilidades académicas, resulta irracional, especialmente cuando se consideran los costos financieros y la posible deuda al abandonar los estudios sin un título. Encontrar el equilibrio entre una vida social activa y el rendimiento académico es la clave para el éxito universitario. La vida social es importante no solo por el disfrute personal, sino también por las conexiones que se establecen. Cualquier compañero de clase, particularmente aquellos que comparten la misma especialidad, podría ser fundamental para asegurar un empleo futuro. Además, la participación en clubes académicos y de intereses específicos facilita la creación de redes valiosas. El deporte universitario no solo fortalece los lazos entre compañeros, sino que también puede abrir puertas a oportunidades laborales, ya sea directamente, como en carreras deportivas, o indirectamente, a través de contactos.

Para comprender mejor este panorama, es necesario analizar qué entendemos por “educación”. La educación es un proceso de adquisición de conocimientos que puede realizarse de manera formal o informal. La educación informal ocurre fuera de un currículo estructurado y puede darse en cualquier contexto: conversaciones, observación del entorno, viajes, visitas a museos o bibliotecas, y el autoaprendizaje mediante la lectura o el estudio de temas específicos. Idealmente, esta educación informal debería ser una práctica constante, dado que cualquiera puede aprender algo nuevo sin la mediación directa de un educador formal. Por ejemplo, alguien interesado en la jardinería puede aprender consultando a expertos, viendo programas especializados o experimentando por sí mismo. Otro caso es el estudio de la Segunda Guerra Mundial, que puede abordarse mediante libros y documentales.

Cuando se habla de educación en términos generales, generalmente se refiere a la educación formal, la cual es un proceso estructurado y certificado que desarrolla conocimientos, habilidades, intelecto y carácter. En este proceso, algunos actúan como docentes y otros como estudiantes. La verdadera importancia de la educación formal radica no solo en el aprendizaje sino en la obtención de credenciales reconocidas por terceros con autoridad para certificarlas, que indican competencia y cualificación para un trabajo o función específica. Estas credenciales pueden ser diplomas, certificados, documentos de identidad, autorizaciones legales o publicaciones académicas reconocidas.

Existen diversas modalidades de educación formal, incluyendo aprendizajes, escuelas técnicas y educación superior. Históricamente, la transmisión de habilidades necesarias para la supervivencia y el trabajo se daba de generación en generación, y con el tiempo estos procesos se formalizaron, especialmente en las sociedades desarrolladas. Los aprendizajes son empleos remunerados donde el aprendiz recibe formación práctica de un experto, común en oficios como electricidad, carpintería o plomería. Algunos programas combinan la formación práctica con instrucción en aulas, y han tenido éxito en países como Alemania, ganando popularidad en Estados Unidos.

Por otro lado, las escuelas técnicas o vocacionales se centran en la formación práctica para oficios específicos, preparando a los estudiantes para empleos concretos en áreas como la marina, la gastronomía, la reparación automotriz o la tecnología médica.

La educación superior, impartida en universidades y colegios, es un fenómeno relativamente reciente en la historia humana. Inicialmente, la mayoría de la población estaba enfocada en la supervivencia básica, mientras que solo una minoría privilegiada tenía acceso a la lectura, la escritura y al conocimiento filosófico, humanístico y científico. Las universidades comenzaron a proliferar de manera significativa en los últimos siglos. Un ejemplo emblemático es la Universidad de al-Qarawiyyin en Fez, Marruecos, fundada en 859 d.C. y considerada la universidad más antigua del mundo según la UNESCO. Este centro educativo, fundado por Fatima al-Fihri, ha funcionado continuamente desde entonces y posee una biblioteca con manuscritos históricos de gran valor.

Hoy, con miles de instituciones de educación superior en todo el mundo, la pregunta fundamental es si realmente existen beneficios para quienes asisten y se gradúan. La respuesta es contundente: sí. La educación superior ofrece un valor multifacético. Entre sus beneficios destaca la posibilidad de movilidad social, ya que a mayor nivel educativo suelen asociarse mejores oportunidades económicas y profesionales. Este es un factor crucial para estudiantes que ven en la universidad la esperanza de un empleo bien remunerado y una mejor calidad de vida.

Es esencial comprender que la educación no solo consiste en acumular información, sino en desarrollar un pensamiento crítico y habilidades que permitan enfrentar un mundo complejo y en constante cambio. La educación formal prepara para ello, pero la educación informal complementa y enriquece esta preparación, siendo un proceso continuo que nunca debe detenerse. Asimismo, las redes sociales y profesionales que se construyen durante la educación formal pueden ser tan valiosas como el propio conocimiento adquirido, pues facilitan el acceso a oportunidades y colaboraciones futuras.

El reconocimiento social y económico que proporciona la educación formal también es un reflejo de su función como certificador de competencias en sociedades tecnológicamente avanzadas. En un mercado laboral competitivo, contar con credenciales legítimas es indispensable para acceder a posiciones que demandan especialización y responsabilidad.

Finalmente, aunque la educación superior tiene un valor incuestionable, es importante tener en cuenta que el aprendizaje no termina con la obtención de un título. La verdadera formación implica una actitud constante de curiosidad y auto-mejora, aprovechando tanto las experiencias formales como informales a lo largo de la vida.