En el ámbito de la semántica, uno de los fenómenos más intrigantes es el concepto de "marcaje" (markedness). Este fenómeno hace referencia a la forma en que ciertos términos, en sus relaciones opuestas, no se perciben como opuestos equivalentes, sino que presentan una disparidad implícita. El término no marcado, o "unmarked term", se entiende como la norma, el modo predeterminado, mientras que su opuesto, el término marcado o "marked term", es considerado una anomalía, algo que se sale de lo común. Esta estructura se observa con frecuencia en las oposiciones graduales, como en los adjetivos de tamaño. En este contexto, "grande" (big) es un término no marcado, mientras que "pequeño" (small) es marcado, ya que, al formular la pregunta "¿qué tan grande es?", estamos utilizando el término base, sin implicaciones adicionales. Si formulamos la pregunta "¿qué tan pequeño es?", hemos señalado que hay algo peculiar en el objeto que estamos describiendo. De esta manera, un término como "alto" (tall) es considerado no marcado, mientras que "bajo" (short) es marcado, ya que preguntamos comúnmente "¿cuán alto es alguien?", pero rara vez "¿cuán bajo?". Esta misma estructura se repite con "ancho" (wide) frente a "estrecho" (narrow).
Este concepto de marcaje no es exclusivamente aplicable a las gradaciones de tamaño o cualidad, sino que se extiende a diversos ámbitos de la vida cotidiana, incluidos los conceptos más complejos como los términos relacionados con las especies. Por ejemplo, "pájaro" (bird) es un término no marcado que hace referencia a todas las especies de aves, pero cuando se hace referencia a las aves que no vuelan, como los pingüinos, utilizamos un término marcado, "pájaro no volador" (flightless bird). Este fenómeno, aunque inocuo en el ámbito natural, se torna mucho más complejo cuando se aplica a las relaciones sociales.
Cuando un término relacionado con una categoría social, como "historia afroamericana" o "historia asiático-estadounidense", es marcado, se sugiere implícitamente que la historia no marcada, la norma, es la historia de los blancos. De igual forma, cuando nos referimos a profesiones como "astronauta mujer" o "ingeniero hombre", estamos señalando que la norma en dichas profesiones es que los hombres sean astronautas o ingenieros, y las mujeres, enfermeras o maestras de jardín de infancia. Esta estructura mental, en la que se otorga a ciertos grupos la categoría de "norma" y a otros la de "excepción", genera una visión del mundo que no refleja la diversidad real de la sociedad.
El fenómeno de la hiponimia también es clave para entender cómo las palabras se relacionan entre sí. Los hipónimos son términos más específicos que se derivan de una categoría más general. Por ejemplo, "rosas", "lirios" y "peonías" son hipónimos del término general "flor". Este tipo de relación nos permite entender cómo diferentes idiomas y culturas categorizan el mundo. Los términos de color, por ejemplo, varían notablemente entre diferentes lenguas y épocas. En la antigua Grecia y en el hebreo bíblico, no existía un término específico para el color azul, y los objetos azules o verdes se clasificaban simplemente como "negros". En el idioma meriam, hablado en la isla de Murray, existen términos para el blanco, el negro y el rojo, pero no para el azul, que se clasifica bajo el mismo término que el negro. En contraste, el ruso moderno distingue entre "siney" (azul oscuro) y "goluboy" (azul claro), lo que indica una categorización diferente del color azul.
En la semántica, también encontramos relaciones de parte/todo, como ocurre con las partes del cuerpo. "Dedos" son una parte del "pie", pero no son un "tipo" de pie. La relación aquí es jerárquica, pero no implica una clasificación del tipo. Este tipo de relaciones es fundamental para comprender la estructura de nuestras categorías conceptuales, que pueden diferir según el lenguaje o la cultura.
Otro fenómeno semántico importante es la homonimia y la polisemia. Las palabras pueden tener múltiples significados que se derivan de diferentes orígenes. Los homónimos, como "banco" (institución financiera) y "banco" (orilla del río), son palabras que comparten la misma forma pero tienen significados distintos. La polisemia, por su parte, se refiere a palabras que tienen múltiples significados relacionados entre sí, como el término "rico", que puede referirse tanto a una gran cantidad de dinero como a la calidad del suelo.
Finalmente, debemos considerar el uso del lenguaje figurado, que enriquece y amplia las posibilidades expresivas del lenguaje. Expresiones como "echarle un ojo" o "casarse" son ejemplos de cómo el lenguaje figurado desborda el significado literal de las palabras. En muchos casos, el lenguaje figurado se utiliza para crear metáforas, metonimias o idiomáticos que nos permiten comprender conceptos abstractos de manera más concreta. Las metáforas, por ejemplo, extienden el significado de una palabra más allá de su sentido primario. Una metáfora común es describir al gerente de una empresa como "la cabeza" de la compañía, utilizando una parte del cuerpo para hablar de la estructura organizativa.
La metáfora no es solo un recurso retórico, sino una forma fundamental de pensar. Según algunos estudios, las metáforas moldean la manera en que concebimos el mundo. Por ejemplo, el tiempo en inglés es comúnmente conceptualizado como "dinero" a través de expresiones como "perder tiempo" o "ahorrar tiempo". Las discusiones a menudo se ven como una "guerra", con expresiones como "atacar un argumento" o "derribar una idea". Estas metáforas no solo enriquecen el lenguaje, sino que también influyen en nuestra forma de pensar y actuar en el mundo.
¿Por qué la estandarización del lenguaje influye en la desigualdad social?
La estandarización del lenguaje es un fenómeno relativamente reciente en la historia de las lenguas, que se ha consolidado principalmente en Europa a lo largo de los siglos. Este proceso estuvo estrechamente ligado al crecimiento de los estados-nación y al capitalismo emergente, convirtiéndose en un símbolo prominente de las nuevas naciones. Aunque en algunos países el proceso de estandarización fue promovido por el Estado, como en Francia, en otros casos, el idioma estándar emergió de manera más orgánica, ligado a los centros de poder económico, político y cultural.
En Francia, el proceso de estandarización comenzó en el siglo XVII bajo el reinado de Luis XIV, cuando se creó la Académie Française, con el propósito explícito de definir reglas claras para el idioma francés. Antes de este proceso, en Francia coexistían numerosos dialectos y lenguas regionales. Tras la Revolución Francesa de 1789, el nuevo gobierno decretó que, para ser considerado un ciudadano de la nueva República, era necesario hablar el francés, a pesar de que solo un 10% de la población lo hacía. La lengua francesa estándar que se impuso fue aquella hablada en París, la capital política, económica y cultural del país, y se consolidó como el idioma oficial en los dos siglos siguientes, gracias a políticas educativas que promovieron su uso a nivel nacional.
En Inglaterra, la estandarización se dio de forma más gradual, entre los siglos XIV y XVI, sin una intervención estatal directa. La variante que se adoptó como estándar fue la hablada en la región de los Midlands, especialmente en el triángulo formado por Londres, Oxford y Cambridge, donde se encontraba el mayor poder económico, social y político. A lo largo de este período, la lengua escrita fue tomando cada vez más importancia, y se fue estableciendo una norma común que facilitaba la comunicación a través de la literatura y la impresión.
El proceso de estandarización en ambos casos estuvo facilitado por el desarrollo de la imprenta y la alfabetización, dos elementos que se retroalimentaban mutuamente. La escritura permite que un idioma sea regulado y codificado de una forma que es mucho más difícil de lograr cuando el idioma solo existe en forma oral. La lengua escrita se asoció con el prestigio, y la norma estándar, que comenzó a verse como la forma "correcta" del idioma, empezó a acaparar los beneficios sociales que se derivan de su uso.
Es importante subrayar que la estandarización no está vinculada a una cualidad intrínseca de las variantes que la componen. La variedad que llega a convertirse en estándar no es, necesariamente, la más "pura" o "correcta" del idioma. Esta variedad es, más bien, el resultado de un proceso social y político, un accidente histórico influenciado por factores como el poder económico, la influencia cultural y la movilidad social. Así, en Estados Unidos, el inglés estándar se desarrolló a partir de la variante hablada en el Medio Oeste, una región con una identidad percibida como más "pura" en términos de etnia y religión, a diferencia de la influencia de los inmigrantes en ciudades como Nueva York, cuyos acentos eran considerados menos prestigiosos.
Este proceso de estandarización también tiene implicaciones significativas en términos de desigualdad social. La creación y mantenimiento de un estándar implica la devaluación de otras variedades lingüísticas. Las lenguas regionales o los acentos diferentes del estándar no solo son marginados, sino que a menudo son vistos como una amenaza para la unidad nacional. Esta marginalización puede excluir a ciertos grupos del discurso público, como se evidenció en un encuentro comunitario en el que se descalificó a una mujer hispana por no hablar "inglés correcto", a pesar de que sus intervenciones eran pertinentes e importantes.
En la sociedad actual, hablar conforme al estándar lingüístico tiene un valor social y económico considerable. La competencia en el uso de la lengua estándar se asocia con características personales valoradas, como un alto nivel educativo y profesional. De esta manera, el dominio del idioma estándar se convierte en un recurso esencial para el acceso a posiciones de poder, educación y empleo. El dominio del estándar lingüístico otorga a los hablantes una serie de beneficios que no se distribuyen equitativamente entre los diferentes grupos sociales, lo que perpetúa las desigualdades preexistentes.
Es fundamental comprender que la estandarización del lenguaje no es simplemente una cuestión de "correctitud" lingüística, sino una construcción social que está intrínsecamente relacionada con el poder, la política y la economía. Las lenguas y los dialectos que se consideran "normales" no son más que una forma de organizar y simplificar una realidad lingüística mucho más compleja y diversa. Además, la estandarización contribuye a la creación de una jerarquía lingüística que, si bien facilita la comunicación en ciertos contextos, puede excluir a grandes grupos de la participación plena en la sociedad.

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