En la historia evolutiva de la humanidad, el matón ha tenido un lugar destacado, no solo como un personaje polarizante, sino como un peligro potencial para la cohesión de los grupos humanos. La figura del matón tradicionalmente se ha asociado con un comportamiento impredecible, a menudo temerario e irresponsable. Sin embargo, para algunos, esta figura puede representar el modelo perfecto, mientras que para otros, es la manifestación de una personalidad seriamente desequilibrada. El matón divide a las personas en dos grupos: aquellos que lo siguen y aquellos que lo rechazan. En ese sentido, la historia del matón en nuestras sociedades tiene implicaciones tanto a nivel social como cultural, ya que refleja la lucha por el control y la armonía en las comunidades.

En sociedades igualitarias de cazadores-recolectores, los matones, representados por los alfa machos sociales, eran monitoreados y controlados por las mismas comunidades a las que pertenecían. Tal control social estaba orientado a minimizar los riesgos que estos individuos representaban para la supervivencia colectiva. Christopher Boehm, en su obra Moral Origins (2012), documenta cómo los grupos humanos primitivos neutralizaban a estos individuos, mostrando que la cooperación y el equilibrio dentro de un grupo eran vitales para la supervivencia.

Hoy en día, la figura del matón se extiende más allá de las interacciones individuales, adquiriendo dimensiones globales y políticas. El riesgo existencial que enfrenta la humanidad, tal como lo señala Noam Chomsky, es una amenaza para nuestra supervivencia. A pesar de que la globalización neoliberal y la conectividad global pueden dar la impresión de una humanidad unida, la fragmentación polarizada es una característica definitoria de la vida contemporánea. Este estado de fragmentación genera un entorno en el que la polarización contribuye a la aceleración de riesgos globales, como la posible extinción de la humanidad. Así, la actitud imprudente de aquellos que exacerban la división global, como algunos líderes políticos, se convierte en un peligro que debemos reconocer y abordar.

La neutralización de los matones en tiempos antiguos dependía de procesos comunicativos dentro de los grupos. Los humanos siempre han sido una especie aficionada al chisme. Desde sus orígenes, las personas han hablado sobre las acciones de los demás, encontrando en esas conversaciones las fuerzas disruptivas presentes en sus comunidades. Hoy en día, los medios de comunicación juegan un papel crucial en este proceso de reflexión colectiva sobre los códigos morales y la regulación del comportamiento social. Como señala Boehm, las sociedades humanas desaprueban el abuso de la autoridad, el engaño perjudicial para la cooperación del grupo y las grandes mentiras, lo que refleja cómo los grupos se comunican sobre estos actos y buscan identificar y controlar a los matones sociales.

La evolución de la comunicación humana ha sido impulsada por la necesidad de pensar juntos, de cooperar en beneficio mutuo. La comunicación no solo sirve para transmitir información útil, sino también para crear vínculos sociales. Los humanos comparten información porque desean estar conectados entre sí. Así, la comunicación fue una herramienta crucial para enviar señales de advertencia en momentos de peligro inminente. La caza colectiva y las actividades cooperativas de nuestros ancestros requerían de una distribución justa de los recursos, lo que implicaba la supresión de comportamientos matones que podrían desestabilizar la cooperación.

Es importante señalar que la estructura narrativa de la comunicación humana ha sido fundamental desde los inicios de nuestra especie. A lo largo de la historia, hemos contado historias sobre lo que íbamos a hacer y lo que ya habíamos hecho, ya sea en la caza, la agricultura, la construcción de asentamientos o la guerra. Esta capacidad de contar historias sobre la acción humana es esencial para hacer posible cualquier acción colectiva. La narrativa, como parte del proceso comunicativo, sigue desempeñando un papel clave en cómo entendemos nuestro lugar en el mundo y cómo nos percibimos unos a otros en el ámbito global.

Por último, el estudio del papel de figuras como el presidente de los Estados Unidos, Donald Trump, y cómo los medios globales lo perciben, ofrece una reflexión crucial sobre la figura del matón moderno. Trump, con su actitud desafiante y su retórica polarizante, ha exacerbado las tensiones internas en los Estados Unidos y ha impactado las relaciones internacionales. Su capacidad para atraer la atención mediática con declaraciones polémicas y a menudo insultantes resalta cómo un líder puede, de manera similar a un matón, dividir y polarizar a una sociedad. Sin embargo, también debemos reflexionar sobre el impacto de este tipo de figuras en la estabilidad global y en la capacidad de la humanidad para enfrentar los riesgos existenciales que amenazan nuestra supervivencia.

El análisis de cómo los medios de comunicación perciben a líderes como Trump y la manera en que sus acciones pueden promover o poner en peligro la resiliencia de la comunidad global es esencial para comprender la dinámica contemporánea del poder y la polarización mundial.

¿Cómo los medios moldearon el referéndum del Brexit y qué revela esto sobre la política contemporánea?

Tras la abolición del Fairness Doctrine en 1987, el canal Fox News de Rupert Murdoch operó sin la obligación de ofrecer una pluralidad de opiniones, consolidándose como un medio marcadamente parcial. Esta tendencia marcó una diferencia fundamental con la tradición británica, donde, si bien los medios audiovisuales siguen sujetos a normas de imparcialidad, la prensa escrita carece de tales restricciones y muestra una inclinación predominante hacia la derecha del espectro político.

Durante el referéndum del Brexit, solo tres periódicos apoyaron la permanencia en la Unión Europea: The Guardian, The Mirror y The Financial Times, este último con una orientación centrada en los intereses empresariales. En cambio, el resto de la prensa nacional —excepto The Times—, que representa aproximadamente el 80% de la circulación diaria, respaldó la opción de abandonar la Unión. Un análisis riguroso del contenido mediático de la campaña, realizado por David Levy y colaboradores, reveló que los artículos abiertamente pro-Brexit representaron el 48% del total, mientras que los favorables a la permanencia apenas alcanzaron el 22%.

Aunque David Cameron, entonces Primer Ministro y defensor del Remain, fue la fuente más citada, su presencia mediática fue rápidamente eclipsada por Boris Johnson y Nigel Farage, figuras capaces de capitalizar la atención pública a través de actos espectaculares como el tour del autobús rojo o el cartel “Breaking Point”. Este desplazamiento del foco desde los debates parlamentarios hacia el espectáculo populista demuestra cómo el terreno mediático favoreció una narrativa emocional y confrontacional, más apta para captar titulares y viralidad que la racionalidad tecnocrática de la campaña por la permanencia.

La investigación ampliada de Martin Moore y Gordon Ramsay confirmó esta dinámica, incluyendo en su análisis tanto la prensa escrita como medios digitales y noticieros televisivos. A pesar de que el argumento económico dominaba los mensajes del Remain —subrayando las consecuencias negativas de abandonar la UE—, los partidarios del Leave lograron reconfigurar esa narrativa como “Project Fear”, denunciándola como alarmismo politizado. Incluso estimaciones oficiales del Tesoro británico, como la proyección de una pérdida anual de £4,300 por hogar, fueron mayoritariamente recibidas con escepticismo o abierta hostilidad en los medios, mientras que afirmaciones engañosas como el supuesto ahorro de £350 millones semanales en favor del sistema de salud, promovidas por el Leave, recibieron mucho menos escrutinio crítico.

El viraje hacia la inmigración como tema central en las etapas finales de la campaña consolidó una ventaja discursiva para los partidarios del Brexit. Este enfoque permitió explotar ansiedades identitarias y percepciones de pérdida de control nacional, desdibujando las líneas entre hechos, temores y deseos. Lo que en un inicio fue una contienda técnica sobre economía y cooperación europea se transformó en una disputa visceral sobre soberanía y pertenencia.

Esta configuración no fue un fenómeno aislado. Al otro lado del Atlántico, Donald Trump promovía una agenda paralela bajo el lema “America First”, cuestionando tratados internacionales y asociaciones multilaterales. Ambos movimientos, el de Trump y el del Brexit, desafiaron el orden internacional instaurado tras la Segunda Guerra Mundial, un orden diseñado en gran parte por EE.UU. y el Reino Unido, que buscaba evitar la fragmentación y el nacionalismo económico del periodo de entreguerras.

Pero para comprender plenamente la atracción popular de estos discursos, es necesario remontarse a estructuras más antiguas de pensamiento geopolítico. A fines del siglo XIX, William Stead anticipó la necesidad de una Europa unificada para competir con la creciente supremacía económica de EE.UU. Propuso una “Unión de Estados Europeos” con un centro federal activo y una alianza anglosajona global basada en lazos raciales y lingüísticos. Su visión, profundamente racializada, excluía a los “hombres de color” de la categoría de ciudadanía legítima tanto en el Reino Unido como en Estados Unidos, anticipando discursos de exclusión nacionalista que siguen resonando hoy.

La expresión “America First”, utilizada repetidamente a lo largo del siglo XX por políticos, presidentes y grupos como el Ku Klux Klan, ha sido el estandarte de una visión cerrada de nación, que contrapone el “interés nacional” a toda forma de cooperación internacional. Su reaparición en el siglo XXI, tanto en el Reino Unido como en Estados Unidos, refleja no solo una reacción contra la globalización, sino también una reafirmación de jerarquías culturales, raciales y geopolíticas profundamente enraizadas.

Es crucial comprender que el éxito del Brexit y de movimientos como el trumpismo no reside únicamente en la eficacia de sus mensajes, sino en su capacidad para movilizar imaginarios históricos, resentimientos acumulados y visiones identitarias que apelan a una idea de comunidad nacional amenazada. La prensa, al amplificar selectivamente ciertas voces y discursos, desempeñó un papel central en este proceso, no como simple transmisor de información, sino como actor activo en la construcción del marco simbólico del debate público.

¿Cómo afectó la cumbre de la OTAN en Polonia a las relaciones transatlánticas y la política interna polaca?

En el nuevo estadio nacional al este del río Vístula, donde en el verano de 1944 Stalin detuvo el avance soviético lo suficiente para que Hitler aniquilara el Levantamiento de Varsovia, se reunió una cumbre histórica con 18 presidentes y 21 jefes de gobierno. Este lugar, cargado de simbolismo, remite al doble juego de la historia polaca: la liberación soviética que derivó en la imposición del comunismo hasta 1991 y la posterior soberanía alcanzada tras la retirada de las tropas soviéticas. En este escenario, la cumbre sirvió no solo como un acto protocolario sino como un punto de inflexión para la cooperación entre la OTAN y la Unión Europea, que emitieron su primera declaración conjunta comprometiéndose a colaborar en la lucha contra la guerra híbrida, la ciberseguridad y la prevención de la migración ilegal por mar.

Sin embargo, esta aparente unidad contrastaba con las declaraciones del entonces presidente estadounidense Donald Trump, quien durante su campaña calificó a la OTAN de “obsoleta” y defendió un enfoque claramente mercantilista con su lema “America First”. Trump insistía en que los aliados europeos debían asumir un mayor costo financiero, mientras Estados Unidos buscaba reducir su gasto. Aunque existían críticas fundadas respecto a ciertos países europeos que se beneficiaban sin aportar lo suficiente, la OTAN, desde su creación en 1949, se había diseñado como un sistema de seguridad mutua. En 2016, varios países europeos, incluidos Polonia, Gran Bretaña, Grecia, Estonia y otros, cumplieron con el objetivo del 2% del PIB destinado a defensa. La respuesta a las críticas de Trump fue visible en los años siguientes, cuando más países aumentaron su gasto militar. La realidad demuestra que, especialmente los países del Este europeo, con un pasado soviético, muestran un compromiso tangible con la alianza, incluso más marcado que algunos países de Europa occidental.

La crudeza y pragmatismo de Trump para abordar los costos de la defensa se distanció claramente del discurso basado en valores compartidos promovido por su predecesor, Barack Obama. Para Trump, la relación con Polonia fue, en gran medida, una transacción económica. Así lo demostró su acuerdo para aumentar el número de tropas estadounidenses en suelo polaco, enfatizando que el gobierno polaco financiaría esas instalaciones sin costo para Estados Unidos. Esta perspectiva pragmática fue respaldada por el presidente polaco Andrzej Duda y el partido gobernante Ley y Justicia (PiS), quienes aplaudieron el enfoque nacionalista, considerando legítimo que cada país priorice sus propios intereses.

Esta coincidencia de prioridades nacionalistas entre Washington y Varsovia revela tensiones inherentes a la alianza: Polonia, situada geopolíticamente entre dos potencias históricamente agresivas, Rusia y Alemania, depende más de Estados Unidos que a la inversa. La necesidad de mantener fuertes aliados internacionales es vital para la seguridad polaca, mientras que Estados Unidos busca equilibrar su gasto y beneficios estratégicos globales.

Curiosamente, al inicio de la campaña presidencial estadounidense, el partido PiS no veía a Trump como un aliado natural. Fue inicialmente percibido como un oportunista tosco, similar a figuras literarias polacas que alcanzan el éxito sin merecerlo. La líder demócrata Hillary Clinton recibió críticas desde la derecha polaca, especialmente por sus objeciones a la erosión del Estado de derecho en Polonia bajo el gobierno de PiS. Sin embargo, tras la victoria de Trump, la prensa conservadora polaca comenzó a identificar paralelismos entre el giro populista y anti-elitista de Polonia y el fenómeno emergente en Estados Unidos, atribuyéndose el liderazgo moral de este cambio internacional.

La narrativa populista que enfrenta al “pueblo” contra las “élites” resonó poderosamente en ambos países. En Polonia, esta división se expresó con la repetición de eslóganes simples que exaltaban los valores “del pueblo” frente a la corrupción y decadencia de la élite. La prensa conservadora celebró la victoria de Trump como un triunfo de la vitalidad y los valores sencillos contra una oligarquía demoralizada. No obstante, esta retórica estaba entrelazada con un rechazo hacia grupos minoritarios y un discurso xenófobo que no pasó desapercibido para la prensa liberal, que vinculó el éxito de Trump a la combinación de anti-elitismo con aversión hacia inmigrantes, musulmanes, afroamericanos, personas LGBTQ+ y mujeres.

En suma, la cumbre de la OTAN en Polonia no solo confirmó la relevancia estratégica del país en la geopolítica euroatlántica, sino que reflejó las complejas tensiones entre valores compartidos y prioridades nacionales. La evolución de la política polaca y estadounidense muestra cómo las alianzas internacionales se ven influidas por dinámicas internas, ideologías populistas y cálculos pragmáticos.

Es crucial entender que la defensa común y la cooperación internacional, aunque necesarias, son siempre el resultado de equilibrios delicados entre intereses nacionales y visiones compartidas. La persistencia de divisiones sociales internas y discursos polarizadores puede poner en riesgo la cohesión de alianzas estratégicas vitales, especialmente en regiones con historia de conflicto y vulnerabilidad geopolítica. Así, el análisis de estas interacciones ofrece una ventana indispensable para comprender los desafíos contemporáneos de la política global y la fragilidad de las coaliciones en tiempos de cambio.