En las elecciones presidenciales de 2016, la división en el voto entre los diferentes segmentos de la población estadounidense fue claramente visible, y uno de los factores más importantes fue la relación entre el nivel educativo, la raza y la identificación partidaria. El análisis de los resultados y el comportamiento electoral en estados clave como Iowa reveló que el apoyo a los candidatos estaba fuertemente influenciado por el grado de educación alcanzado y las inquietudes económicas que afectaban a los votantes.
Donald Trump logró una victoria significativa entre los votantes blancos de clase trabajadora, especialmente aquellos sin un título universitario. En Iowa, por ejemplo, Trump ganó el apoyo del 54% de los votantes blancos frente al 40% de Hillary Clinton, con una notable diferencia en las franjas educativas: entre los blancos con título universitario, Trump se impuso solo por un 49% a un 44%, mientras que entre los votantes sin educación universitaria, la diferencia fue mucho mayor, alcanzando un 58% para Trump frente al 38% para Clinton. Este fenómeno también se reflejó en otros estados del Medio Oeste, donde las áreas que históricamente habían sido feudos demócratas se inclinaron hacia Trump, un cambio que sorprendió a muchos analistas políticos (Cohen y Simon, 2016).
El factor clave detrás de esta tendencia fue el cambio en la relación entre la raza, la educación y la identificación política, especialmente después de la presidencia de Barack Obama. Según varios estudios, los votantes blancos con educación universitaria comenzaron a inclinarse más hacia el Partido Demócrata a partir de 1992, en contraste con los votantes blancos sin título universitario, que se alejaron progresivamente del partido, adoptando posturas más cercanas al Partido Republicano. Este cambio está íntimamente relacionado con las actitudes hacia las minorías raciales y étnicas. Los blancos con mayor nivel educativo tienden a tener una visión más positiva de las minorías raciales, lo que los hace más propensos a apoyar las políticas liberales del Partido Demócrata, que promueven la inclusión y la igualdad racial. En cambio, los votantes sin un título universitario, que muestran actitudes más negativas hacia las minorías, se sintieron más atraídos por la retórica de Trump, que a menudo se centraba en la defensa de los intereses de los votantes blancos y en la oposición a políticas de inmigración y multiculturalismo.
Por otro lado, los votantes de clase trabajadora blanca en los estados clave, como Iowa, no solo se vieron afectados por estas divisiones educativas, sino que también experimentaron un fuerte sentimiento de ansiedad económica. Los datos de las encuestas de salida indicaron que más del 50% de los votantes en todo el país y el 54% en Iowa consideraban que la economía era el problema más importante que enfrentaba el país en 2016. Sin embargo, el apoyo a Trump no fue impulsado por la "dificultad económica" directa, sino por la "ansiedad económica", es decir, un temor generalizado al futuro económico y la percepción de que el sistema económico no estaba funcionando para los votantes de clase trabajadora. Trump se benefició especialmente de esta ansiedad económica, ya que muchos de sus votantes se sentían inseguros sobre sus empleos y el futuro de la economía, a pesar de no haber sufrido directamente una caída significativa en su nivel de vida.
Este fenómeno fue más evidente en los votantes que percibían que el crecimiento económico era lento y que las políticas gubernamentales no estaban respondiendo adecuadamente a sus preocupaciones. Casselman (2017) documentó que el apoyo a Trump era más fuerte en los condados donde los ingresos familiares medianos habían disminuido entre 2000 y 2016, y donde el empleo en el sector manufacturero había caído, lo que aumentó la sensación de inseguridad económica. La preocupación por la pérdida de empleos bien remunerados y la falta de crecimiento económico en ciertas regiones contribuyó a la inclinación de estos votantes hacia el candidato republicano, que prometía restaurar empleos y revertir las políticas que, según él, habían perjudicado a la clase trabajadora.
Además, es crucial señalar que el impacto de la educación y la ansiedad económica no solo afectó a los votantes en los estados del Medio Oeste, sino que también jugó un papel fundamental en las elecciones a nivel nacional. Los votantes que se sentían más inseguros desde el punto de vista económico tendían a inclinarse hacia Trump, independientemente de su nivel educativo. Aunque la educación sigue siendo un factor importante, el temor a perder el estatus económico y las oportunidades de empleo llevó a muchos votantes, incluso aquellos con ingresos superiores a los 50,000 dólares anuales, a apoyar a Trump.
La combinación de factores, como la clase social, el nivel educativo y las preocupaciones económicas, creó una coalición de votantes que impulsó a Trump a la Casa Blanca, a pesar de que tradicionalmente los votantes de clase trabajadora y aquellos sin un título universitario habían sido una base electoral sólida para el Partido Demócrata. Este cambio en la dinámica electoral de los votantes blancos sin educación universitaria podría tener implicaciones a largo plazo en las futuras elecciones, especialmente en estados clave donde la clase trabajadora blanca sigue siendo un grupo demográfico significativo.
Es importante reconocer que el panorama electoral de 2016 estuvo marcado por una compleja interacción entre la economía, la raza, la educación y la identidad política, y entender cómo estos factores se cruzan puede proporcionar valiosos conocimientos sobre el comportamiento electoral en Estados Unidos. La ansiedad económica, más que la pura dificultad económica, parece haber sido el motor principal que impulsó la victoria de Trump, mostrando que el miedo a un futuro incierto, combinado con percepciones sobre la identidad y la exclusión social, puede tener un impacto profundo en la política.
¿Cómo influyó Iowa en las elecciones presidenciales de 2020?
El proceso de nominación presidencial en los Estados Unidos ha sido, durante muchos años, influenciado por el Estado de Iowa, particularmente a través de su sistema de caucus. Iowa, con su pequeña población y carácter rural, ha jugado un papel crucial en el camino hacia la Casa Blanca, dado que sus caucus representan una de las primeras pruebas para los candidatos presidenciales. Las votaciones en este estado no sólo son un indicador de popularidad, sino que también sirven como un termómetro de la fuerza y la organización de los equipos de campaña.
A lo largo de las décadas, los caucus de Iowa han mostrado la importancia de entender las dinámicas electorales a nivel local, como la movilización del voto en áreas rurales o la forma en que los candidatos pueden conectar con los votantes que no necesariamente se alinean con las grandes ciudades. En las elecciones de 2020, Iowa se destacó por su profunda división política y la capacidad de sus habitantes para influir en la elección presidencial. Las encuestas previas a los caucus de Iowa mostraban una fuerte competencia entre figuras como Joe Biden y Bernie Sanders, quienes se disputaban el apoyo de una base electoral diversa pero igualmente decisiva para el futuro de las primarias demócratas.
Los candidatos que se enfrentaron en los caucus de Iowa tenían una estrategia muy clara: conectar con los votantes indecisos y movilizar a los jóvenes, al mismo tiempo que aprovechaban las divisiones internas dentro del Partido Demócrata. Las encuestas también reflejaron el hecho de que Iowa se encontraba en una encrucijada, enfrentando tanto la globalización que ha erosionado el poder de su industria agrícola como el aumento de la polarización política. Los votantes de Iowa, que históricamente han sido percibidos como moderados, mostraron una creciente alineación con las divisiones ideológicas más marcadas, especialmente en torno a las preocupaciones de la clase trabajadora y la identidad política.
La importancia de Iowa en la campaña presidencial de 2020 no solo radicaba en los números, sino en la narrativa que se construyó en torno a la victoria en este estado. Para muchos, los caucus representaban una especie de primer veredicto de lo que el electorado estadounidense quería en su próximo líder. Los analistas de todo el país seguían de cerca las dinámicas de votación en Iowa, no solo por sus resultados inmediatos, sino por cómo estos podían prefigurar las tendencias en otros estados clave. Sin embargo, la peculiaridad de los caucus y su sistema de votación –que difiere de las primarias tradicionales– también ofrece desafíos únicos para los candidatos, pues la organización de una campaña que movilice a los votantes en estas reuniones puede resultar crucial.
El voto en Iowa, junto con el hecho de que los resultados de las primarias en este estado tienden a amplificar las tendencias nacionales, establece una especie de punto de partida que influye enormemente en la percepción pública y en la forma en que los votantes de otros estados procesan la campaña presidencial. Esta dinámica fue aún más marcada en 2020, dado el clima político polarizado que caracterizó las elecciones. La retórica política de Donald Trump, centrada en la lucha contra el socialismo y en la defensa de su visión de la economía estadounidense, se enfrentó a una campaña demócrata igualmente segmentada que buscaba conectar con diferentes facciones del electorado.
Iowa, entonces, no solo actuó como un microcosmos de la política estadounidense, sino como un recordatorio de la creciente importancia de las estrategias de campaña a nivel local. Los resultados de los caucus ayudaron a perfilar el futuro de las elecciones de 2020, pero también subrayaron la necesidad de comprender las preocupaciones locales y las identidades regionales que muchas veces se pierden en el debate nacional. El resultado de Iowa fue un indicio temprano de lo que sería una larga lucha entre las corrientes políticas del país.
Además de las dinámicas políticas, es fundamental comprender el proceso de los caucus en Iowa, que no solo pone a prueba la habilidad de los candidatos para organizar a sus seguidores, sino también su capacidad para influir en una cultura política particular. El hecho de que los votantes de Iowa se reúnan físicamente en eventos organizados en sus comunidades marca una diferencia significativa con las primarias en otros estados, lo que añade una capa de complejidad en la manera en que los resultados de estos caucus pueden ser interpretados. Aunque en 2020 hubo intentos de modificar las reglas y de hacer el proceso más inclusivo, el caucus sigue siendo un mecanismo que exige compromiso personal y dedicación.
Para los demócratas, en particular, la elección en Iowa de 2020 representaba una oportunidad para demostrar que podían movilizar tanto a votantes de la clase trabajadora como a una base más progresista. A pesar de las dificultades logísticas y el caos que se dio tras la votación, los caucus de Iowa de 2020 dejaron claro que las expectativas electorales en el campo demócrata eran complejas. Iowa, en este sentido, se convirtió en el escenario de un aprendizaje crucial para los candidatos y para los votantes por igual. Es importante recordar que la victoria en Iowa no solo depende de la capacidad de un candidato para atraer votos, sino también de cómo se presenta ante una base que, aunque lejana a los grandes centros urbanos, es igual de decidida y consciente de su poder político.

Deutsch
Francais
Nederlands
Svenska
Norsk
Dansk
Suomi
Espanol
Italiano
Portugues
Magyar
Polski
Cestina
Русский