El fenómeno de la construcción del "Otro" ha sido una constante en la geopolítica crítica desde sus inicios. Este proceso psicológico de deshumanización ha sido clave para justificar actos inhumanos, como la suspensión de derechos civiles, la separación de familias o el exterminio de grandes grupos de personas. Designar a un grupo como "inhumano" y, por ende, no comparable con el propio, prepara psicológicamente a las personas para cometer actos violentos, eliminando la empatía y la humanidad del "enemigo". Esta idea de "hacer otro" ha trascendido el ámbito académico y se ha infiltrado en la cultura popular, convirtiéndose en una herramienta poderosa para la construcción de imaginarios geopolíticos.
Un claro ejemplo de esta representación se encuentra en un episodio de Black Mirror titulado "Men Against Fire" (2016). En este relato de ciencia ficción futurista, un soldado humano, tras disparar a mutantes con la misión de exterminarlos, descubre, gracias a un implante cerebral, que estos “roaches” (como los llaman los soldados) son en realidad miembros de su misma sociedad, considerados “genéticamente inferiores” por el gobierno. Este implante se había colocado para evitar que el soldado viera la humanidad en aquellos a quienes debía eliminar. Cuando la humanidad de sus víctimas se revela, el soldado queda horrorizado al ver sus propios crímenes. Este tipo de narrativas muestra cómo la cultura popular puede reflexionar críticamente sobre el concepto de "Otro" y sus implicaciones geopolíticas.
Este fenómeno de "Othering" no está limitado únicamente a la geopolítica académica, sino que se refleja también en los medios de comunicación y la cultura popular, los cuales participan activamente en la creación y difusión de estos imaginarios. A través de representaciones cinematográficas, como las de los villanos alienígenas en películas como The Avengers (2012), la cultura popular contribuye a la legitimación de una visión distorsionada del "enemigo", dibujando fronteras imaginarias entre los que son considerados humanos y los que no lo son. A lo largo de las décadas, esta narrativa ha sido perpetuada por una industria del entretenimiento que utiliza los miedos y las tensiones geopolíticas para generar contenido que alimenta una visión maniquea de la realidad.
La crítica geopolítica, sin embargo, ha buscado desentrañar los mecanismos que permiten que estos procesos de deshumanización ocurran y persistan, aunque, por supuesto, sería ingenuo pensar que este campo de estudio, por sí solo, pueda “salvar al mundo”. Sin embargo, la esperanza recae en que puede contribuir a mejorar la sociedad al exponer las bases discursivas y materiales de los conflictos, al tiempo que cuestiona la narrativa dominante.
La relación entre cultura popular y geopolítica es compleja y se encuentra en constante cambio, ya que los productos de consumo masivo tienen la capacidad de moldear las percepciones del público y, en consecuencia, influyen en las actitudes hacia las tensiones internacionales y los conflictos. La representación mediática de ciertos grupos o regiones, como aquellos que son etiquetados como "enemigos", tiene una influencia directa en la percepción pública, lo que puede fortalecer o debilitar las políticas de agresión o cooperación entre naciones. Este papel activo de los medios, que contribuye a la constitución de los imaginarios geopolíticos, requiere un análisis crítico tanto de los contenidos mediáticos como de la manera en que el público interactúa con ellos.
El estudio de la cultura popular, como se plantea en la crítica cultural contemporánea, surge como una disciplina relativamente reciente. Aunque la cultura ha sido estudiada durante siglos en contextos académicos, la popularización de este enfoque en los años 60, con la creación del Centro de Estudios Culturales Contemporáneos de la Universidad de Birmingham, marcó un giro importante en cómo entendemos la cultura y su relación con el poder. Mientras que tradicionalmente, el estudio de la cultura se centraba en las élites y en lo que se conocía como "alta cultura" (como la música clásica, la pintura o la escultura), el concepto de "cultura popular" apunta hacia la producción cultural accesible para las masas. Esta diferencia, aunque en un principio parece clara, se ha ido diluyendo a lo largo del tiempo, creando una intersección entre ambos mundos.
Desde la invención de la imprenta en el siglo XV, la cultura popular ha representado una amenaza para los círculos de poder, que veían con preocupación cómo el acceso a la información se democratizaba. Las preocupaciones sobre los efectos de la propaganda y las influencias mediáticas no son nuevas, y se remontan a la Segunda Guerra Mundial, cuando los aliados empezaron a estudiar las estrategias de propaganda nazi. Hoy en día, las mismas preocupaciones persisten, aunque bajo otras formas, como el impacto de las redes sociales o los videojuegos violentos en las nuevas generaciones. El temor a que los jóvenes sean influenciados por fuentes de información externas ha generado debates sobre la responsabilidad de los medios y la cultura popular en la formación de las actitudes políticas y sociales.
La cultura popular, como una forma de arte accesible, también ha sido vista tradicionalmente como "degradada" o menos valiosa que la cultura considerada "alta". Este estigma sigue vigente en las críticas a la industria del entretenimiento, pero las líneas entre ambas categorías se han vuelto cada vez más difusas. Movimientos como el pop art de los años 50 y 60 demostraron cómo los elementos de la cultura popular podían ser elevados a formas de arte de gran renombre. Hoy en día, autores populares como Stephen King o incluso músicos como Kanye West reciben atención académica, mientras que la influencia de la cultura popular continúa permeando ámbitos tradicionalmente reservados para la cultura "alta". Esta hibridación de lo popular y lo elitista es un fenómeno que refleja la complejidad de la producción cultural actual.
Es importante reconocer que la cultura popular no solo refleja las tensiones geopolíticas, sino que también puede actuar como un agente de cambio, abriendo espacios para una reflexión más crítica sobre las dinámicas de poder y la construcción de identidades colectivas. La forma en que los medios de comunicación representan a ciertos grupos o países no solo moldea las opiniones, sino que también puede influir en las políticas públicas y en las decisiones de los gobiernos. La crítica de los discursos dominantes, tanto en los medios como en la academia, es esencial para comprender cómo la cultura popular y la geopolítica se entrelazan en la actualidad.
¿Cómo los métodos de análisis en la geopolítica popular revelan las lógicas geopolíticas en los medios culturales?
El análisis de la geopolítica popular ha tenido un enfoque crucial en el estudio de las representaciones y discursos que se encuentran en diversos artefactos de la cultura popular. A través de una cuidadosa interpretación de imágenes o textos populares, los investigadores han logrado destacar el contenido composicional, simbólico e ideológico, con el fin de comprender cómo las lógicas geopolíticas se comunican y se estructuran. En este proceso, es necesario estudiar no solo el artefacto en sí, sino también el contexto en el que estos se producen y consumen.
Uno de los métodos clave en este campo es el análisis composicional. Este tipo de análisis se centra en la organización y disposición de los elementos dentro de un artefacto cultural, como una película, una canción o un libro. Un ejemplo claro de este enfoque es el trabajo de Sean Carter y Derek McCormack (2006), quienes analizaron la película Black Hawk Down (2001) para examinar la narrativa, los elementos técnicos de filmación y la forma en que ambos se combinan en lo que ellos describen como la "estética sublime del combate". Esta estética evoca tanto la irrealidad de la guerra como la aleatoriedad de los eventos dentro del marco fílmico, generando una experiencia visceral para el espectador. Sin embargo, el análisis composicional requiere de un conocimiento técnico profundo sobre el medio en cuestión, ya que los productores de cultura popular, como cineastas y músicos, emplean convenciones y recursos específicos que los consumidores pueden o no comprender. Además, este enfoque tiene limitaciones al no abordar los sitios de producción ni la recepción del mensaje por parte de la audiencia.
El análisis de contenido, otro enfoque popular en la geopolítica, es un método cuantitativo que se utiliza principalmente para estudiar datos textuales, especialmente en el análisis de periódicos y otros medios escritos. Este método se originó a partir de la escuela de Frankfurt, influenciada por el estudio de la propaganda en la posguerra. Su objetivo es cuantificar y analizar el contenido de grandes volúmenes de texto para identificar patrones significativos. Para ello, el investigador debe seleccionar los textos a estudiar, definir categorías objetivas para clasificar los datos y luego contar cuántas veces aparecen estas categorías en los textos analizados. Un ejemplo de este enfoque es el estudio realizado por Garth Myers y sus colegas (1996), quienes analizaron la cobertura mediática de los conflictos en Ruanda y Bosnia en seis periódicos estadounidenses a mediados de la década de 1990, identificando categorías clave como la guerra civil, la barbarie y el tribalismo. Aunque este análisis permite identificar patrones y frecuencias, también implica un riesgo de reducir la riqueza de los datos, ya que cada instancia de una palabra utilizada se cuenta de manera idéntica, ignorando las diferencias de contexto, como la importancia de la misma frase dependiendo del medio que la emita.
El análisis de discurso, por otro lado, está fuertemente influenciado por las ideas de Michel Foucault. Este método se centra en cómo las personas empoderadas utilizan el lenguaje para construir realidades, en lugar de solo analizar las palabras de forma aislada. A diferencia del análisis de contenido, el análisis de discurso no se limita a la cuantificación, sino que se interesa por el poder y la lógica subyacente en la construcción de los discursos. Los investigadores que emplean este enfoque deben seleccionar las fuentes que consideren más relevantes para su estudio y, a continuación, investigar cómo se hacen las reclamaciones dentro de esos discursos, identificando las ausencias y fallos en la lógica presentada. Un ejemplo de este enfoque se encuentra en el trabajo de Joanne Sharp (1996, 2000), quien analizó el Reader's Digest durante la Guerra Fría. Este análisis ayudó a abrir el estudio de la cultura popular en la geopolítica, mostrando cómo los discursos ideológicos pueden ser promovidos a través de medios aparentemente neutrales o inofensivos.
Aunque cada uno de estos métodos de análisis proporciona una visión valiosa de los elementos que componen los discursos y representaciones en la cultura popular, es fundamental comprender que ninguno de estos enfoques es completamente exhaustivo por sí solo. Si bien el análisis composicional revela la estructura estética y narrativa de los medios, el análisis de contenido aporta una comprensión cuantitativa de las tendencias discursivas y el análisis de discurso desentraña las dinámicas de poder que subyacen en las representaciones culturales. Es decir, para obtener una visión más completa de cómo los medios de comunicación y la cultura popular contribuyen a la construcción de realidades geopolíticas, es necesario combinar varios enfoques metodológicos. De este modo, se puede lograr una interpretación más profunda y rica de cómo los mensajes geopolíticos se transmiten y se reciben en la sociedad.
Además de los métodos mencionados, es crucial que los investigadores reconozcan la importancia de los contextos históricos y socioculturales en los que estos medios son producidos y consumidos. La cultura popular no solo refleja, sino que también influye en las percepciones y actitudes del público hacia cuestiones geopolíticas. Al comprender cómo los diferentes elementos de la cultura popular interactúan con los discursos dominantes, los investigadores pueden desentrañar las formas en que las ideologías se reproducen, desafían o reconfiguran a lo largo del tiempo.
¿Cómo se estudian los procesos de producción en la geopolítica popular?
En el ámbito de la geopolítica popular, uno de los aspectos más subdesarrollados es el análisis de los procesos de producción de los contenidos mediáticos que conforman este campo. Popularidad y geopolítica no emergen de manera espontánea; las industrias culturales están profundamente estructuradas y operan bajo marcos que influyen en la forma en que los relatos geopolíticos son concebidos, producidos y distribuidos. El conocimiento de cómo estas industrias funcionan proporciona claves para entender de qué manera las ideas geopolíticas se expresan y se propagan a través de los medios de comunicación y la cultura popular.
Un desafío importante al abordar este tema es el acceso a los procesos de producción, que suelen ser opacos debido a la naturaleza cerrada de las organizaciones mediáticas y culturales. Muchos de estos procesos están resguardados por la competencia y el secretismo de la industria, y la relación entre la academia y la industria cultural suele ser reticente. Sin embargo, esto no implica que la investigación sobre este sitio de producción sea inviable. Métodos como el análisis de discursos, las entrevistas, la etnografía y la investigación archivística son herramientas valiosas para aproximarse a cómo los relatos geopolíticos se construyen detrás de las cámaras y las pantallas.
Un ejemplo revelador de esta aproximación lo ofrece Kimberly Coulter (2011), quien, a través de entrevistas y fuentes documentales, se adentra en los entresijos de la producción cinematográfica, destacando cómo los procesos de financiación, producción y distribución condicionan los relatos geopolíticos que pueden ser contados y, sobre todo, la forma en que estos se comunican. La investigación sobre la producción cultural, por lo tanto, no solo permite entender los contenidos geopolíticos, sino también el impacto que las dinámicas del sector cultural tienen sobre la construcción de narrativas geopolíticas.
Aunque la falta de acceso directo a los productores es una limitación notable, se pueden explorar diversas fuentes públicas que proporcionan información sobre cómo las organizaciones mediáticas construyen sus relatos. Las cuentas periodísticas, las conferencias de prensa y las entrevistas con actores clave pueden revelar detalles importantes sobre las estrategias de producción, las ideologías que subyacen a los contenidos mediáticos, y las dinámicas de poder en juego. No obstante, uno de los métodos más productivos para analizar los procesos de producción es la investigación documental y archivística.
La investigación archivística, como lo demuestra el trabajo de Klaus Dodds (2005), permite analizar cómo los productores de cine, por ejemplo, influyen en la geografía del mundo representado en el cine a través de la selección de escenarios y locaciones. Dodds, al estudiar las primeras películas de James Bond, comparó las locaciones descritas en las novelas de Ian Fleming con las que fueron seleccionadas para las películas en la década de 1960, reflejando cómo los productores adaptaban las percepciones geopolíticas del momento para construir un relato visual coherente con las tensiones de la Guerra Fría. Esta metodología no solo ofrece una visión sobre el proceso creativo, sino que también demuestra cómo las relaciones de poder y la ideología afectan las decisiones de producción.
El acceso a los archivos y documentos históricos es esencial para comprender el contexto en el que se producen las representaciones mediáticas de la geopolítica. Los archivos nacionales, como los de Washington DC, o los centros de archivos de instituciones mediáticas, como la BBC, contienen documentos que pueden arrojar luz sobre la relación entre los gobiernos, los medios de comunicación y las industrias culturales. Sin embargo, la digitalización de los materiales archivísticos, aunque ha aumentado la accesibilidad a estos recursos, también plantea desafíos. Las bases de datos digitales, como LexisNexis, brindan acceso a una vasta cantidad de artículos de periódicos internacionales, pero esta fuente de información está limitada al texto, perdiendo imágenes y el contexto visual en el que se publicaron los artículos. Esto resalta la necesidad de ser cautelosos al utilizar archivos, pues a menudo se presentan como fuentes fragmentarias e incompletas, lo que puede influir en la interpretación y análisis posterior.
El estudio de la geopolítica popular a través de la investigación de los procesos de producción ofrece un enfoque clave para entender cómo las representaciones mediáticas reflejan, y a veces moldean, las relaciones de poder globales. Aunque el acceso directo a los actores de la industria mediática puede ser limitado, el uso inteligente de las fuentes disponibles, como entrevistas, análisis de discursos y archivos, permite desentrañar las complejas conexiones entre los medios de comunicación y las narrativas geopolíticas.
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